La conspiranoia es una industria
que produce ganancias multimillonarias y desde el punto de vista ideológico es
funcional a la extrema derecha a pesar de su superficial apariencia
antigubernamental que engaña a mucho votante de izquierda confundido. En las dos anteriores columnas abordamos el
discurso paranoide del “Nuevo Orden Mundial”
y algunos aspectos psicosociales del creciente y peligroso fenómeno conspiranoico. Ahora, tal y como lo prometimos, analizaremos
casos concretos para desenmascarar lo qué hay detrás.
Caso Mikovits.
El 14 de abril, en pleno ascenso de la
epidemia en EEUU, es lanzado en Amazon un libro con el atractivo título de
“Plaga de corrupción”. Sus autores son
dos controvertidos personajes: la excientífica Judy Mikovits y el escribidor de
libros rápidos y venta fugaz, Kent Heckenlively. El prólogo lo escribió Robert F. Kennedy
Jr. Unas tres semanas después, el 4 de
mayo, es lanzado el video, que es un anticipo de un futuro documental también
de nombre sugestivo, Plandemic. En el video de 26 minutos el cineasta Mikki
Willys entrevista a Mikovits y pronto se vuelve viral, millones lo comparten
por las redes y así catapulta las ventas del libro. Una operación redonda. Pero, ¿quiénes son estos personajes y cuál es
el problema con estas publicaciones?
Robert Kennedy es el hijo del asesinado Bob Kennedy y sobrino de
JFK, quien se ha vuelto activista líder del movimiento antivacunas, aprovechando
la fama de su familia, y es crédulo en la tesis pseudocientífica y meramente
especulativa de la vinculación entre vacunas y autismo. Esto llevó a varios miembros de la familia
Kennedy a descalificarlo públicamente, en mayo de 2019, como un peligroso desinformador.
Ver aquí.
Kent Heckenlively es empleado del senador republicano de Kentucky,
Rand Paul, un libertarian, de extrema
derecha conservadora, hijo de otro antiguo senador. En 2016 Paul pretendió
lanzarse a la presidencia, por lo cual Heckenlively publicó el libro
propagandístico Rand Paul for President,
16 reasons.
Mikki Willys es un multimillonario productor de cine, dueño de
Elevate Films, que ha hecho videos sobre temas esotéricos espiritualistas y de
pseudoteorías conspirativas. Está
vinculado a la secta religiosa Falun Gong
y al grupo editorial The Epoch Times,
que financia a Trump y a otros políticos de derecha en EEUU y Europa, así como
grupos clandestinos aparentemente religiosos en China. No es extraño entonces que este negocio
editorial apoye también el movimiento antivacunas.
Judy Mikovits es una científica del montón, con apenas 40
publicaciones a pesar de su edad madura, y que de repente, en 2006, se
convierte en la directora de un nuevo instituto de investigación muy bien
financiado y enfocado en una rara enfermedad llamada “síndrome de fatiga
crónica” (CFS por su sigla en inglés).
El Whittemore
Peterson Institute fue creado en 2005 en Nevada por el médico Daniel
Peterson, pionero en investigar CFS y cuya vida profesional gira alrededor de ese
síndrome, y el abogado, negociante y cabildero de las industrias del juego, el
alcohol y el tabaco Harvey Whittemore, quien tiene una hija con CFS. Peterson se retiró del Instituto en 2010 y
Whittemore terminó preso en 2013 por algunos negocios, pero los hechos claves
relacionados con Mikovits sucedieron entre 2009 y 2011. Todos ellos creían en
la CFS y en la hipótesis de que un virus era el causante de esa condición de
salud, específicamente el virus del ratón llamado XMRV. La investigación dirigida por Mikovits pareció
lograr un gran éxito cuando la revista Science,
la mejor de EEUU y la segunda mejor del mundo, aceptó publicar un artículo en
2009 con los resultados. Pero la victoria duró poco. Una
característica de la ciencia es que los experimentos deben ser replicables. Nuevas investigaciones probaron
que el XMRV nada tenía que ver con CFS y que tal virus había sido creado por
recombinación en un laboratorio en 1993 y luego había contaminado las pruebas
en la investigación de Mikovits. Se le
exigió hacer retractación del artículo como es habitual, pero ella tercamente
se negó. De todos modos el artículo de la investigación defectuosa fue
retirado. La revista Science elaboró un completo reporte
del caso titulado Falso Positivo, que
ganó un premio de la Sociedad Estadounidense de Microbiología. En resumen, la investigación de Mikovits fue
un ejemplo de mala ciencia, un trabajo deficiente.
Pero la película no terminó
allí. El fiasco generó graves conflictos
en el Instituto. Petersen se retiró en
2010. Mikovits fue despedida y
posteriormente fue acusada y enjuiciada por robar información y materiales
cuando se fue del instituto en 2011. Por
estas acusaciones de “ladrona” interpuestas por sus antiguos empleadores
terminó en la cárcel, no por el artículo o por su negativa a retractarlo, como
bien señala Science. Con su carrera profesional
destruída y aún con su situación jurídica irresuelta, Judy Mikovits supo
“reinventarse” de manera muy lucrativa como “víctima perseguida por la Big Pharma” y “campeona anticorrupción”,
idolatrada por grupos conspiranoicos y del movimiento antivaxxers
(antivacunas), y autora inescrupulosa de libros inundados de falsedades.
Así como sus libros, el video
está lleno de falsedades, empezando por estupideces flagrantes como afirmar que
“el uso de masacarilla activa el virus” o aducir que el novel coronavirus debe
ser artificial porque su producción por evolución natural tendría que durar mínimo
800 años, algo que haría carcajear a un virólogo. Sobre el origen del nuevo
coronavirus ver aquí.
Dice además no ser antivacunas a la vez que despotrica contra ellas. Si usted, amable lector, quiere ampliar sobre
los errores y mentiras del video puede leerlo en El
Tiempo y en esta excelente página
especializada en cazar bulos y magufos.
En el curso de la presente
pandemia he investigado otros casos como el de Mikovits, pero no hay espacio en
una columna para detallarlos. Muchos con origen en EEUU, pero también en España
y Latinoamérica. Por ejemplo, uno que engrupió a más de un izquierdista
colombiano fue el artículo de Antonio Martínez Belchi titulado El Covid y el problema de la verdad
publicado en El Manifiesto y que parece inpirado en el Código Da Vinci. El escrito
trae una parafernalia de especulaciones, utilizando simples coincidencias, para
nada improbables, o símbolos con la supuesta función de claves secretas, como si
fuesen evidencias de misteriosas conspiraciones. Al investigar al autor se
encuentra que tiene vínculos con el ascendente partido de la derecha española
Vox y con grupos religiosos conservadores y franquistas como la Hermandad del
Valle de los Caídos y Hermandad de la Santa Cruz (anti-Bergoglio). Martínez
publica en medios del ultraderechista Julio Ariza (ante PP y ahora de Vox) y en
la revista Altar Mayor. Por su parte El Manifiesto pertenece a Javier Ruiz
Portella, un escribidor condenado por haber plagiado a Francisco Rico como
informa El
País. En resumen, toda esta industria editorial de desinformación tiene una
línea política e ideológica ligada al PP, Vox, franquismo, catolicismo
ultraconservador, revisionismo histórico español, exiliados cubanos
anticastristas (como Zoe Valdés). Ruiz
Portella también tuvo conexión en alguna época con el colombiano Álvaro Mutis.
En esta proliferación de nuevos
medios de comunicación online hay uno colombiano llamado Informativo G24, que
se presenta como un canal de “análisis geopolítico”, pero cuando uno ve sus
programas se da cuenta de inmediato y sin mayor esfuerzo que está plenamente
dedicado a la difusión de todo un estrafalario sancocho conspiranoico: 5G, vacunas,
chips espías, Bill Gates, George Soros, OMS, Big Pharma y la pandemia como un
plan diabólico para destruir la economía e impedir la reelección de Trump. Este canal sale por youtube, pero también se
transmite por Colmundo Radio en Colombia.
Está dirigido por la colombiana Sandra Valencia, quien ha sido
periodista de Teleantioquia y al parecer tiene base en Miami. La línea política es claramente de derecha, pro
reelección de Trump, anticastrista y al igual que el uribismo sataniza a la
izquierda a través de etiquetas como Foro de Sao Paulo o Grupo de Puebla. Asimismo atacan a Podemos y al gobierno de
Venezuela. Por ejemplo, en uno de los
programas invita al chileno Arturo Grandón del Security College de Washington (conectado
con sectores militares y policiales de América Latina), quienes dicen ser
expertos en geopolítica e impulsan una comunidad de “analíticos” que
aterrorizan con el cuento del “nuevo orden mundial” y hacen populismo
anticuarentena de manera irresponsable.
El punto central de todo este
recorrido es el siguiente: ¿cómo es posible que personas adultas, votantes
alternativos o de izquierda, antiuribistas, petristas, críticos del sistema, no
sólo se traguen sin masticar el discurso conspiranoico originado en la derecha
sino que además se conviertan en idiotas útiles difundiéndolo y hasta
defendiéndolo?
Una posible hipótesis, entre
otras, es que buena parte de la base social electoral de las propuestas
alternativas, que en 2018 sumó 8 millones de votantes, es no militante,
individuos sueltos que no hacen parte de una organización política. Estas “ciudadanías libres” no hacen parte de
una célula partidista donde se discuta la realidad social, carecen de una
prensa partidista de referencia, nunca han estado en cursos de formación
política y tampoco tienen (porque no la hay actualmente) una teoría científica
sobre la sociedad. Por tanto son revolcados por el huracán de desinformación
que circula por las redes sociales con palabrería aparentemente contestataria y
antisistémica.
La paradoja de la izquierda colombiana
es que, mientras en los años setenta tenía mucha cohesión ideológica, fuerte
organización y pocos votos, ahora, en la era de las redes sociales, tiene un
número apreciablemente mayor de votos pero al costo de una ínfima cohesión
ideológica y muy débil organización.
Publicado originalmente en El Unicornio en junio de 2020
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