lunes, agosto 19, 2019

La libertad de expresión referente a ideas o creencias no tiene límites

Por Jorge Senior, publicado originalmente en enero 2015, poco después del atentado a Charlie Hebdo

La masacre en el hebdomadario francés Charlie Hebdo generó un rechazo unánime en los medios y redes que yo suelo recorrer, pero dividió a los supuestos “rechazadores” de la masacre en dos:

1) Los que al lado del rechazo a la masacre (y a veces dedicándole mucho más espacio y energía) repudiaron los contenidos de la revista, los tildaron de provocadores, los acusaron de “pasarse de la raya” y en ocasiones insinuaron que los dibujantes se lo buscaron (el mismo argumento que se usa contra Ingrid o el General Alzate por meterse en terrenos de las Farc, contra la chica en minifalda abusada en Andrés carne de res, contra Jaime Garzón y, en general, contra víctimas que de algún modo transgredieron un límite real o imaginario, práctico o teórico). Y no faltó el que insinuó o afirmó que “se lo merecían” en cuyo caso ya entraba en contradicción con la otra afirmación: “condeno la masacre”. En este grupo caben también los que argumentaron sobre la hipocresía de los líderes que marcharon, las culpas imperialistas y colonialistas de Occidente, los aprovechamientos de la derecha xenofóbica, la islamofobia, los defectos, incoherencias o limitaciones de las democracias occidentales, etc, como explicaciones (y atenuantes morales) de la operación militar yijadista, para ser leída como una “reacción a”. Nota: no he leído a nadie que analizara el hecho notable de que Mahmud Abás y Netanyahu marcharan juntos a pocos metros de distancia.

2) Los que rechazamos la masacre sin ambages, sin asteriscos, independientemente de si estamos de acuerdo o no con los contenidos de la revista (asunto que consideramos irrelevante o secundario), y también independientemente de los oportunismos que aprovechan la coyuntura, pues lo consideramos no sólo un atentado contra las víctimas, sino un atentado contra la libertad de expresión, un combate desigual entre lápices y balas. Y defendemos la libertad de expresión (en el grado en que existe) porque no es una graciosa dádiva de los poderosos sino una conquista (filosóficamente liberal) de innumerables luchas populares en Europa y otros continentes. Sería contradictorio, consideramos, adoptar una posición crítica frente a los grandes poderes dominantes en el globo y a la vez adoptar una posición en pro de la censura o de la limitación de la libertad de expresión. Se trataba entonces de un evento distinto a otros hechos violentos como los sucesos del 9-11 o del 11-M y su discusión también es distinta aunque hay conexiones entre tales sucesos (mezclarlas lleva a confusión). Este grupo de ciudadanos opinadores supo poner en práctica la idea de Voltaire que parafraseo así: “puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero defiendo tu derecho a decirlo”.

El segundo grupo acogió en términos generales la consigna o numeral “yosoycharlie”. Y el primer grupo ripostó con “yonosoycharlie”.

Esta clasificación se refiere a mis lecturas por redes y medios. Sin duda hubo otras posturas, por ejemplo de los xenófobos o islamofóbicos europeos, o los que de la boca para fuera dicen una cosa pero piensan otra, o de los indecisos (que es una “no postura”). El punto es que se generó un debate sobre la libertad de expresión y sus límites, tema de esta nota.

La libertad de expresión es un subconjunto de todas las libertades posibles y deseables. La libertad de prensa es sólo un subconjunto de la libertad de expresión, pues existen muchas y muy importantes formas de expresión ciudadana que no se dan a través de medios de comunicación como los periódicos, revistas, radio y televisión y, en general, lo que quepa bajo la etiqueta de “prensa”.

La tesis que voy a defender aquí se refiere a la libertad de expresión y no sólo a la libertad de prensa. Se refiere a la expresión en torno a las ideas o creencias y no a la información o a las personas, una distinción que es esencial clarificar al máximo.

Esta puede ser una manera de expresar mi planteamiento: LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN SOBRE IDEAS O CREENCIAS NO DEBE TENER LÍMITES EN UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA PLURALISTA MODERNA. Esta libertad de expresión se refiere, pues, a lo que Kant llamaba el “uso público de la razón” y lo que Antanas Mockus mencionaba en su pedagogía del 2010 como: “argumento va, argumento viene”. La deliberación pública es columna vertebral de la democracia (y de la ciencia también).

Complemento la tesis diciendo que aunque utilizó la palabra “debe”, es decir me refiero a un deber ser, considero que esta tesis es aplicable en la práctica a través de un proceso de construcción de ciudadanía y aprendizaje cultural, concomitante con el respectivo marco legal y estado social de derecho. Se trata además de una realidad existente con bastante aproximación en algunas sociedades actuales. No es pues un ideal imposible o un sueño utópico.

Aclaro que el uso de tres calificativos, a saber, democrática, pluralista y moderna, puede ser pleonástico, pero es mi manera redundante y robusta de enfatizar que la democracia es una construcción histórica moderna (Atenas no era democrática aunque allí nacieron algunos elementos) y que el pluralismo es una de sus características medulares especialmente relevante para el tema que nos ocupa.

Aclaro también que al hablar de “sociedad” me refiero a una comunidad a escala de país o estado–nación. La existencia de una libertad como ésta no significa “en todo momento y lugar” sino que la sociedad caracteriza diferente espacios (como sucede con otros comportamientos, con la vestimenta y otras prácticas sociales). La sociedad democrática pluralista y compleja crea diferentes espacios y situaciones, de tal modo que la crítica y el humor tengan espacios eficientes para su ejercicio sin caer en el saboteo o agudizar conflictos. Estas distribuciones de espacios pueden estar regladas en la cultura o en normativas legales, pero lo importante es que se garantice la “tribuna eficiente” para la crítica y el humor.

Una tercera aclaración se refiere a aspectos que están implícitos en la tesis. Por ejemplo, el manejo de la información debe tener límites, pues el funcionamiento social exige un compromiso con la veracidad en los medios, en el comercio (las etiquetas de los productos por ejemplo), en los gobiernos, en la educación, etc. La información es un bien público. La libertad de expresión está restringida por el derecho a la información. Pero información no es igual a ideas o creencias (no me refiero a “información” en términos técnicos de bits, sino en sentido de información periodística o social). Una crítica o una sátira a una idea o creencia no lesionan el derecho a la información, ese es el punto. Otro límite a la “expresividad” tiene que ver con las amenazas o la referencia a personas. Aquí se involucran aspectos como la seguridad personal o colectiva, la calumnia o injuria, etc. Pero esto no es asunto de críticas o sátiras impersonales, abstractas o genéricas que es lo que nos ocupa.

Y ya que hablamos de límites, diferenciemos entra la censura (que implica prohibición y penalización, que puede ser desde leve hasta letal) y la sanción social de tipo cultural que se expresa precisamente mediante contracríticas y contrasátiras (lápices contra lápices, palabras contra palabras, por así decirlo). Sanción social que muchas veces no es “políticamente correcta”, pero en todo caso no es censura oficial o legal. Así mismo hay que diferenciar entre la autocensura por miedo (a la retaliación violenta o la represión oficial legal o pseudolegal) de la “autocensura” por cortesía, delicadeza, buenas maneras, sensibilidad, etc, que más que autocensura es un criterio. En lo que se refiere a la crítica o sátira de ideas o creencias yo estoy contra la censura, no contra el (buen) criterio. Y frente al “descriteriado” considero debe aplicarse una respuesta de su propia medicina, esto es, crítica y sátira con mayor calidad y fundamento. Por la misma razón no estoy en contra del control de calidad en los espacio específicos, aunque en la sociedad en su conjunto existe el derecho hasta de decir estupideces. 

Uno de los fundamentos de la tesis son estas otras dos tesis netamente modernas:

1) Se respeta a las personas por el solo hecho de ser personas (podríamos incluso ampliar el círculo ético a una parte del reino animal pero eso queda para otro día). Esto involucra el concepto de dignidad como intrínseco a la condición humana. En el debate sobre el aborto aparece el problema de en qué momento del proceso ontogenético se le asigna al embrión o feto el atributo de dignidad humana y sujeto de derecho (antiguamente era la discusión de en qué momento se “encarnaba el alma”; hoy sabemos que no hay tal alma pero igual hay que tomar una decisión social que trace una línea frontera).

2) Las ideas o creencias no son personas. Ideas/creencias, por un lado, y personas, por el otro, pertenecen a dos “mundos” ontológicos distintos, tan distintos que ni siquiera se solapan. Las personas sienten, sufren, gozan, ríen, lloran, piensan, sueñan, aman, odian, en cambio las ideas o creencias no hacen o padecen nada de eso. No podemos golpear una idea y mucho menos hacerla sufrir. Las ideas o creencias son creaciones del cerebro humano en su natural esfuerzo de simular o recrear la realidad y se objetivan mediante el lenguaje y los acuerdos o convenciones sociales (las más de las veces se imponen o inculcan, especialmente en la etapa infantil), así como en la técnica o el arte. Para crear ideas hay que pensar, mal o bien, pero hay que pensar y mejora mucho si dialogas. Para crear personas hay que aparearse (…muchos lo hacen sin pensar y sin hablar)….. (es una broma).

De esas dos premisas se desprende que es posible irrespetar una idea sin irrespetar a una persona. Es posible que tú irrespetes mis ideas o creencias (recuerda que es una falacia usar “argumentos” ad hominem) sin que por ello me estés irrespetando a mí y sin que yo ni siquiera me sienta ofendido. Desde luego que, para que ello sea así, se necesita un aprendizaje, tanto del individuo como del entorno social. Se necesita un desprendimiento racional que involucra una actitud o disposición para la deliberación y el humor (y que en nada disminuye el entusiasmo y la sana emoción por las ideas). Se necesita un entorno social que lo favorezca. Pero aún si me sintiera ofendido, ese no es el punto pues el debate es sobre libertad de expresión. El punto es que aún en caso de que me sintiera ofendido no por ello voy a pedir censura. A las ideas o sátiras que pudieran ofenderme las contraataco con inteligencia seria o humorística, pero no con peticiones de censura. Pedir censura o censurar (prohibir, penalizar) es intolerancia. Dar el debate o replicar no es intolerancia, todo lo contrario, es deliberación, uso público de la razón, clave de la democracia.

En una red social puse el siguiente desafío: reto a cualquiera a que me insulte, irrespete o se burle de mí por un medio verbal o escrito utilizando exclusivamente como arma el irrespeto, el insulto o la burla a una idea, creencia o símbolo abstracto. 

Nadie pudo. Al parecer es imposible sin mi complicidad. Es como una especie de invulnerabilidad sin kriptonita. Pero en los comentarios se evidenció lo difícil que es separar ideas/creencias de la persona y a veces intentaron atacarme como persona (como son amigos y no sicarios no les resultó, pues el insulto y la amenaza para que funcionen deben ser creíbles). El manido argumento de “¿te gustaría que insultará a tu madre?, no aplica. Las madres son personas, no ideas o creencias.

Desde luego que, como sucede en biología, una cosa es in vitro y otra es in situ. El ejercicio es interesante pero la prueba exigente tiene que ser en contextos reales. 

¿Por qué hay tanta dificultad en separar las ideas y creencias de las personas? 

Por atavismo. En las sociedades no modernas, por ejemplo en las sociedades tribales, el fenómeno identitario entre individuo, comunidad y creencia es tal, que prácticamente se fusionan como si fueran la “santísima trinidad”. Ese fenómeno psicosocial no desaparece como por arte de magia en la modernidad pues tiene una raíz profunda que viene desde “los tiempos de la manada” y sobre vive en islas arcaicas dentro de los países y dentro de nuestro cerebro. Se asimila a lo que los ilustrados llamaban “estado de naturaleza” y que hoy se estudia desde las denominadas “ciencias de la naturaleza humana” y desde las ciencias sociales y humanas. A esto se refería el filósofo Lucien Goldmann con su concepto de “límite de conciencia posible”. Hay inercia y resistencia al cambio, como sucede en toda organización o comunidad humana.

En las sociedades modernas, producto histórico de los siete procesos que transformaron a Europa y al mundo entre 1430 y 1830, y producto del desenvolvimiento del mundo moderno desde el siglo XIX para acá, se fue produciendo otro fenómeno: el individuo ciudadano. La construcción de ciudadanía se considera clave para la existencia y mejoramiento de la democracia y se expresa como la difusión de una cultura política: la cultura democrática. 

No se trata de un proceso netamente político. Las revoluciones tecnológicas, en especial en el campo del transporte y las telecomunicaciones, rebarajan todo, revuelven a los humanos, disuelven las viejas identidades ancestrales basadas en lo biológico, lo territorial, los idiomas y las tradiciones, y generan nuevas identidades entrecruzadas, de tal modo que cada individuo tiene, no una, sino muchas identidades, y en cierto sentido cada uno es una fórmula única de cruce de identidades de toda índole. El cosmopolitismo avanza de la mano de la tecnología pues la economía y la cultura se mueven sobre los rieles tecnológicos. No hay tal aldea global salvo en el sentido trivial de empequeñecimiento de las distancias. 

Este rumbo no es producto de un superpoder conspirador, de un gran hermano, pero los grandes poderes que nuclean y lideran al capitalismo avanzado, hoy como ayer, saben adaptarse, transmutarse y aprovechar las circunstancias para la promoción de sus intereses. Lo mismo tienen que hacer las fuerzas democráticas. Se trata de ampliar y profundizar la democracia, no de retroceder a situaciones superadas apoyando la censura en lo interno o apoyando las teocracias opresivas en un asombroso internacionalismo mal entendido, como si eso fuera solidaridad con sus pueblos oprimidos. Ni Boko Haram, ni ISIS ni los talibanes ni ningún fundamentalismo atávico pueden ser considerados luchadores progresistas (sí, yo defiendo una idea no ingenua de progreso; negarle a la humanidad una visión de progreso (compleja y multidimensional) equivale a negarle la posibilidad de aprender y nos lleva a un rasero indiferencial). Pero, por el otro lado, el maniqueísmo de la tesis de “choque de civilizaciones” puede caer fácilmente en la sobresimplificación. Basta mirar la media luna protestante del centro de EEUU que es base social de los republicanos gringos para entender que ese fundamentalismo atávico aún está enquistado en Occidente (o ver lo que pasó en la URSS y Yugoslavia). Y, a su vez, en África o Asia, como en América Latina, hay valiosas semillas endógenas de democracia por incipientes que sean.

Siendo optimistas, este rumbo es la base incipiente de la ciudadanía mundial y yo le doy la bienvenida. Aunque hoy los homo sapiens, como ayer los homo erectus, seguimos jugando con fuego.

Post-scriptum: nótese que no uso términos como “terrorismo”, “sagrado”, “violencia simbólica” porque no los comparto. Sólo los utilizaría para referirme a lo que otro dice. Tampoco toqué el tema del “cuidado de sí mismo” (el famoso “principio” popular de “no dar papaya” como se dice en Colombia). Ese tema lo desarrollé cuando el caso de la mujer en minifalda en Andrés carne de res. Como víctimas potenciales todos tenemos el deber pragmático y realista de cuidarnos, pero ello no otorga derechos a los potenciales victimarios ni socava nuestro derecho a no ser agredidos.

1 comentario:

  1. Muy buen artículo, Jorge. Interesante leer esto cinco años después de los trágicos hechos de C.H.
    Hoy nos ocupa un tema menor, pero del mismo sentido, y ahora el brazo ejecutor es el progresismo de izquierda, quién lo diría; esperemos que no pase a mayores...

    Resalto algunas frases que me parecen centrales en el debate de estos temas: «…“puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero defiendo tu derecho a decirlo”…La deliberación pública es columna vertebral de la democracia (y de la ciencia también)… el pluralismo es una de sus características medulares… es posible irrespetar una idea sin irrespetar a una persona… Pedir censura o censurar (prohibir, penalizar) es intolerancia…»

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