De animales a dioses
Reseña informal comentada del libro “De Animales a Dioses” de Yuval Noah Harari, profesor de Historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén. (Publicada originalmente en enero 5 de 2016)
Subtítulo: Breve historia de la humanidad. Fue publicado en inglés en 2013, en español en 2014 y en Colombia en 2015, siendo esta última la edición que utilizo. El libro es un best-seller y ha sido traducido a 30 idiomas. El profesor Harari también ha producido un extraordinario MOOC (en Coursera) con más de 100.000 estudiantes en dos ediciones, sobre el mismo tema del libro. Este autor estará próximamente en Cartagena en el Hay Festival. Autor de la reseña comentada: Jorge Senior
INTRODUCCIÓN
Esta nota feisbukera no es una reseña académica, pues no cumple sus requisitos. Su propósito es no sólo recomendar la lectura de este libro sino, además, comentar libremente su contenido, el cual coincide en gran parte con otra nota que publiqué hace algunos meses en este muro bajo el título “El Gran Relato”.
(ver Metarrelato 2 en este blog)
En efecto, el texto es un gran relato de la epopeya humana. Hace parte de un género llamado Macrohistoria que, en buena hora, parece estar cogiendo auge, en contravía de la tesis posmodernista de la desaparición de los metarrelatos. De hecho es un meta-meta-relato pues engloba a las distintas ideologías, religiones y sistemas de pensamiento, fundamentándose hasta donde le resulta posible en avances recientes de la ciencia (la frase “hasta donde sabemos” o similares aparece varias veces). Se trata entonces de responder “hasta donde es posible hoy” las tres preguntas clásicas: ¿de dónde venimos? ¿qué o quiénes somos? ¿adónde vamos?
Este mismo gran tema con sus tres preguntas clásicas fue abordado por Edward Wilson en su libro La conquista social de la Tierra, publicado en noviembre de 2012, es decir, poco antes del libro de Harari, a quien nos referiremos en adelante por sus iniciales YNH. Y es el tema de un cuadro de Gauguin. Es significativo que Wilson sea biólogo (entomólogo y conocido como el padre de la Sociobiología) y que YNH sea historiador (por cierto, el autor israelí muestra cierta debilidad en su formación biológica, así como Wilson en la formación histórica, lo que indica la necesidad de un trabajo en equipos interdisciplinarios más que autores individuales para profundizar esta línea de investigación; YNH, por ejemplo, parece que no ha entendido bien cómo se produce el proceso de especiación y su obra trae errores en este aspecto o la otra explicación es que se toma libertades literarias excesivas: ver páginas 17 y 30). Es claro que esto hace parte de la tendencia que hemos llamado la biologización de las ciencias sociales.
(ver Metarrelato 1 en este blog)
Después de un tiempo en que la historiografía, por orfandad de teoría, se hundió en la microhistoria, ha vuelto a renacer la visión de conjunto, primero desde autores con base biológica (como Jared Diamond y Steven Pinker, cuya influencia se nota en YNH) y luego por los propios historiadores, al menos por aquellos que se atreven a pensar en grande.
No hay duda que los avances en paleogenómica, en genografía (que se fundamenta en la genética de poblaciones y la biología molecular) y en neurociencia (con base en fRMI y otras tecnologías) han tenido un impacto gigantesco en el conocimiento de la historia y la prehistoria, humanas y homínidas. Nótese que todo surge a partir de nuevas técnicas de investigación creadas en los últimos 25 años, las cuales abren el acceso a información que antes nos estaba vedada. La lección para los científicos sociales es que deben estar abiertos y receptivos a la innovación técnica de la investigación y no fosilizarse en los viejos métodos tradicionales.
En resumen, el libro en cierto sentido expresa el estado del arte de la macrohistoria, pero también introduce la visión y los aportes originales del autor desde su reflexión personal. Esto significa que estamos ante un ensayo, no un texto científico como tal. Pero su marco de referencia es la ciencia. No me atrevo a catalogarlo como ensayo filosófico, pues eso sería estrechar sus alcances, sesgarlo hacia los vicios profesionales de los filósofos, con lo cual perdería la frescura que de hecho tiene. Tal vez podría considerarse un ensayo de divulgación en su mejor sentido: poner al alcance del público general los desarrollos científicos y reflexionar sobre sus implicaciones.
PÚBLICO LECTOR
Este libro no utiliza terminología rebuscada ni se enzarza en discusiones academicistas, por lo que es perfectamente accesible a un estudiante de educación media y de ahí en adelante a personas de cualquier profesión o formación (sería muy recomendable para estudiantes y maestros de secundaria y de universidad). El autor elucubra hipótesis de gran alcance pero al mismo tiempo narra situaciones concretas, de tal modo que el escrito va y viene entre el nivel concreto y el nivel abstracto, que suele ser siempre el más difícil. Es una buena exposición didáctica con ocasionales giros que pueden sorprender inteligentemente al lector. Lo que si puede suceder es que choque con los prejuicios y dogmas de tipo religioso o ideológico que pueda tener el eventual lector. Advertencia: Ningún sistema de pensamiento queda indemne, no queda títere con cabeza. Todas las ideologías religiosas, políticas y económicas quedan categorizadas como mitos o ficción, lo cual no impide que el autor sopese los aspectos funcionales reales que generan (efectos sociales y psicosociales que pudieran considerarse positivos).
PERIODIZACIÓN Y ESTRUCTURA
El autor retoma una periodización de la historia humana que ya tiene bastante consenso, la cual establece tres momentos críticos o revoluciones: (1) la revolución cognitiva del paleolítico tardío hace 70.000 años, (2) la revolución agraria del neolítico hace 12.000 años y (3) la revolución científica (en estos últimos 500 años) que da paso a la modernidad (por qué etiquetarlo con la revolución científica y no con la revolución industrial, el capitalismo o la modernidad es algo que se implica en el texto). Nótese que el paso “del mito al logos” en la antigua Grecia, que tanto encanta a los filósofos, no se incluye y, de hecho, ni siquiera se menciona. Esto podría entenderse de dos formas: (a) o la tesis de YNH niega o borra esa partición, (b) o simplemente no aparece por su menor relevancia. Soy partidario de la interpretación b.
En términos demográficos, en el estadio 1, algunos milenios después de la revolución cognitiva, la humanidad ronda el millón de personas en el viejo continente (aún no hay gente en Oceanía y América). Hoy cabrían todos en una ciudad mediana. En la época de la revolución agraria, en el neolítico, la población global en los cinco continentes alcanza el orden de magnitud de 10 millones. Algo así como la población del Caribe colombiano. En la época de Colón había unos 500 millones de Sapiens y hoy ya rebasamos los 7.000 millones. Ahora bien, entre la revolución cognitiva y la agraria, había por lo menos otras cuatro especies humanas, especies del género homo, distintas al Sapiens: reductos de Homo Erectus (la más exitosa especie de homínidos por su extensión y duración) en Asia Oriental, Denisovianos en Asía Central, Neandertales en Medio Oriente y Europa y los extraños “pigmeos” de la isla de Flores. Estas especies se extinguieron en ese período.
La estructura del libro tiene 20 capítulos distribuidos en cuatro partes. La primera, la segunda y la cuarta corresponden a las tres revoluciones mencionadas y se interpola una tercera parte bajo el título: La unificación de la humanidad. Un breve epílogo cierra las 450 páginas de impactante lectura. El título del epílogo es: El animal que se convirtió en un dios.
REVOLUCIÓN COGNITIVA
La revolución cognitiva que vivió el Homo Sapiens en el paleolítico tardío, es un hecho que se evidencia por sus efectos, pero sus causas se desconocen, aunque se supone debieron ser cambios genéticos. Por esta razón YNH no se detiene mucho a analizar las posibles causas sino sus efectos: una ínfima población de Sapiens, que estuvo al borde la extinción en el noreste africano, en unos cuantos milenios se desparrama por todo el globo, detona una explosión cultural, se dispara demográficamente, extingue a las otras especies humanas y a la mitad de la megafauna existente (sobre todo al irrumpir en Oceanía y América) y, finalmente, se consolida en la cima de la cadena alimentaria como el más extraordinario depredador. Una gesta verdaderamente épica y letal.
Alrededor de esta epopeya vital, YNH baraja diversas hipótesis, para luego pintarnos el panorama de una sociedad paleolítica “opulenta”, con una dieta diversa y saludable, pocas enfermedades y mucho tiempo libre, aunque desde luego no todo era color de rosa, pues la vida rústica es dura (YNH le sigue la línea al enfoque de la psicología evolutiva). El “caso judicial” de la culpabilidad del Homo Sapiens en tales extinciones no se ha cerrado, pero los indicios apuntan a su condena.
La idea central de esta primera parte es la siguiente: la revolución cognitiva es lingüística y social. El lenguaje repotenciado por nuevas capacidades neurales confiere a los miembros de la especie no sólo la posibilidad de transferir mayores volúmenes de información, sino además capacidades de cooperación a mucha mayor escala (lo que Wilson llama la “eusocialidad”, clave del poderío humano) y la posibilidad de crear ficción. En el origen fue el chismorreo al calor del hogar, sugiere YNH (bueno, otros autores hablarían de inteligencia social, teoría de la mente, tecnología social, etc). Como sea, con esta nueva herramienta cognitiva, la imaginación se amplifica exponencialmente, extendiéndose en el espacio, el tiempo y las combinatorias de representaciones (recordar a Hume), con independencia de la verdad y la mentira.
La respuesta de YNH a la pregunta por la eusocialidad es muy distinta a la de Wilson. Para éste el asunto es de selección de grupo, cuidado del “nido” y coevolución genético-cultural. Para YNH se trata del poder de la ficción para generar creencias compartidas, las cuales constituyen el “pegamento mítico” que permite la cooperación a gran escala entre extraños (como las redes de comercio, por ejemplo). YNH plantea el tema de la relación biología y cultura (o biología e historia) como una especie de bifurcación a partir de la revolución cognitiva en la cual la cultura gana una notoria independencia frente a la biología, aunque ésta sigue siendo el marco que impone los límites. Es cierto que la evolución cultural es más rápida y flexible que la biológica, pero eso no significa que ésta desaparezca del radar. YNH no parece concebir que la evolución biológica no se detuvo hace 70.000 años, lo cual es un craso error. Cuando más adelante en el libro, trata el tema de las razas, YNH minusvalora el impacto de la biología y al hacerlo cae en el mito de lo “políticamente correcto”. Ya sea que niegue la evolución biológica reciente o que la considere irrelevante, en mi concepto YNH se equivoca. Y además, desconoce el concepto de coevolución biológico-cultural, que es muy fecundo.
El punto es que, según YNH, con la revolución cognitiva el Homo Sapiens empieza a vivir en una realidad dual. Por un lado está la realidad objetiva que todo animal enfrenta. Y por otra parte está la realidad intersubjetiva, que a pesar de ser pura imaginación social, puede presentarse ante el individuo con la misma fuerza de la realidad objetiva, como todos sabemos por experiencia propia. Esta idea es muy potente. A estos constructos sociales o creencias compartidas, YNH los denomina “órdenes imaginados” y en última instancia, son mito o ficción. El concepto de “orden imaginado” es más amplio y abarcante que otros conceptos tradicionales como “ideología” (Marx), “instituciones” (Veblen), “epistemes” (Foucault). Una manera fácil de representarlo es como aquello que desaparece si desaparece el ser humano, pues sólo se sostiene por la creencia de éste.
Resumiendo, según YNH, estos mitos o ficciones son el secreto del éxito humano, la clave de la cooperación a gran escala (eusocialidad).
REVOLUCIÓN AGRARIA
Después de un cambio climático que trajo tiempos más cálidos, en el lapso que va entre 11.000 años a.p. (antes del presente) y 4.000 años a.p., los seres humanos domesticaron diversos animales herbívoros y plantas en por lo menos 10 epicentros independientes en Asia meridional, África subsahariana, Nueva Guinea y las Américas, y desde allí se diseminó la agricultura y la ganadería por muchos territorios (ver también Jared Diamond). Hay que aclarar que primero se había dado la domesticación del lobo en Europa hace unos 30.000 años. También es bueno dejar claro que el uso agropecuario del suelo, hasta hace unos 600 años, no pasaba del 2% de la superficie del planeta Tierra o 14% de la parte terrestre, esto es, 11 millones de kilómetros cuadrados.
Más que domesticación, la relación entre el ser humano y algunas especies es un caso de mutualismo, pues es de doble vía. Por ejemplo, el autor narra cómo el trigo domesticó al animal humano. YNH baraja las hipótesis de mayor consenso sobre cómo se dio este paso de la vida nómada en cuadrillas de cazadores recolectores a la vida sedentaria en aldeas de agricultores y ganaderos, pero nunca utiliza el concepto de selección de grupo (no genética en este caso).
Su tesis central es que la revolución agraria fue el mayor “fraude” de la historia. Si bien la agricultura-ganadería no obedeció a un plan consciente de largo plazo, sí fue el producto de una sucesión de decisiones graduales de algunos grupos humanos en un plazo relativamente corto. Cada paso era visto como una mejora o ventaja, por ejemplo para asegurar y facilitar el abastecimiento de alimentos. El resultado no esperado es que la vida si acaso mejoró para unos pocos y empeoró para la mayoría, en razón de que se incrementó y rutinizó la jornada laboral, y que la vida sedentaria en aglomeraciones propició la difusión de enfermedades infecciosas y los problemas de seguridad debidos a guerras y robos. Las consecuencias no planeadas fueron el crecimiento demográfico y la estratificación social. YNH no abunda en el análisis de la esclavitud y el surgimiento de clases sociales y propiedad privada, pero si enfatiza en la “trampa del lujo”. El aumento de la producción benefició al colectivo pero no a los individuos.
Hace 10.000 años había entre 5 y 8 millones de cazadores recolectores nómadas. Hace 2.000 años sólo quedaban de 1 a 2 millones de cazadores-recolectores pero ya había 250 millones de agricultores-ganaderos en el mundo. Es entonces evidente el triunfo demográfico de la agricultura, pero existe una discrepancia entre el éxito evolutivo y el sufrimiento individual. Los humanos cayeron en la trampa sin siquiera darse cuenta y sin reversa posible, y asimismo aconteció con los animales y plantas que “aceptaron” el “acuerdo fáustico” con los Sapiens.
El profesor Harari en varias partes de su libro argumenta un punto de vista que resultará muy grato para las nuevas sensibilidades que tocan las fibras de los grupos animalistas. La alianza mutualista significó un gran éxito para las especies involucradas. Actualmente hay 300 millones de toneladas de humanos y 700 millones de toneladas de animales domésticos, mientras que los animales salvajes terrestres a duras penas alcanzan una biomasa de 100 millones de toneladas. En otras lecturas he visto datos un poco distintos pero la idea es la misma: el mutualismo con los humanos fue un notable éxito evolutivo (por ejemplo, apenas hay un lobo por cada 2.000 perros). Pero las plantas y, sobre todo, los animales, pagaron un precio alto por ese acuerdo fáustico. Las plantas se volvieron totalmente dependientes de los humanos y los animales se vieron atrapados en formas de vida anómalas, sujetos a una selección artificial a la medida de los intereses humanos que no necesariamente coinciden con los intereses de los animales más allá del traspaso de la herencia genética. Al humano puede interesarle el bienestar físico del animal de granja pero no su bienestar psicológico y hoy sabemos que mamíferos y aves tienen necesidades en ese aspecto. El asunto llegó al extremo después de la revolución industrial que convirtió al ser vivo en un simple tubo acumulador de carne que sufre una vida realmente terrorífica en una cinta de producción en serie. Hoy por hoy sacrificamos 50.000.000.000 de animales cada año, siete veces la población humana (y aun así hay hambre en el mundo). YNH considera a la industria pecuaria el mayor crimen de la historia.
La moraleja es que no hay justicia en la historia. Temas como las jerarquías sociales, los problemas raciales y de género, dejan aún muchas preguntas por resolver. De todos modos las sociedades agrarias dieron paso a organizaciones sociales más complejas y jerarquizadas con una nueva concepción del tiempo, mejores tecnologías y basadas en órdenes imaginados (tecnologías sociales, instituciones, religiones, sistemas políticos) de mayor alcance y dimensión.
Un orden imaginado no es una conspiración malvada ni un espejismo inútil, no es ni un fraude ni una charada. A diferencia de lo que hacen las teorías conspirativas que tanto pululan en las redes sociales, un constructo social de esta índole no puede ser explicado con base en el cinismo de las élites poderosas. Es posible que en esas élites haya personas que sólo simulan compartir la creencia, pero se necesita que la mayor parte de la élite y de la población realmente crea en ese orden imaginado, de ahí su fuerza y permanencia. El concepto de orden imaginado hace referencia a un orden intersubjetivo que modela al mundo material y a nuestros deseos permitiendo la cooperación a gran escala y su variabilidad no es una mera función de la genética. Una sociedad no puede prescindir de ellos y si alguno decae debe ser reemplazado por otro (al estilo de lo que afirmaba Kuhn de los paradigmas en la ciencia). Al ser algo imaginado es difícil de sostener a medida que crece el tamaño y complejidad de la sociedad. Hace 5.500 años los sumerios inventaron la escritura, una especie de memoria exosomática inicialmente al servicio de la burocracia (ver mi artículo sobre la exosomatización del conocer titulado El giro ingenieril de la epistemología en Academia.edu ).
En China, Egipto y otros lugares pasó algo similar. Tal tecnología posibilitó el surgimiento de los imperios.
LA UNIFICACIÓN DE LA HUMANIDAD
En la parte III del texto, YNH abarca el período histórico de la antigüedad y la edad media sin necesidad de seguir una secuencia cronológica. Más bien hace comparaciones sincrónicas interesantes y utiliza un enfoque analítico.
En esta sección el autor deja plasmada su filosofía de la historia. El historiador o quien se aproxima a la historia no debe desconocer la asimetría existente entre pasado y futuro. YNH defiende, como casi todo el mundo hoy, una idea de la historia humana como un proceso contingente e impredecible en contraste con la más tradicional visión hegeliano-marxista de otrora, de tipo determinista. Al igual que en el caso de genética e historia, aquí también YNH considera que “las fuerzas geográficas, biológicas y económicas crean limitaciones pero dejan un amplio margen de maniobra” (p. 267), no restringido por una supuesta ley determinista (el autor no aprovecha el concepto de “accidente congelado”). Esto no le impide reconocer que a escala de milenios la historia humana muestra una clara dirección general hacia la unidad (el término “globalización” nunca aparece en el texto).
Fue en el primer milenio antes de nuestra era que arraigó la idea de un orden universal. El primer orden universal fue económico, el orden monetario. El segundo fue político, el orden imperial. El tercero fue religioso, como el budismo, el cristianismo y el islamismo. Cada uno tiene su capítulo en el libro. YHN saca a la luz la cara menos percibida de cada fenómeno. Por ejemplo, sobre el dinero dice que “es el más universal y más eficiente sistema de confianza mutua que jamás haya sido inventado”. Asimismo muestra las dos caras de los imperios y en el balance de las religiones el monoteísmo sale mal parado por su sangrienta y criminal intolerancia histórica, en comparación con el politeísmo.
Resulta curioso encontrar, de todas maneras, un cierto eco hegeliano en la idea de la contradicción como motor de cambio. Sin embargo, las contradicciones que interesan al autor son las que viven internamente las culturas, por ejemplo, la que hay entre cristianismo y caballería en la edad media o entre libertad e igualdad en la época moderna. Las contradicciones internas de las culturas y sus consecuentes disonancias cognitivas suelen ser comunes y constituyen una ventaja vital para su dinamización.
En resumen, la historia es ciega y no es función del bienestar humano. Un aporte original de YNH es mostrar que esta idea es común a enfoques tan distintos como la memética, el posmodernismo y la teoría de juegos. Harari reconoce que el papel del individuo es de escasa influencia en el curso de la historia.
Fiel a su concepto de “órdenes imaginados” y explotando al máximo su potencial, YNH redefine religión e ideología política, diluyendo sus fronteras. La religión sería entonces “un sistema de normas y valores humanos que se basa en la creencia en un orden sobrehumano”. Nótese que “sobrehumano” no equivale a “sobrenatural”. Por eso puede haber, según YNH, religiones de ley sobrenatural (animismo, politeísmo, dualismo, monoteísmo) y religiones de ley natural como el liberalismo, el comunismo, el capitalismo, el nacionalismo y el nazismo. Todas ellas sirven de legitimadores de algún orden social, así sean en última instancia mitos o ficciones, y a nivel popular suelen devenir en sincretismos de toda índole. Por otra parte, el fútbol no es una religión pues sus normas son admitidamente humanas y las teorías científicas normalmente tampoco, pues de ellas no se derivan normas o valores (aunque puede suceder que las ideologías la utilicen a su conveniencia). Sobra decir que el derecho natural sería otro mito o ficción.
Otro aporte interesante es el análisis comparativo entre tres “religiones humanistas”: liberalismo, socialismo y nazismo. YHN las presenta como las tres sectas rivales en que se divide el humanismo y que luchan por la definición exacta de “humanidad”. En las dos primeras se manifiesta la herencia cultural del monoteísmo según en el énfasis en la libertad o la igualdad. El nazismo, con su visión evolucionista de la naturaleza humana, aparentemente pasó a la historia pero nos dejó una asignatura pendiente: la eugenesia (ver el texto de Habermas El futuro de la naturaleza humana y mi publicación en la revista Advocatus y Academia.edu Utopía y naturaleza humana). Se puede bajar pdf en:
Resalto la pregunta final de este acápite: “¿cuánto tiempo más podremos mantener el muro que separa el departamento de biología de los departamentos de derecho y ciencia política?”.
LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
De una hermosa manera logra YNH expresar la mentalidad de la ciencia moderna al describir su surgimiento como “el descubrimiento de la ignorancia”. Y América, el nuevo mundo, tuvo mucho que ver con ello. Esto es más poético que exacto pues ya los griegos, desde los jónicos hasta los alejandrinos, habían hecho ese “descubrimiento”, pero sirve para expresar la modestia intrínseca de la ciencia y su espíritu antidogmático. A esta disposición a admitir la ignorancia, YNH le agrega otras dos características claves, “la centralidad de la observación y de las matemáticas” y “la adquisición de nuevos poderes”, desarrollando tecnologías (p. 279).
En esta sección, YNH narra cómo la articulación ciencia, tecnología, capitalismo, imperio e idea de progreso llevaron a la humanidad a un punto de inflexión en su breve historia, una verdadera encrucijada cósmica en la epopeya humana. Es la misma idea básica que expusimos en El Gran Relato, pero con otros matices.
De los siete procesos que transformaron a Europa y al mundo entre 1430 y 1830, YNH sólo menciona la mitad, es decir, 3,5. Los que el autor no menciona son: el Renacimiento, la Reforma Protestante, la Revolución política inglesa de 1688 y la Ilustración. Mientras que la exploración y expansión geográfica de los europeos, la revolución científica, la revolución francesa y la revolución industrial, sí que son mencionados. Y de ellos la revolución científica ocupa el lugar preponderante.
Las razones son obvias.
En 1.500 había 500 millones de Sapiens que producían 250 mil millones de dólares (actuales obviamente) y consumían 13 billones de calorías. Quinientos años después somos 7.000 millones, producimos 60 billones de dólares y consumimos 1.500 billones de calorías. En medio milenio la población se multiplicó por 14, la producción por 240 y el consumo calórico por 115. La producción por cápita se multiplicó por 17. Un salto abismal. Algo realmente asombroso.
Europa fue la locomotora de este proceso, pero durante la primera mitad de estos últimos 500 años la sociedad europea estaba lejos de tener una superioridad sobre otras civilizaciones. En 1.775 Asia era el 80% de la economía mundial. Sólo China e India representaban dos tercios de la producción planetaria. Claro que en los tres siglos subsiguientes a los viajes de Colón, Europa había extraído buena parte de la riqueza de América y aunque YNH no hace referencia explícita a la acumulación originaria del capital, de hecho está narrando ese proceso. La superioridad europea se construye entre 1.750 y 1.850 con la revolución tecnológica industrial y su vanguardia es el Imperio Británico, seguido por otros países de Europa Occidental. Nota: YNH ejemplifica este proceso recordándonos que el Imperio Británico apoyó a sus carteles de la droga atacando a China en las guerras del opio y apropiándose de Hong Kong a mediados del siglo XIX, mientras que la Compañía Británica de las Indias Orientales ya se había apoderado de la India desde siglos anteriores, llegando a tener bajo su dominio a la quinta parte de la humanidad.
La pregunta clásica es ¿por qué fue Europa y no Asia? (el continente más poblado y con grandes civilizaciones como China, Japón, India o Persia; ejemplo contrafáctico: China hubiera podido disputar el dominio de América y luego de Oceanía). Mi respuesta alude a los 7 procesos, pero el profesor Harari se centra en el círculo virtuoso que articula exploración, conocimiento/ignorancia, crédito e inversión productiva, en un marco político imperial basado en el espíritu de conquista de la mentalidad europea. Dos “sabios imperialistas”, Henry Rawlinson y William Jones le sirven a YNH para ilustrar el punto.
España y Portugal abrieron la ruta imperial europea, pero no desarrollaron el credo capitalista que se basa en el círculo virtuoso: confianza en el futuro > crédito > inversión > ganancias > pago de crédito > más confianza en el futuro. Nótese que el concepto “confianza en el futuro” tiene una conexión íntima con la idea de progreso, una novedad en la historia humana. Los holandeses primero, seguidos por los ingleses y luego otros países, sí potenciaron ese bucle psico-económico que equivale a una profecía autocumplida. Y no sólo eso, también asumieron a plenitud el credo baconiano: el conocimiento es poder, cuyo círculo virtuoso es: recursos > investigación > poder > más recursos. Es lógico que YNH ni siquiera mencione a Descartes, y en cambio haga énfasis en Bacon. Los filósofos han popularizado la idea mítica de que Descartes inauguró y modeló la modernidad con su pensamiento. Disiento de esa tesis idealista por múltiples razones, pero no es el caso discutir eso aquí, baste decir que coincido plenamente con YNH en este punto, aunque no me satisface del todo la manera un tanto ligera en que el autor aborda la relación entre técnica y ciencia, que son dos formas de conocimiento diferentes que no siempre han estado tan imbricados como hoy.
La descripción del capitalismo que hace YNH pone a la confianza en el futuro y la idea de progreso como piedra angular. La máquina capitalista se asemeja a esos negocios que llamamos “pirámides”, es una máquina de movimiento perpetuo que no puede detenerse porque se derrumba. El efecto es una sociedad ultradinámica como la historia no había visto, una sociedad en revolución permanente. La máquina a veces se traba un poco, sufre una que otra crisis circunstancial, pero en términos generales ha cumplido con el valor supremo de este sistema, su oxígeno vital: el crecimiento, tal y como vimos en los datos expuestos más arriba. Lo que ha permitido que esta “pirámide” funcione ha sido la extracción de riqueza en los “nuevos” continentes en una primera etapa y luego, a partir de la primera revolución industrial, la innovación tecnológica, que no solo incrementa la productividad sino que además abre nuevos sectores económicos. Entonces surge la pregunta que se planteó el Club de Roma en 1972: ¿es ilimitado el crecimiento? Estoy de acuerdo con YNH, el problema no es energético, ¡es la ecología, estúpido!
Capitalismo y medio ambiente no se llevan bien. Dice YNH: mientras el cristianismo y el nazismo mataban por odio (yo añadiría el yihadismo islámico pero el autor israelí se cuida de hacerlo), el capitalismo, en cambio, mata por indiferencia. Así fue durante la época del tráfico de esclavos y así es ahora con la pobreza y la exclusión. Así es también con la naturaleza. Ya mencionamos el horror de la industria cárnica global.
El punto es que el capitalismo necesita dos patas: el estado y el mercado. Creer en el libre mercado, dice YNH, es como creer en Papa Noel. El estado es necesario para regular los mercados y garantizar la confianza en el sistema. Ya desde el inicio, todo el proceso imperial europeo fue lo que hoy llamamos una gran “app”, una “alianza público privada”. YNH muestra el rol de vanguardia que jugaron la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y la Compañía Holandesa de las Islas Occidentales, al igual que sus equivalentes británicos más una serie de compañías que colonizaron Norteamérica con ejércitos mercenarios. Los franceses hicieron lo propio, por ejemplo con la Compañía del Mississippi. YNH toca apenas tangencialmente cómo los británicos derrotaron a los holandeses en Nueva York, pero profundiza un poco más en cómo le ganaron a los franceses en esta competencia de estados y capitales privados. Según YNH la razón fundamental fue que “Gran Bretaña consiguió ganarse la confianza del sistema financiero, mientras que Francia demostró no ser de fiar” (p. 355).
La revolución permanente del proceso capitalista, siempre creciente a pesar de crisis y fluctuaciones, amplía la base de consumo y genera una nueva ética consumista que promete el paraíso en la Tierra y que se complementa perfectamente con la vieja ética capitalista, como dos caras de la misma moneda (el mandamiento supremo de la élite capitalista es: ¡invierte! Y el de las mayorías consumidoras: ¡compra!. Es un nuevo modelo de sociedad con un orden fluido. Estado y mercado desplazan a viejas instituciones como la familia y la comunidad, liberan a mujeres, jóvenes y minorías de viejas cadenas para que entren en el juego económico y político, logran una retirada relativamente pacífica de los viejos imperios. El estado y el mercado son el padre y la madre del individuo. Y como sustitutos emocionales de los viejos lazos tribales se afianzan las “comunidades imaginadas” a manera de nuevas identidades. Naciones y tribus de consumidores (clubes de fans, hinchadas de equipos, vegetarianos, ecologistas, etc) son realidades intersubjetivas como el dinero, los derechos humanos y las sociedades anónimas.
En un acápite sobre paz y violencia, el autor le sigue la línea a Pinker, en el sentido de que vivimos en una época de paz, si se mira desde el punto de vista histórico, y Surámerica ha sido vanguardia en este asunto, incluso antes que Europa. Hoy el suicidio genera más muertos que el crimen y el crimen más que la guerra, aunque los noticieros invierten esta realidad comprobada estadísticamente. La paz mundial es una realidad en ciernes porque estamos asistiendo a la formación de un imperio global. Ahora bien, el autor no desconoce que es una Pax Atómica, tenemos la tecnología para acabar con la humanidad (no con la naturaleza), pero nos salva por ahora que la guerra nuclear no es negocio. Nota: en el tema de la violencia no podía estar ausente Colombia, por supuesto, que es mencionado como un estado débil al lado de Somalia (p. 404).
Un crecimiento económico gigantesco, unos avances tecnológicos fantásticos, importantes logros en las últimas décadas en derechos humanos, derechos de minorías, equidad de género, disminución relativa de la violencia… ¿estamos en el paraíso terrenal? Ya se sabe que el autor lo niega, pues está por resolverse el problema ambiental, la contradicción entre la sostenibilidad de este modelo de sociedad y los límites del crecimiento. También hemos mencionado que está el peligro del armamento nuclear y que nuestra alimentación se basa en lo que YNH llama “el mayor crimen de la historia” (la industria agropecuaria moderna). Pero, ¿y qué hay de la felicidad? ¿somos más felices que lo que eran los Sapiens en las cuadrillas de cazadores recolectores o en las sociedad agrarias? Al fin y al cabo eso es lo que cuenta, en el fondo, ¿no? El historiador YNH reconoce que la historia de la felicidad es un campo casi virgen en la historiografía y dedica un capítulo al análisis del tema.
Generalmente se cree que a mayor progreso material, mayor felicidad, pero la investigación experimental en psicología y neurociencias ha mostrado que no es así. Sí parece haber una relación causal en la escala económica baja, cuando hay necesidades básicas insatisfechas. Mas a partir de cierto umbral de riqueza básica, el incremento sólo incide en la felicidad por un corto período de tiempo y la persona tiende a volver a su nivel habitual (como pasa con las pérdidas y el consiguiente duelo). Se ha encontrado que si bien las personas fluctúan normalmente en sus niveles de felicidad/infelicidad, alegría/tristeza, tienden a tener un promedio bastante estable en el mediano y largo plazo, aunque para cada individuo es diferente ese promedio. La neurociencia nos explica el fenómeno en el nivel bioquímico por la segregación de endorfinas, como la serotonina, la dopamina y la oxitocina. Esto significa que el progreso en las condiciones materiales de vida de una sociedad no conlleva a una mayor felicidad de sus miembros, así que la carrera del crecimiento, esencia de la lógica del capital, no parece tener mucho sentido. Pero sí le da mucho fundamento a la distopía creada por Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz, donde la gente vivía en estado de felicidad gracias a una droga llamada Soma.
De otro lado, siguiendo a Daniel Kahneman, YNH explora la idea de que la “clave de la felicidad” es una vida dotada de sentido, con lo cual se infiere que la gente bien pudiera ser más feliz en sociedades premodernas articuladas con fuertes mitos (así fuese un autoengaño), que en la moderna sociedad secular tan cercana al nihilismo. El autor balancea y matiza ambas opciones en el mundo actual, sin inclinarse hacia el pesimismo o el optimismo, tratando de integrar aspectos materiales y emocionales. Por ejemplo, reconoce que los logros en materia de salud, en especial frente a la mortalidad infantil y de mujeres en el parto, es una contribución invaluable ante semejante factor de infelicidad. Y al mismo tiempo señala que “si la felicidad viene determinada por las expectativas, entonces dos pilares de nuestra sociedad (los medios de comunicación y la industria publicitaria) pueden estar vaciando, sin saberlo, los depósitos de satisfacción del planeta”.
Sea por “engaño bioquímico” o por “autoengaño social”, la solución al problema de la felicidad humana entendida como autopercepción subjetiva (cómo nos sentimos), parece ser deprimente (nótese la ironía). En una digresión desde este punto, YNH encuentra una sorprendente semejanza entre Darwin y Dawkins con san Pablo y san Agustín: “como Satanás, el ADN emplea placeres fugaces para tentar a la gente y someterla a su poder” (p. 431) (!!!). Sucede que esta idea de la felicidad como autopercepción subjetiva es más bien moderna y de corte liberal (y en ella es que se basan ciertos test de estudios psicológicos). Casi todas las filosofías y religiones han tenido un enfoque diferente. Por ejemplo, el budismo ve el problema en la búsqueda incesante de satisfacciones fugaces, lo que lleva a una tensión permanente y a la permanente insatisfacción. El tip de Buda es su llamado a independizarnos tanto de las condiciones externas como de los sentimientos internos.
Cuando leo y escribo esto no puedo sino evocar a El hombre rebelde de Albert Camus. “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no”. El argelino escribía en la atmósfera de posguerra, algunos años después del holocausto nazi, un desgarramiento humano vertebrado por la eugenesia totalitaria, confusamente basada en las ideas biológicas de la época. En el siglo XXI la eugenesia real, ya no totalitaria sino liberal, está a la vuelta de la esquina. El animal enclenque de la sabana africana se ha convertido en un dios y el último capítulo del libro nos lleva a vislumbrar un futuro que es, al mismo tiempo, inminente e ignoto. Esta especie ha logrado lo que ninguna otra jamás pudo ni por aproximación: rebelarse contra la selección natural y empezar a imponer el diseño inteligente, incluido su propio diseño, ha creado soles y viajado a otros mundos, ha inventado seres inteligentes de una nueva forma de vida basada en silicio y está a punto de derrotar a la muerte. Esta extraña, débil y paradójica criatura se ha vuelto casi invencible: sólo ella misma o un cataclismo cósmico podría aniquilarla. En un acontecimiento de proporciones cósmicas sin precedentes, las leyes que gobernaron el planeta durante 4.500 millones de años están siendo reemplazadas, en gran parte, por leyes humanas.
Nuestra época es una encrucijada: puede ser el big bang de un nuevo mundo o el principio del fin de la epopeya humana. (En El Gran Relato pinté no 2 sino 4 escenarios: pesimista radical, pesimista moderado, optimista moderado y optimista radical). Aprendimos qué somos y de dónde venimos, y ahora toca decidir hacia dónde vamos, qué queremos ser, pero ni siquiera en la más desbordada imaginación de alguna historia de ciencia ficción alcanzamos a vislumbrar el destino de la humanidad. En el Frankenstein romántico de Mary Shelley, el amor vence a la máquina. Pero el Frankenstein real de hoy, montado a hombros de Gilgamesh, parece imposible de detener.
“La única cosa que podemos hacer es influir sobre la dirección que tomen. Puesto que pronto podremos manipular también nuestros deseos, quizás la pregunta real a la que nos enfrentamos no sea ‘¿en qué deseamos convertirnos?’, sino ‘¿qué queremos desear?’. Aquellos que no se espanten ante esta pregunta es que probablemente no han pensado lo suficiente en ella” (p. 454, así finaliza el último capítulo).
Es lo que nos enseñaba Estanislao Zuleta cuando decía “deseamos mal” y nosotros, los de entonces, que ya no somos los mismos, pensábamos en la Revolución del Deseo, pero ni de cerca vislumbrábamos la verdadera dimensión del desafío.
El libro de YNH termina con un epílogo, breve como una cuartilla, que culmina la obra con la más pringamocera de las preguntas: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?”
Nota: Yuval Noah Harari es judío, israelí, gay casado y vegano. Los temas álgidos relacionados con Israel, la religión hebrea, el homosexualismo y el veganismo son eludidos en el texto de una manera sutil. La cuestión ética de la industria cárnica sí es abordada, pero no hay argumentación por el veganismo o el vegetarianismo.
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