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lunes, agosto 17, 2020

La increíble historia de Henrietta Lacks

En este anómalo agosto, Henrietta Lacks cumplió 100 años.  Como el gato de Schrödinger, ella está viva y muerta.  Una parte de ella murió en 1951.  Otra parte de ella es inmortal y pesa actualmente varias toneladas.  Su yo inmortal fue el asesino de su yo mortal.  Hela ahí: ese yo inmortal y asesino es un hito de la medicina y hoy ayuda a salvar vidas.  Su yo mortal nunca imaginó el final de esta increíble historia.  Ni el más imaginativo de los escritores pudo vislumbrar semejante destino para un simple mortal.

Todo comenzó en febrero de 1951 cuando a Loretta Pleasant, una joven de 30 años, le diagnosticaron cáncer cervical en el hospital John Hopkins en Baltimore.  Era una mujer pobre, de raza negra, con 5 hijos, el último de los cuales había nacido pocos meses antes en ese mismo hospital.  Cuando se casó con su primo David Lacks nueve años antes, tomó su apellido, pero ni siquiera sus descendientes saben cómo o por qué cambió su nombre a Henrietta. 

El médico Howard Jones decidió hacer una biopsia, tomó muestras de células del tumor para diagnosticarlo y les pasó algunas a investigadores del mismo instituto. Uno de ellos era el ginécologo Richard TeLinde, quien investigaba sobre cáncer cervical, y los otros dos eran una pareja casada, George y Margaret Gey, quienes llevaban años trabajando en cultivos celulares in vitro, intentando que células humanas perduraran largo tiempo fuera del cuerpo de origen.  En su laboratorio el matrimonio Gey creó las condiciones para la reproducción por mitosis de las células tumorosas de Henrietta, quien no tenía la menor idea del asunto, pues en aquella época el consentimiento informado no era práctica habitual, ni había un protocolo bioético que obligara a dar tal información al paciente.  Para sorpresa de los investigadores estas células resultaron dotadas de un superpoder: reproducirse indefinidamente, más allá del límite de Hayflick que marca la muerte programada por apoptosis a las celulas ordinarias del ser humano y de muchas otras especies. ¡Las agresivas células cancerosas de Henrietta eran inmortales! 

Pero Henrietta nunca lo supo.  Ella no era inmortal.  El 4 de octubre de 1951 falleció por causa de ese tumor inmortal.  Sólo 20 años después, casi de casualidad, su familia se enteró de que una parte de Henrietta, precisamente la que causó su muerte, aún vívía.  Y no sólo eso, la reproducción de esas células, llamadas HeLa por el nombre de la paciente fallecida, había escalado a niveles industriales, distribuyéndose por innumerables laboratorios de todo el mundo debido a sus propiedades especiales y su inmensa utilidad para la investigación biomédica.  Las células HeLa, por ejemplo, contribuyeron a la investigación de Jonas Salk que llevó a la exitosísima vacuna contra la poliomelitis.  Muchos descubrimientos médicos, y hasta algunos premios Nobel, se han derivado de investigaciones realizadas con esas células letales y maravillosas.  Es el caso de Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szostak que en 2009 ganaron el Nobel por su trabajo sobre la enzima telomerasa, que repara los telómeros de los cromosomas y es clave en la juventud eterna de las células HeLa.  Se calcula que se han realizado unos 74.000 experimentos con las células descendientes de Henrietta, que algunos clasifican como no humanas, pues son mutantes con 80 cromosomas.  Aquí en Colombia también se utilizan.

Dos temáticas se abren a partir de esta historia.  Una es la deliberación bioética que se derivó de este caso y el perfeccionamiento consecuente de los protocolos.  Sin embargo, no se puede desconocer que los inmensos beneficios para la humanidad obtenidos de las investigaciones con esta línea celular inmortal, superan cualquier derecho individual de corte liberal.  El Bien común prima sobre el interés particular.  Por ello, actualmente en muchos países todos somos donantes por defecto, mientras no digamos lo contrario.  En Colombia, la ley 1805 de 2016 establece en su artículo 3 que “se presume que se es donante cuando una persona durante su vida se ha abstenido de ejercer el derecho que tiene a oponerse a que de su cuerpo se extraigan órganos, tejidos o componentes anatómicos después de su fallecirniento”.

El otro tema, de mayor importancia, es el renacimiento del milenario sueño de la especie humana de alcanzar la inmortalidad, ya no por magia sino por ciencia y tecnología.  Entiéndase por inmortalidad, en este contexto biológico, la detención del envejecimiento, no la indestructibilidad.  Durante el 80% de los 4 mil millones de años de historia de la vida la muerte por envejecimiento o muerte programada no existía.  Este “invento” reciente de la evolución es concomitante con otra novedad: la reproducción sexual de organismos pluricelulares.  Sexo y muerte son dos caras de la misma moneda evolutiva.  Sin embargo, hay especies animales que no tienen ese mecanismo llamado “muerte” en su ciclo vital, como la hydra, por ejemplo. ¿Podremos los seres humanos prescindir de la muerte senil algún día?  La respuesta parece ser afirmativa y no muy lejana.  Una posibilidad sería con células madres y epigenética para lograr la regeneración de tejidos y órganos. 

Si el siglo XX fue el siglo de la física, ahora estamos en el de la biología y la medicina se encuentra al borde de una revolución científica.

Publicado en El Unicornio en agosto 9 de 2020

@jsenior2020

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