sábado, octubre 29, 2022

La escalera de la astrofotografía

 En la constelación de la Serpiente está la nebulosa del Águila o M16, y dentro de ella los famosos "pilares de la creación".


Veamos una secuencia de fotografías de esa región del cielo con diferentes equipos, subiendo de categoría en cada imagen.

Con binoculares podemos observar esa región de la siguiente manera:


Utilizando un telescopio "barato" (o sea de poco más de un millón de pesos colombianos, unos 300 euros), o sea de baja gama, y una cámara adecuada, podemos conseguir una imagen así:


Si subimos un escalón de calidad en el equipo, utilizando un telescopio de gama media (unos mil euros o 5 millones de pesos, por ejemplo el RedCat51) y una buena cámara, la imagen lograda podría ser así:


Allí ya se divisa el Águila y podemos decir que ya la astrofotografía aficionada empieza a rivalizar con la profesional y, de hecho, supera la profesional de hace algunas décadas.

Vamos un escalón más arriba a un equipo de cámara y telescopio de alta gama (un Tak Mewlon de 10 mil euros), y obtenemos algo como esto:


Vámonos ahora al espacio y veamos lo que nos pudo brindar el HST, el Telescopio Espacial Hubble, que costó 1500 millones de dólares:


En el website del HST se puede navegar por dentro de la nebulosa con tremenda resolución.

Y finalmente veamos lo que ya ha logrado el JWST, el Telescopio Espacial James Webb en el infrarrojo, que costó 10 mil millones de dólares:


Ver en el website de NASA:

JWST Pilares de la Creación 


Esta entrada está basada en un trino de Dani Sánchez-Crespo publicado ayer 28 de octubre de 2022.

La Serranía del Perijá y sus épicos secretos


Navegando por mis redes pesqué un artículo del Washington Post que me llamó la atención (ver aquí).  Fue publicado el primero de octubre y lo que me atrapó es que afirmaba en su titular que el acuerdo de paz en Colombia llevó al descubrimiento de una nueva especie de dinosaurio.  ¿El acuerdo de paz? Contra lo que un lector colombiano podría sospechar el dinosaurio no era el Centrus Democráticus sino el Perijasaurus lapaz. 

El cuento reforzado de que el acuerdo de paz tenía que ver con este logro paleontológico se lo inventaron los propios investigadores, un equipo liderado por Jeffrey Wilson Mantilla en el marco de una alianza entre la Universidad del Norte y la Universidad de Michigan, al incluirlo en la justificación del nombre con el cual bautizaron a la nueva especie registrada.  Y fue por esa jugadita que el Washington Post lo convirtió en noticia. No es que la noticia científica no tenga valor, pero al ser algo muy técnico no atrae lectores, así que el periodismo le pone picante político para que sepa más sabroso. 

La realidad prosaica es que el fósil de 175 millones de años fue descubierto en 1943 en el municipio de La Paz, la tierra del ruiseñor del Cesar, Jorge Oñate, en las estribaciones de la Serranía del Perijá, cadena montañosa que pertenece a la cordillera oriental y marca la frontera con Venezuela al norte del país. Eso es lo que sustenta el nombre del dinosaurio colombiano: Perijasaurus lapaz, un saurópodo herbívoro parecido a los famosos brontosaurios.  En sus buenos tiempos del Jurásico inferior, este animal de larga cola y largo cuello tenía unos 12 metros de punta a punta y es el único de su tipo encontrado en el norte de Suramérica. A pesar de que sólo se halló una vértebra durante una exploración petrolera de la Tropical Oil Company hace ocho décadas, los científicos actuales pueden calcular el tamaño, inferir sus múltiples características y así clasificarlo en el sistema taxonómico como una nueva especie. 

El hallazgo científico actual no es, entonces, el descubrimiento del fósil sino su clasificación validada como especie nueva, arrojando luz sobre una época de diversificación temprana de los saurópodos en latitudes tropicales.  El artículo original, con varios autores colombianos, fue publicado el 10 de agosto de 2022 en el Journal of Vertebrate Paleontology.  Para hacer su investigación, los paleontólogos colombianos y extranjeros tuvieron que ejecutar, tanto un trabajo sofisticado de laboratorio, como un trabajo de campo en el departamento del Cesar, cerca de la carretera que conduce de La Paz a Manaure. 

Según ellos no había condiciones para ese trabajo de campo antes del acuerdo de paz debido a la presencia guerrillera.  Pero lo cierto es que Perijá no sólo fue territorio del Frente 41 de las FARC, también lo ha sido del ELN, grupo que apenas acaba de reiniciar negociación con el gobierno de Gustavo Petro en esta semana.  Por ejemplo, en agosto de 2020 fue capturado en La Paz un dirigente del Frente José Manuel Martínez Quiroz del ELN que lleva décadas en esa región.  Por esa presencia de los elenos y por el hecho de que la zona de donde proviene el fósil es de baja altitud y fácilmente accesible por carretera, resulta poco creíble que el peace agreement con las FARC haya sido determinante para el proyecto de investigación.  Más bien parece un toque macondiano adrede para condimentar un árido artículo académico y una estrategia para llegarle a un público más amplio.  Y el truco tuvo éxito, pues la prensa colombiana se dedicó a resaltar el hecho que normalmente habría pasado desapercibido.   

Vale recordar que no muy lejos de la zona, un poco más al norte, en la mina carbonífera del Cerrejón en el departamento de La Guajira fue descubierto en 2009 el famosísimo fósil de la serpiente más grande que ha existido, la Titanoboa Cerrejonensis, que pesaba más de una tonelada.  Esta serpiente récord tiene su propia entrada en Wikipedia.  La titanoboa existió en una época mucho más reciente que el perijasaurio, pues data del paleoceno, un período posterior a la extinción de los dinosaurios (hace unos 58 a 60 millones de años).  Pero en ambos casos había un hábitat tropical por lo que sorprende que esos fósiles se conservaran a pesar del calor y la humedad. 

Hemos hablado de dinosaurios y serpientes gigantes, de exploraciones de petróleo y carbón, de las FARC y el ELN.  Y ni siquiera hemos mencionado la riqueza de la cultura vallenata que florece en el plan y en la montaña, en esa tierra exuberante que es el valle encajonado entre dos sierras magníficas.  Ya nombré a uno de sus grandes cantores, el jilguero que falleció el año pasado y que en sus viejos tiempos entonaba “La Paz es mi pueblo, con sus calles raras, donde tanto tiempo allá, canté madrugadas”. 

Con la música revoloteando por tus oídos sigues hasta San Diego, tierra de poetas, y brindas en su Café Literario Vargas Vila.  Continúas por la carretera hasta El Desastre, donde los liberales perdieron una cruenta batalla durante la guerra de los mil días. Si subes por la bodega, antes de llegar a Codazzi, atravesarás cafetales y aguacatales hasta que perdido entre las montañas, a más de dos mil metros de altura, de pronto, divisarás un cañón profundo y al otro lado, una visión fantástica en medio de la bruma: la cascada más alta de Colombia, tan alta que no se alcanza a ver donde termina: es La Vela. 

Entiendes entonces lo que sintió Humboldt cuando viajó por América, tal y como lo narra Andrea Wulf en su libro La invención de la naturaleza.  En la cinta Los viajes del viento, con sus majestuosos paisajes, Ciro Guerra apenas nos brinda un atisbo, un sorbo de su magnificencia.

Así es Perijá, tierra ancestral del pueblo Yukpa, de la familia Karib, que antiguamente dominaba toda la cordillera y hoy se ha reducido a menos de 20 mil personas. Un territorio misterioso que entre el páramo de Sabana Rubia y el río Tocaimo de Leandro Díaz encierra el secreto mejor guardado del M-19, un sueño de Carlos Pizarro que un grupo de locos trató de plasmar en la realidad. Un sueño desconocido, como vértebra de un dinosaurio que nunca existió, cuya única pista escrita se encuentra en la autobiografía del Presidente de la República.


Por qué no soy agnóstico


El debate entre ateísmo y agnosticismo parece ser más interesante que la discusión entre ateísmo y creencia en la existencia de un dios.  Por eso abordo el tema en esta columna publicada el 29 de 0ctubre de 2022 en el portal El Unicornio, un día antes de la segunda vuelta en la elección presidencial en Brasil.

Por qué no soy agnóstico

La revista científica más importante del mundo, Nature, dice en su más reciente editorial que en la segunda vuelta electoral en Brasil sólo hay una opción consistente con la ciencia: votar por Lula para que pierda Bolsonaro, a quien la revista considera, con pleno fundamento, “una amenaza para la ciencia, la democracia y el medio ambiente”.

De manera análoga digo que frente al tema de la existencia de un dios (o varios dioses) sólo hay una opción consistente con la cosmovisión científica del siglo XXI: el ateísmo. Y en este caso la opción que estoy descartando no es la creencia en un dios, que en el mundo actual obviamente es un asunto de mera fe, sino el agnosticismo, posición que sí pretende ser racional.

Difiero de muchos ateos a quienes les encanta debatir y criticar a los creyentes.  Eso es tiempo perdido porque tal creencia no se basa en la razón sino en el argumento de autoridad impuesto en la crianza a temprana edad siguiendo la tradición y/o en necesidades psicológicas de algunos individuos que encuentran en tal creencia una prótesis mental que les sirve de apoyo.  La creencia en un dios pertenece a la zona mitológica en la cual el individuo puede especular sin mayor riesgo para la vida práctica, tal y como expusimos en una columna donde reseñamos el libro La racionalidad de Steven Pinker. Más o menos lo mismo pienso de quienes se dedican a refutar tonterías como el terraplanismo que carecen de importancia.

Se me dirá que la religión sí tiene importancia por sus repercusiones negativas en la vida social, como evidencia la historia: dogmatismo, guerras, vasallaje, manipulación, explotación, restricciones a la libertad, alienación, fanatismo y muchas más.  El adoctrinamiento religioso a los niños perjudica o distorsiona la formación moral, axiológica, actitudinal y cognitiva, aunque desde luego su ausencia no es garantía de una formación apropiada.

El punto es que la clave en la formación del joven no reside en los temas metafísicos sino en el desarrollo del pensamiento crítico – racional y la asimilación activa de la cosmovisión científica construida con rigor lógico y experimental en los últimos dos o tres siglos y que constituye el más grandioso logro de la humanidad.  El ateísmo termina siendo simplemente un corolario de lo anterior, no el asunto principal.  Por tanto, no se trata de hacer proselitismo ateo, como si fuese una creencia más, sino de fortalecer el pensamiento crítico en los espacios educativos y de comunicación masiva, lo cual se contrapone al facilista pensamiento mágico y a los impulsos fanáticos.  Todo ello a sabiendas de que la naturaleza humana, como la entendemos hoy, no es la de un ser precisamente racional, por lo que la tarea no es nada fácil.

Dicho esto, volvemos entonces al descarte del agnosticismo como opción racional.  Éste es un debate mucho más interesante, pues el agnóstico no puede refugiarse en la fe.  De hecho, algunos agnósticos acusan al ateo de caer en un acto de fe por su afirmación contundente sobre la no existencia de dioses, mientras el agnóstico deja margen a la duda, lo cual parece una actitud más racional.

Es un error lógico.  La no existencia de un X (sea X un dios o cualquier entidad propuesta por una o muchas personas) nunca puede demostrarse o probarse.  La carga de la prueba recae siempre en quien postula la existencia de X.  Los seres humanos hemos inventado todo tipo de seres o entidades fantasiosas o míticas: dragones, duendes, hadas, espíritus de la selva, fantasmas, almas, dioses, ángeles, demonios, elefantes rosados, unicornios azules, flogisto, éter, calórico, élan vital. Una cuasi-infinita inflación ontológica.

Si el agnóstico es consecuentemente racional tendría que extender su agnosticismo, es decir, su manto de duda, sobre toda la parafernalia mitológica inventada por todas las culturas del planeta.  O probar que determinado ser mítico, por ejemplo el dios cristiano, es un caso especial que merece un tratamiento preferencial, como decir: “soy agnóstico sobre el dios cristiano, pero no sobre Zeus u Odín”.  ¿Y qué tiene de especial la mitología cristiana respecto a las demás mitologías? Todos los dioses inventados por los humanos son idiosincrásicos, provienen de una tradición, como las costumbres y los acentos.  El cristianismo no es la excepción, sólo que es uno de los componentes de la cultura occidental que logró conquistar el mundo, un hecho meramente circunstancial, no atribuible a su más común mitología tradicional.

Otro argumento del agnóstico es atribuirle a la idea de dios (¿y por qué no de dioses en plural?) el carácter de hipótesis, lo cual parece acorde con la ciencia.  Algunas de las entidades arriba mencionadas, como el flogisto, el calórico, el élan vital o el éter fueron hipótesis científicas hace más de un siglo, que luego resultaron ser refutadas.  ¿No podría ser un dios una hipótesis para explicar algo?  La respuesta simple es “no”. Recuerden que estamos en el siglo XXI.  Los dioses pudieron ser una explicación racional de la lluvia, el rayo, la fertilidad de la tierra o cualquier otro fenómeno natural en las épocas precientíficas desde la edad de piedra hasta la sociedad medieval europea e incluso hasta la época de Newton.  Podríamos decir que el pensamiento mágico religioso y la proyección antropomórfica eran una necesidad, o por lo menos la alternativa más plausible, y por eso usamos el concepto de “religión natural”. 

En la era moderna, cuando tenemos a nuestra disposición una cosmovisión científica bien fundamentada en evidencias, aunque no lo explique todo, esa “hipótesis” de dios -como le dijera Laplace a Napoleón- resulta innecesaria.  Ni sirve como hipótesis pues carece de valor heurístico, es decir, no es fecunda para la investigación.  Es lo que se suele llamar “el dios de los huecos”: lo que la ciencia no podía explicar, se le atribuía a un dios, pero luego el avance del conocimiento científico rellenaba ese hueco y entonces la “hipótesis explicativa” por medio de la voluntad antropomórfica de un dios se echaba a la basura.  Y así sucesivamente, un dios en permanente retroceso.

Puede haber más razones, el tema es amplio y fascinante, mas el espacio de esta columna ha llegado a su fin.    



domingo, octubre 16, 2022

Los cuadernos de Praga



Estimado lector: ¿cuando lees o escuchas hablar de "los cuadernos de Praga" qué se te viene a la cabeza?

Lo que sigue a continuación es un relato que publiqué el 9 de octubre de 2022 en El Unicornio.  Es ficción, pero conectada a cierta realidad.  

Los cuadernos de Praga

Por Jorge Senior


El hombre atravesó con lentitud el puente sobre el río Moldava. Miró distraídamente las aguas mansas y luego siguió por la avenida Narodni, apretando su gabán en medio de la neblina vespertina. Ya era primavera, pero aquel año el frío invernal parecía no querer irse. Ese 19 de abril tenía una cita con un argentino en el Café Louvre, a las 6, para jugar una partida de ajedrez.  Llegó puntual, se quitó el sombrero, puso el gabán en el perchero y encendió su pipa.  Buenas tardes, Herr Albert, lo saludó el mesero. El joven de poco más de 30 años y estatura mediana tomó asiento al lado de la ventana, pidió un café cargado y miró a la clientela de la cafetería que departía animadamente, rostros vagamente familiares, pues solía visitar ese lugar en las tardes de invierno, desde que se mudó a Praga en noviembre del año anterior. Sin embargo, desde que vino a Bohemia había dejado su vida bohemia, pues ahora era un servidor público que ejercía como profesor en una universidad estatal.  Y lo más importante: ahora su mente bullía con una idea revolucionaria que no lo abandonaba un segundo.  Jugar ajedrez era la única licencia que se permitía.  Esa tarde esperaba echarse una partida con ese extraño argentino con cara de espía que no encajaba en esta ciudad kafkiana.  “Sospecho que Ernesto se va a demorar un buen tiempo a pesar del buen tiempo” pensó con acento alemán (suponiendo que los pensamientos tengan acento).  Así que se levantó, fue hasta donde estaba colgado su gabán y del bolsillo extrajo un cuaderno de color café.  Volvió a su asiento y empezó a garrapatear sus ideas revolucionarias en el viejo cuaderno arrugado por el uso. 

Ernesto llegó al fin, a las 6, pero con 55 años de retraso.  Hacía ya 11 años que Albert se había ido de este mundo.  El joven de poco más de 30 años y mediana estatura tomó asiento al lado de la ventana, encendió un habano y pidió un café cargado.  El lugar era una especie de club de ajedrez y la clientela parecía concentrada en la guerra de las piezas sobre los escaques.  Ernesto aparentaba más edad de la que tenía, debido a la calvicie, y vestía como un burgués comerciante que no pensaba en argentino sino en uruguayo.  Su piel tostada por el sol revelaba, sin embargo, que venía del trópico. En efecto, un año antes, también 19 de abril pero sin calvicie, había llegado a Dar Es Salaam con un grupo de caribeños en una misión secreta que lo llevaría hasta el Congo, la tierra de Patrice Lumumba.  Ahora, en este nuevo abril, estaba clandestino en Praga y evitaba llamar la atención.  La única licencia que se permitía era jugar ajedrez, por lo que al pasar por la avenida Narodni se vió atraído por este discreto club de ajedrecistas aficionados.  Sin embargo, Ernesto optó por no jugar, sacó de su chaqueta un cuaderno color café que tenía junto al pasaporte (documento a nombre de un tal Ramón, no de Ernesto). Y a continuación se puso a garabatear sus ideas revolucionarias en el viejo cuaderno arrugado por el uso.         


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Estimado lector: si vas al Museo de Franz Kafka, en Praga, después del 3 de junio del año 2024, encontrarás una sala con una urna de cristal en la mitad. Dentro de la urna podrás ver dos cuadernos color café, viejos y arrugados por el uso, cuidadosamente colocados en los dos lados de un tablero de ajedrez.  Dice la ficha que fueron encontrados detrás de un muro en una de las casas donde vivió el escritor.  Nadie sabe como llegaron ahí, ni cuando. Su contenido es un misterio.

De los cuadernos nos hablan cuatro leyendas.

Según la primera los cuadernos están llenos de ideas revolucionarias.

De acuerdo con la segunda se trata de un entrelazamiento ajedrecístico: cada cuaderno es de un jugador, cada hoja tiene una jugada.  En superposición escenifican una partida de ajedrez entre dos jugadores muy diferentes: uno dotado de gran imaginación y el otro ofreciendo un gran despliegue de audacia.  Los cuadernos terminan sin que la partida haya llegado a su final. Tal vez pactaron tablas, nadie lo sabe.

Conforme a la tercera el tiempo lo borró todo.  Dos vacíos llenan los cuadernos.

La cuarta es indescifrable.

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Comentario del autor sobre el relato

Volviendo a la pregunta en la introducción, recordémosla: ¿cuando lees o escuchas hablar de "los cuadernos de Praga" qué se te viene a la cabeza?

Mis amigos de izquierda evocan a Ernesto Guevara De la Serna, clandestino en Praga en 1966, de vuelta del Congo.  Pero los académicos rememoran a Einstein durante el año que pasó en Praga en 1911 trabajando de profesor en la Universidad Alemana, llenando cuadernos con sus ideas en ebullición que llevarían a la teoría general de la relatividad (TGR).  Es curioso que estos dos grandes personajes del siglo XX tan disímiles, pero cada uno revolucionario a su manera, tengan en su producción intelectual unos textos de nombre idéntico.  Borradores de ideas que revolucionarían el mundo.

Para los historiadores, los cuadernos de Praga de ambos son documentos muy valiosos.  En el caso del Ché, al parecer contiene una visión notoriamente crítica sobre las sociedades de Europa Oriental que el revolucionario latinoamericano estaba visitando, sociedades que se suponía estaban construyendo la utopía anhelada.  Se dice que por ello no se han difundido, cosa que no me consta.  En el caso del físico, se trata de apuntes en un momento clave en la germinación de la TGR.    

Entre 1911 y 1966 hay 55 años de diferencia.  Einstein murió en 1955.  Otra coincidencia que se presta al juego literario, números repetidos, 11, 55, 66, el de la mitad es la diferencia entre los otros dos.  El juego literario es el paralelismo, pero con una trasposición temporal que evoca la llamada "paradoja de los gemelos" (ver la entrada en este blog sobre el debate Einstein vs Bergson y el libro de Jimena Canales).  Cuando vivieron en Praga, nuestros personajes eran treintañeros. En 1911 Einstein tenía 32 años, mientras que Guevara en abril de 1966 tenía 37 años.  La fecha 19 de abril sí corresponde a la presencia real de ambos en la ciudad y es un guiño al M19, por supuesto.  En esa fecha Guevara era un recién llegado, pero Einstein ya llevaba varios meses.

Me gusta pensar que tal vez el Ché y Einstein estuvieron en los mismos lugares de la ciudad centroeuropea, los mismos cafés de la ciudad vieja, quizás.  Pero el Café Louvre no fue el caso, pues si bien en 1911 recibía en su segundo piso (que allá es llamado primera planta) a personajes como Einstein o Kafka, en 1966, cuando Checoeslovaquia era una país comunista, ese Café había desaparecido.  No obstante, después de la caída del muro, un inversionista recreó el Café Louvre, un poco cambiado.  Ese es el que actualmente el turista puede visitar.  Dado que el relato se publicaría en El Unicornio, pensé utilizar el Café El Unicornio Dorado, también real, pero había referencias directas que favorecían al Louvre (también hay un edificio en Praga conocido como la Casa del unicornio blanco).

El científico y el guerrillero emigraron de sus patrias originales, adoptaron otras nacionalidades y se convirtieron en íconos internacionales.  Para 1911 Einstein todavía no lucía la icónica melena despelucada que lo caracterizaría más adelante, pero Guevara ya había imbricado su melena insurgente con su aureola heroica.  La más icónica de todas las fotos del Ché, la de Alberto Korda, convertida en millones de afiches, fue tomada en 1960 (Korda en realidad se llamaba Alberto Díaz Gutiérrez).  Por eso resulta llamativa la figura del Ché calvo, disfrazado de "Ramón Benítez", un comerciante uruguayo de 46 años.  Imposible no aprovechar ese dato.

La pipa y el habano, eran reales aficiones de cada uno, pero el ajedrez, que yo sepa, sólo del Ché.  El café cargado no parece ser característico de ninguno de los dos, pero sí de quien esto escribe. 

Praga es, ante todo, la ciudad de Franz Kafka: su hijo más famoso, que vivió en múltiples casas de la vieja urbe.  Praga está muy presente en la obra de Kafka.  En la primera de las dos escenas del relato se menciona la "ciudad kafkiana".  "Kafkiano" se ha convertido en un adjetivo uso profuso, confuso y difuso, cuando no de abuso.  Igual que sucede con "macondiano".  Gajes de la fama literaria.  


El relato de los cuadernos de Praga en dos viñetas tiene una especie de epílogo con un claro homenaje a Kafka, jugando con el cuento sobre Prometeo y las cuatro leyendas.  Lo del hallazgo tras el muro suena más a Poe, pero el asunto era proponer un epílogo absurdo de literatura fantástica.  La segunda leyenda contiene un par de referencias a la física cuántica, específicamente en dos aspectos que para Einstein eran absurdos.  Pocos días antes de publicar el relato se había otorgado el premio Nobel de física 2022 (ver la entrada anterior en este blog), precisamente sobre los desarrollos experimentales relacionados con la paradoja EPR, la desigualdad de Bell y el entrelazamiento cuántico. La superposición es también un concepto de física cuántica.

Hacía rato yo venían rondando la idea de conectar a Einstein y Guevara por medio de los cuadernos de Praga.  Las columnas de Freddy Sánchez Caballero y Olga Gayón el 8 de octubre en El Unicornio, me motivaron a escribir el relato ese mismo día, conmemorativo de la muerte del Ché.  Mi escrito toma algo de la atmósfera de esas dos excelentes. columnas.  


 

Los premios Nobel 2022 y el genio que no ganó

Primera parte

Pasada la semana de los premios Nobel vale la pena echar un vistazo sobre estos reconocimientos que, dígase lo que se diga, siguen siendo los más importantes a nivel mundial.  De ahí la necesidad de esta doble columna en El Unicornio.  Hoy vamos con la primera parte, mañana con la segunda para degustar mejor el festivo. 

Sin contar el “premio Nobel de paz” que es político y lo otorga Noruega, los premios Nobel son cinco: tres en ciencias naturales (teniendo en cuenta que la medicina es una tecnología que se soporta en la biología); uno para la más matemática de las ciencias sociales, la economía; y el quinto para una de las bellas artes, la literatura.  De los de ciencia, Colombia va invicto, con cero premiados desde 1901.

Este año hubo 11 ganadores, nueve hombres y dos mujeres. Seis ganadores, o sea más de la mitad, son estadounidenses, de las principales universidades norteamericanas que no necesariamente pertenecen a la Ivy League.  Dos son de Francia, y tres de sendos países: Dinamarca, Suecia y Austria.  Británicos, alemanes y asiáticos esta vez brillaron por su ausencia, como siempre brilla el tercer mundo con el esplendor del subdesarrollo.  De los 11 ganadores, cinco nacieron en la década de los 40, otros cinco en la década de los 50 (todos varones boomers nacidos entre 1953 y 1955) y sólo una maravillosa jovenzuela que nació en los años 60.  Por otro lado, la Academia Sueca parece estarse adecuando al correccionismo político de estos tiempos, pero a diferencia de los medios amarillistas aquí no nos interesa la vida sexual de los científicos.           

A mis amigos literatos o economistas no los veo muy contentos, más bien lucen indiferentes. Quizás porque, como yo, no conocían a los premiados. Cuarenta años después de otorgárselo a un colombiano, el de Literatura lo ganó una francesa octogenaria, Annie Ernaux.  Menos conocida que algunos de sus rivales, como Salman Rushdie o Michel Houllebeck, la ganadora tiene varias obras traducidas al español, pero debo reconocer que nunca la había oído mencionar.  Ahora es que me entero que ganó el premio de la lengua francesa en 2008 y el premio Formentor 2019, así que no fue propiamente un “palo”.  El de Economía, que no lo da la Academia Sueca de Ciencias sino el Banco Central de ese país, se lo otorgaron a investigadores del sector bancario, precisamente.  Uno de ellos, el republicano Ben Bernanke, fue presidente de la Reserva Federal de EEUU (2006-2014).  Los otros dos son académicos, Douglas Diamond y Philip Dybvig.  Los trabajos que motivaron el reconocimiento son modelos matemáticos que datan de los años ochenta y se centran en el estudio de las crisis financieras.

Mis amigos químicos, en cambio, sí andan contentos por el premio a la química click, que toda la prensa ha comparado con el juego del Lego, pues ciertos módulos moleculares se enlazan como fichas de este juego de construcción.  Sobre todo están encantados con el triunfo de la joven y popular Carolyn Bertozzi, con apenas 56 años recién cumplidos y en cuya estantería ya no parecen caber más premios.  Pero fueron tres los ganadores del premio de Química, como es lo más común en los premios Nobel actuales. Sólo que este trío pertenece a tres generaciones científicas: Barry Sharpless nació a comienzos de los 40, el danés Morten Meldal en los 50 y la mencionada Bertozzi en los 60.  El más viejo, Sharpless, es repitente, pues había obtenido el Nobel de química en 2001 y es el auténtico padre de la química click, es decir, del concepto y de los primeros desarrollos. 

¿Y de qué click estamos hablando?  Se trata de una pauta operativa para hacer síntesis orgánica, que imita la naturaleza y es sumamente práctica, pues tiene un amplio rango de aplicaciones.  Meldal, por su parte, logró en Dinamarca la primera reacción específica utilizando este concepto, abriendo el camino hacia mayores aplicaciones de esta técnica.  Sin embargo, los avances obtenidos por los equipos de Sharpless y Meldal tenían el inconveniente de contener cobre, un metal tóxico para las células, impidiendo su aplicación en el campo biomédico.  Bertozzi y su equipo solucionaron de modo ingenioso ese inconveniente con la química bioortogonal, de manera que ahora se puede usar esta fecunda técnica en seres vivos, ya sea para investigación o para tratamientos clínicos.



En la segunda parte de esta columna especial veremos los premios de mayor impacto filosófico: medicina y física.  El primero cambió nuestra concepción de la naturaleza humana y el segundo transformó nuestro entendimiento de la realidad en su nivel más profundo.  Ah, y sabremos por fin quién fue “el genio que no ganó”.

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Segunda parte

En la primera parte de esta columna especial vimos los premios en literatura y economía, para luego enfocarnos en lo que fue el trabajo que mereció el Nobel de química.

Tales desarrollos de la química bio-orgánica fueron realizados a finales de los noventa y comienzos del presente siglo. Resulta curioso que estos avances tengan mayor impacto en la medicina que los logros de Svante Pääbo, el sueco ganador en solitario del Nobel de Medicina de este año.  Los suecos premiaron al sueco, pero no por rosca, como sospecharía un colombiano, pues se trata nada menos que del famoso padre de la paleogenómica, el estudio en laboratorio del ADN antiguo. Es el líder mundial en este campo. 

Pääbo lideró el proyecto que por primera vez secuenció el genoma de un fósil Neanderthal (2009), lo cual llevó a la resolución de un viejo debate sobre la relación entre Neanderthales y Sapiens, dejando en claro que sí hubo hibridación y que por tanto en los humanos actuales, especialmente en europeos, hay genes neanderthales (alelos, para ser exactos).  Como si fuera poco en 2010 anunció otra secuenciación histórica: una falange hallada en una cueva de Denisova, región de la Siberia rusa, muy cerca de Kazajistán y Mongolia, correspondería a una especie desconocida del género Homo. Y esa especie, ahora llamada los denisovianos, también se hibridó, tanto con Neanderthales como con Sapiens, y en los humanos actuales, especialmente asiáticos, hay alelos denisovianos. 

Todos estos hallazgos tienen una tremenda importancia filosófica, pues cambian radicalmente nuestro concepto de la naturaleza humana, alejándonos de todo tipo de esencialismo.  Su importancia para la medicina apenas se está explorando.  En todo caso, quienes trabajamos en filosofía y Gran Historia (Big History), estamos de plácemes con el reconocimiento a una de las personas que más ha contribuído a desentrañar la genealogía humana.  Pääbo, que es hijo de otro Nobel de Medicina, es tan merecedor del premio que hasta ha podido ganarlo antes por su trabajo sobre la evolución molecular del gen FoxP2, el llamado “gen del lenguaje”.  Nota bibliográfica: Pääbo publicó en 2014 el libro El hombre de Neanderthal, traducido en 2015 al español (Alianza Editorial).


Y ahora viene lo mejor. En 2022 hubo otro premio Nobel dotado de una importancia filosófica aún mayor, si cabe. El de Física, otorgado a un trío que al igual que Ernaux y Sharpless, nacieron en los años cuarenta: el francés Alain Aspect, el austríaco Anton Zeilinger y el gringo John Clauser, de los Clauser de Pasadena.

Todo empezó con el debate filosófico más importante del siglo XX, el cual no fue protagonizado por filósofos, sino por científicos: Albert Einstein y Niels Bohr. Un rifirrafe de alturas inusitadas que inició en el Congreso de Solvay de 1927 con la crítica de Einstein a la mecánica cuántica que él mismo contribuyó a crear, a la cual acusaba de “incompleta”.  El primer round lo ganó Bohr y el segundo en 1930 también.  Einstein ripostó en 1935 con uno de sus artículos más famosos, escrito en inglés en conjunto con Boris Podolsky y Nathan Rosen, por lo que se le conoce con la sigla de sus apellidos EPR y su contenido pasó a la historia como la “paradoja EPR”.  Lo que estaba en juego era nada menos que la naturaleza de la realidad.  Para Einstein y sus compañeros era imposible la interacción instantánea a distancia como pareciera suceder en los entrelazamientos cuánticos entre dos partículas.  Spooky action” la llamaba el genial judío.  En el lenguaje de la física actual se le denomina “no localidad” (que sólo ocurre en ciertos fenómenos cuánticos).

Dicho burdamente, con perdón de los filósofos, Einstein defendía el realismo objetivo y determinista en el marco de un programa de búsqueda de “variables ocultas”, mientras que Bohr se alejaba de esa visión filosófica promulgando un metafísico “principio de complementariedad” y lo que finalmente se conocería como “la interpretación de Copenhague”, que tiene diversas versiones, unas más subjetivistas que otras.  El joven John von Neumann aparentemente había “demostrado” en 1932 que no podía haber tales variables ocultas.

Los físicos siguieron en lo suyo, desarrollando nuevas teorías cuánticas y descubrimientos experimentales, despreocupados de los fundamentos epistemológicos y ontológicos de lo que hacían (a excepción de David Bohm), hasta que en 1964 un pelirrojo norirlandés, John Stewart Bell, ingeniero cuántico (como le gustaba etiquetearse), logró lo que Gary Zukav describió como “el trabajo más importante en la historia de la física”….  ¡Nada menos!

En ese año Bell publicó en una revista casi desconocida un artículo titulado “Sobre la paradoja EPR”, el cual permaneció desapercibido durante años.  Allí Bell cuantificó matemáticamente las implicaciones teóricas de la paradoja EPR (la denominada “desigualdad de Bell”) y sentó así las bases para un eventual diseño experimental.  Si el experimento violaba la desigualdad de Bell, que es lo que predecía la mecánica cuántica, Einstein estaría equivocado.  Fue precisamente ese diseño el que lograron materializar John Clauser y otros científicos, en los años setenta.  Finalmente fue Alain Aspect quien en 1982 -en Francia- coronó el experimento definitivo que derrota la tesis de Einstein, al menos en el sentido de darle base empírica rigurosamente controlada a las interacciones no locales (“spooky actions”). 

La verdad es que el debate sobre la naturaleza de la realidad ha dado un giro, pero no se ha cerrado, como suele pasar en filosofía.  Mientras tanto, las aplicaciones tecnológicas del entrelazamiento cuántico se hacen cada día más importantes.  Es el caso de la computación cuántica y la invulnerable criptografía cuántica.  En ese contexto entra la teleportación cuántica que ha trabajado Zeilinger con asombrosos experimentos de orilla a orilla del Danubio (1997) o entre La Palma y Tenerife (2012).  Un sistema entrelazado sigue comportándose como una unidad independientemente de la distancia que luego separe a sus componentes.


Todo esto se lo debemos a John Stewart Bell.  ¿Por qué Bell no ganó el Nobel?  Lamentablemente murió de una hemorragia cerebral a los 62 años, poco después de darle una entrevista a Jeremy Bernstein, publicada en el libro Perfiles cuánticos (McGraw-Hill, 1991).  



Bell no ganó el premio, pero hoy hay un premio que lleva su nombre, para trabajos sobre fundamentos de la física cuántica.

Brindemos por el pelirrojo genial, el ingeniero cuántico de Belfast que no ganó el Nobel.  Que sea con cerveza irlandesa, Guinness.  O si no con Carlsberg, la cerveza danesa de Niels Bohr y Morten Meldal.


Publicado en El Unicornio

Octubre 16 de 2022