"En aquel entonces, Oriente era el foco de la civilización, bien iluminado por la historia; y Occidente el territorio oscuro y salvaje donde vivían los bárbaros" (p. 34)
"Se esconde aquí una atractiva paradoja: que todos podamos amar el pasado es un hecho profundamente revolucionario" (p. 69)
En esta entrada presento una breve reseña al libro de la filóloga española Irene Vallejo Moreu, titulado El infinito en un junco, publicado inicialmente por Ediciones Siruela en 2019 y ahora en 2021, en Colombia, por Penguin Random House Grupo Editorial, colección Debolsillo. La edición es perfecta, pues no encontré un sólo error tipográfico.
Más abajo incluyo la columna que publiqué en El Unicornio el 16 de agosto, pero antes quiero hacer unos comentarios adicionales.
En estos tiempos la Historia se encuentra bajo ataque, el revisionismo cunde impulsado por ideologías con fines políticos. Ese ataque proviene tanto de la derecha como desde la izquierda. En el caso de la izquierda post-marxista hay una influencia posmoderna (léase antimoderna) que se refleja en enfoques identitarios y victimistas sectarios que caen en anacronismos y moralismos maniqueos. De acuerdo con el posmodernismo (antimodernismo) la objetividad es despreciada y la subjetividad es reivindicada, de tal modo que no hay verdad histórica sino verdades propias de cada sujeto social. Bajo esta óptica la historia como ciencia resulta imposible, la historiografía es reemplazada por unas supuestas "memorias", que en realidad no son más que inventos acomodados para contarle a un público específico lo que quiere oir. Para justificar ese proceder se dice que se trata de revisar la "historia oficial" de los poderes dominantes integrados por viejos varones blancos, occidentales y heterosexuales (falacia Ad Hominem, falacia genética). Pero en realidad se desconoce el trabajo historiográfico serio realizado por escuelas marxistas, de los annales y otras corrientes, que no son "oficiales" ni sirvientes de las élites. En esa misma línea de ataque antimoderna se despliega una diatriba permanente contra la cultura occidental, so pretexto de criticar el eurocentrismo. Pero botan el niño con el agua sucia de la bañera, desconociendo todo lo maravilloso que hay en una cultura tan inmensa, plural, cambiante y autocrítica.
Pues bien, el libro de Irene Vallejo reivindica la historiografía y la objetividad, a pesar de que reconoce sus limitaciones y que se alínea con un liberalismo políticamente correcto, pero lo hace con ecuanimidad y plausibilidad, sin lloriqueos victimistas. Está implícito en el texto que los valores morales y la cultura política son contextuales, no transhistóricos. Sin perder de vista los defectos ni la visión crítica, la autora logra un emocionado canto a Europa y a Occidente a través de una sus más asombrosas creaciones tecnológicas y culturales: el libro. Una Europa clásica que, desde luego, hunde sus raíces en África y Asia. Irene es una enamorada de los libros, escribe con pasión, se involucra biográficamente en la narración, pero al mismo tiempo ejerce con profesionalismo su saber técnico-científico, un equilibrio nada fácil de alcanzar. Ella pone en juego su talento literario, deja las entrañas en sus letras, y al final logra un producto vital y conmovedor, pero a la vez serio y bien fundamentado. No todo lo que escribe y recrea del pasado está basado en la evidencia, pero cuando eso sucede es porque no hay evidencia disponible y la autora se permite una licencia literaria transparente, con la advertencia explícita al lector. Es una obra honesta. Un homenaje a nuestros antepasados y su legado.
Gazapillos. En p. 290 dice que "hace 300.000 años nuestros antepasados domesticaron el fuego", pero esa hazaña es muy anterior, incluso anterior al Homo Sapiens. También dice allí mismo que "hace unos 100.000 años la especie humana conquistó la palabra", lo cual no es propiamente un gazapo, pero sí algo que se debe decir reconociendo la incertidumbre al respecto, con más énfasis que el "unos".
En p. 370, al hablar de los cánones, hace referencia a "nuestro metro de platino iridiado". Esa expresión, que por cierto es el título de una obra literaria española, debe hacer referencia al patrón del metro como unidad de medida y componente principal del sistema métrico decimal. Sin embargo, ese patrón basado en una barra de platino e iridio se usó entre 1889 y 1960. Hace más de 60 años que no se usa.
En p. 269 hay una referencia a Einstein y Bohr como emigrantes a América. Pero en realidad Bohr sólo estuvo un par de años en EEUU y no ejemplifica lo que la autora quiere decir.
Columna en El Unicornio (agosto 16 de 2021):
Del junco al infinito
Por Jorge Senior
Por estos días se celebra uno de
los eventos culturales más importantes del año en Colombia, la Feria Internacional del Libro, con más de
400 invitados en cerca de 600 actividades, la gran mayoría virtuales dadas las
pandémicas circunstancias. El país
invitado este año es Suecia, sobre cuya literatura tengo todo por aprender. Entre los invitados hay algunos del campo de
la ciencia y la filosofía, como el matemático de Oxford Marcus du Sautoy, el
filósofo de Harvard Michael Sandel y el bioperiodista David Quammen, cuyo libro
Contagio de 2012 anticipó la
emergencia sanitaria que hoy vive el mundo. De Sandel tengo en lista de espera La tiranía del mérito, una crítica a la
meritocracia. De Colombia destaco a la
escritora Pilar Quintana, autora de La
perra, y el periodista científico Pablo Correa que hace un tiempo publicó
la biografía de Rodolfo Llinás. No puedo
dejar de mencionar a un invitado sui
generis, mi amigo Jairo Rubio, protagonista principal de El Karina, uno de los mejores libros del
recientemente fallecido Germán Castro Caycedo, decano del periodismo
colombiano.
Los nombres mencionados apenas
reflejan mi sesgo personal y no hacen honor a la variedad de nacionalidades y
géneros literarios presentes en la Feria.
Pero en la primera línea de invitados sobresale una joven autora
española, que de manera magistral es capaz de integrar en su obra la ciencia,
el arte, la filosofía, la literatura y la historia. La inacabable combinación de las letras del
alfabeto y una planta acuática de las orillas del río Nilo, el papiro, da
origen al título de un libro que bien puede aspirar a ser considerado una obra
maestra: El infinito en un junco.
Irene Vallejo es el nombre de su autora, una filóloga clásica nativa de
la tierra de Santiago Ramón y Cajal, Zaragoza, helada encrucijada de
caminos. Hasta hace poco, Vallejo era
prácticamente desconocida fuera de España y ahora su obra premiada está siendo
traducida a más de 30 idiomas.
Leer las 400 páginas de su texto
es un auténtico placer. En ellas
recorremos la historia antigua de un invento genial: el libro. El
infinito en un junco es un libro sobre el libro. Y no sólo eso: es una historia de la
escritura y la lectura, de sus sucesivos soportes materiales, de la educación, de
su contexto cultural y político en los orígenes mismos de la civilización
occidental. Está dividido en 135 breves
capítulos que se leen como viñetas llenas de emociones y sorpresas, 87
dedicados a los griegos y 48 a los romanos.
Y en cada capítulo se cuentan una o varias historias de modo que al
final hay tantas narraciones como páginas, cada una iluminando un fragmento de
la condición humana en una prosa poética que evoca y estremece, deleita y
conmueve.
Y es que esta obra es muchas
cosas a la vez.
Es un trabajo de investigación
histórica que refleja un esfuerzo metódico de muchos años en Oxford, Florencia,
Alejandría -entre otros lugares- husmeando en fuente primarias con dominio del
griego y el latín de los tiempos antiguos o haciendo un barrido sistemático en
fuentes secundarias, para obtener una visión de conjunto del objeto de estudio
que abarca casi mil quinientos años desde Homero o incluso antes, hasta la
caída del Imperio Romano. La magia de la
autora es que un trabajo erudito se convierte en una lectura agradable,
sencilla y accesible para una amplísima gama de lectores. No hay interrupciones
de notas a pie de página, ni referencias bibliográficas que vuelvan la lectura
farragosa, pero al final del libro hay 27 páginas de notas por capítulos y 9
páginas de bibliografía que muestran el fundamento de la exposición.
Es también un entretenido paseo
narrativo por Mesopotamia, Egipto, Fenicia, Grecia clásica, la magna aventura
bélica de Alejandro y la época helenística subsiguiente con Alejandría como
epicentro, para luego acompañar a los conquistadores romanos, que en vez de
arrasar con la cultura de los conquistados, la elevaron en un pedestal, la
admiraron e imitaron y en algún momento también le dieron su propio toque
original.
Es una historia de la técnica, de
la escritura en primer lugar, cuneiforme o jeroglífica. Del gran invento fenicio: el alfabeto. De los
soportes materiales: la piedra, la madera, la arcilla, el papiro, el pergamino,
la tablilla encerada. Es historia de los formatos, el rollo, el códice, la
encuadernación. De las formas de leer hasta que apareció la insólita lectura
silenciosa. De la escuela y la educación.
La escritura empezó con
inventarios, órdenes y leyes, pero luego aparece la narración y con ella los
géneros literarios, de la poesía, la epopeya y la lírica, a la prosa, la
historia y la fábula. Y detrás de los autores aparecen los copistas, los
amanuenses, los esclavos lectores, las bibliotecas y los bibliotecarios, las
librerías y los libreros.
A lo largo del hilo narrativo la
autora introduce comparaciones entre el pasado antiguo y nuestro presente, va y
viene, contrasta diferencias, subraya inesperados parecidos, sugiere analogías,
logrando eludir el sesgo del presentismo y evitando caer en anacronismos. En ese juego creativo enriquece el relato
conectando lo antiguo con literatura moderna o películas actuales -familiares
al lector- o a veces nos confiesa intimidades de su propia vida, pero siempre
con los libros como protagonistas.
Finalmente la obra es un ensayo,
riguroso pero personal, no un texto académico.
Por ello no extraña el tono de corrección política, sin estridencias ni
exageraciones. Igualdad, libertad, paz y
democracia, son valores que orientan la visión subjetiva que nos propone Irene
Vallejo en su diálogo con el pasado objetivo.
Desde mi óptica lamento que América Latina esté bastante ausente en el escrito
a pesar de que Jorge Luis Borges y César Vallejo aparecen como cerros
tutelares. Imperdonable, eso sí, que en
un capítulo sobre listas famosas en la literatura no contemple el increíble testamento
de la Mamá Grande.
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