miércoles, agosto 14, 2019

¿Por qué Hawking está sobrevalorado?

Por Jorge Senior

Columna de 2018

Stephen Hawking, quien acaba de fallecer el pasado 14 de marzo, está sobredimensionado por fuera de la comunidad científica. Esto es así porque su notable fama contrasta con su modesta obra científica, lo cual no sería problema si no fuera porque debido a la fama se inflan sus realizaciones intelectuales a alturas astronómicas, falseando la realidad. Así que cuando hablo de sobrevaloración me refiero a su status como científico en la historia, y en menor grado a su rol como divulgador de la cosmología y la astrofísica de agujeros negros, con independencia total respecto a la admiración que pueda despertar su vida personal.

Hawking era un científico de primer nivel, como hay miles en un planeta que cuenta actualmente con varios millones de investigadores e ingenieros en la actividad científica. Pero su fama se debe a su drama personal, a enfrentar con éxito durante décadas una enfermedad degenerativa y letal como la ELA (Esclerosis Lateral Amniotrófica). De hecho, saltó a la fama mundial al escribir un bestseller de divulgación científica con ribetes autobiográficos al que luego se le sumó un video documental ampliamente difundido en medios e instituciones educativas. En ambas obras era relevante su condición de cuadrapléjico. A partir de ahí “Stephen Hawking” se volvió una marca de ventas millonarias. Su nombre se prestó para todo tipo de libros, películas, series televisivas (Simpsons, TBBT, Smallville, Futurama, Star Trek, etc) y se volvió un ícono pop en las redes, como Tesla y Frida Kahlo que son también casos de sobrevaloración por razones de tipo biográfico. Hay que reconocer que Hawking, gracias a su fama, tuvo impacto en su tarea como divulgador científico, una profesión paralela a la de físico teórico. Pero eso no lo hace automáticamente un buen divulgador. Sin duda, hay muchos mejores.

En estos días de obituarios nos ha tocado escuchar todo tipo de hipérboles chocantes relativas a nuestro personaje: comparaciones con Galileo, Newton y Einstein (estimuladas por casualidades de fechas o por el título honorífico de una cátedra), frases como “el heredero de Einstein” o “el científico más destacado desde Einstein”, o afirmaciones sin fundamento como decir que “sentó las bases de la astrofísica moderna” o aseveraciones similares pero referentes a la cosmología. Nada de eso es cierto, ni de cerca.

Se puede escribir la historia sintética de la cosmología, de la astronomía o de la física del siglo XX sin mencionar a Hawking y sin que se pierda nada relevante. Incluso en una historia sintética sobre esa familia de modelos cosmológicos que se suele llamar “Big Bang”, el nombre de Hawking estaría muy lejos de ser central. Pero si acotamos el tema específicamente a los agujeros negros, sin duda Hawking aparecería en uno de los capítulos, entre los muchos modelos sobre este tipo de fenómenos. Quizás su mayor aporte es la combinación de cuántica y relatividad general para elaborar el concepto de lo que se conoce en su honor como “radiación de Hawking”, la cual nunca ha sido detectada y por tanto aún no supera la contrastación empírica. De existir este tipo de radiación sería insignificante en los agujeros negros supergigantes y de poca importancia en los agujeros negros tamaño estelar, pues tendrían que pasar eones para que su efecto se notara en forma de un flujo detectable y finalmente generando una explosión del agujero negro. Esto significa que el aporte teórico de Hawking no resulta interesante para los astrónomos. Ahora bien, la radiación de Hawking sería un efecto muy importante si existieran los miniagujeros negros. Es posible que estos sí existan, por ejemplo por haber sido creados en el propio Big Bang. Sin embargo nunca han sido detectados. Quizás algún día los posthumanos podrían crear miniagujeros negros y, en tal caso, tendrían que tener muy en cuenta la radiación de Hawking si es que la teoría está correcta. Pero estas especulaciones rebasan nuestro horizonte de posibilidades actuales y, por ende, no están en terreno firme. Lo que debemos concluir de este párrafo es que el mayor aporte teórico de Stephen Hawking ni tiene prueba empírica ni ocupa lugar importante en la práctica astronómica.

Hawking hizo otros aportes en física teórica, la mayoría en trabajo conjunto con otros autores como Roger Penrose y otros (Nota: Penrose también supo aprovechar la fama de su discípulo para proyectarse como divulgador y meterse en camisa de once varas al ir más allá de su especialidad, incursionando especulativamente en terrenos de neurociencia; eso no es raro, pues suele suceder en no pocas ocasiones que los investigadores que ganan fama por logros científicos, por ejemplo al ser laureados con un Nobel, se salen de casillas y se tornan oráculos o gurús opinadores sobre asuntos de la más variada índole, un efecto negativo de la fama; no hay que comer cuento ni tragar entero por razón de títulos o “autoridad”). Estos aportes de Hawking no van más allá de los logros profesionales de miles de investigadores que publican en Nature, Science o en los principales journals especializados. Esto es ciencia de primer nivel, pero no implica ingresar al panteón de la historia, al Hall de la Fama de la competencia científica. James y Falcao están en el primer nivel del fútbol mundial, pero no en el panteón de los Pelé, Maradona o Messi. Y sin duda Edgar Rentería, que debería estar en el Hall de la Fama, llegó más lejos en el béisbol que Hawking en la ciencia. Aun así, nadie pondría al Niño de Montecristo al nivel de Babe Ruth, Mickey Mantle o Roberto Clemente. 

Los científicos llegan al panteón de la historia por una combinación de factores: genialidad, esfuerzo, rebeldía, creatividad, suerte (serendipia), contexto favorable, oportunidad. A veces la suerte es el factor principal, aunque ya sabemos lo que decía Pasteur: “la suerte ayuda al que está preparado”. Y al igual que en otros campos de la sociedad actual, la fama puede llegar por múltiples factores, no necesariamente como producto proporcional a sus logros en el campo de su especialidad (recuerden a la Sharapova). Hay escritores o cantantes que se ganaron un puesto en la historia por una sola obra, un éxito único, mientras que otros pueden exhibir una extensa producción. En todo caso no se debe confundir la fama con la historia. Al final, será el tiempo el que dirá quién se convierte en clásico y quien será olvidado por la “culta opinión”.

Quizás uno de los atractivos de Hawking, además de su imagen de genio científico que supera una enfermedad terrible, es que trabajaba desde la física teórica en torno a dos temáticas fascinantes: el origen del universo y los asombrosos black holes, manejando las dos teorías más prestigiosas de la ciencia, cumbres intelectuales de la humanidad, como son la cuántica y la relatividad general. Ese contraste entre el ser humano reducido a una silla de ruedas pero que al mismo tiempo abarca con su mente el universo entero tiene una fuerza simbólica espectacular, que irónicamente algunos utilizan en sentido contrario a las creencias de Hawking, un ateo que sabía y reconocía explícitamente que no existe tal cosa como un dios o dioses, ni un alma o espíritu. De todos modos la imagen del Sapiens paralítico con el cosmos en la cabeza es lo más contrastante que se pueda encontrar sobre la potencia del cerebro del animal humano. Casi hace evocar la sustancia pensante del dualista Descartes o la visión anticorporal del cristianismo. 

Pero es bueno saber que la física teórica pasa por una crisis limítrofe en la actualidad. El empantanamiento de sus principales programas de investigación, relacionados con la teoría de cuerdas, debido básicamente a la dificultad de contrastar empíricamente la profusión de ideas matemáticamente elaboradas, ha llevado a una discusión de alto nivel sobre el status epistemológico de esta disciplina en el siglo XXI. Y es que, por muy matemáticamente bien sustentada que sea una especulación teórica, no deja de ser especulación hasta que la ciencia experimental le dé su visto bueno. La naturaleza se expresa a través del experimento y da su dictamen. Mientras no lo haga, el especulador (dicho sea en el mejor sentido de la imaginación y la creación matemática) está en el pantano, no en el panteón. Porque la ciencia tiene un doble rigor: el rigor lógico-matemático y el rigor experimental. Sin éste último, el ente teórico bípedo cojea. 

Evaluar a Hawking como divulgador es otro cantar. Si el criterio es el impacto, es preciso reconocer que nuestro personaje lo ha tenido en grado sumo. Si el objetivo de la divulgación es atraer vocaciones a la ciencia, entonces probablemente Hawking es uno de los grandes (esto es una hipótesis eventualmente corroborable). Para la generación que llegó a la adolescencia en los años 90 posiblemente Stephen Hawking fue la principal referencia en divulgación, como para la generación anterior Carl Sagan o Isaac Asimov. Eso crea unos lazos afectivos y de admiración que dificultan evaluar con objetividad la talla del autor como divulgador o como científico. Pero hay otra forma de evaluar a los divulgadores, más difícil de objetivizar, pero no menos importante. Y es examinar la calidad de sus textos. Quizás mi experiencia personal con Asimov sirva para ilustrar esta idea. Debo aclarar que Asimov fue divulgador de historia de la ciencia y de historia en general y además fue un gran escritor de ciencia ficción. Yo sólo conozco su faceta de escritor de libros de historia de la ciencia. Fue uno de los autores que más me influyó en los no tan distantes tiempos juveniles, pero con el paso de los años entendí que en realidad Asimov no hacía buena historia. Sus obras no son historiográficas, son cronologías con relatos anecdóticos muy atractivos e interesantes, pero carecen de crítica epistemológica. Si usted estuviera haciendo una tesis doctoral en historia de la ciencia no se le ocurriría citar ni referenciar un texto de Asimov, so pena de perder puntos en su evaluación. Eso no disminuye mi cariño y mi admiración por este autor, pero me sirve para reubicarlo en su real dimensión. Es posible entonces que para algunos encariñados admiradores de Stephen Hawking sea difícil sopesar con ecuanimidad su obra, separándola de la biografía del personaje y de su impacto en uno como su lector. En opinión que comparto con muchos intelectos de las comunidades científicas y filosóficas, la obra divulgativa de Hawking tiene falencias, un sesgo biográfico y en algunos casos ha involucrado su nombre en textos que han sido mayormente escritos por sus coautores. Y no es el menor de sus defectos sus afirmaciones despectivas sobre la filosofía, un campo que a todas luces desconocía.

Nicola Tesla es hoy objeto de culto por parte de grupos conspiranoicos y de un público que coquetea y consume productos antisistémicos que le hacen cosquillas al capital (como la máscara de Anonimus en V de Vendetta o el maquillaje del Joker). Frida Kahlo es también objeto de culto y consumo por grupos feministas (¿?) y por cierta bohemia intelectual. Ambos fenómenos se masifican en las redes, llevándolos más allá de sus obras y su realidad histórica. Se distorsionan sus ideas y biografías, se extrapolan sus frases, se inventan otras frases que nunca dijeron, se recrean como memes dinámicos. Y el mercado los coopta. Se vuelven mercancias, íconos vistosos, fetiches esotéricos, adornos inocuos. 

Esa apropiación de productos icónicos de la industria cultural por parte de grupos intelectuales o pseudointelectuales que simulan rebeldía no pasa de ser más que un truco mercantil de dominación. No se trata de que talentos como Tesla o Frida no tengan sus méritos. Los tienen y son admirables. Sino que sus gestas vitales supremamente atractivas e interesantes elevan las obras de estos personajes a niveles muy por encima de sí mismas. Y no hay nada revolucionario en falsear la realidad. 

Para los ateos proselitistas Hawking es un héroe, un paladín de la causa. Pero eso no tiene que ver con el tema de este escrito, cual es examinar críticamente la talla científica real de Stephen Hawking en una perspectiva histórica. En comparación con Einstein que era un panteísta spinoziano, un racionalista creyente en el diseño inteligente (no en el biológico sino en el cósmico, hoy relacionado con el fine tunning o ajuste fino de la cosmología), creo que Hawking sale ganador en materia de pensamiento crítico frente a las ideas religiosas. Pero esta opinión personal del suscrito no afecta mi valoración de la obra científica que ubica al profesor inglés en un nivel relativamente modesto en comparación con la obra triplemente revolucionaria del judío apátrida.

Finalmente, mi invitación es a valorar a los seres humanos de manera multidimensional, pues en cada dimensión aplica un criterio diferente. Una cosa es la obra de un artista o un científico. Otra cosa son sus creencias políticas o religiosas. Y otra es su vida personal, su sufrimiento, sus sacrificios, su semblanza vital. En este último caso valoramos desde la empatía, la compasión o la admiración. En asuntos políticos o religiosos seguramente valoramos en forma subjetiva acorde a nuestras afinidades. Pero la producción artística o científica debe defenderse sola, por su calidad, grado de dificultad, profundidad, originalidad, fecundidad, disrupción, importancia para nuevos desarrollos o aplicaciones tecnológicas. Y su perennidad a través de los tiempos…

El Buho

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