500 años de la conquista de México – Primera parte
Por Jorge Senior
Basado en la biografía de Hernán Cortés, autoría de Francisco Gutiérrez Contreras.
En el segundo semestre de 2019 se cumple medio milenio de una de las hazañas militares más grandes de todos los tiempos: la conquista del núcleo de la civilización mesoamericana tardía por una pequeña tropa española improvisada bajo el liderazgo de Fernando Cortés, también llamado Ferdinandi Cortessi en latín y más conocido en la historiografía y en el imaginario como Hernán Cortés.
Cortés nació en Medellín, en Extremadura, en 1485, época en la cual Leonardo da Vinci ya estaba en Milán como vimos en el primer semestre de este año al conmemorar los 500 años de la muerte del gran artista y científico florentino (ver texto en mi perfil de Academia.edu y en mi blog La Mirada del Búho en conectadosconelbuho.blogspot.com ). Entre los 14 y los 16 años realiza estudios jurídicos en la Universidad de Salamanca. No culmina su formación, pero lo aprendido le será muy útil en su estrategia de combinación de todas las formas de lucha. En 1504, tenía apenas 19 años cuando embarca hacia la isla La Española (hoy República Dominicana y Haití) en calidad de colono. Siete años después se traslada a Cuba en la expedición de Diego Velásquez, con quien tendrá una relación ambigua de amistad y enemistad, y allí se establece.
Hasta 1518 Cortés es uno más, un anodino personaje enredado en líos de faldas (recuérdese que había muy pocas españolas en estas tierras), y nada en su biografía permitiría presagiar que ocuparía un lugar destacado en la historia. Pero ese año logra que el gobernador Velásquez le permita capitanear una nueva expedición a costas mexicanas, tras el fracaso de dos incursiones anteriores lideradas por Francisco Hernández de Córdoba (1517) y Juan de Grijalva (1518). Es su oportunidad y bien que sabrá aprovecharla con audacia y habilidad insospechadas. A esas alturas, los españoles todavía creen que tales costas pertenecen a un archipiélago asiático. Esa era la tesis defendida por Alamino, el piloto de las tres expediciones.
En términos de correlación de fuerzas, el recientemente unificado Reino de España, sin ser propiamente una potencia en el contexto de Eurasia, tenía todas las de ganar frente a lo que se ha llamado el “imperio azteca”, una confederación dominada por los mexicas al otro lado del mar océano, hoy llamado Océano Atlántico. Mayor poder militar, tecnológico, económico, demográfico y político, una cosmovisión de mayor escala, mayor experiencia de guerra. Eso en abstracto. Pero en la situación concreta de 1519, Hernán Cortés y su miniejército cuasiprivado tenían todas las de perder. Una inmensa inferioridad numérica, desconocimiento del terreno, de la fauna y de la flora, nula retaguardia, recursos limitados. Ambas culturas estaban dominadas por un pensamiento mágico – religioso. Todo estaba dado para que los guerreros aztecas aplastaran fácilmente a los españoles. Pero eso no sucedió. Y en ello me baso para considerarlo una hazaña militar de dimensiones históricas.
En realidad se trató de una campaña político-militar en la cual el componente político fue fundamental. Pero el análisis histórico debe blindarse respecto a la política del presente y su proyección interesada al pasado. Asimismo, debe ponerse entre paréntesis todo juicio moral anacrónico, suprahistórico, hecho desde la moral moderna. Primero porque es inútil frente al hecho consumado, lo que pasó ya pasó (aunque desde el interés político actual algunos piensen lo contrario, tal actitud es perjudicial para la historiografía). Segundo, porque introduce un sesgo que impide comprender los acontecimientos de otrora. Lo mismo aplica al juicio legal que proyecta el derecho internacional del presente a un pasado en el cual no existía. Por ejemplo, la idea de que los primeros pobladores de un territorio adquieren derechos sobre el mismo que deben ser respetados por el resto de la humanidad, es sumamente extraña en la historia de la especie humana. De hecho, es una idea que sólo adquiere fuerza en el incipiente estado de derecho internacional de la modernidad.
Hay, sin embargo, un anacronismo del cual no podemos prescindir. Me refiero a nuestro conocimiento científico – tecnológico actual, el cual constituye un aliado para entender lo que pasó. Así que por un lado está el análisis contextual que trata de comprender a los actores individuales y colectivos en sus propios términos, en su propia visión. Y complementariamente está el análisis desde el conocimiento privilegiado del presente, capaz de ver lo que ni los indígenas ni los españoles podían percibir en aquella época. Tampoco podemos prescindir del lenguaje actual pues se hace necesario para la comunicación.
Hecha esta aclaración el lector atento debe poder distinguir y separar por sus propios medios los dos enfoques, pues pueden aparecer mezclados en el texto. Por ejemplo, si hablamos de “América”, “España”, “México”, “Perú”, “Panamá”, es evidente el anacronismo.
España está apenas surgiendo como estado-nación monárquico tras la unión de las coronas de Aragón y de Castilla. Su proceso expansivo interior, la reconquista frente a los moros, dará impulso a su expansión de ultramar en Canarias, Italia, mínimamente África y luego las Antillas y la tierra firme americana, consolidando como imperio su visión de nación (Asia vendría inmediatamente después). La expansión europea por todo el planeta es lo que configura los modernos estados nacionales europeos (principalmente España, Portugal, Reino Unido, Francia y Países Bajos, todos con costa en el Atlántico). Imperio y Nación son dos caras de la misma moneda. En mi concepto 1492 es, sin duda, un candidato poderoso a ser considerado el año más importante de la historia, no de la europea meramente, sino de la historia de la especie y origen del mundo actual. Tras el primer viaje de Colón en busca de las rutas de occidente hacia el Asia (Catay/China, Cipango/Japón), el papa Alejandro VI (de los Borgia de origen valenciano, padre de Lucrecia y César Borgia), expide en 1493 las bulas papales que conceden derechos de titularidad a la monarquía española sobre las tierras descubiertas. Y en 1494 se firma el tratado de Tordesillas con el cual España y Portugal se reparten el mundo, por así decirlo. Son los equivalentes de la época al derecho internacional posterior.
En 1519 América no existe ni como nombre ni como concepto. Ni los indígenas ni los españoles tenían clara la idea de continente ni la visión de conjunto del vasto territorio continental que va desde la Patagonia al ártico. Los españoles, ya dijimos, se consideraban exploradores de un archipiélago asiático. Sin embargo, una isla se confirma como tal si la has circunnavegado, mientras tanto cabe la hipótesis de que sea “tierra firme”, que es el concepto más aproximado a nuestro actual “continente”. La desembocadura de un río de gran tamaño es un indicador de que se trata de tierra firme. Pero Yucatán no tiene señales de esa índole por razones geológicas. Cortés será, precisamente, uno de los primeros en darse cuenta que están en un continente a medio camino entre Europa y Oriente, pero eso será varios años después de 1519.
“México” o el término un poco más amplio “Mesoamérica”, nombran actualmente un territorio habitado en ese entonces por varios pueblos que hablan distintas lenguas, aunque provienen de un origen común más de diez mil años atrás. En esta narración, por ejemplo, aparecen dos territorios, uno con lengua maya y otro con lengua náhuatl. Todos los nativos americanos en 1500 son descendientes de inmigrantes paleolíticos del este asiático, durante la etapa final de la última glaciación (nota: pudo haber más de una oleada migratoria). Ninguna tesis alternativa ha pasado de ser especulación. Pero después de la elevación del nivel del mar han vivido aislados del resto del mundo durante más de 15 mil años, tiempo suficiente para una gran diversificación y para un experimento natural sin par.
A la llegada de los españoles ya hacía siglos que la civilización maya había colapsado, entre otros factores por una mala gestión ambiental del territorio, coincidente con una tanda de sequías. Sus pueblos aún sobrevivían en las zonas selváticas de lo que hoy es Yucatán, Bélice y Guatemala, pero sin el auge urbano de otros tiempos. Esa zona vivió un cataclismo hace 65 millones de años, el impacto de un meteorito de unos 10 kilómetros de largo que produjo el cráter de Chicxulub, actualmente no visible, pues se encuentra bajo tierra en la frontera de estratos K/T. Semejante catástrofe tuvo efectos mundiales, el más conocido es la extinción de casi todos los dinosaurios. La península de Yucatán, que cierra el golfo de México por el sur, tiene unas condiciones geológicas peculiares que permitieron a los mayas construir una importante civilización urbana. La península aparentemente no tiene ningún río importante, apropiado para sostener una población abundante, pero bajo la superficie existe el río subterráneo más grande del mundo. Podríamos decir que es más bien una gigantesca red de acuíferos a través de una plataforma sedimentaria de tierra caliza porosa de unos pocos kilómetros de grosor que se asienta sobre rocas metamórficas legadas por Pangea. Así que los mayas sí tenían agua en abundancia, pero con un acceso complicado a través de cenotes.
Para 1519 los españoles ya han consolidado su posición en las tres Antillas mayores con La Española como bastión principal y una avanzada en tierra firme localizada en el istmo de Panamá. Las islas fueron el primer ensayo a través del cual se va resolviendo cuál será el modelo de colonización, entre varias posibilidades en disputa que podríamos agrupar en dos campos, los modelos extractivistas y los feudales, que en palabras de la época se llamarían “rescatar” y “poblar”. La corona no tenía un diseño previo, sino que las cosas se van dando en una puja de intereses múltiples, un tinglado de fuerzas que demorará más de medio siglo en definirse mediante conflictivos ajustes sucesivos. Igual podríamos decir de la rentabilidad, la cual no resulta nada clara en los primeros decenios. El debate sobre el trato a los indígenas, las epidemias, el descenso demográfico indígena, la importación forzosa de africanos negros (del África occidental subsahariana) están presentes desde los inicios del siglo XVI.
El máximo gobernante de las indias desde 1509, era el hijo de Cristóbal Colón, Diego, designado virrey. Pero en 1514 Diego Colón es llamado a España por el rey Fernando, quien muere poco después. Se genera una especie de crisis de gobernabilidad, circunstancia que sería aprovechada por Diego Velásquez, autoridad delegada en Cuba, para promover las expediciones desde esa isla hacia las costas mexicanas. En estos procesos hay un personaje clave para los historiadores, el soldado Bernal Díaz del Castillo, quien años después escribiría Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, una de las crónicas de Indias más importantes como fuente informativa de los acontecimientos.
Las expediciones de conquistas eran empresas privadas, pero sometidas a la regulación de la corona (hoy podríamos llamarlas APP, alianzas público – privadas, no exentas de conflictos). Alguien tenía que invertir a riesgo y reclutar huestes compuestas por mercenarios ansiosos de obtener un botín. La rentabilidad era el interés del empresario conquistador, pero había que asegurar la parte correspondiente a la monarquía. No era el patriotismo ni la fe religiosa el acicate de las improvisadas tropas, sin embargo, sí había una identidad en torno a la cristiandad y la novel identidad nacional que daba cohesión cultural y sentido de pertenencia. Esto encaja en el modelo de colonización extractivista, pero había otra opción cuyas posibilidades se incentivaban con el paso del tiempo: el modelo feudal, que implicaba el asentamiento y el cultivo de la tierra, abría espacio a la migración femenina y permitía la configuración de municipalidades y unidades políticas mayores. La historiografía tradicional lo planteó como dos etapas, la conquista y la colonización, pero es mejor entenderlo como dos modelos articulados a intereses divergentes. A la postre, la encomienda sería la figura jurídica predominante como expresión del modelo feudal. A todo ello hay que agregarle la esclavitud, aplicada a indígenas y a mano de obra comprada en África por traficantes que luego la vendían en América (ese tráfico empezó antes de 1492 por parte de los portugueses). El modelo de la plantación esclavista fue clave en las Antillas, Brasil y Norteamérica.
La primera expedición a costas mexicanas fue un desastre para los invasores y un éxito defensivo para el pueblo maya. Los españoles manejaban la doble táctica de zanahoria y garrote. Inicialmente tomaban contacto pacífico, si era posible, embaucaban con regalitos y obtenían abastecimiento e información. Pero también hacían lo que denominaban el “requerimiento”, que consistía en una declaración formal para que los indígenas se sometieran voluntariamente al rey de España. Sobra decir que en muchas ocasiones ni siquiera había un traductor, así que los aborígenes no sabían de qué iba todo el asunto. Entonces aplicaban el segundo método: la vía de la violencia. Por el lado de los amerindios el dilema era también entre las dos tácticas, la relación amigable y hospitalaria o atacar a estos extraños. Al principio, incluso, cabía la duda de si estos hombres barbados eran dioses o simples humanos. Y quizás también debieron pensar en las consecuencias, por ejemplo que si atacaban a los invasores estos regresarían con mayores fuerzas y sufrirían algún tipo de retaliación, como en efecto sucedió.
El punto es que en 1517 la primera expedición de tres barcos, encabezada por Francisco Hernández de Córdoba, fue derrotada en Yucatán. Pasando diversas penurias, especialmente por las dificultades para “hacer la aguada” (aprovisionarse de agua dulce), la exploración tocó varios puntos: la isla de Cozumel y luego Cabo Catoche, Campeche, Champotón (los españoles iban poniendo nombres y haciendo rústicas cartografías). En el último lugar hay combate, los invasores sufren 57 bajas, muchos heridos y dos prisioneros. Pudo ser peor para ellos, pero las advertencias y el ritual indígena para iniciar el combate favorecieron la retirada. El propio Hernández sufrió 10 heridas que le causarían finalmente la muerte tras regresar afanosamente a Cuba.
La experiencia deja varias lecciones a los europeos: conocimiento sobre la capacidad militar indígena, la avanzada arquitectura nunca vista en las Antillas, los cultivos, la presencia de oro, el efecto psicológico de arcabuces y ballestas, la diversidad de terrenos, indicios de lo que hay más allá. Ahora saben que la isla de Cozumel es dominable y puede servir como cabeza de playa. También entienden que están ante una civilización más avanzada que la de los taínos de las islas, capaz de construir ciudades con casas de cal y canto y sostenida por una agricultura de mayor escala. Los nativos usan vestimentas de algodón. Sopesan el poder del armamento indígena y de sus defensas, como la armadura de algodón grueso que utilizan (los españoles aprenderán a usarla también). Evalúan sus tácticas. Además, lograron capturar dos indígenas, bautizados Julianillo y Melgarejo, que serán entrenados como lenguas (traductores) para futuras expediciones.
En el primer semestre de 1518 sale la segunda expedición con cinco barcos al mando de Juan de Grijalva, hombre con poca capacidad de liderazgo para ese tipo de empresa. Consolidan la posición insular de Cozumel y recorren el litoral con diversos encuentros pacíficos y pocas escaramuzas, pero sin que los indígenas acepten someterse al rey Carlos. El clásico intercambio de vidrios de colores por oro tiene lugar y el apetito de riqueza de la hueste se va incrementando. Llegan mucho más allá de la península yucateca, a nuevos territorios con selva exuberante y nativos que hablan otro idioma, la lengua náhuatl, que los traductores mayas no manejan. En el sitio que bautizaron San Juan de Ulúa tiene un recibimiento excepcional con regalos y atenciones. Son enviados de Moctezuma, el máximo jefe de los mexicas, el propio “emperador” (Uei Tatloani) azteca, pero los españoles aún no dimensionan la magnitud de la cultura que han contactado, lo que sí tienen claro es que hay riqueza. La táctica de recepción amistosa y con ofrendas lejos de tener efecto disuasivo, tiene un resultado totalmente contraproducente, porque aumenta el apetito de riquezas de los mercenarios, que no venían precisamente a hacer turismo. Por eso el regreso de la expedición a Cuba por orden de Grijalva genera inconformidades y conflictos.
Antes de que Grijalva hubiese regresado, ya Velásquez está planeando una tercera expedición. Es el momento de Hernán Cortés. A pesar de sus difíciles relaciones con Velásquez, consigue con ayuda de amistades cercanas ser designado capitán general de la nueva incursión, que en términos actuales equivale a ser el comandante del pequeño ejército que lograra formar. El 23 de octubre de 1518 recibe sus instrucciones en Santiago de Cuba, las cuales se limitaban a exploración, cartografía, rescate de cristianos prisioneros en la “isla” de Yucatán, toma de posesión de tierras, hacer requerimiento a indígenas y adoctrinarlos en la fe, investigar dónde hay oro y tratar de encontrar el reino de las amazonas. No hay autorizaciones para el rescate y comercio de riquezas ni mucho menos para fundar o poblar. Tales expediciones eran empresas privadas a riesgo, y el propio Velásquez no apoyaría económicamente la aventura. Así que Cortés empieza a organizar los pregones y reclutar su hueste indiana prometiendo riquezas y negociando sus propias reglas del juego. Sale de Santiago y va recorriendo el lado septentrional de la gran antilla integrando su tropa hasta llegar a Puerto Carenas (La Habana actual). Velásquez se arrepiente de la designación y trata de detener la expedición, pero Cortés apresura la partida.
El 10 de febrero de 1519 salen rumbo a Yucatán con 11 naos, cada una con su respectivo capitán. En total van 508 soldados (entre ellos 32 ballesteros y 13 escopeteros), 109 marinos, más de 150 indios taínos en calidad de porteadores, 16 caballos (serían los primeros en tierra firme americana), 10 cañones, 4 falconetes. Buena parte de la infantería llevaría como armadura las defensas de algodón que habían observado que usaban los mayas en las dos incursiones anteriores. Esto muestra flexibilidad, aprendizaje y adaptación por parte de los invasores.
Si examinamos su tropa encontraremos, en orden de más a menos numerosos, andaluces, castellanos-viejos, extremeños, leoneses, gallegos, asturianos y vascos. No hay aragoneses, catalanes ni valencianos, más interesados en el mar Mediterráneo y, en particular, en el sur de Italia. Y Granada está recién reconquistada.
En Cozumel rescatan a Jerónimo de Aguilar que en 1511 había naufragado junto a un pequeño grupo cuando se dirigían del Darién a La Española y una tormenta los arrojó a las costas yucatecas, donde fueron capturados por los nativos. La mayoría murió, pero Jerónimo logró sobrevivir y ahora reforzaba la expedición con un saber valioso, su conocimiento de la lengua maya, convirtiéndose así en traductor (“lengua” se les llamaba a quienes cumplían esta función). Caso distinto fue el Gonzalo Guerrero, otro sobreviviente que se había asimilado a la vida indígena, casándose con la hija de un cacique con la cual tuvo tres hijos, los primeros mestizos mexicanos. De hecho Guerrero terminaría combatiendo del lado de los mayas y moriría en 1536 peleando contra los españoles.
El 12 de marzo llegaron al río de Grijalva (Tabasco), pero a diferencia del año anterior esta vez los españoles son recibidos con hostilidad. Los invasores derrotan a los nativos tabasqueños en la cruenta batalla de Centla. Melchorejo, el lengua indígena capturado en la primera expedición, aprovecha la ocasión y se fuga llevando información valiosa a los mayas. En el museo de América, en Madrid, hay un cuadro sobre este primer combate. Como resultado de su victoria los españoles reciben oro, mantas y 20 indias jóvenes. Una de ellas será una protagonista clave de lo que sigue. Malinali (Malintzin) era su nombre, pero será famosa en la historia como “la Malinche” y bautizada como Doña Marina, su nombre españolizado.
Malinali era bilingüe, hablaba maya y náhuatl, y aunque fue concedida a Portocarrero, muy pronto Cortés valorará su inteligencia y habilidad, así que sacará a Portocarrero del juego y se quedará con ella durante algunos años. Según Gutiérrez Contreras había sido vendida como esclava por su padrastro en la zona del río Coatzacoalcos. Ella estaría presente en momentos claves, yendo más allá de la mera función de traducción. Tendría un hijo “bastardo” del conquistador, bautizado Martín Cortés, para quien su padre consiguió la “legitimación” como “blanco” mediante bula papal y hasta llegaría a ser caballero de la Orden de Santiago. No hay que romantizar la relación íntima entre Cortés y la Malinche, probablemente ambos se instrumentalizaron mutuamente para sus respectivos fines (caso parecido fue la india Catalina en el Caribe colombiano).
La flota sigue por el litoral hasta llegar a San Juan de Ulúa, en tierras aztecas, el jueves santo. Mientras en Francia Leonardo da Vinci dicta su testamento y agoniza, falleciendo el 2 de mayo de 1519, en México Hernán Cortés inicia su “juego de ajedrez” con Moctezuma Xocotzin, máximo jerarca de estas tierras. El Uei Tatloani envía una embajada liderada por dos caciques, Cuitlalpitoc (Pitalpitoque) y Tehutile, y se inician así los contactos entre las dos fuerzas, un primer round de estudio. La Malinche traduce del náhuatl al maya y Aguilar de éste al castellano. Cortés hace una demostración pacífica de poder con caballos y artillería para causar impresión en los enviados y expresa su deseo de entrevistarse con Moctezuma, lo que por un lado es considerado un atrevimiento por los mexicas y por el otro lo pone en la ruta de la extralimitación de competencias y la consiguiente insubordinación contra Velásquez. Al recibir el informe en Tenochtitlan, el jefe azteca comete su primer gran error. Envía de nuevo a Tehutile con 100 cargadores que portan oro, piedras preciosas, plumas, mantas y dos grandes ruedas (un calendario y otra de contenido astral) que maravillan a los castellanos. El resultado, por supuesto, es lo contrario de lo que espera Moctezuma, quien no parece concebir el grado de codicia de los extraños barbudos.
Aquí conviene analizar un poco el pensamiento mágico-religioso de ambos bandos, coincidentes en un dualismo ontológico. Los invasores buscaban riquezas mundanas, pero al mismo tiempo estaban infundidos de fe en un respaldo divino para la sagrada misión de extender el cristianismo y convertir infieles. Por eso siempre llevaban un capellán y solían interpretar fenómenos naturales como señales sobrenaturales a favor de su misión, por ejemplo en las batallas se aparecía el apóstol Santiago. Comparaban constantemente a los indígenas y sus ciudades y monumentos con los equivalentes de la cultura árabe islámica. Creían también en mitos no cristianos que abundaban en la Edad Media europea: el Preste Juan (supuesto rey cristiano en Asia oriental), el reino de las amazonas, los cinocéfalos (hombres cabeza de perro), las sirenas, los gigantes, los grifos, los hombres orejones, la fuente de la eterna juventud, etc. Y otro tipo de ficciones propias de la realidad intersubjetiva o realidad de segundo orden, como la “gloria” y la “honra” (hoy creemos en la “imagen” y la “hoja de vida”). Para los aztecas el asunto es muy diferente. El mito del regreso de Quetzalcoatl, quien había partido precisamente desde ese litoral al cual llegaron los europeos, juega a favor de los españoles, pues parece estarse cumpliendo la profecía. Los enviados de Moctezuma buscan precisamente averiguar si estos seres extraños son dioses o enviados de los dioses (teules). El regreso de Quetzalcoatl está asociado al fin de un ciclo en un año uno de Acatl (caña). Espacio y tiempo profetizados en la creencia de antiguo origen tolteca coinciden con la llegada de los europeos. Si esta tesis es cierta, explicaría en parte los errores estratégicos y tácticos de Moctezuma, y significaría que los invasores contaron con una buena dosis de suerte. El azar les facilitó la empresa.
Visto desde hoy, los homininos a ambos lados del charco aún están enmarcados en un pensamiento mágico. No hay un “logos” del viejo mundo en la conquista del nuevo mundo. Pero sí hay en la cosmovisión europea una superioridad de escala. En este mismo año de 1519 que aquí analizamos, en septiembre 20, parte la expedición del portugués Fernando de Magallanes al servicio de España que atravesará el Océano Pacífico (así nominado por ellos precisamente) y tras mil vicisitudes, incluida la muerte de Magallanes, uno de sus barcos bajo el mando de Juan Elcano, logrará la hazaña pionera de circunnavegar el globo terráqueo. Esta superior cosmovisión le permitía a Cortés tener una noción más exacta de lo que estaba sucediendo en el campo de batalla mesoamericano, mientras que Moctezuma nunca pudo visualizar el paisaje político-militar en medio de la humareda mítica que lo envolvía y la limitada integración comunicativa de los pobladores de un continente extendido en latitud de polo a polo.
El denominado imperio azteca es una unidad política relativamente reciente que aún no había alcanzado a consolidarse y enfrentaba múltiples conflictos en el territorio. Itzcóatl fue el Uei Tlatoani que sentó los fundamentos de la organización social y económica de los mexicas en la misma época en que Portugal, regido por Enrique el navegante, iniciaba desde Sagres la exploración de la costa occidental africana. El sucesor fue Moctezuma Ilhuicamina (1440-1469 en calendario europeo), gran constructor de templos. Luego Axayácatl (1469-1481) expandió el poder azteca por el valle de Toluca. Ahuizotl (1486-1502) conquistó zonas huastecas y el valle de Oaxaca. Y en 1502 Moctezuma II Xocoyotzin alcanza el poder. Al igual que España estaban en proceso de expansión para la época en que chocan los dos estados.
Cortés se va empapando de la realidad local y durante los siguientes cuatro meses, va a lograr victorias políticas en dos frentes. Por un lado, estableciendo una alianza con los totonacas de Cempoala que eran tributarios de los aztecas y engañando a unos y otros en un astuto manejo político. Y por el otro, derrotando a los velasquistas dentro de sus propias fuerzas, mediante una jugada magistral jurídico-política, que a veces es denominada la “revolución de Veracruz”. Cortés funda Veracruz, y por vez primera en la historia del nuevo mundo invoca el derecho ordinario para rebelarse a la autoridad de Velásquez, pero cuidándose de poner a su favor un argumento legal ante la corona. Resigna sus poderes ante la hueste constituida en cabildo para inmediatamente ser elegido como capitán general y justicia mayor. Designa autoridades en la nueva ciudad con escribano y testigos. La empresa privada ahora se convierte en una agenda con objetivos públicos. Comunidad y monarquía son la fuente jurídica de su nueva autoridad, o al menos tal es su alegato que es enviado a España en la forma de una carta de relación del cabildo de Veracruz.
En agosto, Cortés está listo para empezar la marcha sobre Tenochtitlan, pero antes debe cortar cualquier posibilidad de comunicación con Cuba de la fuerza que debe quedarse en Veracruz. Es entonces cuando Cortés procede a la acción más audaz que le dará fama hasta convertirlo en personaje legendario, odiado y admirado por siglos: la quema de las naves. Todo indica que nunca fueron incendiadas, pero si inutilizadas, barrenándolas y encallándolas. Esta decisión se convertirá en símbolo de coraje e irreversibilidad.
El 16 de agosto de 1519 Hernán Cortés se lanza a la campaña definitiva. En los meses siguientes derrotará a los tlaxcaltecas y los convertirá en aliados, luego masacrará a los cholultecas, entrará a Tenochtitlán, capturará a Moctezuma, humillará a los aztecas y vencerá a una fuerza superior española enviada por Velásquez a Veracruz. Pero también tendrá su “noche triste”. Esta asombrosa campaña será narrada de manera sucinta en la segunda parte de este escrito.
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