La Organización Mundial de la
Salud se encuentra desde febrero en el ojo del huracán. Es el referente fundamental de salud pública
en el planeta, pero está recibiendo críticas desde todos los flancos. Algunas de estas críticas están
fundamentadas, otras no. Aunque es
temprano para un balance definitivo de la gestión de esta pandemia, es
pertinente hacer un análisis de estas críticas.
El asunto, además, puede adquirir
importancia política en la coyuntura del debate electoral de EEUU, pues el
presidente y candidato republicano Donald Trump ha tomado la determinación de
sacar a ese país de la OMS, pero el candidato demócrata, Joe Biden, ya anunció que echará
reversa a esa decisión. Como el proceso
de salida demora un año, la elección presidencial de noviembre definirá en
últimas si Estados Unidos se queda o se va.
Y esa nación es, de lejos, el principal sostén económico de la
Organización.
Cada vez que sale una noticia
sobre la OMS en los medios online, estudio minuciosamente los comentarios de
los lectores en la propia página. De
este ejercicio me queda claro que la OMS está perdiendo la batalla mediática,
pero también observo que hay un gran desconocimiento de lo que esa institución
mundial es y representa, cómo funciona y, asimismo, sobre la naturaleza de su
campo de acción: la ciencia médica y epidemiológica.
La OMS es una agencia especializada dentro del
sistema de las Naciones Unidas, como la Unesco, OIT, FAO o la OMPI. Fue creada el 7 de abril de 1948 y
actualmente cuenta con 194 estados miembros.
Su máxima instancia de decisión es la Asamblea General constituída
precisamente por los estados que la integran, que se reúne una vez al año. Luego está el comité ejecutivo de 34 personas
con formación de alto nivel nombrado por la Asamblea y que se reúne al menos
dos veces en el año. Y en el liderazgo
del día a día se encuentra al frente el Director General, cargo que actualmente
ejerce el biólogo e inmunólogo etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien ha sido
criticado por no ser médico, sin embargo no se puede negar que tiene una
formación apropiada. Una de las
acusaciones contra la OMS es su burocratización, pero esta organización mundial
cuenta con siete mil empleados, apenas la sexta parte de los que tiene la ONU. No es una cifra exagerada para la
responsabilidad que tiene.
Al estar compuesta por estados
podemos decir que es una institución pública internacional, en principio sostenida
por nuestros impuestos, a través de los gobiernos que representan al respectivo
estado nacional. Colombia aporta el 0,32% del presupuesto básico que es la
sumatoria de las contribuciones obligatorias de los países, menos que Venezuela
que pone 0,57%, mientras Estados Unidos aporta el 22%, China el 7,9% y Rusia el
3%. Si la financiación reflejara la
influencia tendríamos que decir que la OMS obedece principalmente a EEUU, pero
eso no es así y es una de las razones del malestar de Trump. La realidad es que ningún estado, partido,
fuerza o poder tiene la hegemonía de la Organización. Es una entidad multilateral en un tinglado de
fuerzas cuya gobernanza depende de un equilibrio geopolítico. La mayor parte de la financiación pública
proviene de Europa Occidental, Norteamérica y países del este asiático como
China, Japón y Corea del Sur, pero sus principales esfuerzos se dirigen hacia
África y, en general, a los países con menor desarrollo.
La OMS como entidad multilateral
coopera con los estados miembros, ofreciendo apoyo, recomendaciones,
coordinación de campañas, sistema de información, pero no tiene competencia
sobre la política de salud interna de cada país. Su orientación no es
obligatoria y cada nación es autónoma y soberana para manejar su propia
política de salud. En consecuencia debe quedar bien claro que ningún gobierno puede
excusarse de su responsabilidad sobre lo que suceda en su territorio durante
una pandemia como la actual echándole la culpa a la OMS.
Precisado lo anterior, de todos
modos hay que reconocer que en el siglo XXI los fenómenos de salud pública,
como nos lo enseña la misma pandemia, son de carácter global, así que no cabe
duda que es mejor tener una organización planetaria que esté pendiente y
dedicada a la problemática de la salud que no tenerla en absoluto. Esto no significa que no se puedan criticar
sus defectos, sino que tal crítica, por lo demás necesaria, debe ser
constructiva y dirigirse a proponer las reformas que mejoren su funcionamiento. La idea tiene que ser mejorar la OMS, nunca
eliminarla.
A la OMS se le hacen dos críticas
principales, una de fondo y otra coyuntural. La primera ataca la supuesta
influencia de la industria farmacéutica y en general el sector privado de la
salud, en la orientación de la entidad. La segunda se refiere a su actuación en
la actual crisis mundial originada por la partícula viral SARS-CoV-2.
Veamos la primera. Arriba mencionamos las contribuciones
obligatorias de los países que sostienen el presupuesto básico de la OMS, pero
a ellas hay que sumarles las contribuciones voluntarias que hacen las
fundaciones, ONGs, la ONU, empresas y los propios países, casi siempre con
destinación específica a determinados programas. Este esquema mixto se ha venido
desequilibrándo a favor de la financiación privada voluntaria tal cual puede
observarse aquí.
Pero no olvidemos que el poder de
decisión es de los estados a través de la Asamblea General.
Como vimos en una columna
anterior, el neoliberalismo se ha venido
imponiendo desde 1980 y en el campo de la salud esto se refleja en la lucha
entre dos concepciones: la salud como derecho o como negocio. El asunto no es tan sencillo de dirimir
porque el derecho a la salud se quedaría en letra muerta si no hay inversión en
investigación, desarrollo e innovación y en toda la logística de un sistema
funcional de salud, de la misma manera que poco sirve que haya remedios
genéricos si estos no tienen la misma calidad que los de marca. Los ciudadanos debemos entender que la forma
de favorecer el derecho a la salud en cada país y en la instancia de la OMS es
votando por opciones alternativas al neoliberalismo. Sólo con gobiernos proclives al estado social
de derecho podemos revertir la tendencia a la financiación privada de la OMS y
de los sistemas nacionales de salud.
En la coyuntura de 2020 la OMS ha
recibido críticas por sus vaivenes en la orientación de protocolos
epidemiológicos y clínicos en la pandemia (ver cronología). Hoy por hoy la OMS ha perdido sintonía
popular y se ha ganado la animadversión de muchos, en parte por el nefasto ruido
conspiranoico que zumba en las redes, pero también por errores en la manera
de comunicar. Al parecer los responsables
de su estrategia comunicativa desconocen el imaginario de su audiencia
internacional y los problemas de percepción e imagen que ha acumulado en los
últimos años. Y los medios de
comunicación tampoco ayudan, quizás porque atraviesan una situación crítica de
decadencia ante el auge de las redes sociales y son esclavos del rating.
Los zigzags que ha dado la OMS en
realidad son normales dentro de un campo como la epidemiología que se mueve en
condiciones de incertidumbre. En su
desespero la gente quiere fórmulas mágicas que solucionen el problema de una
vez por todas, pero la ciencia no funciona con magia. De hecho se viene
trabajando con una intensidad increíble, acelerando los procesos investigativos
y realizando centenares de proyectos simultaneamente en decenas de países. Es lógico que haya debate entre visiones
encontradas en la vanguardia de la investigación científica. Es lo normal, la
diferencia es que ahora es visible (la
ciencia desnuda) y antes el público sólo veía el resultado final decantado
tras años de tropiezos (la ciencia vestida de gala). La OMS no hace investigaciones, aunque puede
patrocinar o coordinar una que otra, por lo tanto debe basarse en la pluralidad
de investigaciones que ejecutan centenares de laboratorios, universidades e
institutos a lo largo y ancho del globo y, mediante metanálisis, tratar de
extraer una síntesis provisional a cada momento para fundamentar sus
orientaciones.
Para entender la naturaleza de la
epidemiología podemos compararla con la meteorología. En ambos casos se
utilizan modelos matemáticos computacionales para hacer predicciones, pero los
fenómenos que constituyen sus objetos de estudio son sistemas complejos con
miles de variables. Durante años las
predicciones del tiempo atmosférico eran el hazmerreir del público, pero fueron
mejorando con los años, no sólo por una mejor comprensión de los fenómenos,
sino sobre todo por el desarrollo de una gigantesca red de estaciones meteorológicas
y satélites que permitió potenciar la cantidad y calidad de los datos que
alimentan los modelos. En epidemiología
no ha sucedido lo mismo. El
neoliberalismo, la corrupción y la ineptitud de los políticos han desbaratado
los sistemas públicos de salud y no hay sistemas de información
eficientes. Por eso, en países como
Colombia donde hubo tiempo suficiente para reaccionar, de todos modos la
gestión gubernamental de la epidemia se ha hecho dando palos de ciego.
Publicado originalmente en El Unicornio el 12 de julio de 2020
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