viernes, junio 25, 2021

Reseña crítica de El país de las emociones tristes de Mauricio García Villegas


 Reseña crítica de El país de las emociones tristes de Mauricio García Villegas

Subtítulo: Una explicación de los pesares de Colombia, desde las emociones, las furias y los odios.

Primera parte: La ética de la vida

Segunda parte: Las emociones tristes

Tercera parte: La representación del mal

 

Este libro de 326 páginas fue publicado en diciembre de 2020 por Editorial Planeta (Ariel) y ya va por la segunda edición (2021).  Su autor es el abogado y politólogo paisa Mauricio García Villegas (1959).  Lo de paisa es un dato relevante pues el libro tiene mucho de autobiográfico y la cultura montañera lo impregna, a pesar de que el autor es también un cosmopolita que ha vivido en decenas de países.  El texto es un ensayo diletante que recoge un esfuerzo fundamentalmente bibliográfico para tratar de entender a Colombia como sociedad atravesada por la conflictividad, a partir del “arreglo emocional” de la nación, producto de su herencia española y dos siglos de historia republicana. 

El propio autor reconoce el carácter diletante del trabajo que involucra conocimientos de disciplinas distintas al derecho, “las ciencias políticas” y la sociología jurídica, que son su experticia.  En la primera parte, sobre todo, se adentra en terrenos diversos como la biología evolutiva, la psicología evolucionista (que García erróneamente llama “evolutiva”), la sociobiología, la neurociencia, las ciencias cognitivas, la psicología experimental, que tienen su médula en el concepto de “naturaleza humana”.  Esa es la que podríamos llamar la base científica.  Por otro lado, también incursiona en la historiografía, la filosofía clásica, la filosofía política, la literatura y las humanidades.

García también cuenta como llegó al género literario del ensayo, liberándose hasta cierto punto de las ataduras y la rigidez del estilo académico.  Es una elección adrede.  En el texto no aparecen estadísticas ni datos que sustenten la argumentación, sino básicamente se soporta con fuentes secundarias condimentadas con citas y evocaciones literarias que refrescan el texto, sin caer en un exceso de erudición (su bibliografía es bastante conocida, nada rebuscado o especializado ni papers).  Y como ya dijimos utiliza experiencias vivenciales autobiográficas y algunas reflexiones propias de su evolución intelectual.

De las tres grandes subdeterminaciones que tiene la historia social humana (ver otras entradas del blog), García descuida la ambiental, geológica y biogeográfica, para enfocarse en la biogenética y la sociocultural.  Trabaja la base biológica de la especie humana en la primera parte para enfatizar el transfondo (background) genético y evolutivo del animal humano, lo que le permite resaltar la primacía de las emociones y la relativa subordinación de la racionalidad: ese sería como el marco teórico.  Sin embargo, no hay determinismo genético alguno, pues reconoce que la cultura y la historia de los pueblos modula su naturaleza biológica que es común a toda la especie (no hay análisis alguno de razas, etnias, linajes, clusters genéticos o algún tipo de grupo humano definido desde la biología). 

Así que la genética es causa última, pero la causa inmediata y específica es netamente sociocultural e histórica. Por eso en la segunda parte, hace un estudio interpretativo un tanto esquemático de la historia de España y de Colombia, pasando por la conquista y la colonia (un amigo español que leyó un pedazo del capítulo sobre España lo consideró ligero y lleno de clisés, y el propio autor reconoce que se interesó tarde en la historia de España y su cultura).  Sin embargo, al comienzo de esta segunda parte y antes de hablar del proyecto de nación colombiana y de la madre patria, García introduce de contrabando (digo yo) otros dos elementos al marco teórico que le dan el título al libro: las emociones tristes y la identidad de país o carácter nacional. 

La categorización de las emociones proviene del filósofo Spinoza que en su Ética, según la interpretación de García, traza una separación entre emociones tristes (odio, miedo, ira, envidia, resentimiento, indignación, venganza, etc) y emociones amables o plácidas (júbilo, gozo, alegría, entusiasmo, alborozo, benevolencia, simpatía, compasión, respeto, civilidad, etc).  El autor simpatiza con el enfoque de Spinoza y trata de convencernos de hacer lo mismo, intentando conectar al filósofo del siglo XVII con la neuropsicología actual, pero ese puente es muy débil.  De hecho, García trabaja muy poco en el conocimiento actual de la psicología de las emociones (salvo en su impacto sobre la cognición) y no lo digo porque ni siquiera mencione a Daniel Goleman y la inteligencia emocional, sino porque en general no profundiza en el asunto y se queda con la división maniquea y especulativa de Spinoza, algo que el lector no tiene razones para aceptar.  

Más arriesgado aún es el otro elemento: el de la identidad nacional.  En el siglo XXI están en pleno furor los movimientos identitarios que esparcen sus ondas sísmicas desde su epicentro en Estados Unidos.  Pero este libro ni siquiera toca esos temas, salvo algunas mínimas alusiones “políticamente correctas” a la subordinación de la mujer.  En cambio, al hablar de identidades colectivas resucita un viejo concepto ampliamente trabajado en los siglos XVIII, XIX y hasta la segunda guerra mundial: el del “carácter nacional”.  No es sólo que el concepto esté desueto o haya pasado de moda, es que la movilidad de los seres humanos y la globalización han desdibujado y revuelto los que antes eran fronteras culturales más o menos claras.  El autor admite que la base empírica es débil.  Pasar de la personalidad de un individuo a la de una nación es un salto mortal, carece de fundamento más allá de una somera analogía.  En ese sentido, los trabajos de neuropsicología individual o de grupos pequeños invocados en la primera parte, no son aplicables a colectivos inmensos como una nación.  La tesis de García es que así como los seres humanos tienen distintas personalidades, de tal modo que en un individuo priman unos arreglos emocionales (por combinación de genética y ambiente) y en otros individuos priman otros, así sucede con los países.  En conclusión, la explicación diferencial a las peculiaridades de Colombia, en especial a su violenta conflictividad, recae en la matriz o “arreglo emocional” que nos dejó España y la historia republicana, con la religión ocupando un lugar central.    

Esa tesis no es nueva.  Lo novedoso sería el intento de conectarla con avances de lo que Pinker (La tabla rasa, 2003) llama “ciencias de la naturaleza humana”.  Estoy plenamente de acuerdo con lo que he llamado “biologización de las ciencias sociales” (ver otras entradas del blog) y creo que el intento de García Villegas va en esa dirección, lo cual aplaudo, pero le falta mucho.  El autor insiste una y otra vez en la complejidad de los fenómenos psicológicos y sociales, pero su análisis de las emociones es muy simple, se encuentra demasiado lejos aún del nivel de complejidad de la realidad, colombiana o universal.

En la tercera parte, que bien podría titularse “elogio de la temperancia”, el autor se centra en la ética, aunque ésta ha estado presente en todo el libro. En filosofía moral hay diversas corrientes, desde Spinoza y Hume, que han manejado un enfoque basado en los sentimientos y las emociones.  García va en esa línea y redondea su faena desembocando su argumentación en nuestra concepción colombiana del bien y del mal, y en dos maneras de ser, la moderada y la radical.  Aquí toca un tema que he trabajado en el análisis del movimiento guerrillero colombiano: la construcción del “enemigo”.  Uno puede coincidir con la idea de fondo.  Sin embargo, el autor en su elogio de la temperancia merodea una tibieza de la cual él mismo es tan consciente que debe hacer una serie de aclaraciones y matizaciones para no quedar como un pusilánime sin carácter. En su alegato revuelve radicalidad, dogmatismo y emociones exaltadas, que son tres cosas diferentes. En realidad las polarizaciones que menciona son la de los extremos armados y en otro nivel la de Uribe y Santos o la de los debates acalorados en las redes.   

En resumen, el argumento central del libro es el siguiente:

·         En el animal humano las emociones y sentimientos tienen predominancia sobre la razón (base científica).

·         El esquema bipolar spinoziano de emociones tristes y emociones plácidas es válido para configurar los “arreglos emocionales” que caracterizan las personalidades de los individuos y de instituciones culturales como la religión (en particular la católica)

·         Análogo a las personas, las naciones también tienen “arreglos emocionales” y en el caso colombiano predominan las emociones tristes como legado histórico español católico.

·         La educación sentimental es la salida a nuestros ciclos de violencia para cambiar el “arreglo emocional” del país.

El autor aclara que ese no es el único aspecto, ni mucho menos. Él reconoce los problemas estructurales objetivos.  Lo que quiere indicar que esos problemas estructurales objetivos se podrían resolver mejor o de manera más pacífica, fructífera y eficaz si los abordamos desde un “arreglo emocional” más balanceado hacia las emociones plácidas que a las tristes.

El libro tiene un componente anticatólico y antirreligioso interesante.  Eso en Colombia es de destacar. 

Otros comentarios

-          Mauricio García Villegas cita pocos autores colombianos, algo curioso para un libro que intenta entender a Colombia.  Del Caribe colombiano sólo cita uno, aparte de Gabo que sí aparece varias veces.  A Orlando Fals Borda no lo menciona, a pesar de que el concepto de Ethos de Fals se relaciona mucho con lo que García desarrolla aquí.  Más aún, Fals diferenciaba ethos regionales.  Y efectivamente, el problema de la violencia fue diferente en el Caribe colombiano al interior del país y la hipótesis de Fals hacía referencia del “ethos costeño”.  La cultura montañera paisa que García conoció de niño y en la que se crió, no es la del país en su conjunto.  En cierto sentido, este libro merece la misma crítica de libros como Historia Mínima de Colombia de Jorge Orlando Melo y Los años sesenta de Álvaro Tirado Mejía, también intelectuales paisas (ver sendas reseñas en otras entradas del blog).  Me refiero al regionalismo que los lleva a confundir su región con el país entero.  Si nos atenemos a la tesis de García podríamos proponer la siguiente modificación: el arreglo emocional del Caribe colombiano es diferente al arreglo emocional andino, sea bogotano o paisa.

-          Otro punto es una especie de vitalismo que se cuela en la concepción de lo biológico que maneja García.  Permanentemente habla de “pulsiones” e “impulsos”, como si tales términos tuviesen poder explicativo.  Incluso hasta un concepto como “homeostasis” lo interpreta como una fuerza vital o un impulso vitalista. ¿Será influencia de Onfray?

-          La psicología evolucionista y la sociobiología son bien interesantes, pero tienen muchos problemas y discusiones no resueltas, sobre todo por su debilidad metodológica para la contrastación empírica.  Lo mismo pasa con conceptos neurológicos como las “neuronas espejos”.  García Villegas toma de manera acrítica muchos resultados de estas disciplinas que siguen siendo todavía provisionales.  Para hacer un alegato anti-dogmatismo como el que suelta al final del libro, la primera parte resulta ser bastante dogmática. 

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