Reseña crítica por Jorge Senior
Concepciones de la modernidad: una perspectiva sobre dos tradiciones
es una conferencia de Habermas dictada en Corea del Sur en 1996 y publicada en
1998, revisada en 2009 y traducida al español en 2011, con una extensión de 36
páginas. Este escrito es una reseña sobre
esa charla con comentarios críticos al comienzo y al final.
Se trata de una síntesis sobre un
hilo filosófico que va de Kant al propio autor, quien varias veces se excusa
por tener que simplificar o resumir a vuelapluma.
Habermas pertenece al ala
inteligible de la filosofía continental, proviene de una tradición cuya forma
de reflexionar es lo que suelo llamar “filosofía de gabinete”, pero este
representante es más sensato, ecuánime y cercano a la realidad concreta que
otros pensadores de esa vertiente que prefieren la especulación sin límites, la
exageracíon, el abuso de la sinécdoque, el juego conceptual más literario que
riguroso, la oscuridad del lenguaje abstruso y las barreras a la entrada
propias de una secta esotérica que gusta de inventar su jerga para
iniciados. No obstante, Habermas no está
totalmente exento de algunos de esos defectos.
La charla se desenvuelve en un
alto nivel de abstracción, los ejemplos al nivel de lo concreto están
totalmente ausentes, no hay hechos ni datos, sólo juegos conceptuales. Reconozco que Habermas es menos abstruso que
otros continentales, pero su vocabulario está lleno de conceptos clisés prefabricados
que exigen un conocimiento previo de la tradición filosófica racionalista e
idealista alemana.
La charla se desarrolla como una
conversación entre alemanes, una tertulia germanocéntrica en una sesión
espiritista, con Habermas como médium invocando a Kant, Hegel, Marx, Weber,
Husserl, Lukács, Heidegger, Wittgenstein, Horkheimer, Adorno, Benjamin y en un
nivel secundario, Dilthey, Cassirer, Jaspers, Rothacker, todos ellos
germanoparlantes, incluyendo al húngaro y al checo. Al inicio, Descartes es mencionado como de
pasada, pero no es invitado a pesar de que se le adjudica la fundación de la
filosofía de la conciencia centrada en el sujeto, supuestamente un evento
fundante de la modernidad incipiente. Al
final se cuelan el angloparlante Rorty y el francófono Foucault. En ninguna parte aparece el empirismo. Y la Ilustración, que es medular en la temática,
pareciera reducirse a Kant, a pesar de que fue un proceso histórico con
epicentro en Francia, vertebrado por la Enciclopedia, y otro epicentro en
Escocia. Aunque el Círculo de Viena
fuese también germanoparlante y se ocupa del lenguaje, es completamente desconocido
por el recuento habermasiano y aunque se habla de ciencia y de tecnología ni un
solo científico es mencionado, ni un innovador tecnológico. La filosofía de la ciencia tampoco es tenida
en cuenta a pesar de que es razón reflexiva, pero sí aparecen conceptos como
paradigma, inconmensurabilidad, contexto de descubrimiento, contexto de
justificación. Los autores de estos
conceptos no son mencionados, Jürgen sólo introduce la mano en la caja de
herramientas y roba algunos artefactos.
Con la descripción crítica anterior
quiero mostrar la estrechez y la limitación de esta forma de hacer filosofía
encerrada en una cofradía. Es notorio el
sesgo antiempirista y consecuente con ello se elude toda contrastación
empírica. A ratos da la sensación de que
está hablando de un universo imaginario y no de la comprensión de una realidad
histórica y social que contiene tanto historia de las ideas como historia
integral de sociedades europeas que realmente existieron en el mundo de lo
concreto. Por ejemplo, está claro que si
algo caracteriza la modernidad es que el tribunal de la experiencia está por
encima del tribunal de la razón. Hasta
Leonardo en el siglo XV lo tenía claro, como lo tendrán claro los filósofos
empiristas y los propios científicos. Por
la misma época en que Habermas soltó esta conferencia en Seúl, finales del
milenio, otros más lúcidos, al hacer el balance de ese período, resaltaron al
método experimental como el rasgo clave de ese lapso histórico.
Pasemos a la reseña descriptiva.
En la conversación orquestada por
Habermas participan seis generaciones, a saber:
1G: Kant
2G: Hegel
3G: Marx (muy poco tenido en cuenta)
4G: Weber y en menor grado Husserl (el concepto “mundo de la vida” es
central en Habermas)
5G: Horkheimer y Adorno, por un lado, Heidegger y Wittgenstein, por
otro.
6G: Habermas enfrentado a Rorty y a Foucault y la gavilla
posmodernista.
El desarrollo está dividido en tres partes que señalo con un
número. (1) El punto de partida es la
crítica de Hegel a Kant de la que surge el concepto clásico de modernidad. (2) De allí se deriva la línea de la teoría
de la sociedad que elaboran Marx, Weber, el primer Lukács y la primera Escuela
de Frankfurt. Esta tradición se vió
atrapada en la autorreferencialidad de “una crítica totalizante de la
razón”(¿?). La salida viene de una segunda línea, el giro lingüístico, con un
concepto distinto de razón, una razón situada, lingüísticamente encarnada. Trabajo que es realizado en dos formas diferentes por Heidegger y
Wittgenstein. Pero de aquí surgen dos
perspectivas, la de los posmodernistas y la de Habermas (cuyo giro lingüístico
personal ocurre entre 1967 y 1971). La
primera como supuesta “superación” (comillas burlescas de JH) de la
autocomprensión normativa de la modernidad y (3) la segunda como reformulación
intersubjetivista del concepto clásico de modernidad o, en otras palabras, la
concepción neoclásica de la modernidad.
De otra manera: las tres partes de la conferencia son:
- Crítica de Hegel a Kant: concepción clásica de la modernidad
- Desarrollo de dos líneas: la teoría de la sociedad y el giro lingüístico que lleva hasta el posmodernismo.
- La crítica de Habermas al posmodernismo oponiéndole su concepción neoclásica de la modernidad.
Parte I
La primera parte, la crítica de Hegel a Kant, se subdivide en tres
también:
- a. La condición moderna se torna objeto de estudio de la filosofía
- b. Esta interpretación filosófica cobra la forma de crítica de la razón
- c. La filosofía delega en la “teoría de la sociedad” el desarrollo de esta interpretación
a) El uso del término “moderno” expresa la conciencia de una nueva época, una ruptura con la tradición. A finales del siglo XVIII aparece en escena “La Historia”. La conciencia histórica, la conciencia del tiempo, alcanza o afecta a la filosofía, pues hasta entonces la filosofía era exposición de la esencia inmutable del mundo, los rasgos universales, necesarios y eternos de la realidad en sí. Aprehender la verdad cobra ahora un índice temporal. El contexto de justificación se entrelaza con el contexto de descubrimiento. Para que la validez de las ideas filosóficas sea independiente del contexto, la filosofía no tiene otra opción sino penetrar el presente y traerlo a concepto. El primero en penetrar conceptualmente la modernidad es Hegel, según Habermas, aprehendiendo su tiempo en conceptos.
c) En este punto Habermas empieza por conectar “crítica” y “crisis”. Interpreto que esa crisis tiene que ver con la irrupción del futuro en el presente (los futuros posibles), con la creciente complejidad social y con la desintegración social. La visión kantiana del “ser racional del mundo moderno” es incompleta, según el Hegel de Habermas, porque si bien captó las diferenciaciones de la razón, incluso a nivel cultural, no vió su “reverso” negativo: lo que en el nivel discursivo eran ganancias de diferenciación, dentro del horizonte de los mundos de la vida éticamente integrados era experimentado como “desgarramientos” (comillas de JH) de esa totalidad intuitiva. Entonces el principio de subjetividad y su autoconciencia se revelan como una visión parcial de la razón que no debe identificarse con “el todo de la razón” (¿?). La razón remueve a la religión, pero carece de la fuerza unificadora que ésta tenía. Al poner la reflexión y la racionalidad con arreglo a fines (= entendimiento) en el lugar de la razón esa cultura de la Ilustración cae en una idolatría de la razón. La positividad despoja a la religión de su carácter vinculante y penetra en la ciencia (empírica), la moral (abstracta), el arte (romántico), el derecho (individualista), el mercado y en el estado (el poder instrumental de las grandes potencias). El extrañamiento, la alienación y la cosificación de las relaciones sociales e instituciones muestran el carácter represivo y violento de la razón, que se funda en su estructura autorreflexiva. La misma subjetividad que aparecía en principio como emancipadora y libertaria se delata como origen de una objetivación “salvaje”. La fuerza analítica de la reflexión objetiva y manipula todo a su alrededor, descompone las relaciones intersubjetivas y aísla a los individuos de las raíces de su origen común. De todos modos Hegel debe hacer un acto de reflexión, pero de un nivel superior, para trascender los límites de la razón instrumental: he ahí la dialéctica de la Ilustración. La Filosofía del Derecho de Hegel es el intento de traer a concepto las ambivalentes materializaciones de la razón en la sociedad (familia, mercado, Estado). En ese esfuerzo de interpretación crítica la filosofía se ve remitida a una teoría de la sociedad para hacer el diagnóstico de la época, con su propio método pero en el marco de una dialéctica de la Ilustración. En resumen: la interpretación filosófica de la modernidad asume la forma de una crítica a la razón, pero el desarrollo de ese programa corresponde a una teoría de la sociedad.
Parte II
En la segunda parte se aborda en primer término la división del
trabajo entre filosofía y sociología desplegada en la primera mitad del siglo
XX por Weber, Lukács y la Escuela de Frankfurt, la cual desemboca en un
aporético callejón sin salida. Viene
entonces el divorcio. La sociología
empírica toma un sendero que se bifurca en teoría de la elección racional
(atomista) y teoría de sistemas (semiholística). La filosofía (es decir, la vertiente
filosófica continental que ya empieza a distinguirse de la otra vertiente a
veces llamada anglosajona y otras veces empírico-analítica) opta por el giro
lingüístico en dos versiones: a la manera de Heidegger y a la de
Wittgenstein. El posmodernismo hereda la
crítica a la razón de estos dos pensadores (entre otros) y la desarrolla por
otros medios. Pero los enfoques
posmodernistas renuncian a los criterios con los que poder distinguir entre los
logros universalistas y los rasgos colonizadores de la modernidad. Frente al
problema de la inconmensurabilidad de los juegos de lenguaje y los discursos,
Habermas vislumbra una vía alterna, pero eso lo desarrollará en la tercera
parte.
a) Weber asume la Ilustración como un proceso de desencantamiento y entiende la modernización de la sociedad como una institucionalización de la acción racional con arreglo a fines en el Estado y la economía (razón instrumental o funcionalista). Ni la razón teórica (ciencia) ni la razón práctica (moral) tienen la fuerza unificadora intersubjetiva y comprehensiva de la cosmovisión religiosa perdida (moral y religión se privatizan). La base motivacional de las élites portadoras de estas nuevas instituciones se halla en la afinidad electiva entre las sectas protestantes y “el espíritu del capitalismo”. Pero esto es sólo la línea base de un ciclo evolutivo autodestructivo en el marco (negativo) de una dialéctica de la Ilustración que Weber considera paralizada (a diferencia de Marx digo yo). La progresiva modernización lleva a que la racionalidad organizativa de los ámbitos administrativos (Estado) y económicos vaya ganando autonomía desligándose de aquellas bases motivacionales (valores religiosos). En la creciente complejidad de los sistemas de acción autonomizados Weber ve una conversión de las libertades en disciplinas. Lo que al principio era emancipador ahora se transforma en “jaula de hierro” con las coerciones disciplinarias de la burocratización y de la juridificación. El desgarramiento o desintegración social conlleva a desafíos existenciales. Ese es el oscuro panorama de la sociedad administrada. Sólo queda la absurda esperanza de un obstinado individualismo.
Esta visión de la sociedad administrada fue radicalizada en la tradición de Lukács a Adorno en el contexto del ascenso de los totalitarismos fascistas y stalinista. En la primera Teoría Crítica el psicoanálisis es usado como herramienta para defender la suposición de que los modelos de socialización dominantes transfieren los imperativos funcionales del Estado y la economía del nivel de las instituciones a las estructuras de la personalidad. La ciencia y la técnica aparecen como las fuentes principales de una racionalidad instrumental que penetra la sociedad en su conjunto, mientras que la industria cultural y los medios de comunicación de masas se consideran instrumentos de control social.
El texto Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer traduce las tesis weberianas al lenguaje hegeliano-marxista de la historia. Pero en este dúo la racionalidad subjetiva ocupa el lugar de la razón que se reduce a razón instrumental. Los rasgos ambivalentes, las contrapartes, son borrados en la homogeneizadora imagen de una modernidad totalitaria y, por ende, la crítica de la razón instrumental ya no puede hacerse en nombre de la razón misma, cae en una aporía. La crítica de la modernidad pierde su fundamento normativo (Adorno muere fiel a la dialéctica negativa). Es un callejón sin salida.
b) Heidegger y Wittgenstein ofrecen un concepto alternativo de razón y un nuevo procedimiento de crítica de la razón, dentro de lo que se ha denominado el giro lingüístico. Ambos hacen a la tradición filosófica (y por ende a la metafísica) la objeción de ignorar esta dimensión de la generación lingüística de mundo. Para los dos la apariencia trascendental de una razón incondicionada y pura, independiente del contexto, y universal, alcanza en el paradigma mentalista su punto más alto de obcecación. La crítica de la razón se transforma más bien en una hermenéutica de la sospecha. Es una crítica recontextualizadora de la razón. En el uno (Heidegger) el "lugar de control" se desplaza desde los sujetos sobrecargados a los aconteceres de una "historia del ser" que tiene el carácter de un destino y en el otro (Wittgenstein) a los entrelazamientos contingentes que forman la historia natural de los juegos de lenguaje.
La crítica recontextualizadora de la razón se basa en la función del lenguaje de “abrir mundo”, pero sobrevalora la importancia de gramáticas y vocabularios para la constitución de infraestructuras sociales. La historia, en Heidegger, se vuelve historia del discurso (metafísico) (como si el lenguaje tuviese el superpoder de crear la realidad social, JH). En Wittgenstein el asunto es menos dramático (menos exagerado), cuando asimila la estructura de las formas de vida a la gramática de los juegos de lenguaje. Del enfoque sociológico de Marx, Durkheim y Weber se pasa, con Heidegger y Wittgenstein, a un enfoque centrado en ontologías o gramáticas. En estos se estudia un poder más sublimado: el poder de selectividad de los discursos, de ahí que los “programas de investigación” (¿?) posmodernistas operan con instrumentos de crítica filológica y estética y no tanto de crítica sociológica. Aquí Habermas lanza un dardo a Foucault y “sociólogos recientes” (P.Wagner?) que escriben la historia como si las estructuras materiales de la sociedad hubiesen sido constituidas por los conceptos básicos y los discursos de los científicos.
La crítica recontextualizadora de la razón tiene la virtud de liberar a la razón de sus falsas abstracciones, pero ahí tiene también su punto ciego, como si todo planteamiento universalista fuese un enmascaramiento (eurocentrista). Si bien es fundado el recelo en los discursos universalistas, al enfoque posmodernista le falta la suficiente sensibilidad en lo que respecta a la constitución específica de los discursos surgidos en y caracteristicos de la modernidad. De la correcta premisa de que no hay razón sin contexto, sacan la falsa conclusión de que los criterios de la razón cambian en cada nuevo contexto. También había discursos universalistas premodernos (religiones por ejemplo). Lo que caracteriza a los discursos modernos (ciencia, derecho, moral) no es el mero universalismo, sino el someterse a principios y estándares autorreferenciales que permiten autocontrol y autocorrección recursivos. Y si bien tal práctica discursiva puede emplearse espuriamente por el poder político, social y cultural, eso no es razón para revocarla, dado que en ella se encuentran los criterios y medios para cumplir la promesa asociada a ella. Los planteos posmodernistas denuncian con razón los efectos colonizadores de discursos occidentales que dominan en todo el mundo (vía mercado y medios de comunicación), pero dichas críticas están mal equipadas para distinguir entre discursos colonizadores (difundidos por coerciones sistémicas) y discursos convincentes que se difunden por la fuerza de su evidencia. La ciencia y la tecnología “occidentales” son convincentes y tienen éxito no sólo conforme a criterios “occidentales”. Y los DDHH hablan un lenguaje que puede expresar la opresión de los disidentes de sus respectivos regímenes, en todos los continentes, a pesar de ciertas discusiones culturales en detalles de su interpretación.
Parte III
Tras el giro lingüístico el concepto
mentalista clásico de una razón centrada en el sujeto (filosofía de la
conciencia) es sustituido por el concepto destrascendentalizado de una razón
situada, abriendo camino a una crítica posclásica de la modernidad. Pero la actitud hipercrítica de los
posmodernistas es difícil de conciliar con la inconmensurabilidad de los
paradigmas y sus racionalidades internas (dicho sin mencionar a Kuhn o
Feyerabend).
Habermas se propone tres cosas en esta
tercera parte:
·
Investigar la inconmensurabilidad y fundamentar un giro a una consideración
pragmática del lenguaje
·
El giro pragmático lleva a un concepto de razón comunicativa
(concepción neoclásica de la modernidad)
·
Regreso a la división del trabajo entre
filosofía y teoría de la sociedad recurriendo al teorema de la modernización
reflexiva
b) Advirtiendo que aquí no puede hacerlo en profundidad, Habermas pone sobre la mesa su teoría de la acción comunicativa y de la razón comunicativa inserta en los contextos del mundo de la vida (el mundo de la vida es condición de posibilidad de la acción comunicativa que lo reproduce). En la modernización social la racionalización del mundo de la vida (distinto a racionalización de la acción económica o administrativa) alcanza a tres componentes: tradición cultural, socialización de los individuos e integración de la sociedad. Estos se vuelven reflexivos, críticos, abstractos, basados en principios morales universales y procedimientos universales de imposición del derecho. Esto permite reformular el diagnóstico de Weber. En este autor, sistema económico y aparato estatal penetran en los ámbitos del mundo de la vida (reproducción cultural, socialización e integración social) y son institucionalizados, produciendo “efectos de extrañamiento” debido a monetarización y burocratización (sociedad disciplinante vs vulnerable subjetividad de los individuos en Weber, Lukács y Escuela de Frankfurt). Pero con la conceptuación intersubjetivista que propone Habermas esta confrontación queda conceptualmente sustituida por procesos circulares entre el mundo de la vida y los sistemas, lo cual permite mayor sensibilidad para la ambivalencia de la modernidad social. Una creciente complejidad social no produce per se efectos de extrañamiento. Puede producir efectos positivos como ampliar espacios de opción y elección y capacidades de aprendizaje, pero cuando mercado y estado invaden las esferas privadas y públicas del mundo de la vida vienen las patologías sociales, las cuales no se limitan a lo psicológico sino que pueden abarcar además el sentido y la dinámica de la integración social. Esta interacción sistemas – mundo de la vida se refleja en la desequilibrada división del trabajo entre los 3 poderes: solidaridad por un lado y dinero y poder administrativo por el otro.
c) Esta propuesta de reformulación permite responder a problemas de la “modernización reflexiva” (Beck, Giddens y Lash, 1996, 2008). A la sociedad postindustrial cada vez le es menos posible echar mano de los recursos de la tradición o la naturaleza, por tanto tiene que autofundamentarse con sus propios presupuestos. Pero esta autonormatización puede hacerse (1) desde la razón funcionalista sistémica que sólo entiende su propia lengua y es sorda a los ruidos externos que genera (monetarización, administración)(enfoque de teoría de sistemas) o (2) desde la racionalidad comunicativa del mundo de la vida que habría de expresarse en forma de conciencia y voluntad política. Esta última es la opción habermasiana o concepción neoclásica de la modernidad elaborada desde una teoría de la comunicación, apoyada en una teórica crítica de la sociedad y capaz de una visión estereoscópica de las ambivalencias de la modernidad. Para esta forma de autointervención democrática es decisivo y determinante el establecimiento de procedimientos de formación discursiva de la opinión y la voluntad políticas (Facticidad y validez, 1998). La vida privada de los ciudadanos también depende de la fuente de la solidaridad discursivamente generada: hay que descubrir, construir, inventar, crear, nuevas regulaciones o vinculaciones sociales por medio de sus propios esfuerzos comunicativos. La esperanza y el optimismo habermasiano se apoya en su confianza en la fuerza productiva de la comunicación.
Termina aquí la reseña de la conferencia. Observo un clásico relato tríptico al estilo
de la dinámica clásica hegeliana de tesis, antítesis, síntesis. En este caso al optimismo inicial de la Ilustración
le sigue un pesimismo (Weber, teoría crítica, posmodernismo) y como síntesis
superadora está la concepción neoclásica de la modernidad de Jürgen
Habermas. De todos modos comparto la
visión ambivalente, ni optimismo ingenuo, ni pesimismo apocalíptico
maximalista.
Como intento de comprensión de la modernidad este desarrollo habermasiano no escapa de los límites de la tradición filosófica en la cual se enmarca. Límites que se expresan en el método de trabajo y en los referentes que utiliza, dejando por fuera la vertiente filosófica no continental y las ciencias naturales. Lo positivo es que Habermas sí lograr eludir los cuatro lastres del posmodernismo: idealismo, irracionalismo, subjetivismo y relativismo. Eso ya es bastante. Pero concebir la ciencia y la tecnología como meramente instrumentales y no reflexivas es, digámoslo con contundencia, un exabrupto. Cierto es que la ciencia y la tecnología son constantemente instrumentalizadas por el capitalismo (o el socialismo) y que buena parte de los científicos son meros obreros de una fábrica de producción de fragmentos de conocimientos, pero hay muchos cerebros en la historia de la ciencia, la tecnología y la filosofía que ponen en cuestión los fundamentos mismos del conocimiento en general y de los conocimientos o know how particulares.
A esto se dedica la investigación metacientífica: filosofía de la ciencia, historia de la ciencia, sociología de la ciencia. También la filosofía de la tecnología, historia de la tecnología, bioética, inteligencia artificial, biología universal y evolutiva, astronomía y cosmología, macrohistoria social. Y más allá hay elaboración constructiva de cosmovisión integral como es el caso de la filosofía científica que incluye semántica filosófica, ontología, epistemología, ética y estética. En todos estos casos se profundiza en la reflexión sobre la naturaleza y estructura de la realidad, y sobre la naturaleza humana, ubicando a la especie humana en el cosmos. Y es una reflexión que no se desliga de la contrastación empírica y la heurística empírica generadora de nuevo conocimiento. Para el caso de la comprensión de la modernidad, el enfoque denominado Big History ofrece una concepción más amplia y profunda centrada en el concepto de Antropoceno, apoyándose en todas las ciencias y en la filosofía científica. Desde esta perspectiva queda en evidencia la estrechez de la filosofía continental con sus talanqueras y obsesiones, sus métodos academicistas y su sesgo especulativo.
JUAAAAAAJAJAAAA!!!Es como leer al marqués de Sade cobrándole algo a los alemanes. Maravilloso texto
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