¿Qué es una política antropocénica?
Por Jorge Senior
En una frase, de manera muy
simplificada, una política antropocénica es aquella centrada en enfrentar el
cambio climático.
En un sentido más complejo una
política antropocénica se define a partir del concepto de Antropoceno y sus implicaciones. Este concepto lo que hace es destacar el
impacto de la especie humana en el Sistema Tierra para delimitar así un período
tanto geológico como biológico en la historia del planeta. Pero también puede entenderse como el
contexto histórico en el cual la especie humana asume la responsabilidad de
gestionar el Sistema Tierra como única praxis racional de supervivencia de la
civilización y de la biodiversidad presente, lo cual en términos filosóficos de
estirpe kantiana corresponde a un estado de adultez o mayoría de edad de la
humanidad.
Examinemos los dos niveles del
análisis: el impacto y la asunción de responsabilidad.
El impacto o huella puede
entenderse en un sentido neutro, como dejar una señal detectable en un futuro del
tiempo geológico, por ejemplo, 10 millones de años. En un ejercicio imaginario es como si la
especie humana se extinguiera ahora y un hipotético geólogo dentro de 10
millones de años fuese capaz de detectar su huella en las capas de la corteza
continental o del fondo oceánico. Esto
es factible porque más del 98% de la variedad de moléculas que hay actualmente
en la Tierra son de origen artificial.
En otras palabras, esas moléculas o sustancias no existirían si la
especie humana no hubiese surgido. Y
algunas perduran largo tiempo, especialmente si están enterradas o dentro de un
sólido.
En otro sentido -que ya no tiene
nada de neutro- puede entenderse como la especie humana convertida en fuerza
geológica capaz de alterar los ciclos biogeoquímicos en la atmósfera, los
océanos y los continentes e incluso en el magma y las placas tectónicas. Veamoslo más de cerca.
La revolución industrial desde
hace poco más de dos siglos hasta hoy ha logrado alterar la composición química
de la atmósfera, produciendo calentamiento global por gases de efecto
invernadero. Este pequeño cambio genera
reacciones en cadena por retroalimentación positiva, produciendo una
aceleración incontrolable del calentamiento. Esto sucede, por ejemplo, debido
al derretimiento del hielo en zonas polares lo que cambia el albedo terrestre (menos
reflexión de la luz solar, más absorción = más calentamiento) o por
descongelamiento del permafrost en
Siberia, Canadá y Groenlandia, liberando metano, un poderoso gas de efecto
invernadero. Son apenas dos ejemplos relevantes,
entre otros. El calentamiento puede
afectar la civilización por la elevación del nivel del mar, inundando zonas
litorales, pero eso es lo de menos. Puede
también afectar el régimen de lluvias, el ciclo del agua, afectando la
agricultura y poniendo en riesgo la seguridad alimentaria, con impredecibles
consecuencias sociales. Pero lo más
grave de todo es el daño a los ecosistemas de mayor biodiversidad, lo cual
puede descontrolar la cadena trófica y producir una extinción masiva que se
suma a la que ya está en curso por acción directa. En efecto, el Homo Sapiens ha sobredepredado directamente a la naturaleza viva
por medio de la cacería a gran escala, la deforestación y destrucción de
ecosistemas, la sobrepesca, el impacto de algunas tecnologías en especies
polinizadoras (o en aves migratorias), el uso de la tierra para funciones agrícolas,
ganaderas u otras, reduciendo los bosques, los arrecifes de coral, los
manglares. Aún hay otro aspecto más: la
acidificación de los océanos, una amenaza grave a su biodiversidad.
Si sumamos todos estos aspectos,
calentamiento, sobredepredación, acidificación, el resultado es una amenaza
para la biosfera de magnitud semejante a la producida en las extinciones
masivas que marcó el final de los períodos pérmico o cretácico. Un paleontólogo dentro de 10 millones de años
detectaría en sus excavaciones una extinción masiva de vertebrados y otras
especies ocurrida en un tiempo increíblemente corto. Sería la extinción masiva más extraña de
todas, única en su velocidad. Y al ser la biosfera una fuerza geológica
actuante en el sistema Tierra, su afectación conllevará cambios geológicos.
En este recuento no hemos
mencionado las afectaciones locales, como la contaminación, la lluvia ácida, la
salitrización del suelo, la construcción de represas, los movimientos de tierra
de la minería y la urbanización, la erosión acelerada, etc. Pero todo va sumando. La civilización de consumo exacerbado genera
doble carga sobre los ecosistemas: primero al extraer recursos y luego al
expulsar residuos. En ese proceso fluye
la materia y la energía, pero en una forma distinta a los ciclos naturales, con
la probable consecuencia de que no se configuren ciclos renovables o incluso
que no sean cíclicos en absoluto.
La conclusión de lo dicho en los
últimos párrafos es que la humanidad se ha convertido en una fuerza de impacto
planetario, para bien o para mal, a favor de la vida o en contra de ella. Y una consecuencia fundamental es que la
especie humana es el mayor peligro para sí misma. Por encima de los supervolcanes, los meteoritos,
las supernovas o cualquier otro desastre natural imaginable, pues aunque estos
sean más poderosos, también son mucho más improbables en un período de tiempo
corto (unos cuantos milenios).
He mencionado en varias ocasiones
el concepto “Sistema Tierra”. Es un
concepto demasiado complejo para desarrollarlo en este breve escrito, pero
resaltemos que es la columna vertebral de las ciencias de la Tierra (Earth Sciences). Es un concepto diferente a la famosa “hipótesis
Gaia”, que era una idea un tanto romántica y optimista, que fue refutada, pues
hoy sabemos que el equilibrio dinámico del planeta y sus subsistemas no es
automático ni está garantizado y que a lo largo de cuatro mil millones de años
han sucedido todo tipo de situaciones catastróficas, en algunos casos llevando
a la vida al borde de su desaparición.
Es cierto que existen procesos cíclicos de retroalimentación en la
circulación de la materia y la energía que funcionan como termostatos (aunque
no se debe olvidar que esa autorregulación dura miles de años e incluye
fluctuaciones), de ahí que se pueda hablar de “equilibrio dinámico” de la
Tierra que brinda cierto rango de estabilidad para la vida. Pero también hay retroalimentaciones
desequilibrantes, capaces de sacar al Sistema Tierra del régimen de condiciones
apropiado para las actuales formas de vida y para la civilización humana. Es el caso de la reacción en cadena que vimos
arriba que parte de la liberación en la atmósfera de gases de efecto
invernadero y desencadena un recalentamiento acelerado incontrolable una vez
pase cierto nivel crítico.
Vamos al segundo punto del análisis: la responsabilidad humana
en la gestión del Sistema Tierra.
Si aceptamos la conclusión del primer punto, esto es, que
somos el principal peligro para la biodiversidad y para nosotros mismos,
entonces la consecuencia obvia, como segundo punto, es que tenemos que autorregularnos. Fácil de decir pero tremendamente difícil de
hacer. Una política antropocénica es aquella
que fundamentada en el primer punto, tiene por objetivo la autorregulación de
la especie humana, la cual exige la autorregulación en toda escala: sistema
internacional, naciones, comunidades locales, individuos.
Digo que es tremendamente difícil por las siguientes razones
que paso a mencionar a continuación.
No hay gobernanza mundial que interprete lo que llamo la “racionalidad
de la especie”. Estamos divididos en más
de 200 estados naciones supremamente desiguales, a pesar de que ha disminuído
la desigualdad entre países desde la posguerra.
Estas naciones, además, suelen estar en competencia. Y cada país está dividido en múltiples
sectores sociales, fuerzas políticas, razas o etnias, regiones, religiones, ideologías.
En tal concierto de naciones predomina hoy el capitalismo y
la democracia formal. La relación entre
capitalismo y democracia ha fluctuado entre la sinergia y el conflicto. Hay conflicto, por ejemplo, cuando aumenta la
desigualdad, crece la miseria y la exclusión, y el poder económico domina al
poder político. Y el capitalismo actual
lleva 40 años de cuasi-hegemonía neoliberal, agudizando el conflicto con la
democracia. Una política antropocénica
tiene que ser constructiva de un proyecto postneoliberal, con economía mixta y
un estado social de derecho repotenciado.
Si nos enfocamos en la democracia actual, considerada “el
menos malo” de los sistemas de toma de decisión, resulta que así como viene
funcionando en la práctica no parece que permita emerger una racionalidad
global. Al menos no lo veo posible
mientras no haya un nuevo sentido común. Si calamos más profundo, por debajo de los
sistemas políticos formales y examinamos el núcleo duro de la cultura, resalta
la ausencia de un consenso de mínimos sobre el cambio climático (extrapolo el
concepto de ética de minimos a la política de mínimos). Una política antropocénica es una política de
mínimos sobre el cambio climático, pero estos “mínimos” no son cualquier cosa.
Hay consenso de mínimos en este punto cuando una idea
esencial para la doble convivencia (me refiero a la convivencia entre seres
humanos y entre estos y la naturaleza)
se torna sentido común: se acepta, se
interioriza, se normaliza. Estos mínimos
fundamentales en la cultura política democrática tendrían que basarse en la
cultura científica, pues es allí es donde reside el conocimiento sobre el sistema
Tierra, el cambio climático y la predicción de efectos de las acciones humanas
a escala planetaria. Una política
antropocénica fomenta la cultura científica y sostiene un proyecto educativo
con ese objetivo, tal cual nos enseñó el movimiento de la Ilustración, sólo que
ya no se trata del enciclopedismo del siglo de las luces, sino de una
Ilustración actualizada al siglo XXI. ¿Qué
significa esto? Pues que construye una cosmovisión naturalista basada en la
ciencia actual y en la filosofía científica de nuestro tiempo. La
política antropocénica se basa en la ecuación: cultura política democrática =
cultura científica.
Aunque no se trate de una enumeración exhaustiva,
sinteticemos algunos puntos clave a ser defendidos por una política
antropocénica:
· Una conciencia sobre el cambio climático,
científicamente fundamentada, convertida en sentido común o consenso de mínimos
y transversal a todo.
· Un estado social de derecho repotenciado,
profundizando la democracia y dando paso a una economía mixta postneoliberal.
· Un proyecto educativo orientado a una cosmovisión
naturalista como construcción de ciudadanía y democracia epistémica.
· Una transición energética a una matriz no basada
en combustibles fósiles sino en energías alternativas que sean ambientalmente
amigables (hasta donde sea posible).
·
Una economía circular.
·
Un trabajo internacional en función de
gobernanza mundial
Jorge Senior
Mayo2020, el año de la peste
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