Esta columna fue publicada el 3 de octubre en el portal El Unicornio, antes de los anuncios de ganadores del premio Nobel 2020.
Acerté en que se otorgaría el premio a la tecnología CRISPR. Pero mi vaticinio apuntaba al premio de medicina y fisiología y resultó que se lo dieron en química. Una prueba anecdótica más de la unidad de la ciencia y, específicamente, de la base química de lo biológico.
Acerté también en que se lo daría a Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier por la biotecnología de edición genética CRISPR/Cas9. Pero yo también incluía como probable premiado al español Francisco Martínez Mojica por su trabajo de ciencia básica que llevó al descubrimiento de las secuencias repetitivas palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas en el ADN de bacterias y la postulación de su función como sistema inmune adaptativo en esos microorganismos. Sorprendentemente, la academia sueca decidió no entregárselo a la ciencia básica, sino sólo a la tecnología de edición artificial.
¿Premio Nobel para el CRISPR?
Por Jorge Senior
La próxima semana se entregan los
premios Nobel en ciencias y literatura.
El Nobel de Medicina y Fisiología sigue siendo el galardón más
prestigioso de esta rama científico – tecnológica, a pesar de ganadores como
Luc Montagnier y Kary Mullis que han batido récords de desprestigio, no por las
investigaciones premiadas, sino por hablar más de la cuenta después de volverse
famosos.
¿Quién ganará en 2020, el año de
la pandemia? Mis apuestas van con un
español, Francisco Martínez Mojica, y dos mujeres, la francesa Emmanuelle
Charpentier y la estadounidense Jennifer Doudna, todos ellos entre los 50 y los
60 años de edad. Ninguno de los tres es
médico, son microbiólogos y bioquímicos muy ligados a la investigación básica
biomédica. Y los tres han sido
protagonistas claves de la investigación, el desarrollo y la innovación de una
revolucionaria tecnología de edición genética, cuyo impacto en la sociedad
puede ser tremendo por las inmensas posibilidades que abre. Pero también es posible que el Nobel se lo
otorguen a Feng Zhang o a George Church, quienes disputan la primacia sobre la
hazaña tecnológica. De hecho, la Oficina
de Patentes de EEUU le dio la prioridad a Zhang en 2017. Sin embargo, la Academia Sueca maneja
criterios distintos a una batalla de abogados.
El término “CRISPR” es un
acrónimo correspondiente a la versión en inglés de la enigmática frase siguiente:
Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas (o
sea que en español el acrónimo sería RPCARIE).
Recordemos que un palíndromo es una palabra o frase cuyas letras tienen
la misma secuencia al derecho o al revés.
Pero en este caso las “letras” son las bases del ADN.
Se trata de secuencias
repetitivas que se encuentran en el ADN de ciertas bacterias y contienen
fragmentos de material genético de virus que han atacado anteriormente a ese
linaje bacteriano, lo que permite que funcione como memoria del sistema
defensivo antivirus. Francisco Martínez
Mojica fue el primero en identificar esas secuencias repetitivas en arqueas en
su tesis de doctorado del año 1993 y en 2005 postuló su función
inmunológica. Además, fue quien acuñó el
acrónimo CRISPR.
Si la bacteria es infectada nuevamente por un
virus que tenga ese material genético, puede identificarlo y defenderse
cortando el ADN del virus con la ayuda de unas proteínas asociadas que hacen el
papel de “tijeras”. Tales proteínas reciben el nombre de “Cas” (acrónimo de
“CRISPR Associated”) y se distinguen entre sí por números: Cas1, Cas2,
etcétera. En consecuencia este
particular sistema inmune de las bacterias recibe el nombre de CRISPR/Cas.
En 2005 el francés Alexander
Bolotin descubre la Cas9 y al año siguiente Eugene Koonin del NCBI de Estados
Unidos propone un esquema para la función inmune adaptativa del CRISPR. Los científicos ya vislumbran el potencial
tecnológico de estos descubrimientos y se dispara la investigación de punta en
el tema. En 2008 el holandés John van
der Oost descubre que el pedazo de ADN vírico se transcribe a ARN que a su vez
guía las Cas a su blanco. Pero a finales
de ese año, en Illinois, Luciano Marraffini y Erik Sontheimer encuentran que el
objetivo del CRISPR es cortar el ADN, no el ARN, hecho confirmado
posteriormente por Sylvain Moineau en Canadá.
Es en 2011 cuando Emmanuelle
Charpentier detalla el mecanismo del ARN para guiar a las Cas9 y al año
siguiente, junto a Jennifer Doudna anuncia el logro de una técnica de manipulación
para guiar al Cas9 por medio de partículas de ARN y así, en principio, poder
editar a voluntad el ADN de cualquier ser vivo.
Nace así el CRISPR/Cas9 como tecnología potente y barata, dando inicio a
una revolución en ingeniería genética. Pocos
meses después Virginijus Siksnys, en Lituania, hace un anuncio similar.
Feng Zhang era un joven doctor en
química y bioingeniería de apenas 31 años en 2013 cuando, trabajando para el
Broad Institute, logra adaptar el CRISPR/Cas9 para editar ADN de células eucariotas,
como las que tenemos los seres humanos y otros animales, así como las
plantas. El Instituto Broad pertenece
nada menos que a las universidades Harvard y MIT y le ha ganado la batalla
legal por la patente del sistema CRISPR/Cas9 a la Universidad de Berkeley
(California) que respalda a Doudna y Charpentier. Aunque casos se han visto en
que el perdedor logra que se revoque la decisión. De todos modos, Feng no se
detuvo y entre 2015 y 2017 logró otra hazaña con el sistema CRISPR/Cpf1 que
ofrece ventajas sobre el Cas9.
En solución salomónica el premio Harvey
de 2018 fue otorgado a Doudna, Charpentier y Zhang, más allá de las disputas
por la patente. Más del 25% de los
ganadores del Harvey han obtenido después un Nobel. ¿Sucederá lo mismo en este
caso? Si asi fuese quedaría por fuera Francisco Martínez Mojica, el español de
la Universidad de Alicante que hizo el descubrimiento básico inicial, pues cada
premio Nobel tiene un tope de tres ganadores.
A la postre, el premio es lo de
menos. Con el poder de edición genética
la medicina de precisión podrá quizás curar más de 4.000 enfermedades
genéticas. Lo alucinante es que también
se posibilita la creación de superhumanos.
La eugenesia está de regreso y más potente que nunca. La especie humana se convierte cada vez más
en Homo Deus, como planteara Yuval Noah Harari
en el segundo libro de su trilogía. Es
inaplazable el debate bioético y político sobre una tecnología tan
peligrosamente poderosa y de consecuencias imprevisibles.
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