Al hacer mi lista de los libros
más importantes de la segunda década del siglo XXI en el género de no-ficción,
me encuentro con la entretenida tarea de desempatar el primer lugar entre El
capital en el siglo XXI de Thomas Piketty y En defensa de la Ilustración
de Steven Pinker. Ambos textos abordan
la macrohistoria secular de la Modernidad, con diagnóstico y propuestas de soluciones
basadas en datos, todo ello producto de investigaciones sociales a gran escala.
Éste es un signo esperanzador, pues
muestra que la crisis de las ciencias sociales tiene salida.
Un lector acucioso de este par de
obras maestras y fiel a El Unicornio, notará que las dos lecciones que nos deja
la pandemia, tema de mi pasada columna,
corresponden precisamente a sendas tesis muy cercanas a estos autores: la
defensa del estado social por Piketty y la defensa de la racionalidad por
Pinker. Tuvo que venir una pandemia para
recordarnos que tales ideas complementarias no son elucubraciones de
intelectuales sino exigencias políticas de la realidad imperante.
Si usted, amable lector, no ha
leído los dos volúmenes, tal vez querrá atender mi recomendación, pero sepa de
antemano que le esperan 1400 páginas…¡y eso que ambos son “resúmenes” de un
acopio de información mucho mayor! Y es
que ambos escritores cuentan con la facilidad de tener equipos que los
respaldan en la cosecha de datos y no escatiman extensión en los procesos
argumentativos que los llevan desde las evidencias hasta las tesis que
pretenden defender. Pero si usted quiere
ahorrarse tamaña maratón, puede leer Piketty
esencial, el breve texto del sueco Jesper Roine y mi reseña del libro de Pinker aquí.
El capital en el siglo XXI es un verdadero tratado sobre la
desigualdad con base empírica (usa datos de 27 países). El economista francés muestra la dinámica de
la relación capital/ingreso a lo largo de siglos y cómo ha evolucionado la
distribución del ingreso y de la riqueza durante el siglo XX y la primera
década del presente. Luego detalla cómo
ha aumentado la concentración de ingreso y de riqueza en los últimos 40 años,
esto es, en la era neoliberal, con diferencias entre el modelo anglosajón y el
europeo continental, que reflejan la contradicción entre estado de bienestar y
fundamentalismo de mercado. Pero lo más importante es que a largo plazo la
dinámica de la desigualdad obedece fundamentalmente a un mecanismo intrínseco
del capitalismo mediante el cual el rendimiento del capital es superior a la
tasa de crecimiento, sin desconocer que también incide, a favor o en contra, la
dimensión política, lo cual explica las fluctuaciones históricas. Ahora bien, también hay mecanismos que
favorecen la igualdad. Los dos
principales son la difusión del conocimiento y la inversión en educación, los
cuales permiten eventualmente la convergencia de la racionalidad económica y la
racionalidad democrática.
En defensa de la Ilustración es un verdadero tratado sobre el
pensamiento crítico racional con base empírica.
El psicólogo canadiense defiende la razón, la ciencia, el humanismo y el
progreso contra el ataque incesante que en las últimas décadas han desatado
múltiples formas de irracionalismo y oscurantismo en todos los ámbitos: la
política, la economía, la academia, la escuela, la medicina, el periodismo, la
cultura, la religión, las redes sociales.
Pero el talante excesivamente optimista de Pinker le juega una mala
pasada en el capítulo 9 donde aborda el tema de la desigualdad. Precisamente en la página 135 cita a Piketty:
“La mitad más pobre de la población mundial es tan pobre en la actualidad como
lo era en el pasado, con apenas el 5% de la riqueza total en 2010, al igual que
en 1910”. Y luego lo despacha con el
peregrino argumento de que “la riqueza total actual es infinitamente mayor que
en 1910, por lo que si la mitad más pobre posee la misma proporción, es mucho
más rica, no ‘igual de pobre’”. Parece
que ni la desproporción entre 50% y 5%, ni el concepto de injusticia, le dicen
nada al autor. Y lo de “infinitamente”
es un mero recurso retórico, no un dato.
Pinker coquetea con la llamada “teoría del goteo” y la utopía neoliberal
del crecimiento ilimitado de la torta.
Parodiando el argumento diríamos: “no importa que recibas migajas, pues
gracias a los que reciben la mayor parte de la torta ésta es cada vez más
grande, y así mismo, aunque no en la misma proporción, crecen tus migajas”. Adicionalmente, Pinker, aunque alardea de
conciencia ambiental, no parece concebir los límites de la capacidad de carga
del sistema Tierra. Intuyo un sesgo ético/axiológico en el psicólogo cognitivo
experto en sesgos.
En este debate clave sobre la
desigualdad le doy la razón, tan preciada por Pinker, a Piketty. Y también a Harari
que vislumbra otros peligros en el presente siglo, por la disrupción
tecnológica que puede generar la convergencia de las tecnologías BIO e INFO, la
biología sintética y la Inteligencia Artificial. Una distopía en la cual la segregación
tradicional de ricos y pobres se transformaría y amplificaría en la
segmentación de castas tecnobiológicas.
Lo que era ciencia ficción en la película GATTACA, con la bella
Uma Thurman, ahora se encuentra en el horizonte de las posibilidades, como lo
reconoce el filósofo Jurgen Habermas en El
futuro de la naturaleza humana.
Sin ir tan lejos, la desigualdad
está impresa en el trágico drama del diario de vivir para millones de personas
que aún sobreviven en medio de la miseria absoluta, como lo vemos en campos y
ciudades colombianas. En sintonía con
Piketty, aquí también, en nuestro país, la buena ciencia económica ha estudiado
la Dinámica de las desigualdades en Colombia,
título del libro de Luis Jorge Garay y Jorge Espitia. Recomendado.
De vuelta al tinglado levanto la
mano del economista francés en su duelo con el canadiense por ocupar el primer
lugar en mi top ten personal de los
libros de la década, pasatiempo de cuarentena más divertido que los viernes de
siluetas. Y como corresponde a tiempos
de redes y pandemia, lo ratifico al comparar los trinos poco relevantes de
Steven Pinker frente a la emergencia mundial, con los pronunciamientos certeros
de Thomas Piketty, como el que sustenta en su columna
del 14 de abril en Le Monde: “Para
evitar la hecatombe, lo que se requiere es un estado social, no un estado
prisión. La reacción correcta a la
crisis debería ser reanudar el ascenso del estado social en el Norte y
especialmente acelerar su desarrollo en el Sur”.
Publicado originalmente en El Unicornio el 17 de abril de 2020 (elunicornio.co)
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