El pasado 6 de noviembre de 2022, publiqué en El Unicornio mi columna habitual, en conmemoración del aniversario 37 de la toma del Palacio de Justicia por el M-19. En esta entrada la re-publico con la posibilidad de extenderla y comentarla.
El tema central es la concepción de los ejecutores de la acción, la lógica interna de los protagonistas.
Para muchos la acción fue una locura. Para otros tantos fue una monstruosidad. Pero los guerrilleros de la compañía Iván Marino Ospina*, no estaban locos ni eran monstruos. Era gente común y corriente, como usted o como yo, amable lector (lo sé porque conocí a varios de ellos, por ejemplo a Ariel Sánchez, "el mazo", dirigente estudiantil de Univalle, y Enrique Giraldo, lúcido dirigente sindical del Valle del Cauca). ¿Cómo llegaron a esa situación? El asunto amerita una explicación.
También amerita una explicación la escogencia del blanco. La lógica normal en un conflicto violento es que un bando ataque al bando enemigo, no a los aliados o a los amigos. Si el M-19 sentía afinidad, respeto y admiración por la Corte Suprema de Justicia, ¿cómo se explica la toma de esa institución? ¿No era más lógico tomarse el desprestigiado Congreso de la República como hicieron los sandinistas?
En la brevedad de la columna despliego una respuesta al primero de los dos puntos anteriores con base en los antecedentes del Frente Occidental del M-19. Antecedentes que están bastante documentados. Y para el segundo punto arriesgo una hipótesis inédita sobre el verdadero ideador y autor intelectual de la acción (que también fue autor material como segundo al mando, por debajo de Lucho Otero del Comando Superior pero por encima de Andrés Almarales que fue fundador del M-19 y tenía mayor trayectoria). Pues bien, después de publicada la columna tuve una conversación con un testigo de cómo el ideador de la acción convenció a Álvaro Fayad, comandante de la organización, de tomarse el Palacio de Justicia para interponer una demanda armada y hacerle un juicio por traición al presidente Belisario Betancur. Es decir, confirmé la hipótesis que hasta ese momento era para mí apenas una especulación basada en la impronta de la idea.
Por cierto, el nombre de la compañía homenajea al Comandante del M-19, muerto en combate atrincherado en una casa en la circunvalar de Cali. Iván Marino fue siempre el segundo de Jaime Bateman Cayón y fue un buen segundo. Pero a la muerte de Bateman el 28 de abril de 1983, a Iván Marino le tocó asumir la comandancia y la responsabilidad le quedó grande. En la IX Conferencia realizada en febrero de 1985 en Los Robles, Cauca, fue sancionado con degradación del primero al quinto puesto. Es decir, quedó en el Estado Mayor pero con el menor rango de sus cinco integrantes. Esta degradación pacífica y democrática de un comandante es un caso único en la historia de las guerrillas. Es irónico que la acción que lo homenajea lleve la concepción del Frente Occidental que fue un factor para su sanción de pérdida de rango. En la columna, más abajo, se puede leer un mínimo vistazo a la contradicción entre "históricos" y "académicos" en el seno del Eme. Iván Marino fue un "histórico" y la acción corresponde a la concepción de los "académicos".
Una ironía de mayor calado es que hoy el presidente de Colombia sea un miembro del M-19 en la época de la toma, que estuvo también presente en la IX Conferencia, y que el alcalde de Cali sea el hijo del comandante degradado que fue cercado y aniquilado en la circunvalar de esa ciudad. Un giro asombroso de la historia.
Hipótesis inédita sobre la toma del Palacio
de Justicia
Por Jorge Senior
Tengo una hipótesis especulativa
para resolver un misterio de la toma del Palacio de Justicia, sucedida en aquel
noviembre trágico de hace 37 años.
No voy a referirme a la suerte de
los desaparecidos, que sería la principal pregunta que todavía hoy exige
respuesta. Tampoco al eterno interrogante sobre si se trató de una emboscada o
no, es decir, si las fuerzas militares sabían del operativo y propiciaron su
realización al retirar la seguridad del Palacio. Aclaro de plano que no voy a
referime a la verdad de los hechos en torno a la toma y la retoma.
El misterio que quiero abordar es
el siguiente: ¿por qué el M-19 no se
tomó el edificio del Congreso de la República en vez del Palacio de Justicia?
Esa pregunta se la ha hecho todo
el mundo en voz baja. Para cualquier
observador de la lógica de pensamiento y acción de las insurgencias en América
Latina, tal interrogante es lo primero que se le viene a la cabeza. Si se trataba de tomar rehenes de alta
relevancia para generar un hecho político y negociación, como en múltiples
ocasiones habían ejecutado los diversos grupos insurgentes del continente y el
propio M-19, lo lógico era atacar una institución desprestigiada y con alto
grado de responsabilidad en la situación del país, como era el parlamento
colombiano que aglutina a la cúpula de la clase politiquera, epicentro de la
corrupción.
Exactamente eso fue lo que hizo
el Frente Sandinista de Liberación Nacional el 22 de agosto de 1978 en Managua
en un operativo que llevaba el nombre de su líder fundador, Carlos Fonseca
Amador. El Congreso nicaragüense estaba
tan desprestigiado que la acción pasó a la historia como la “operación
chanchera” o “el asalto a la casa de los chanchos”, como la llamó García
Márquez en una crónica
pocos días después del suceso. Esta
acción político-militar fue una extraordinaria victoria sandinista que preparó
el camino hacia la ofensiva final. Menos
de un año después el FSLN se tomaba el poder.
En contraste, la toma del Palacio
de Justicia en Colombia parecía no tener lógica. La Corte Suprema de Justicia era una
prestigiosa reserva democrática de la nación, defensora de los derechos
humanos. Como tal investigaba a integrantes de la cúpula militar por violación
de esos derechos fundamentales a la vida y la integridad, perpetrados a punta
de torturas y desapariciones desatadas por el régimen al amparo del Estado de
Sitio. La Corte era, pues, un aliado
natural del movimiento popular y democrático.
Decir que era un aliado del M-19 sería un exabrupto, pero había sintonía
en torno a los valores democráticos, en oposición al autoritarismo militarista.
En los comunicados del M-19
durante ese noviembre histórico la Corte es denominada “reserva moral de la
nación”, “hombres de honor y leyes” y siempre es tratada respetuosamente con el
adjetivo “honorable” antecediendo su nombre.
Más aún, toda la concepción del operativo parte de una alta valoración
de ese máximo tribunal como la instancia idónea para el hecho político que se
pretendía generar y los magistrados jamás son concebidos como objetivo militar. Digámoslo de manera clara y contundente: para el M-19 los magistrados no eran
rehenes.
La idea era presentar ante la Corte una demanda (armada) para
enjuiciar al presidente Belisario Betancur por traición a los acuerdos de
tregua y diálogo nacional firmados en 1984 y tomarse militarmente el edificio
para defender al alto tribunal y
darle protección en su tarea. ¿Cómo se
entiende esa visión que choca de frente contra el más elemental sentido común?
Para explicar esa misteriosa
lógica oculta es que sugiero mi hipótesis.
Que el M-19 se convenciera a sí
mismo de una idea que parece absurda para cualquier persona común denota un
imaginario especial (algunos dirían “delirante”) que se había venido
configurando en esa organización desde 1983.
Señalo el año 83 porque justo
antes de morir, Bateman organiza un nuevo curso de entrenamiento militar en
Cuba. Esta vez no se cometen los errores
de 1981, que Darío Villamizar narra muy bien en su reciente libro Crónica de una guerrilla perdida. Carlos
Pizarro fue el líder de esa tropa que al regresar a Colombia constituirá el
Frente Occidental en las montañas del Cauca y que en 1984 desplegará una nueva
dinámica que marca diferencias con el Frente Sur encabezado por Gustavo Arias,
alias Boris. En ese momento hay una
disputa de concepciones entre los “académicos” del Frente Occidental y los
“históricos” del Frente Sur.
En el primer semestre de 1984 el
M-19 lanza una ofensiva militar sustentando una propuesta política de tregua y
diálogo nacional. Cuando ya está a punto
de firmarse el acuerdo con el gobierno, Pizarro, desobedeciendo a su comandante
Álvaro Fayad (según se dice), se toma Yumbo, en las propias goteras de
Cali. Casualmente, el día anterior
habían asesinado a Carlos Toledo Plata, médico amnistiado y dirigente histórico
de la Anapo y del Eme. La coincidencia
permite que la acción de Yumbo aparezca como una respuesta justificada por
parte del M-19 y no se malogra la firma.
La tregua y el diálogo se van
desarrollando con gran acogida popular y notorio impacto político a pesar del
saboteo de los militares, que terminan cercando al Frente Occidental del M-19
en una zona de la cordillera central llamada Yarumales. A final de año se produce una batalla propia
de la guerra de posiciones, inédita en la historia guerrillera. Los “académicos” habían introducido nuevas
técnicas de ingeniería militar en la guerra colombiana que lograrían
desconcertar al ejército y luego de tres semanas el M-19 se anota una victoria
inesperada que hiere el orgullo militar.
Un mes después, febrero del 85, en medio de una euforia triunfalista se
desarrolla la IX Conferencia del M-19 y un Congreso popular que pasará a la
historia como el Congreso de Los Robles (apenas a 4 kilómetros de Yarumales).
Cuando la tregua se rompe por el
atentado a Navarro Wolff, el M-19 lanzará en el segundo semestre de 1985 una
ofensiva militar que llevará hasta el centro de Bogotá: a la toma del Palacio
de Justicia. Los “académicos” no sólo
habían incorporado técnicas rurales, también trajeron técnicas de guerra
urbana, por ejemplo el concepto “defensa
de edificio”.
Esa concepción es la que explica
por qué la táctica tradicional de rehenes no está en la lógica de la
acción. En el imaginario de la compañía
Iván Marino Ospina que ejecuta el operativo seguramente estaba reproducir la
victoria de Yarumales en plena Plaza de Bolívar. Es posible que al analizar los blancos
posibles, la arquitectura del Palacio de Justicia se ajustara más al concepto
militar de defensa de edificio que el Capitolio Nacional donde sesiona el
Congreso.
Pero dije que había un detalle
adicional. ¿A quién se le ocurre ante el
contexto que hemos esbozado arriba que el gran hecho político consista en poner una demanda? Semejante idea sólo
se le puede ocurrir a un abogado. De cabo a rabo toda la concepción política
del operativo está signada por la mentalidad y el lenguaje de la abogacía. Había dos abogados en el estado mayor al
mando de la operación: Andrés Almarales y Alfonso Jacquin. Pero sólo Jacquin había estado en el
entrenamiento de los “académicos”, en la toma de Yumbo, en la batalla de
Yarumales.
Alfonso Jacquin, samario como
Bateman, llamado el “Pompo” por sus amigos, fue el mejor orador que tuvo el
M-19. Su labia era tal, que era capaz de
convencer a cualquiera de cualquier cosa, incluso a sí mismo. Años antes, en sus tiempos de troskista,
había escrito una crítica profunda a las acciones violentas ejecutadas por un
grupo de personas, en contraste con la lucha de masas.
En su eufórico discurso de
clausura del Congreso de Los Robles, con las luces de Cali en el fondo oscuro,
el nuevo Jacquin guerrero sueña, delira, eleva la palabra a la altura de la
poesía con una pasión que se desborda por la montaña. La misma pasión que Bateman invoca en aquella
inolvidable entrevista de Alfredo Molano que luego fue convertida en melodia
por Afranio Parra. Esa pasión tuvo que
ser el crisol de la insólita idea de la demanda armada para enjuiciar a un
presidente traidor.
Puedo imaginar al Pompo
convenciendo a todos que tomarse el Congreso era una simple imitación de los
nicas, que había que innovar como le gustaba al M-19 y que en Colombia las
grandes alamedas se abririan desde el corazón de la Justicia, encarnada en la
Honorable Corte Suprema de Justicia protegida por la democracia en armas. Finalmente, los tanques convirtieron el sueño
en pesadilla. En medio de los tiros dos
abogados llamados Alfonso hablan con una emisora (oir aquí). Reyes Echandía
clama el cese al fuego. Jacquin le pide
el teléfono y al describir en pocos segundos la situación de irrespeto absoluto
a la Corte por el poder civil y militar menciona dos veces la palabra
“increíble”. No lo podía creer.
Coletilla: la perspectiva de Gustavo
Petro sobre la toma y retoma del Palacio de Justicia está plasmada en un libro
titulado Prohibido olvidar (Casa Editorial Pisando Callos, 2006) escrito en
conjunto con Maureén Maya. Petro
coincide más con el Jacquin troskista que con el guerrero.
Publicado en El Unicornio, noviembre 6 de 2022