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domingo, mayo 17, 2020

La obscena desnudez de la ciencia


En cuestión de cuatro meses la diva ciencia quedó en cueros, como la ausencia de Dios la trajo al mundo.  Un virus travieso y sin remilgos la exhibió in vitro, cual voluptuosa ninfa en el distrito rojo de Amsterdam.  Para muchos resulta desconcertante la obscena desnudez de la paradigmática, estereotípica y arquetípica fémina que en el imaginario popular viste siempre de bata blanca y gafas rojas, como parodiando a la Parody, pero sin acento gomelo.  Algunos, más creativos, la recuerdan en traje de exploradora, a lo Lara Croft, de aventura en aventura en el trabajo de campo, pero jamás desnuda como la petrista Amaranta Hank.

La biociencia suele ser una dama discreta y recatada, perfumada con aroma de laboratorio y maquillada en enigmáticas letras en recónditos proceedings de ISI y de Scopus. No una mujer pública, prostituída en redes, difamada en medios de desinformación, manoseada por pervertidos, y sometida a los bajos instintos de políticos ineptos.  Pero masas y gobiernos exigen preñez inmediata, embarazo corto, ecografía permanente transmitida en vivo y en directo por toda la infoesfera y parto feliz de rozagantes vacunas y tratamientos para espantar la peste vírica y que no cunda el paniqueo.

Se entiende la urgencia.  Una tasa de contagio alta sumada a una tasa de letalidad baja, pero significativa, producen un coctel viral que puede mandar a la nada absoluta a millones, quizás decenas de millones de personas.  En contraste, la gripe común, que aquí llamamos gripa, nojoda, apenas mata medio millón anual y la malaria sólo poco más de un millón de individuos de la subdesarrollada zona intertropical en ese mismo lapso.

Pero aquí interviene el abogado del diablo.  Somos tantos que, por espeluznante que parezca, la cifra más pesimista no llega siquiera al 1% de la humanidad (que serían unos 76 millones).  De hecho, cada año mueren 56 millones de personas y nacen más del doble, así que, ¿por qué tanta alharaca?  Sencillo: porque es una ruleta rusa dónde todos somos potencialmente vulnerables, una lotería macabra en la cual todos compramos boleto, seamos de la élite o de la plebe.  A diferencia del mucho más letal ébola o del VIH-Sida, la Covid-19 es una enfermedad de tan fácil transmisión que su contagio es a la larga inevitable, por lo que el confinamiento sólo sirve para ganar tiempo, evitar el colapso de los sistemas de salud y esperar que aparezca tanto vacuna como tratamiento por virtud de la gaya ciencia.

Y esto nos lleva de nuevo a madame Biociencia.  Colgada en el panóptico, sola en su candorosa desnudez, ya no medita en el amor como el rapado terruño acantilado del genial bizco de Cartagena.  Más bien corre en pelota como las chicas que hacían streaking en los estadios.  La muchedumbre esperanzada se desconcierta al observarla en trapos menores con discusiones y enredos, pues en la escuela les enseñaron una ciencia edulcorada, administrada en inconexas pastillas dogmáticas o vestida de etiqueta en impolutos libros de texto.  Nunca conocieron la ciencia real, la del debate ardiente, con sus batallas de argumentos armados de afiladas evidencias que hacen correr la sangre de hipótesis moribundas.  La crítica es la esencia de la ciencia -argumento va y argumento viene- hasta decantarse la verdad objetiva con el paso de los años, luego de miles de experimentos y pruebas.  Pero en la actual emergencia, tiempo es lo que no hay.

En el río revuelto del miedo y los afanes pescan los oportunistas y conspiranoicos.  Desde estafadores que venden dióxido de cloro, como otrora menjurjes de ganoderma o cualquier otra “droga milagrosa”, hasta premios Nobel que vociferan tonterías sin fundamento en su afán de recuperar el protagonismo que alguna vez tuvieron.  Las redes sociales resuenan con sus cámaras de eco y los medios, que jamás supieron cómo se hace periodismo científico, amplifican las mentiras, incrementando los decibeles de ruido.  Cierra ese telón y otea la siguiente entrada del blog: La guerra viral.

Publicado en elunicornio.co como primera parte de una columna doble el 10 de mayo de 2020 (aniversario 80 de la blitzkrieg y la llegada de Winston Churchill al cargo de Primer Ministro británico).

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