La organización política que más muertes y sufrimientos ha causado en la historia de Colombia se pasea oronda por la vida pública nacional como el criminal impune que sabe guardar el secreto de su culpabilidad. Nunca cumplió con la verdad, la justicia y la reparación, y no sólo no ha brindado garantías de no repetición sino que ha hecho metástasis con su ideología cancerosa invadiendo múltiples órganos del cuerpo macerado de la patria, para seguir sembrando de cruces los campos deforestados de las cordilleras o las selvas menguantes de la periferia. Del cadáver mudo de Bolívar se nutrió en su infancia y luego hizo de la violencia política su arma predilecta para imponer su impronta extremista y radical. Ha combinado todas las formas de lucha, desde el terrorismo sin escrúpulos hasta el adoctrinamiento sectario.
A estas alturas ya el lector
habrá adivinado que estoy hablando del PCC, el Partido Conservador Colombiano,
la organización de Caro y Ospina que nació para impedir la revolución libertaria
y progresista del medio siglo, hace 171 años.
El proyecto conservador de mano fuerte y sinrazón grande se fraguó en
las primeras décadas de la república enfrentado a un confuso liberalismo lleno
de contradicciones. Y podemos decir a
estas alturas del siglo XXI que su marcha ha sido triunfal, pues a sangre y
fuego ha hecho de Colombia una nación conservadora, aplastando los brotes de lo
nuevo o transformando en bonsai cualquier retoño de reformismo, apertura o progreso
social.
Su gesta hegemónica empezó con la
Regeneración y el régimen de cristiandad de la Constitución de 1886. Continuó a mediados del siglo XX con el
hispanismo falangista ultracatólico bajo la égida de Laureano Gómez. Luego se adaptó a los nuevos vientos de la
guerra fría con el Frente Nacional clientelista. Cooptó al partido liberal en un bipartidismo
excluyente y aunque su cuerpo partidista fue debilitándose, su ideología se
irrigó por las alcantarillas mentales de los súbditos, nutriendo el
paramilitarismo y finalmente haciendo eclosión en el uribismo que María
Jimena Duzán califica de fascista. Un
fascismo ladino de color azul.
En el siglo XIX el liberalismo
era la avanzada mundial del progreso civilizatorio que prometía una sociedad
moderna capitalista, mientras el conservatismo carecía de propuesta distinta a
frenar el progreso social, mantener la jerarquización y anclarse en las
tradiciones y doctrinas medievales. En
el mundo, el liberalismo ponía las condiciones y el conservatismo
resistía. En Colombia, en cambio, la hegemonía
conservadora abortó la revolución liberal democrática y limitó al partido
liberal a un humillante “pataleo de ahogao”.
Según Malcolm
Deas, en el período republicano del Siglo XIX, Colombia sufrió 8 guerras
nacionales y medio centenar de conflictos locales, una verdadera sangría.
La dialéctica de balas y de ideas
entre liberales y conservadores terminó en 1885 con la victoria contundente de
los azules. En la Humareda la Constitución
de Rionegro se hizo humo y el proyecto conservador impuso su visión de doble cuño:
por un lado el centralismo autoritario y militarista y por el otro el
pensamiento doctrinario premoderno del régimen de cristiandad. En el seno de la Constitución de 1886 nace el
ministerio de guerra y el ejército nacional, al año siguiente se sella el
concordato con el Vaticano y en 1888 se crea la policía nacional. El triunfante poder conservador se asienta en
4 columnas: el monopolio de las armas y el latifundio, la iglesia católica y la
educación confesional. Esta victoria se
ratificó a fines de 1902 en un barco de Estados Unidos, que un año después se
roba Panamá. Al poco tiempo se perdieron
vastos territorios amazónicos con Brasil y Perú, prueba palpable de que el
flamante ejército nacional surgió para imponer el orden interno atacando a sus
connacionales y no para defender las fronteras de la patria.
El liberalismo resurge de las
cenizas y durante 4 períodos intenta magras reformas. Fracasa.
Con sed de venganza el partido conservador retoma el poder y desata La
Violencia, con mayúsculas, un holocausto que se llevó las vidas de 300.000
colombianos. En menos de una década el
conservatismo mató más gente que las FARC en medio siglo (guerrilla que surgió
de las autodefensas del campesinado liberal).
El estilo azul era el frac en los salones y el corte de franela en los
campos. El hispanismo ultracatólico colombiano
se alinea con la dictadura de Franco y así como éste regala su territorio para
bases militares gringas, Colombia se regala para enviar al otro lado del mundo
más tropas que las que empleó en la guerra contra el Perú en 1932. Ignominia total.
Como esto es Macondo, el fascismo
falangista es barrido a medias por una dictadura militar populista. Pero el orden oligárquico se recompone con el
pacto de Benidorm y estrena un nuevo enemigo interno: el comunismo. La liebre salta donde menos se espera. El fenómeno anapista pone en jaque al régimen
el 19 de abril de 1970 y Lleras patea el tablero.
Desde entonces el conservatismo
es minoría, pero su ideología medra en la cúpula de las fuerzas militares, en
los grupos paramilitares que empiezan a proliferar, en los sectores más
retardatarios de la iglesia y en nuevas sectas protestantes importadas de
Norteamérica, así como en algunas universidades privadas (ver la columna anterior
con el caso de la Sergio Arboleda). Finalmente,
a la vuelta del siglo, el odio a las FARC se convierte en el combustible
perfecto para incendiar la pradera con el fascismo azul.
El balance del conflicto armado
realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en el libro ¡Basta ya!, muestra en la página 55 que
de 588 eventos de sevicia y crueldad extrema durante medio siglo, 63% corresponden
a paramilitares, 9,7% a las fuerza pública, 21,4% a “grupos no identificados” y
0,7% a acciones conjuntas de paramilitares y ejército. Mientras que el 5,1% corresponden a las guerrillas,
principalmente las FARC y el ELN. No es
casualidad que el uribismo se haya apoderado del CNMH para borrar la memoria y
pintar la historia... de azul.
Publicado el 11 de septiembre en mi columna Buhografías en el portal El Unicornio
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