Páginas

viernes, julio 02, 2021

La guerra de estatuas y la izquierda mítica: caso Barranquilla



Autor: Jorge Senior

Antecedentes

Hace pocos días en la ciudad de Barranquilla, Colombia, un grupo de muchachos (creo que no había chicas o al menos no las ví en los videos), quizás un centenar, derribaron y destrozaron la estatua de Cristóbal Colón que la colonia italiana había donado a la ciudad en 1892 con motivo del cuarto centenario de una fecha que partió en dos la historia de la humanidad, como explicamos en otra entrada de este blog (enlace).  Era una obra artística realizada en mármol de carrara, algo para nada usual, tal vez único, en la ciudad. 

Para los que no conozcan a Barranquilla, resulta pertinente recordar que esta ciudad - puerto no fue fundada por conquistador alguno, sino por el pueblo mestizo, criollo, y orgullosamente se ha considerado  como un “sitio de libres”, en contraste con Cartagena y Santa Marta. Es también una ciudad de inmigrantes, abierta al mundo y como decía el filósofo Rubén Jaramillo Vélez, a comienzos del siglo XX Barranquilla era una urbe cosmopolita cuando Bogotá era todavía una aldea grande con un pueblo andino y provinciano, a pesar de ser la capital.

Pues bien, el acto destructivo sucedió en el marco de un “Paro Nacional” que no ha sido paro, pero sí un estallido social de gran magnitud durante dos meses, desde el 28 de abril (coincidente con el aniversario de Jaime Bateman Cayón).  En el contexto del Paro, que ha tenido favorabilidad de más del 80% de la ciudadanía según encuestas en mayo, ha habido todo tipo de manifestaciones, incluyendo las vías de hecho, como por ejemplo los bloqueos, pero estas modalidades de lucha han tenido menor favorabilidad de la opinión.  La represión brutal de la policía orientada por el gobierno uribista de Duque ha dejado más de 80 muertos, todos jovencitos de barriadas populares.  Además hay que decir que la mayoría de estas víctimas han ocurrido en Cali y Bogotá, dos ciudades gobernadas por el partido Alianza Verde, que se dice alternativo.

Desde mi perspectiva de izquierda mi posición sobre el acto es de rechazo, en este caso concreto.  De la misma manera que rechazo el derribamiento de estatuas de Bolívar, Santander y Nariño en el sur del país, la zona en que los indígenas se pusieron del lado de los españoles durante la guerra de independencia, señal de que aún puede haber allí una perspectiva bien diferente a la de las mayorías populares de Colombia.  Desde que los españoles invadieron tuvieron a numerosos pueblos indígenas de aliados, lo cual fue clave para que pudieran derrotar a los imperios y cacicazgos opresores de esos pueblos. La guerra de conquista fue también una guerra de indígenas contra indígenas, algo que muchos parecen olvidar.   

También hubo derribamiento de 9 estatuas de conquistadores y políticos, ninguno de gran valía, actos con los cuales me quedaría más fácil simpatizar.  Debe quedar claro que yo no tengo una posición de principio contra las vías de hecho, todo lo contrario, considero que, desafortunadamente, muchas veces son absolutamente necesarias en las luchas populares.  Es el mismo criterio de la legítima defensa, extendido a la contraofensiva.  Pero las vías de hecho mal manejadas pueden llevar al descrédito del Paro, que por su prolongada duración ya está sufriendo el desgaste natural de este tipo de procesos.  Y eso puede ser favorable a la derecha que aprovecha para ofrecer mano dura y seguridad.  Tenemos unas elecciones claves en 2022 donde por primera vez un candidato de izquierda luce como favorito, por tanto un criterio de análisis imprescindible es evaluar los efectos políticos en la opinión pública generados por las actuaciones más mediáticas que se producen en el contexto del Paro.  La idea es no favorecer a la derecha con acciones que generan repudio.

El acto de tumbar la estatua en Barranquilla no fue masivo ni una acción de un grupo étnico.  Más bien luce como un operativo aislado, imitativo, sin siquiera un comunicado explicativo y pedagógico, en una ciudad donde la dinámica del Paro ha sido muy diferente a Cali (por ejemplo unas pedreas relacionadas con partidos de fútbol).  El acto tuvo un contenido político, equivocado, pero sin duda es hecho político, no es vandalismo lumpen como lo califican erróneamente algunos.

Lo que me parece interesante y oportuno del operativo de Barranquilla es que ha generado un debate en algunos sectores de izquierda divididos en torno al hecho (curiosamente, hasta ahora, no he visto en los chats donde predominan los uribistas u otras visiones tradicionales una reacción escandalizada, sino que lo ven como otro “acto vandálico” más).  En mi concepto este debate es interesante porque permite realizar en caliente una discusión sobre la crisis teórica de la izquierda, algo que los sectores de izquierda permanentemente eluden, quizás porque el antiuribismo nos une a gran escala y el mal llamado “petrismo” a menor escala y porque la izquierda es cada vez más electorera (con mayor razón ahora cuando hay posibilidades de triunfo, al menos en el ejecutivo).

 

E L   D E B A T E

En realidad hay tres debates en uno.  El primero sobre la estatua, el segundo sobre el personaje Cristóbal Colón y el tercero, el debate sobre la izquierda mítica y su manera posmodernista y demagógica de tramitar el pasado.


La estatua:

El ataque a un monumento cualquiera en el espacio público nos plantea dos temas: uno sobre el valor artístico de la obra y otro sobre la historia específica de ese ejemplar de amoblamiento urbano, es decir, cómo se tomó la decisión sobre el monumento y todo lo que rodea esa iniciativa.

Sobre el valor artístico de la estatua de Colón no opino porque no soy experto en ese asunto, más bien me guío por lo que digan los que sí saben.  Pero sí tengo un criterio general: el arte debe ser respetado, no importa su contenido.  Y a mayor calidad, mayor respeto.  Que yo no sea experto en arte no significa que no lo admire.  No hay ciudad adonde yo vaya en que no visite el mayor número de museos de arte, gracias a lo cual conozco decenas de museos en múltiples países.  Para mí el arte es sublime, cumbre del talento humano.  Y eso es más importante que la “corrección política”.  No se puede ser humanista y destruir una obra artística de valor.  No importa si la obra representa realidades que repudio, como la monarquía, la creencia religiosa, la tiranía, la violencia, el rapto, la opulencia y el lujo, la vieja nobleza o la menos vieja burguesía.  Para mí el incendio de Notre Dame, la destrucción de los Budas de Bamiyán y el incendio del Museo Nacional de Brasil, fueron pérdidas dolorosas, auténticas tragedias.  

En muchas ocasiones el artista me genera repudio y sin embargo el talento me obliga a reconocerlo, como en otra discusión local en torno al cantante Diomedes Díaz, ídolo popular colombiano que estuvo involucrado en un homicidio y protegido por paramilitares. 

Destruir obras de arte nos convierte en talibanes, es decir, en fanáticos enceguecidos, dogmáticos e irracionales, de la misma estirpe de un quemalibros como Alejandro Ordoñez.  Nos convierte en censores o censuradores como la Inquisición católica con su índice de libros prohibidos.  ¿Qué tal que uno no pudiera conseguir y leer un libro como Mi lucha de Adolf Hitler? Todos tenemos derecho a conocer el pasado, lo que no tenemos es derecho a ocultarlo o negarlo.  No es el momento para profundizar en ello, pero me manifiesto en contra de la “cultura de la cancelación” y de lo que llamo “correcionismo político” o ideología de la corrección política, pretextos perversos para limitar la libertad de expresión (ver entrada). Y el arte es expresión que debe ser libre.

Por último, me parece despreciable que alguien que no sabe esculpir destruya la obra de un escultor.  Es un ejemplo de la brutalidad contra el talento.

El otro asunto es el carácter de amoblamiento urbano que tienen los monumentos públicos.  Entonces hay que mirar lo que representa para el patrimonio urbano y la historia de la ciudad.  En este caso la obra artística fue un obsequio de la colonia de inmigrantes italianos del siglo XIX, que al igual que otras corrientes de inmigración se integraron a la historia de la ciudad y son constitutivos de lo que somos como urbe abierta al mundo.  Es cierto que la estatua fue trasteada por varios lugares y terminó en el bulevar de la iglesia del Carmen, un lugar menos central que el Paseo Colón (1910 - 1937, convertido luego en Paseo Bolívar) o la plaza de San Nicolás (donde cogíamos el bus de Puerto Colombia para ir a la playa).  No se puede decir, sin embargo, que estuviera en estado de abandono.  Y aún si lo estuviera, eso sería criticable, pero no razón para destrucción.

Ahora bien, en Barranquilla los gobernantes casi nunca consultan a la ciudadanía sobre el amoblamiento urbano, los monumentos y sus ubicaciones.  Esa misma práctica antidemocrática la siguieron los muchachos del operativo de destrucción, pues ese puñado de personas no tiene la representatividad de la juventud ni mucho menos de la población en general.  Más aún, ni siquiera hubo una deliberación pública sobre el asunto, aunque estaba “cantado” que sucedería aquí por la moda imitativa que ya lleva unas 13 estatuas destruidas en Colombia y varias decenas en el globo. 

Las estatuas se ponen y se quitan.  Las visiones colectivas cambian con el tiempo y una ciudad puede tomar decisiones para transformar su amoblamiento urbano. Lo importante es que haya deliberación pública y refrendación democrática, puede ser a través de una consulta ciudadana o que el alcalde lo haya incluido en su campaña y su triunfo exprese entonces el apoyo a ese punto del programa.

En resumen, rechazo el acto destructivo por ser un atentado contra el arte, la democracia y la historia de mi ciudad natal con la cual tengo un fuerte sentido de pertenencia.  Estimado lector, puedes refutar esta tesis probando el escaso valor artístico de la obra, su insignificancia en la historia de la urbe y la gestación democrática del operativo.  Cosa distinta es explicar la actuación de las personas de muy corta edad involucradas en el evento, pero para esto necesitamos desarrollar los otros dos puntos, pues no desconocemos el contenido político.

 


Cristóbal Colón:

El segundo eje es el personaje: el marinero Cristóbal Colón o Christophorus Columbus (personaje que le da nombre a nuestra  patria republicana).  Ese punto lo desarrollé en 2020 en otra entrada del blog (enlace).  A Cristóbal Colón, el navegante explorador, se le hacen estatuas porque cambió de manera disruptiva la historia milenaria de la humanidad. Catorce mil años de escisión en dos de la especie humana llegaron a su fin con la hazaña de navegación de Colón.  Es una figura cimera de la historia mundial, algo que sólo puede apreciar quien conozca la historia de la especie.  Pocas figuras del pasado podrían competirle en dimensión histórica. 

Somos lo que somos por el evento que ese sujeto cristiano lideró.  Si Colón no hubiera existido, habría pasado casi lo mismo, ya que la expansión europea fue un proceso social, colectivo, comercial y militar que se desplegó durante varios siglos antes de 1492 (incluso los vikingos ya había llegado al norte del continente y fueron derrotados) y me atrevo a conceptuar que era inevitable, como argumento en otros escritos.  Pero nosotros los individuos que existimos hoy como producto de ese proceso, nunca habríamos existido (ya sea que lo miremos desde la "teoría del caos" o desde la historia como ciencia).  Se hubieran producido otras personas, no nosotros. Reconocer el pasado tal y como fue, es reconocernos a nosotros mismos. 

Los anti-Colón nunca hablan de la talla histórica del personaje, aspecto fundamental, sino que se dedican a hacer una evaluación o juicio moral (y a veces con terminología jurídica) del personaje, utilizando para ello categorías contemporáneas, inexistentes hace 500 años.  Pero Colón está muerto, por tanto no podemos llevarlo a un tribunal, ni fusilarlo, ahorcarlo o degollarlo, es decir, no podemos hacer justicia (ni correctiva ni vengativa) por los crímenes (según criterio actual) que haya cometido (y que pudiéramos probar), aunque tumbemos mil estatuas.  Tampoco podemos acusarlo de violar el orden jurídico internacional, ni el derecho internacional humanitario, ni los derechos humanos, ni el derecho de propiedad, ni la autodeterminación de los pueblos, porque nada de eso existía entonces. Puro moralismo anacrónico.

Algunos intentan compararlo con santos de la época para tratar de argumentar que se podía ser “bueno” en ese entonces.  Craso error, como si la historia la hicieran los santos y no los guerreros e inventores.  La historia se hace con ideas y acción.  Colón encarna las ideas y la acción de su época que confluyen en su talento de navegante.  Esos santos no hicieron la hazaña, la parasitaron desde su nicho funcional en esa sociedad.  Ponen de ejemplo a Bartolomé De las Casas, un tipo dedicado a "lavar cerebros" ("salvar almas"), adoctrinándolos con la ideología mítico - religiosa medieval mientras promovía el comercio esclavista de africanos para reemplazar el trabajo indígena.  Si Colón era un hijueputa (según nuestros parámetros de hoy), De las Casas era otro hijueputa.  Y entre esos dos hijueputas me quedo con el que tiene el mérito de la gran hazaña.  ¿Quién en Europa se opuso a la exploración y conquista del Nuevo Mundo?  (compárese con la guerra de Vietnam que dividió al pueblo estadounidense)

El columnista Mauricio García Villegas aborda lo que podríamos llamar “el sesgo de los indignados” contando lo siguiente (cita larga): 

“El profesor Robert P. George, de la Universidad de Princeton, cuenta que de tanto en tanto les pregunta a sus estudiantes qué posición habrían tenido sobre la esclavitud si hubiesen sido blancos en Georgia, al sur de los Estados Unidos, a principios del siglo XIX, es decir, antes de la abolición de la esclavitud. Casi todos responden que habrían sido abolicionistas. Pero es casi seguro que habrían sido esclavistas como lo fueron todos en esa época. A los humanos no solo nos cuesta ponernos en los zapatos de los otros, sino imaginar lo que haríamos si estuviésemos en circunstancias completamente diferentes a las presentes. Las personas de mi edad solemos hacer una lista de cosas que ocurrían cuando éramos niños y que hoy son, a todas luces, inaceptables, como conducir con tragos o ser indiferentes ante el confinamiento de las mujeres en el hogar. Éramos indolentes y no lo sabíamos. Soy un defensor de la naturaleza y del medio ambiente y nací en el seno de una familia que ama la naturaleza, pero cuando era niño mataba pájaros con cauchera y gozaba pescando truchas en las quebradas y no recuerdo haber sentido congoja alguna con el chapaleo agonizante de esos animales en mis manos. Cuando pienso que ese joven y yo somos la misma persona, dudo de mis certezas actuales.

Nuestra mente está bien diseñada para proclamar y defender principios, no para entender el comportamiento humano como un resultado de las circunstancias. Estamos más predispuestos para la indignación virtuosa que para entender una realidad llena de causas y efectos, por eso nuestra psiquis se acomoda mejor al oficio del sacerdote que al del científico. Los psicólogos hablan del “error fundamental de atribución”, que refleja nuestra tendencia a apañarnos con una explicación de todo lo que ocurre en la que solo hay sujetos, no contextos, ni condicionantes, ni estructuras, ni azar. Vemos la vida como actores de un culebrón de televisión en el que todo depende de lo que hacen los malos y los buenos.

Tenemos en cuenta las circunstancias para justificar nuestros fracasos, pero cuando se trata del fracaso de los otros solo su persona cuenta. Si alguien no hace bien su trabajo pensamos que eso se debe, por ejemplo, a su pereza, pero cuando nosotros no hacemos bien el trabajo pensamos que eso se debe, por ejemplo, al hecho de tener un jefe autoritario”.

Hasta allí la cita.  Así pues, los ilusos del siglo XXI, como buenos idealistas (antimaterialistas), creen que si vivieran en el siglo XVI serían antiesclavistas.  También tienen la ilusión contrafáctica de que el “encuentro de dos mundos” pudo ser pacífico.  Primero, aún ese caso habrían muerto millones de indígenas por los gérmenes, los agentes patógenos que traían los europeos (que era sobrevivientes de la peste bubónica).  Segundo, esa ilusión es tan improbable que sólo es posible imaginarla desde un desconocimiento de la historia de la humanidad desde el paleolítico, pues la guerra, el desplazamiento y el saqueo han sido recurrentes.  

Los europeos también se expandieron por todos los otros continentes y la historia es similar.  El caso de Asia es interesante, porque ahí la pelea era pareja y no era posible una conquista tan fácil como la de los imperios Inca o Mexica derrotados por una fuerza española asombrosamente pequeña (gracias a los aliados indígenas).  Aún así hubo violencia, los españoles dominaron a Filipinas (nombre en honor a Felipe II, 1543) y varias islas, al igual que los portugueses.  Con el tiempo China, India, Indonesia y otros territorios terminaron dominados por Inglaterra y Francia principalmente y Rusia llegó hasta el Pacífico (también es bueno comparar la situación de Asia hoy, que sin victimismo llorón se ha sabido poner al mismo nivel de las potencias de Occidente).

Para terminar este punto toca ir más allá de Colón, pues sus críticos no sólo caen en el error de anacronismo sino también en el de maniqueísmo cuando se trata de mirar todo el proceso, ya no la figura individual.  Los ingenuos de hoy dicen: “en el colegio no nos enseñaron la historia verdadera”.  Se refieren a la historia contada en la versión española de la leyenda blanca.  No sé si a estas alturas del siglo XXI todavía hay profesores de historia en Colombia enseñando la leyenda blanca, pero lo dudo.  El punto es que estos desengañados de la leyenda blanca entonces abrazan de manera igualmente acrítica la leyenda negra según la cual la conquista y colonización fue una masacre unilateral de europeos malos contra indígenas buenos.  Ocultan o desconocen la política de alianzas.  Ocultan o desconocen que cada vez que pudieron los indígenas masacraron a los españoles (bien por ellos, guerra es guerra).  Ocultan o desconocen que en el Nuevo Mundo, antes de Colón, había opresión, esclavitud, servidumbre, patriarcado, castas y clases sociales, dominación de unos sobre otros, genocidios, asesinatos, torturas, sacrificios humanos, canibalismo, violaciones, epidemias, desastres ambientales, civilizaciones desaparecidas (el caso de los mayas es un ejemplo de guerras y mala gestión ambiental del territorio).  No se ha probado, pero es probable que estos asiáticos, que fueron los primeros humanos en llegar al continente por Bering, tuvieron su cuota de responsabilidad de la coincidente extinción de la megafauna.  En síntesis, los habitantes del Nuevo Mundo eran seres humanos, no ángeles.  Y como tales exhibían las mismas características de la naturaleza humana que los humanos del Viejo Mundo.  

 


La Izquierda mítica:

Llamo izquierda mítica a esos sectores que tramitan el pasado desde el sesgo de las subjetividades y las identidades, es decir, la ideología en últimas, sin rigor ni respeto alguno por la verdad y negando la idea de progreso, como hemos visto someramente en el caso de la conquista española y su narrativa anacrónica y maniquea.  Pretenden reemplazar la historia objetiva por la “memoria subjetiva” a pesar de que la memoria no puede abarcar más atrás del siglo XX, por tanto lo que hay es la invención de un relato victimista y moralista con fines políticos y jurídicos (que muchas veces resultan ser demagógicos). 

Todo esto tiene su origen en un fenómeno intelectual que aconteció en la Europa de los años setenta, cuando el marxismo entró en decadencia y el posmodernismo empezó a imponerse.  El marxismo tenía defectos, pero el posmodernismo fue la debacle.  Al menos el marxismo era materialista (aunque flaqueó al flirtear con el construccionismo social), objetivista, universalista, contrario al irracionalismo, con visión de progreso (incluso excesivamente optimista y determinista).  Por tanto el marxismo, mal que bien, era ilustrado o moderno, pro-ciencia y humanista.  El posmodernismo era lo contrario en todos los aspectos: idealista (exagerando la importancia del lenguaje y lo simbólico), subjetivista (no hay verdad sino poder), ultrarrelativista (sobre todo cultural), enemigo de la razón, por tanto rechaza idea de progreso.  En consecuencia, el posmodernismo debería llamarse antimodernismo pues es antilustración y anticiencia, de ahí que lo califico de oscurantista (ver enlace).  En vez de un humanismo universal, el posmodernismo niega la naturaleza humana para enfatizar el construccionismo social y las identidades de grupo.

El posmodernismo, que es una versión moderna de los sofistas griegos, surgió de Weber (desencantamiento del mundo y jaula de hierro), Escuela de Frankfurt (Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer), psicoanálisis, giro lingüístico, giro historicista en filosofía de la ciencia, programa fuerte de sociología de la ciencia, entre otras fuentes.

No entró directo a los partidos de izquierda, estos siguieron en su inercia durante los años 80 o retomando a Gramsci.  El posmodernismo se metió por la vía de la academia, las protociencias sociales, los estudios culturales, luego por medio de ciertos feminismos de tercera ola, fue colonizando sectores liberales que aparecían triunfantes tras la caída del muro de Berlín y del bloque soviético (esto llevaría a la actual fractura liberal (ver enlace)).

Al ser la antropología su fuerte con el relativismo cultural, el posmodernismo también circuló por las problemáticas raciales o étnicas, los estudios postcoloniales y de ahí se pasó al autodenominado “pensamiento decolonial” (ver enlace), el cual ha intentado una polarización Norte/Sur de nuevo tipo, pues no se centra en el desarrollo o progreso, sino que asume un carácter antioccidental.  Mientras la critica anterior al eurocentrismo era por presentar como universales ideas, visiones, creencias y valores que en realidad eran locales de Europa y por tanto su corrección consistía en buscar una auténtica universalidad, ahora el relativismo posmo-decolonial renuncia a la universalidad y por tanto su critica al eurocentrismo (incluido el posmodernismo) lo que busca es equiparar las culturas locales, enclaustrando sus identidades sobre todo frente al Otro Occidental, lograr su reconocimiento por vías políticas, jurídicas y éticas, no por logros tecnológicos, militares, artísticos o de conocimiento (por ejemplo utilizando conceptos como “epistemologías del sur” o “justicia epistémica”).  

Los partidos de izquierda liberales y socialdemócratas fueron cooptados por el consenso de Washington, es decir, por el neoliberalismo.  Mientras tanto los partidos de izquierda marxista sufrieron el debilitamiento de su discurso marxista (por derrota intelectual y debacle de países socialistas) y de su sujeto político supuestamente redentor, la clase obrera (por el cambio tecnológico de la producción más el embate neoliberal contra el sindicalismo). Ante eso se vieron precisados a transmutarse en nuevas agrupaciones o fueron permeados por nuevos “sujetos sociales” y "grupos de presión" de tipo identitario que reivindicaban subjetividades y buscaban reconocimiento (político, jurídico y ético).  Me refiero a grupos feministas, de minorías sexuales y de minorías étnicas. Las condiciones materiales de existencia y la contradicción principal de carácter socioeconómico (la desigualdad, la concentración de la riqueza y el ingreso) dejaron de ser el eje principal y aspectos simbólicos, lingüísticos, de identidad, memoria, víctimización y sexualidad, pasaron a primer plano.  La preocupación por libertades colectivas, como por ejemplo la de asociación, dió paso a un nuevo énfasis en libertades individuales de carácter liberal (aborto, eutanasia, matrimonio gay, dosis personal, etc). 

De esta manera, para complacencia del 1% más rico y de las élites en general, la contradicción principal que debiera aglutinar a la gran masa de la población (99% vs 1%) quedó en segundo plano opacada por luchas sectoriales y simbólicas que dividen al pueblo (a veces son marcadamente segregacionistas).  El horizonte eutópico de la revolución basado en la idea de progreso y el humanismo universal se ha diluido.  En su reemplazo aparece el concepto meramente negativo de resistencia, discriminaciones positivas (ventajas o privilegios temporales), horizontes de reparación simbólica, objetivos individualistas (cuotas) disfrazados de colectivos. 

No he mencionado el tema clave del medio ambiente que es otra contradicción principal, pero ya no dentro del capitalismo, sino entre capitalismo y naturaleza.  El cambio climático está en el centro de la política en el siglo XXI (por eso hablamos de política antropocénica, ver enlace) y merecería un análisis aparte que no será abordado en este escrito.

Como consecuencia de todo lo anterior, la izquierda ya no tiene un marco teórico unificado de referencia, sino un popurri de ideologías, relatos míticos, pseudociencias, pseudoteorías conspiranoicas, ciencias sociales especulativas, marxismo residual, reduccionismo culturalista, antioccidentalismo inconsecuente (de la boca para afuera), indigenismo, ambientalismo fundamentalista, vegetarianismo y veganismo y un largo etcétera.  Desde luego también hay sectores afines a la socialdemocracia clásica, al liberalismo social, al progresismo ilustrado siglo XXI, al humanismo, al populismo, al anarquismo.  Me identifico con estos últimos, excepto el anarquismo.

Hablar de vieja y nueva izquierda es equívoco.  No hay tal.  Toda esa especie de torre de Babel que hemos descrito escuetamente, es actual.  Sería paradójico que el progresismo fuera “viejo” y el antiprogresismo "nuevo”. ¿Qué progreso sería ese?

En términos generales todas las izquierdas apoyan causas de inclusión, justicia social e igualdad, libertades, equidad de género, antirracismo, ambientales, en fin, toda una herencia ético – política de la revolución francesa y su consigna de libertad, igualdad y solidaridad (Bien común).  Pero lo hacen de manera distinta y a veces las diferencias son profundas (para una buena causa son tan peligrosos sus enemigos como sus malos defensores que la hacen quedar mal).  Casi todas las izquierdas descuidan temas de seguridad o competitividad y en el caso de los sectores de izquierda impactados por el posmodernismo tienen una relación conflictiva con la ciencia y con la tecnología, a veces son abiertamente anticiencia.

En el fondo hay una disputa filosófica doble, primero entre “continentales” y “empírico-analíticos”, y segundo, dentro de los “continentales” está la batalla entre los posmodernistas de diverso pelambre y sus críticos.

El debate ontológico de fondo sigue siendo entre idealismo y materialismo.

El debate epistemológico de fondo es triple: objetivismo vs subjetivismo, racioempirismo vs irracionalismo, universalismo o relativismo moderado vs ultrarrelativismo.

A diferencia de las ciencias sociales, las ciencias naturales poco se ven perjudicadas por el posmodernismo.

Los que justifican la tumbada de la estatua de Colón se alinean en últimas con el posmodernismo, es decir, con el idealismo, subjetivismo, irracionalismo y ultrarrelativismo.  Además apuestan por la memoria en contra de la historia (lo cual no tiene sentido a distancias de más de 100 o como mucho 150 años).  Mi crítica se alinea con el materialismo, objetivismo, racioempirismo y universalismo. También me alineo con el relativismo moral histórico (coincidente con el marxismo), que se deriva del materialismo y no es contrario al universalismo, pues hay una base universal (la naturaleza humana) modulada por las culturas particulares (códigos morales particulares, que muchas veces son contranatura en diversos aspectos).  Y me alineo con la ciencia de la historia, no con el moralismo (un buen historiador debe suspender el juicio moral suprahistórico productor de sesgos).

En el tema de memoria, admito la dualidad memoria/historia en los últimos 100 años, más allá sólo queda el trabajo histórico.  En el tema de víctimas me interesan los vivos, sus reivindicaciones actuales, su futuro a construir, la resiliencia en vez del victimismo (baja autoestima o aprovechamiento ventajoso).  El presente y el futuro es lo que podemos cambiar, el pasado no.  Lo que sí podemos hacer con el pasado es investigarlo científicamente, conocerlo lo más objetivamente posible, en vez de armar una estúpida guerra de relatos inventados, con leyendas blancas y negras, maniqueísmos y anacronismos. 

Este tema no se agota aquí, apenas está esbozado.  Cierro con dos conclusiones generales.

1. Detrás de un simple evento como la tumbada de una estatua hay un trasfondo filosófico que marca el pasado reciente, el presente y el futuro de la izquierda y de las ciencias sociales.

2. La Izquierda colombiana y mundial están en mora de reconocer su crisis teórica y asumir el debate filosófico, siempre eludido con el pretexto del antiintelectualismo o por el encerramiento de cada quien en su parcela teórica.      

Nota Bene: un resumen superapretado de este tema está en los 21 puntos compilados en una sola página, en la entrada Alertas antidecoloniales (ver enlace)

Barranquilla, sitio de libres, ciudad de mestizos criollos e inmigrantes, Julio 2 de 2021


OTRAS LECTURAS RELACIONADAS

-El desafío de la izquierda, primera parte (enlace)

-Anticipo de la segunda parte: Los 3 oscurantismos (enlace)

1 comentario:

Sigue las reglas de la argumentación racional