miércoles, agosto 14, 2019

Los desafíos de la Izquierda actual

Por Jorge Senior

Primera parte

Además de los viejos y nuevos contradictores de la derecha, la izquierda de estos tiempos se debate en sus propias contradicciones. Esto no parecería nada nuevo, pues si algo ha caracterizado a la izquierda histórica es su segmentación en fracciones sectarias motivadas por intereses geopolíticos o interpretaciones doctrinarias. Pero hay múltiples novedades en los retos que plantea el siglo XXI.

Por el frente derecho, al lado del tradicional conservatismo, el neoliberalismo (que incluye el caso extremo de los libertarians norteamericanos) y los ocasionales brotes fascistoides, aparece un nuevo fenómeno de tipo populista, con rasgos comunicacionales e identitarios, que es fundamentalmente reactivo. ¿Reactivo contra qué? Contra la globalización, la inmigración, el cosmopolitismo, la integración, el liberalismo “políticamente correcto”, el estado de bienestar y su estado regulador, y desde luego contra el viejo fantasma, hoy verdaderamente fantasmal, del comunismo (en Colombia el engendro llamado “castrochavismo”). Este populismo de derecha parece ser transversal al conservatismo axiológico, al fascismo autoritario y al neoliberalismo económico, es decir, sectores de las élites parecen haber encontrado la fórmula para alinear esas tres ideologías que ahora se configuran como afluentes del gran río populista. Arraigo y posverdad son sus pilares.

Por el frente izquierdo, hay un creciente fenómeno de oscurantismo intelectual representado en el casi agotado posmodernismo, el construccionismo social y el decolonialismo (autodenominado “pensamiento decolonial” o “decolonialogía”). Lo grave del asunto es que la izquierda histórica se encuentra en un estado de orfandad teórica que la hace totalmente vulnerable frente a estos movimientos academicistas o intelectuales que son profundamente reaccionarios y que bien podríamos denominar neoconservadores, al menos en los casos del posmodernismo y el decolonialismo. 

El posmodernismo, originado en la mala filosofía, llenó el vacío dejado por la crisis definitiva del marxismo y el psicoanálisis a finales de los años 70. Posteriormente tuvo su auge en los años 90 pero 
ha decaído en lo que va del siglo, aunque sigue ocupando nichos en las universidades, especialmente en el área de las ciencias sociales y humanas. Tras 40 años de existencia el posmodernismo no ha dejado nada bueno, sólo ha servido para acentuar los errores de la izquierda, propiciando el triunfo relativo del liberalismo ilustrado (hoy socavado por el populismo de derecha).

Por su parte, el construccionismo social, que desconoce la naturaleza humana, es una forma de ideología liberal radical, filosóficamente idealista e individualista, y ha producido un fenómeno cultural de opinión llamado “corrección política”; este fenómeno es exacerbado por las redes sociales y ha llevado a una serie de exageraciones que facilitan el repudio de amplias masas con sentido común, brindando en bandeja de plata una situación capitalizable por la derecha. El construccionismo social se ha afincado sobre todo en algunos feminismos radicales, en grupos de presión de minorías sexuales y en menor medida en movimientos étnicos. Como se sabe, no hay peor enemigo de una buena causa que sus malos defensores, pues terminan en la práctica haciendo un trabajo de zapa a favor de los enemigos de esas causas justas.

La tercera corriente oscurantista es el decolonialismo que pretende diferenciarse del posmodernismo, pero adopta muchas de sus características y estilo. A diferencia de las otras dos modas intelectuales expuestas arriba, el decolonialismo tiene su principal territorio en América Latina y se apoya sobre todo en el indigenismo, idealizando sus culturas. Al igual que los posmodernistas, los decoloniales son enemigos de la ciencia, la razón, el progreso, la ilustración y de nuestra cultura occidental. Rechazan todos los universales y también son enemigos teóricos del capitalismo, dizque subversivos, pero sus autores viven cómodamente instalados en nichos académicos occidentales, son antisistémicos que pelechan del sistema. El mayor problema generado por esta corriente es que, con sus “líneas abismales” y “epistemologías del sur”, distrae a la izquierda de los grandes problemas, desafíos y contradicciones del mundo actual como son el cambio climático, la posibilidad de guerra nuclear, la disrupción tecnológica, la gobernanza mundial y la alterglobalización, sin mencionar la viejas promesas de la ilustración, logradas a medias, y hoy en peligro de retroceso por el auge de la derecha (estado de bienestar, DDHH, democracia). De influir en gobiernos latinoamericanos esta corriente neoconservadora decolonial lo que produciría es mayor atraso por vía de la automarginación de los principales factores de transformación del mundo: la ciencia y la tecnología. 

Los tres oscurantismos intelectuales merecen ese apelativo por ser enemigos de la ciencia, la razón y la objetividad, es decir, enemigos del conocimiento. Los tres se sustentan en epistemologías subjetivistas y ontologías idealistas (en este sentido representan un retroceso respecto al marxismo de otrora). Los tres basan su estrategia en confundir realidad y ficción. Creen que el lenguaje crea al mundo y que la realidad es una construcción social, dos tesis que tienen una pizca de verdad y una enorme falsedad. El lenguaje sí es una mediación y los seres humanos sí producimos constructos sociales, pero ambos poderes son sumamente limitados, y están lejos de tener el valor absoluto que les atribuyen los oscurantistas. Por ejemplo, no pueden suprimir la realidad objetiva. Ciertamente estas tesis absurdas prácticamente no hacen mella alguna en las ciencias naturales, formales y las ingenierías, pero causan estragos en las incipientes y aún inmaduras ciencias sociales.

No es que estas tres corrientes intelectuales sean los únicos caballos de Troya al interior de la izquierda, pues algunos de los viejos radicalismos, sectarismos y dogmatismos no han desaparecido. Incluso el romanticismo asoma sus cuernos en ciertos movimientos ambientalistas. Pero son los nuevos disfraces del idealismo y el irracionalismo los que representan el mayor peligro y no los fósiles de la vieja guardia.

Una consecuencia de las confusiones que los oscurantistas propician es que la izquierda ha permanecido casi huérfana de teoría, incapaz de apropiarse inteligentemente de la ciencia y la tecnología con criterio humanista y en función del progreso social, ambiental y existencial. Esto ha propiciado cierta actitud antiintelectual en los activistas de los movimientos más dinámicos, una tendencia que hace a la izquierda vulnerable a errores de todo tipo: desde la ineptitud para gobernar hasta la permeabilidad a la corrupción.

En las últimas décadas se ha tratado de gestar una nueva izquierda, pero aún no acaba de cuajar. La primavera latinoamericana mostró las inmensas posibilidades, aún dentro de la vieja institucionalidad, pero en buena parte se ha dilapidado. Urge que la izquierda recupere la senda ilustrada, rompa con el oscurantismo, y compita honestamente con el liberalismo en la tarea más importante de todas: iluminar a la humanidad en la encrucijada cósmica que pone en peligro su propia existencia a la vez que abre horizontes cuasi-infinitos. La ilustración del siglo de las luces ya está superada, la revolución industrial que originó a la clase obrera y al marxismo ya es historia, la tercera revolución industrial (no 4G) está creando un mundo distinto con nuevas problemáticas y desafíos que toca estudiar y comprender, lejos de los antiguos dogmas decimonónicos. Así como la izquierda es por definición la ética (solidaridad y bien común por encima del egoísmo y el individualismo), asimismo es por definición el progresismo, el acelerador de la historia, el poder del pensamiento y la razón aplicado a la solución de problemas en función de toda la humanidad. Es tiempo ya de una izquierda antropocénica. 

El Búho

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