martes, octubre 29, 2019

No hay crisis de la democracia (debate con Lucía Picarella)


No hay crisis de la democracia, pero sí desafíos 
(Debate con Lucía Picarella en noviembre de 2018)

Por Jorge Senior

Coja usted un periódico de izquierda de los 60, los 70, los 80, los 90 o de este siglo, y encontrará que siempre están hablando de la crisis del capitalismo.  El uso confuso, difuso y profuso de la palabra “crisis” hace que pierda todo valor heurístico y se convierta en un subjetivismo propio de pensar con el deseo.  Como en el teatro, “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.

La tesis que voy a sostener es que no hay tal crisis de la democracia.  Más aún, sostendré que la democracia está en su mejor momento.  Esto no significa que no haya problemas o que se hayan logrado las promesas de libertad, igualdad y fraternidad del proyecto moderno.  Y por supuesto tampoco significa que no pueda mejorar… o empeorar.  Estas dos últimas son verdades de Perogrullo, pero hay que decirlas ante los excesos de optimismos y pesimismos.

¿Cuándo en la historia había estado América Latina totalmente ausente de dictaduras?  ¿Cuándo en la historia había tenido la izquierda la oportunidad de gobernar en tantos países y por tantos períodos en el subcontinente?  Cierto es que la experiencia arroja resultados agridulces y parece sufrir cierto agotamiento, pero hay un Uruguay que saca la cara, un México próximo a iniciar su proceso, una izquierda colombiana que acaba de alcanzar su máximo histórico inmensamente superior a guarismos anteriores. Y la izquierda aún gobierna con vicisitudes y contradicciones en 5 países más. 

En Colombia los movimientos cívicos de los años 70 y 80 y la institucionalidad lograron que el país en rápido proceso de urbanización solucionara las necesidades básicas en materia de infraestructura de servicios públicos.  Y en 1990 una nueva constitución garantista aniquiló la centenaria y obsoleta de 1886, rompió el esquema bipartidista y generó una apertura democrática, aunque sea una carta bicéfala que hibrida el estado social de derecho con fórmulas neoliberales de política económica. Ya no vivimos en estado de sitio permanente y, por ejemplo, las comunidades indígenas cuentan hoy con un reconocimiento institucional como nunca antes se dio.

Mientras tanto, la democracia europea superó la crisis financiera de 1929 y las dos peores conflagraciones bélicas de la historia humana, el desafío totalitario del nazismo y el fascismo y aun así, o quizás por eso, ha vivido ahora el mayor período de paz de su historia durante ¾ de siglo, con la excepción de la guerra de los Balcanes.  En ese lapso, en un marco geopolítico bipolar que enfrentaba dos sistemas, la democracia europea fue capaz de inventar una síntesis dialéctica de contrarios a través de la socialdemocracia, para construir así las que se pueden considerar las mejores sociedades que han existido en la era moderna de los estados nacionales.  Me refiero al estado de bienestar, que integró logros liberales con frutos de las luchas socialistas en una economía de mercado regulada por un estado fuerte y con sentido social.  La socialdemocracia de los 70 y 80 fue el fiel de la balanza entre socialismo y capitalismo, pero el derrumbe del bloque soviético desequilibró la balanza y llevó al consenso de Washington y el auge neoliberal, logrando que muchos partidos socialdemócratas se desdibujaran.

De todos modos en las últimas décadas Europa se ha convertido en el laboratorio de un extraordinario experimento de gobernanza supranacional vinculante: la Unión Europea, que tuvo un asombroso y veloz desarrollo en los años 90 y primera década del siglo, aunque parece haber llegado a su tope, e incluso muestra signos de retroceso, como el brexit.  Aun así es un logro gigantesco que marca la pauta para lo que se constituye como la gran tarea política de la humanidad en el tercer milenio: la gobernanza mundial. Absolutamente necesaria dado que los problemas fundamentales son globales y los capitales son transnacionales.

Como si fuera poco, el mayor peligro para la humanidad, la guerra nuclear, ha permanecido bajo control mientras baja el número de ojivas nucleares que pende sobre nuestras cabezas, hasta el punto que nos olvidamos del asunto en la agenda pública y debatimos sobre democracia tranquilamente despreocupados como si no estuviéramos encaramados en un polvorín.  Un grave problema ambiental, el agujero en la capa de ozono, fue solucionado, demostrando la capacidad de la sociedad humana para corregir sus errores.  Un reto más difícil es el calentamiento global, tema medular de la política actual.

Esta tesis optimista no es muy original en todo caso.  La sustenta, por ejemplo, Acemoglu y Robinson en ¿Por qué fracasan los países? (2012), en los libros, videos y página web de Hans Rosling.  O, para no ir más lejos, el libro recién publicado, En defensa de la ilustración de Steven Pinker, que con cifras y gráficos sustenta esta idea con la misma diligencia con que hace unos años sostuvo que vivimos en la época más pacífica de la historia humana en términos proporcionales.  A este reto intelectual no se responde con subjetividades sino con argumentos objetivos.

Hasta ahora he hablado de logros, evidenciando los hechos de la historia, pero no he dicho nada sobre méritos o sobre problemas y nuevos desafíos.  Todos lo sabemos, los logros de Europa y, en general, de los países desarrollados se cimientan en una deuda histórica con los países del tercer mundo y una deuda ambiental con la humanidad entera y la bioesfera.  Sin las riquezas del sur el norte no sería lo que es. Y la tercera deuda, la social, que se da al interior de cada nación, se ha saldado en unos pocos países pero permanece estructural en buena parte del mundo. 

El avance hacia la igualdad tuvo un punto de inflexión en el año de 1980 y desde entonces no ha hecho más que aumentar la desigualdad, pero no en todos los países por igual.  Es clave hacer análisis comparativo y entender el por qué.  El trabajo de Thomas Piketty aporta en ese sentido y varias investigaciones, como por ejemplo la de Evelyn Huber, Jingjing Huo y John Stephens, muestran que esto está asociado a gobiernos y legislaturas con predominio de la derecha, que a su vez se ven favorecidas por ciertos diseños institucionales, como el de EEUU, que ha permitido que los republicanos se queden con la presidencia en dos ocasiones estando en minoría. 

Que en muchos países notorios el péndulo se haya movido hacia la derecha no implica crisis de la democracia, eso es parte del juego.  ¿O que querían? ¿Qué ganara siempre la izquierda?  El nuevo populismo de derecha es meramente reactivo y no constituye un desafío antisistémico para la democracia.

El islam, las migraciones, el “terrorismo”, los agites identitarios no son el gran reto.  Es en Asia donde está el desafío.  El gran fenómeno político y económico de este siglo es el ascenso del eje del Pacífico, y en particular el despegue fulgurante de China que ya está a pocos años de convertirse en la primera economía del planeta.  Lo que está a punto de suceder es que por primera vez en la era moderna, un país con un régimen político distinto a la democracia liberal se constituye en la potencia económica dominante.   

En todo este panorama las fuerzas progresistas parecen con la brújula enloquecida. Esto es porque están huérfanos de teoría e infiltrados por tres oscurantismos: el posmodernismo, el construccionismo social y el decolonialismo, todos los cuales tienen en común el ataque a la objetividad, la cienciafobia y el enfrentamiento a la modernidad y el progreso, es decir, son neoconservadores.

Ahora bien, los grandes cambios de la humanidad no se originan en la ruidosa escena política, sino en el silencio de los laboratorios. Siguiendo el razonamiento de Jeremy Rifkin, vemos que la Tercera Revolución Industrial conlleva tecnologías propias de una sociedad de la abundancia y de costo marginal cero, cambiando las reglas del juego del capitalismo tradicional.  Más allá del estado y el mercado está el procomún colaborativo que crece a la par que el internet de las cosas, las redes distribuidas de energía solar y otras tecnologías. El mercado y la democracia liberal no son el fin de la historia. Y si seguimos a otro autor, Yuval Noah Harari, en este siglo la humanidad, y en particular la democracia como diseño institucional para la toma de decisiones, tendrá que enfrentar un reto mayor que el peligro nuclear y el cambio climático: la disrupción tecnológica.

Todo ello suena lejano para un país como Colombia y su democracia tortuosa. Pero la clave es la misma aquí y allá: la democratización del conocimiento, la educación, la cultura científica, el pensamiento crítico.  Sólo así podremos construir la paz y profundizar la democracia.

Como bien dice la Dra. Picarella, “una verdadera democracia necesariamente tiene que apoyar y apoyarse en el conocimiento” (p125).
 

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