sábado, mayo 30, 2020

¿Qué es una política antropocénica?


¿Qué es una política antropocénica?

Por Jorge Senior

En una frase, de manera muy simplificada, una política antropocénica es aquella centrada en enfrentar el cambio climático.

En un sentido más complejo una política antropocénica se define a partir del concepto de Antropoceno y sus implicaciones.  Este concepto lo que hace es destacar el impacto de la especie humana en el Sistema Tierra para delimitar así un período tanto geológico como biológico en la historia del planeta.  Pero también puede entenderse como el contexto histórico en el cual la especie humana asume la responsabilidad de gestionar el Sistema Tierra como única praxis racional de supervivencia de la civilización y de la biodiversidad presente, lo cual en términos filosóficos de estirpe kantiana corresponde a un estado de adultez o mayoría de edad de la humanidad.

Examinemos los dos niveles del análisis: el impacto y la asunción de responsabilidad.

El impacto o huella puede entenderse en un sentido neutro, como dejar una señal detectable en un futuro del tiempo geológico, por ejemplo, 10 millones de años.  En un ejercicio imaginario es como si la especie humana se extinguiera ahora y un hipotético geólogo dentro de 10 millones de años fuese capaz de detectar su huella en las capas de la corteza continental o del fondo oceánico.   Esto es factible porque más del 98% de la variedad de moléculas que hay actualmente en la Tierra son de origen artificial.  En otras palabras, esas moléculas o sustancias no existirían si la especie humana no hubiese surgido.  Y algunas perduran largo tiempo, especialmente si están enterradas o dentro de un sólido.

En otro sentido -que ya no tiene nada de neutro- puede entenderse como la especie humana convertida en fuerza geológica capaz de alterar los ciclos biogeoquímicos en la atmósfera, los océanos y los continentes e incluso en el magma y las placas tectónicas.  Veamoslo más de cerca.

La revolución industrial desde hace poco más de dos siglos hasta hoy ha logrado alterar la composición química de la atmósfera, produciendo calentamiento global por gases de efecto invernadero.  Este pequeño cambio genera reacciones en cadena por retroalimentación positiva, produciendo una aceleración incontrolable del calentamiento. Esto sucede, por ejemplo, debido al derretimiento del hielo en zonas polares lo que cambia el albedo terrestre (menos reflexión de la luz solar, más absorción = más calentamiento) o por descongelamiento del permafrost en Siberia, Canadá y Groenlandia, liberando metano, un poderoso gas de efecto invernadero.  Son apenas dos ejemplos relevantes, entre otros.  El calentamiento puede afectar la civilización por la elevación del nivel del mar, inundando zonas litorales, pero eso es lo de menos.  Puede también afectar el régimen de lluvias, el ciclo del agua, afectando la agricultura y poniendo en riesgo la seguridad alimentaria, con impredecibles consecuencias sociales.  Pero lo más grave de todo es el daño a los ecosistemas de mayor biodiversidad, lo cual puede descontrolar la cadena trófica y producir una extinción masiva que se suma a la que ya está en curso por acción directa.  En efecto, el Homo Sapiens ha sobredepredado directamente a la naturaleza viva por medio de la cacería a gran escala, la deforestación y destrucción de ecosistemas, la sobrepesca, el impacto de algunas tecnologías en especies polinizadoras (o en aves migratorias), el uso de la tierra para funciones agrícolas, ganaderas u otras, reduciendo los bosques, los arrecifes de coral, los manglares.  Aún hay otro aspecto más: la acidificación de los océanos, una amenaza grave a su biodiversidad. 

Si sumamos todos estos aspectos, calentamiento, sobredepredación, acidificación, el resultado es una amenaza para la biosfera de magnitud semejante a la producida en las extinciones masivas que marcó el final de los períodos pérmico o cretácico.  Un paleontólogo dentro de 10 millones de años detectaría en sus excavaciones una extinción masiva de vertebrados y otras especies ocurrida en un tiempo increíblemente corto.  Sería la extinción masiva más extraña de todas, única en su velocidad. Y al ser la biosfera una fuerza geológica actuante en el sistema Tierra, su afectación conllevará cambios geológicos.

En este recuento no hemos mencionado las afectaciones locales, como la contaminación, la lluvia ácida, la salitrización del suelo, la construcción de represas, los movimientos de tierra de la minería y la urbanización, la erosión acelerada, etc.  Pero todo va sumando.  La civilización de consumo exacerbado genera doble carga sobre los ecosistemas: primero al extraer recursos y luego al expulsar residuos.  En ese proceso fluye la materia y la energía, pero en una forma distinta a los ciclos naturales, con la probable consecuencia de que no se configuren ciclos renovables o incluso que no sean cíclicos en absoluto.

La conclusión de lo dicho en los últimos párrafos es que la humanidad se ha convertido en una fuerza de impacto planetario, para bien o para mal, a favor de la vida o en contra de ella.  Y una consecuencia fundamental es que la especie humana es el mayor peligro para sí misma.  Por encima de los supervolcanes, los meteoritos, las supernovas o cualquier otro desastre natural imaginable, pues aunque estos sean más poderosos, también son mucho más improbables en un período de tiempo corto (unos cuantos milenios).       

He mencionado en varias ocasiones el concepto “Sistema Tierra”.  Es un concepto demasiado complejo para desarrollarlo en este breve escrito, pero resaltemos que es la columna vertebral de las ciencias de la Tierra (Earth Sciences).  Es un concepto diferente a la famosa “hipótesis Gaia”, que era una idea un tanto romántica y optimista, que fue refutada, pues hoy sabemos que el equilibrio dinámico del planeta y sus subsistemas no es automático ni está garantizado y que a lo largo de cuatro mil millones de años han sucedido todo tipo de situaciones catastróficas, en algunos casos llevando a la vida al borde de su desaparición.  Es cierto que existen procesos cíclicos de retroalimentación en la circulación de la materia y la energía que funcionan como termostatos (aunque no se debe olvidar que esa autorregulación dura miles de años e incluye fluctuaciones), de ahí que se pueda hablar de “equilibrio dinámico” de la Tierra que brinda cierto rango de estabilidad para la vida.  Pero también hay retroalimentaciones desequilibrantes, capaces de sacar al Sistema Tierra del régimen de condiciones apropiado para las actuales formas de vida y para la civilización humana.  Es el caso de la reacción en cadena que vimos arriba que parte de la liberación en la atmósfera de gases de efecto invernadero y desencadena un recalentamiento acelerado incontrolable una vez pase cierto nivel crítico.    

Vamos al segundo punto del análisis: la responsabilidad humana en la gestión del Sistema Tierra.

Si aceptamos la conclusión del primer punto, esto es, que somos el principal peligro para la biodiversidad y para nosotros mismos, entonces la consecuencia obvia, como segundo punto, es que tenemos que autorregularnos.  Fácil de decir pero tremendamente difícil de hacer.  Una política antropocénica es aquella que fundamentada en el primer punto, tiene por objetivo la autorregulación de la especie humana, la cual exige la autorregulación en toda escala: sistema internacional, naciones, comunidades locales, individuos.

Digo que es tremendamente difícil por las siguientes razones que paso a mencionar a continuación.
No hay gobernanza mundial que interprete lo que llamo la “racionalidad de la especie”.  Estamos divididos en más de 200 estados naciones supremamente desiguales, a pesar de que ha disminuído la desigualdad entre países desde la posguerra.  Estas naciones, además, suelen estar  en competencia.  Y cada país está dividido en múltiples sectores sociales, fuerzas políticas, razas o etnias, regiones, religiones, ideologías. 

En tal concierto de naciones predomina hoy el capitalismo y la democracia formal.  La relación entre capitalismo y democracia ha fluctuado entre la sinergia y el conflicto.  Hay conflicto, por ejemplo, cuando aumenta la desigualdad, crece la miseria y la exclusión, y el poder económico domina al poder político.  Y el capitalismo actual lleva 40 años de cuasi-hegemonía neoliberal, agudizando el conflicto con la democracia.  Una política antropocénica tiene que ser constructiva de un proyecto postneoliberal, con economía mixta y un estado social de derecho repotenciado.

Si nos enfocamos en la democracia actual, considerada “el menos malo” de los sistemas de toma de decisión, resulta que así como viene funcionando en la práctica no parece que permita emerger una racionalidad global.  Al menos no lo veo posible mientras no haya un nuevo sentido común.  Si calamos más profundo, por debajo de los sistemas políticos formales y examinamos el núcleo duro de la cultura, resalta la ausencia de un consenso de mínimos sobre el cambio climático (extrapolo el concepto de ética de minimos a la política de mínimos).  Una política antropocénica es una política de mínimos sobre el cambio climático, pero estos “mínimos” no son cualquier cosa.

Hay consenso de mínimos en este punto cuando una idea esencial para la doble convivencia (me refiero a la convivencia entre seres humanos  y entre estos y la naturaleza) se torna sentido común:  se acepta, se interioriza, se normaliza.  Estos mínimos fundamentales en la cultura política democrática tendrían que basarse en la cultura científica, pues es allí es donde reside el conocimiento sobre el sistema Tierra, el cambio climático y la predicción de efectos de las acciones humanas a escala planetaria.  Una política antropocénica fomenta la cultura científica y sostiene un proyecto educativo con ese objetivo, tal cual nos enseñó el movimiento de la Ilustración, sólo que ya no se trata del enciclopedismo del siglo de las luces, sino de una Ilustración actualizada al siglo XXI.  ¿Qué significa esto? Pues que construye una cosmovisión naturalista basada en la ciencia actual y en la filosofía científica de nuestro tiempo.   La política antropocénica se basa en la ecuación: cultura política democrática = cultura científica.

Aunque no se trate de una enumeración exhaustiva, sinteticemos algunos puntos clave a ser defendidos por una política antropocénica:

·      Una conciencia sobre el cambio climático, científicamente fundamentada, convertida en sentido común o consenso de mínimos y transversal a todo.
·   Un estado social de derecho repotenciado, profundizando la democracia y dando paso a una economía mixta postneoliberal.
·      Un proyecto educativo orientado a una cosmovisión naturalista como construcción de ciudadanía y democracia epistémica.
·   Una transición energética a una matriz no basada en combustibles fósiles sino en energías alternativas que sean ambientalmente amigables (hasta donde sea posible).
·         Una economía circular.
·         Un trabajo internacional en función de gobernanza mundial

Jorge Senior

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