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domingo, julio 19, 2020

Tres casos de conspifarsa desenmascarados


La conspiranoia es una industria que produce ganancias multimillonarias y desde el punto de vista ideológico es funcional a la extrema derecha a pesar de su superficial apariencia antigubernamental que engaña a mucho votante de izquierda confundido.  En las dos anteriores columnas abordamos el discurso paranoide del “Nuevo Orden Mundial” y algunos aspectos psicosociales del creciente y peligroso fenómeno conspiranoico.  Ahora, tal y como lo prometimos, analizaremos casos concretos para desenmascarar lo qué hay detrás.

Caso Mikovits.  

El 14 de abril, en pleno ascenso de la epidemia en EEUU, es lanzado en Amazon un libro con el atractivo título de “Plaga de corrupción”.  Sus autores son dos controvertidos personajes: la excientífica Judy Mikovits y el escribidor de libros rápidos y venta fugaz, Kent Heckenlively.  El prólogo lo escribió Robert F. Kennedy Jr.  Unas tres semanas después, el 4 de mayo, es lanzado el video, que es un anticipo de un futuro documental también de nombre sugestivo, Plandemic.  En el video de 26 minutos el cineasta Mikki Willys entrevista a Mikovits y pronto se vuelve viral, millones lo comparten por las redes y así catapulta las ventas del libro.  Una operación redonda.  Pero, ¿quiénes son estos personajes y cuál es el problema con estas publicaciones?  

Robert Kennedy es el hijo del asesinado Bob Kennedy y sobrino de JFK, quien se ha vuelto activista líder del movimiento antivacunas, aprovechando la fama de su familia, y es crédulo en la tesis pseudocientífica y meramente especulativa de la vinculación entre vacunas y autismo.  Esto llevó a varios miembros de la familia Kennedy a descalificarlo públicamente, en mayo de 2019, como un peligroso desinformador. Ver aquí.

Kent Heckenlively es empleado del senador republicano de Kentucky, Rand Paul, un libertarian, de extrema derecha conservadora, hijo de otro antiguo senador. En 2016 Paul pretendió lanzarse a la presidencia, por lo cual Heckenlively publicó el libro propagandístico Rand Paul for President, 16 reasons. 

Mikki Willys es un multimillonario productor de cine, dueño de Elevate Films, que ha hecho videos sobre temas esotéricos espiritualistas y de pseudoteorías conspirativas.  Está vinculado a la secta religiosa Falun Gong y al grupo editorial The Epoch Times, que financia a Trump y a otros políticos de derecha en EEUU y Europa, así como grupos clandestinos aparentemente religiosos en China.  No es extraño entonces que este negocio editorial apoye también el movimiento antivacunas.

Judy Mikovits es una científica del montón, con apenas 40 publicaciones a pesar de su edad madura, y que de repente, en 2006, se convierte en la directora de un nuevo instituto de investigación muy bien financiado y enfocado en una rara enfermedad llamada “síndrome de fatiga crónica” (CFS por su sigla en inglés).  El Whittemore Peterson Institute fue creado en 2005 en Nevada por el médico Daniel Peterson, pionero en investigar CFS y cuya vida profesional gira alrededor de ese síndrome, y el abogado, negociante y cabildero de las industrias del juego, el alcohol y el tabaco Harvey Whittemore, quien tiene una hija con CFS.  Peterson se retiró del Instituto en 2010 y Whittemore terminó preso en 2013 por algunos negocios, pero los hechos claves relacionados con Mikovits sucedieron entre 2009 y 2011. Todos ellos creían en la CFS y en la hipótesis de que un virus era el causante de esa condición de salud, específicamente el virus del ratón llamado XMRV.  La investigación dirigida por Mikovits pareció lograr un gran éxito cuando la revista Science, la mejor de EEUU y la segunda mejor del mundo, aceptó publicar un artículo en 2009 con los resultados. Pero la victoria duró poco.  Una característica de la ciencia es que los experimentos deben ser replicables.  Nuevas investigaciones probaron que el XMRV nada tenía que ver con CFS y que tal virus había sido creado por recombinación en un laboratorio en 1993 y luego había contaminado las pruebas en la investigación de Mikovits.  Se le exigió hacer retractación del artículo como es habitual, pero ella tercamente se negó. De todos modos el artículo de la investigación defectuosa fue retirado. La revista Science elaboró un completo reporte del caso titulado Falso Positivo, que ganó un premio de la Sociedad Estadounidense de Microbiología.  En resumen, la investigación de Mikovits fue un ejemplo de mala ciencia, un trabajo deficiente.

Pero la película no terminó allí.  El fiasco generó graves conflictos en el Instituto.  Petersen se retiró en 2010.  Mikovits fue despedida y posteriormente fue acusada y enjuiciada por robar información y materiales cuando se fue del instituto en 2011.  Por estas acusaciones de “ladrona” interpuestas por sus antiguos empleadores terminó en la cárcel, no por el artículo o por su negativa a retractarlo, como bien señala Science. Con su carrera profesional destruída y aún con su situación jurídica irresuelta, Judy Mikovits supo “reinventarse” de manera muy lucrativa como “víctima perseguida por la Big Pharma” y “campeona anticorrupción”, idolatrada por grupos conspiranoicos y del movimiento antivaxxers (antivacunas), y autora inescrupulosa de libros inundados de falsedades.

Así como sus libros, el video está lleno de falsedades, empezando por estupideces flagrantes como afirmar que “el uso de masacarilla activa el virus” o aducir que el novel coronavirus debe ser artificial porque su producción por evolución natural tendría que durar mínimo 800 años, algo que haría carcajear a un virólogo. Sobre el origen del nuevo coronavirus ver aquí. Dice además no ser antivacunas a la vez que despotrica contra ellas.  Si usted, amable lector, quiere ampliar sobre los errores y mentiras del video puede leerlo en El Tiempo y en esta excelente página especializada en cazar bulos y magufos.

En el curso de la presente pandemia he investigado otros casos como el de Mikovits, pero no hay espacio en una columna para detallarlos. Muchos con origen en EEUU, pero también en España y Latinoamérica. Por ejemplo, uno que engrupió a más de un izquierdista colombiano fue el artículo de Antonio Martínez Belchi titulado El Covid y el problema de la verdad publicado en El Manifiesto y que parece inpirado en el Código Da Vinci.  El escrito trae una parafernalia de especulaciones, utilizando simples coincidencias, para nada improbables, o símbolos con la supuesta función de claves secretas, como si fuesen evidencias de misteriosas conspiraciones. Al investigar al autor se encuentra que tiene vínculos con el ascendente partido de la derecha española Vox y con grupos religiosos conservadores y franquistas como la Hermandad del Valle de los Caídos y Hermandad de la Santa Cruz (anti-Bergoglio). Martínez publica en medios del ultraderechista Julio Ariza (ante PP y ahora de Vox) y en la revista Altar Mayor. Por su parte El Manifiesto pertenece a Javier Ruiz Portella, un escribidor condenado por haber plagiado a Francisco Rico como informa El País. En resumen, toda esta industria editorial de desinformación tiene una línea política e ideológica ligada al PP, Vox, franquismo, catolicismo ultraconservador, revisionismo histórico español, exiliados cubanos anticastristas (como Zoe Valdés).  Ruiz Portella también tuvo conexión en alguna época con el colombiano Álvaro Mutis. 

En esta proliferación de nuevos medios de comunicación online hay uno colombiano llamado Informativo G24, que se presenta como un canal de “análisis geopolítico”, pero cuando uno ve sus programas se da cuenta de inmediato y sin mayor esfuerzo que está plenamente dedicado a la difusión de todo un estrafalario sancocho conspiranoico: 5G, vacunas, chips espías, Bill Gates, George Soros, OMS, Big Pharma y la pandemia como un plan diabólico para destruir la economía e impedir la reelección de Trump.  Este canal sale por youtube, pero también se transmite por Colmundo Radio en Colombia.  Está dirigido por la colombiana Sandra Valencia, quien ha sido periodista de Teleantioquia y al parecer tiene base en Miami.  La línea política es claramente de derecha, pro reelección de Trump, anticastrista y al igual que el uribismo sataniza a la izquierda a través de etiquetas como Foro de Sao Paulo o Grupo de Puebla.  Asimismo atacan a Podemos y al gobierno de Venezuela.  Por ejemplo, en uno de los programas invita al chileno Arturo Grandón del Security College de Washington (conectado con sectores militares y policiales de América Latina), quienes dicen ser expertos en geopolítica e impulsan una comunidad de “analíticos” que aterrorizan con el cuento del “nuevo orden mundial” y hacen populismo anticuarentena de manera irresponsable. 
El punto central de todo este recorrido es el siguiente: ¿cómo es posible que personas adultas, votantes alternativos o de izquierda, antiuribistas, petristas, críticos del sistema, no sólo se traguen sin masticar el discurso conspiranoico originado en la derecha sino que además se conviertan en idiotas útiles difundiéndolo y hasta defendiéndolo? 

Una posible hipótesis, entre otras, es que buena parte de la base social electoral de las propuestas alternativas, que en 2018 sumó 8 millones de votantes, es no militante, individuos sueltos que no hacen parte de una organización política.  Estas “ciudadanías libres” no hacen parte de una célula partidista donde se discuta la realidad social, carecen de una prensa partidista de referencia, nunca han estado en cursos de formación política y tampoco tienen (porque no la hay actualmente) una teoría científica sobre la sociedad. Por tanto son revolcados por el huracán de desinformación que circula por las redes sociales con palabrería aparentemente contestataria y antisistémica. 

La paradoja de la izquierda colombiana es que, mientras en los años setenta tenía mucha cohesión ideológica, fuerte organización y pocos votos, ahora, en la era de las redes sociales, tiene un número apreciablemente mayor de votos pero al costo de una ínfima cohesión ideológica y muy débil organización.

Publicado originalmente en El Unicornio en junio de 2020

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