Albert Einstein y la dosis sana de dogmatismo
Por Jorge Senior
Popper solía poner de ejemplo de
actitud no dogmática a Einstein, especialmente con relación a la Relatividad
General y la predicción diferencial con respecto a la mecánica celeste de
Newton sobre el comportamiento de la luz al pasar cerca del Sol, puesta a
prueba en el eclipse solar del 29 de mayo de 1919. Este caso trata de la curvatura local del
espacio-tiempo.
Sin embargo, la teoría especial
de la relatividad fue refutada por experimentos poco después de formulada en dos
fulgurantes artículos de 1905 en la revista alemana Anales de Física (Annalen der Physik). Como veremos, en este episodio se refuta esa
imagen ejemplarizante y aleccionadora del gran científico judío en la retórica
popperiana.
La falsación de la teoría especial
de la relatividad que se estudiará en este breve artículo fue realizada por el
físico experimental Walter Kaufmann.
Este físico judío alemán tiene el mérito de haber sabido apreciar la
diferencia clave entre la “teoría del electrón” de Einstein y la de Lorentz,
que al principio muchos no captaron debido a que hacían predicciones idénticas.
Einstein utilizó las
tranformaciones de Lorentz, pero su aporte fue mucho más revolucionario: crear
una nueva cinemática, nada menos. Toda
la primera parte del artículo seminal Sobre
la electrodinámica de los cuerpos en movimiento está enfocado en la
cinemática. Allí Einstein aniquila el
concepto absoluto de simultaneidad y sustenta la relatividad de longitudes y
tiempos con respecto a los sistemas de referencia (que el autor llama sistemas
de coordenadas, un detalle semántico que se corregirá después), prescindiendo
por completo del éter. También encuentra
que la velocidad de la luz es una velocidad límite*, algo que ya Thomson (1881,
1893), George Searle (1897) y Hendrik Lorentz (1899, 1900) habían predicho y
calculado. Luego, en la segunda parte,
Einstein pasa a analizar la electrodinámica con ese nuevo marco cinemático de modo
tal que el electromagnetismo, en sus diversas manifestaciones, y su marco
teórico elaborado por Maxwell, queden incluídos en el principio de relatividad
de Galileo. Es decir, logra ampliar este
principio más allá de la mecánica, gracias a abandonar el espacio absoluto de
Newton y el tiempo absoluto de Galileo y Newton.
En esa segunda parte del artículo
Einstein aborda varias aplicaciones de la teoría a modelos específicos
electrodinámicos. En el punto 10 trata
la dinámica del electrón, una partícula descubierta apenas diez años antes por
J.J. Thomson. Dice García Márquez en su
obra maestra Cien años de soledad que
en Macondo “el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre”. Así sucedía en la nueva física que estaba
surgiendo en los inicios del siglo XX, por lo cual Einstein empieza ese acápite
con la frase: “Sea una partícula electricamente cargada con carga e (en adelante llamada un «electrón»)”. En otro artículo de 1906 sugiere, como era su
estilo, un experimento con rayos catódicos que podría poner a prueba sus
ecuaciones de movimiento del electrón.
Pero los experimentos que se
venían haciendo por parte de Kaufmann desde comienzos de siglo no eran con
rayos catódicos (electrones rápidos) sino con rayos Beta (electrones aún más rápidos)
analizando la desviación producida por campos eléctricos y magnéticos. Su más significativo logro fue haber ofrecido
en esos años la primera prueba de la dependencia de la masa con respecto a la
velocidad en el caso de los electrones (se refiere a “masa electromagnética”,
después llamada “masa relativista” (Gilbert Lewis y Richard Tolman en 1909), un
término que Einstein nunca avaló y que hoy ya no se utiliza salvo para efectos
pedagógicos o de divulgación). En 1905
Kaufmann informó que sus resultados experimentales y las predicciones de
Einstein-Lorentz eran inconsistentes, llevando a una intensa discusión en la
comunidad de físicos y sucesivos experimentos a lo largo de varios años en
diversos laboratorios hasta que en 1916 por fin se zanjó el debate gracias a
los trabajos de Guye y Lavanchy (otros dirán que no, que sólo se zanjó en 1940
con los experimentos de Marguerite Rogers, A.W. McReynolds y F.T. Rogers, Jr. publicados
en Physical Review de EEUU, pero ya
desde 1917 la fórmula de Einstein-Lorentz se había probado por otra vía en el
trabajo sobre estructura fina de las líneas de hidrógeno por Karl Glitscher con
fundamento en las elaboraciones de Arnold Sommerfeld).
¿Cuál fue la actitud de Einstein ante los resultados experimentales
incompatibles con su teoría?
A diferencia de Lorentz que expresó
su famosa frase derrotista “au bout du mon Latin”, Einstein ripostó con escepticismo
y dudas sobre tales datos. A esto ayudó
que Planck revisó minuciosamente los experimentos de Kaufmann y sentenció que
no eran lo suficientemente precisos para considerarlos refutación de las predicciones
de Einstein-Lorentz. Algo parecido
informó Röntgen. En 1907 Einstein,
analizando los datos de Kaufmann, escribió: “El que las desviaciones sistemáticas
estén basadas o no en una fuente de error todavía no considerada, o en una
falta de correspondencia entre los fundamentos de la teoría de la relatividad y
los hechos, sólo puede decidirse con seguridad cuando dispongamos de datos
experimentales más numerosos” (Collected
papers, vol. 2, doc. 47, pp. 434-484).
La crítica a los datos
experimentales no fue el único sustento de la actitud mesuradamente dogmática de
Einstein. También tenía razones
teóricas. Por ejemplo, las teorías
alternativas de Abraham y Bucherer** (también Langevin) con ecuaciones de
movimiento del electrón basadas en hipótesis dinámicas -que Einstein
consideraba arbitrarias- le resultaban difíciles de aceptar. En el mismo artículo de 1907 argüía: “En mi
opinión, no obstante, hay que conceder una probabilidad más bien pequeña a
dichas teorías, puesto que sus hipótesis fundamentales sobre la masa de un
electrón en movimiento no están apoyadas por sistemas teóricos que engloben
complejos de fenómenos más amplios”.
Esta crítica al fundamento
teórico de las hipótesis en competencia muestra el aspecto epistemológico racionalista
que Einstein siempre mantuvo, su confianza en la potencia de la teorización, complementario
al empirismo propio de la ciencia experimental.
La epistemología de Einstein era racioempirista. En su concepción, la “teoría del electrón” (en
concreto sus ecuaciones de movimiento) era sólo un teorema o aplicación teórica
deducida desde un marco teórico mucho más amplio, la nueva cinemática que había
propuesto y sus aplicaciones generales a la electrodinámica y que en 1907 ya
Einstein y otros llamaban “la teoría de la relatividad”. Sin duda, Einstein concebía su teoría de la
relatividad de 1905 como un sistema axiomático, cuyos axiomas eran: (1) el
principio de relatividad (que modificaba el de Galileo con las transformaciones
de Lorentz) y (2) la constancia de la velocidad de la luz* (como ley natural
establecida en la teoría electromagnética de Maxwell). En el artículo seminal, sin embargo, no usa
el término “axiomas”, sino “postulados”, para referirse a los que también
denomina “principios” (principios cinemáticos fundamentales). A la “teoría del electrón”, un estructuralista
actual la denominaría Modelo Potencial Parcial (MPP) de la Teoría Especial de
la Relatividad (TER).
Esta pequeña viñeta de la
historia de la física que hemos resumido aquí nos muestra un Einstein diferente
al héroe falsacionista popperiano.
Admitamos que el propio Popper tuvo que morigerar su falsacionismo y
terminó acuñando esta hermosa expresión: “dosis sana de dogmatismo”, asumida
como una cualidad necesaria. En el
episodio narrado no cabe duda que Einstein hizo gala de tal dosis, utilizando para
ello la crítica de los datos y la crítica del marco teórico alternativo, como
recursos argumentativos. Esta actitud
hasta cierto punto dogmática es imprescindible en la ciencia porque el proceso
de contrastación empírica no es instantáneo, sino que se prolonga en el
tiempo. ¿Meses? ¿Años? ¿Décadas? No hay una regla, simplemente hasta que la
comunidad científica agote el asunto. Esto
significa que la evaluación de los
modelos de cambio científico es dependiente de la escala de tiempo. En el tema mencionado del electrón pasaron 11
años, pero por ejemplo en la predicción de las ondas gravitacionales pasó casi
un siglo. Y no se debe olvidar que
incluso si el asunto se zanjara negativamente para una teoría, la dosis sana de
dogmatismo tiene alternativas como recortar el dominio de aplicación, alterar
el “cinturón protector” o proponer hipótesis ad hoc. Como si fuera poco,
las teorías refutadas pueden seguir siendo utilizadas en la práctica si hay
ventajas en ello. Y no sólo en la
práctica, también en la teoría pueden ser sacadas de la gaveta histórica para
ensayar una versión modificada. Es lo
que sucede con la física newtoniana, ampliamente usada en ingeniería pero
también desempolvada para ensayar enfoques newtonianos modificados en estudios
cosmológicos sobre la gravedad (hipótesis MOND alternativa a la materia oscura).
*Nota: la “velocidad de la luz en
el vacío” es una constante fundamental de la naturaleza, pero no por tratarse
de la luz o porque el electromagnetismo tenga un protagonismo especial. Las ondas gravitacionales, por ejemplo,
también se propagan a esa misma velocidad.
En física relativista esta constante fundamental es una velocidad límite
que corresponde a cualquier objeto sin masa en reposo (masa invariante). La luz tiene esa velocidad por el hecho
circunstancial, experimental pero no exigido por la teoría, de ser el fotón una
partícula sin masa en reposo.
**Hay que reconocerle a Bucherer
a que en 1908 hizo experimentos en los cuales concluyó que su propia teoría
estaba equivocada y las equivalentes de Lorentz-Einstein eran consistentes con
los resultados.
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