“¡Usted es pura teoría y nada de
práctica!” me espetó el extraño sujeto
en medio del público que abarrotaba el recién creado Planetario de Barranquilla
hace 25 años. Yo acaba de terminar una
charla sobre la vida extraterrestre, apegado por supuesto al rigor científico
de la astrobiología. A renglón seguido
el mismo individuo me hizo una invitación, que parecía más bien un desafío:
acompañarlo a un encuentro cercano de tercer tipo con seres
extraterrestres. El convite implicaba
viajar varias horas en campero 4X4, por territorio paramilitar, hasta una zona
rural desconocida por los lados de la depresión momposina. Sobra decir que me perdí semejante
experiencia maravillosa con alienígenas camuflados y probablemente
alienados. Bueno, por algo estoy aquí echando
el cuento. O quizás sí era un fanático
de la ufología, un hobby inocuo que enriquece a unos cuantos y entretiene a una
minoría de ciudadanos, para quienes, quizás, la vida cotidiana no ofrece
demasiados incentivos y sienten un incontenible apetito por lo extraordinario. Sueñan con ser parte de una aventura
hollywoodense y pasear como turistas de negro en el Área 51.
El Planetario de Barranquilla fue
inaugurado el 25 de mayo de 1995, así que desde acá aprovecho para cantarle el
japiverdi por cumplir ¼ de siglo. Hoy
sigue funcionando y puedo decir con orgullo que es nuestro legado a la ciudad
gracias al apoyo infatigable de la Caja de Compensación Combarranquilla. No es entonces un mal momento para conocer su
interesante proceso que puedes leer aquí. Es parte de la historia cultural de
Barranquilla y de la historia de la astronomía en Colombia, pues allí nació la
RAC (Red de Astronomía de Colombia) el 18 de agosto de 1997.
Durante los años en que fui su
director tuve la oportunidad de escuchar a muchos “locos” -no sé si quitarle
las comillas- con las más estrafalarias teorías. Hubo uno que “demostró” que el número pi no
era el irracional 3,14159etc que todos conocemos, sino la raíz cuadrada de
10. Curiosamente, la Biblia comete un
error parecido en 1 Reyes 7:23 con pi = 3 = raíz cuadrada de 9, pero se le
perdona por ser antigua y elaborada por escribanos de un pueblo de
pastores. Al desarrollar nuestro amigo su
“demostración” había un paso que era en realidad un salto maromero. Con serenidad y paciencia, Solín, los allí
presentes le explicamos el error, pero no hubo poder sobre la Tierra que lo
convenciera. Para él, nosotros y miles
de matemáticos, millones de científicos y millardos de Homo Sapiens estábamos equivocados y sólo él había descubierto la
verdad de lo que probablemente era un engaño intencional de superpoderosos en
las sombras. No lo convencerían ni
siquiera los legisladores de Indiana, en Estados Unidos, que en 1897 trataron
de imponer por ley que Pi era 3,2. Y
como suelo decir, al estilo de Estanislao Zuleta, que “la verdad no es
democrática”, él astutamente tomaba mis palabras para usarlas a favor de su
original descubrimiento. Después supe
que era judoka.
En otra ocasión, un señor de
avanzada edad se me presentó con un “libro” de su autoría, que en realidad era
un cuaderno de gran formato, cuidadosamente manuscrito y dotado de hermosos
dibujos hechos con lápices de colores.
El libro contenía su profunda teoría del universo y resolvía los grandes
misterios de la vida. Usaba un método
semejante a ciertos filósofos racionalistas: deducir la verdad a partir de
grandes principios irrefutables e indemostrables, pero evidentes según ellos. Como prueba de la seriedad de su teoría
exhibía un certificado que demostraba que una copia de su libro reposaba en la
biblioteca del congreso de los Estados Unidos.
De los dibujos recuerdo una mata de plátano.
En el planetario hacíamos muchas actividades
diversas, además de las funciones: concursos literarios, olimpiadas de
astronomía, ferias de la ciencia y la creatividad, foros pedagógicos, cursos
para niños, salidas de observación, eventos nacionales, muestras itinerantes,
periodismo científico. Pero lo que
recuerdo con más cariño eran las tertulias científicas de los jueves, conferencias
gratuitas multitudinarias, casi siempre salpicadas con los apuntes y gracejos
del neurólogo Jorge Arregocés. Los
barranquilleros llenaban la sala hasta los topes con la mayor parte de la gente
de pie, todo un fenómeno inusitado en Curramba la Bella, para que vean que no todo
es carnaval.
En varias ocasiones trajimos
científicos colombianos de talla internacional como Sergio Torres Arzayús,
quien hizo parte del proyecto COBE de la NASA que descubrió las anisotropías de
la radiación cósmica de fondo, lo que mereció un premio Nobel a su director,
George Smoot (quien por cierto menciona a Torres en su libro Arrugas en el tiempo donde narra esa
hazaña).
Pues bien, uno de esos invitados
especiales fue el ingeniero payanés Juan Pablo Negret, sobrino del famoso
escultor Edgar Negret, y quien trabajaba en el Fermilab, el superacelerador de
partículas subatómicas ubicado en las cercanías de Chicago, por los lados de
Batavia. Negret fue parte del proyecto
que llevó al descubrimiento del Quark Top, que completó la base empírica del modelo
estándar de la física cuántica. Cuando
estábamos cenando en el restaurante de Combarranquilla, le conté a Negret
algunas de mis anécdotas con los “locos” que solían asistir al planetario. Entonces me dijo unas palabras que quedaron
grabadas en mi cerebro: “si esos locos se hubieran criado en otro contexto
social, proclive a la ciencia, probablemente serían buenos científicos”. Medité mucho esa idea. Colombia tiene
talentos, pero los desperdicia, los malcría, los frustra, los enloquece. #literal.
En Colombia hay que crear uno,
dos, tres, muchos centros de divulgación como este epicentro de la cultura
científica que nació en el barrio Boston de La Arenosa, hace 25 años, donde
quedaba Carlos Dieppa y compañía en la avenida 20 de Julio. Para que nuestros locos geniales no se
vuelvan locos demenciales, como decía mi primo Rodolfo. Para que nuestros niños y niñas no crean que
el máximo sueño es ser un Pibe Valderrama o una Shakira, y aprendan que también
pueden ser un Torres, Negret, Llinás o, ¿por qué no?, una Goodall, un Feynman,
Turing o un Einstein tropical.
Publicado en El Unicornio el 25 de mayo de 2020
Publicado en El Unicornio el 25 de mayo de 2020
He leído muchas entradas del blog, no lo abandones.
ResponderBorrarBrillante lo que dijo Negret.