Una posible manera de definir lo que significa comprender algo
es: “volver familiar lo desconocido”. Al
menos, cuando eso se logra, dá la sensación de que comprendemos, aunque strictu sensu es apenas una
aproximación. Quizás por eso en el
lenguaje de la divulgación científica se utiliza mucho la analogía, el simil,
la comparación, la metáfora.
Un caso ejemplar es el
astrofísico y cosmólogo norteamericano Lawrence Maxwell Krauss, que en su libro
Atom del año 2001 (en español Historia de un átomo, Laetoli, 2005)
hace un notable uso de ese recurso retórico.
En la página 77 trae un párrafo
de ocho renglones que incluye las siguientes palabras, en ese orden: vida, destino, infierno, desesperados,
cocción, vacaciones. ¡Alto!
Deténgase aquí y piense por un momento, ¿de qué pueda estar hablando el autor
en este párrafo?
Este ejercicio lo ofrecí en
varios sitios de facebook, sin mencionar el libro ni el autor, y dio lugar a
una serie de respuestas que en el juego de “frío, frío, caliente, caliente”
tendrían la apariencia de un témpano. Todo
el mundo helado.
El tema era el Big Bang, quién lo creyera. Y en el párrafo había otras palabras como: protones, neutrones, partículas, átomo,
oxígeno, universo, nuclear, minutos, segundos, período. A diferencia de la primera lista, aquí
podemos reconocer conceptos científicos precisos.
La “vida” a que hacía referencia
es la “vida del universo” y el “destino” se refiere a la evolución del
universo. El “infierno” es el propio Big
Bang por su alta temperatura. La “cocción” atañe a las reacciones nucleares
y las “vacaciones” a un período más calmado o menos energético que sobrevino
después de los “desesperados” primeros minutos.
Se construye así una narración que combina lo familiar y cotidiano con
una terminología científica para describir de un manera atractiva un proceso en
curso. Sin embargo, en este caso no hay
una analogía general del fenómeno a la manera de una imagen metafórica, sino
una serie de pequeñas metáforas que salpican el texto con su condimento.
Para no dejarlos con la
curiosidad y que puedan apreciar la sazón literaria de Krauss, éste es el
párrafo:
“Fueran protones o neutrones en
sus inicios, hoy podemos identificar las 16 partículas de nuestro átomo de
oxígeno con partículas concretas, sin relación entre ellas, existentes en el
universo cuando éste tenía unos pocos minutos de vida y a las que sólo el
destino conectó más adelante. Dado el
intenso infierno de los primeros segundos, seguidos de los desesperados minutos
de cocción nuclear, de la que se salvaron algunas partículas mientras otras se
perdían para siempre, el período que siguió podría parecer unas vacaciones
increíblemente largas.”
Por cierto, esas “vacaciones
increíblemente largas” se abordan en el siguiente capítulo, titulado Cien millones de años de soledad. ¿Les suena?
El párrafo en mención y todo el
libro está narrado como una historia de aventuras donde el protagonista es un
átomo individual de oxígeno y los 16 hadrones que constituyen su núcleo. Primo Levi, el famoso escritor judío superviviente
del holocausto, hizo un ejercicio parecido con un átomo de carbono en su libro El sistema periódico publicado en 1975.
Todo la obra se basa en una idea
ontológica equivocada: suponer que las partículas, sean subatómicas o átomos,
tienen identidad, algo que no es consistente con la física cuántica. Pero podemos suponer que es una licencia
literaria para desarrollar el truco mayor: hacer una exposición de tipo narrativo
y no descripciones analíticas que pueden resultar aburridas o muy abstractas a muchos
lectores del gran público. Es un truco
que tiene un fundamento psicológico si lo que se quiere es llegar a una vasta
audiencia.
En las páginas 230 y 231 hay otro
párrafo que contiene las siguientes palabras: violenta, despreocupada, valioso, acompañantes, niños, madre,
esclavizados, campos de trabajo, cuerda de presos, bombean, aguijonean,
parientes. Y en el siguiente
aparecen expresiones como “trabajador
explotado” e “inmigrantes”. Y otra vez, ¿de qué estará hablando?
Pues bien, los niños separados de
su madre, esclavizados en campos de trabajo y moviéndose en una hilera de
presos son… ¡los electrones! Son ellos
los que aguijonean a sus parientes, que no son otros que… los protones. Y el trabajador explotado e inmigrante es… el
átomo de oxígeno. La despreocupada y
violenta es una señora reacción química y el valioso es el doctor hidrógeno. El tema, entonces, no es una historia de la
antigua Roma sino la fotosíntesis. ¿Quo
vadis, oxígeno?
Cuando Krauss asegura que “la
respiración es cosa de expertos” se refiere a las bacterias no a los yoguis y
para mostrar el estado químico de reducción en que se encontraba la Tierra hace
más de dos mil millones de años, anuncia que “el planeta entero pedía a gritos
ser oxidado”. El sistema solar se formó
en un disco de acreción acumulativo que lleva a nuestro autor a sentenciar:
“Los ricos se enriquecen y los pobres se empobrecen, lo mismo en los cielos que
en la Tierra”. La pluma del astrofísico
se deleita contando uno de los acontecimientos más poderosos del universo, el
estallido de una supernova: “la mayor parte del resto de la estrella permanece
felizmente ignorante de lo que ha ocurrido; al igual que el coyote, el
personaje de dibujos animados que permanece suspendido en el aire después de
andar o saltar un acantilado, el resto de la estrella todavía no sabe que tiene
que derrumbarse. Y lo cierto es que
nunca lo sabrá.”
El estilo de Krauss me recuerda
una frase del gran bioquímico húngaro Albert Szent-Gyorgy que cita Nick Lane en La cuestión vital: “la vida no es más que un electrón buscando
dónde descansar”. Por cierto, tal frase
fue utilizada por el poeta mexicano Edgar Artaud Jarry (pseudónimo del más
prosaico Edgar Altamirano) para titular uno de sus libros de poesía de la
corriente infrarrealista. ¡Vaya! He aquí
a la flamante poesía copiando a la humilde ciencia. Por eso les digo a mis amigos poetas: ¡que no
te cojan con el electrón cansado!
Concluyo señalando que la
divulgación científica o popularización de la ciencia es un puente con un pilar
en la vida cotidiana y su lengua coloquial y el otro pie en el terreno riguroso
de la ciencia. Constituye, sin duda, un
legítimo “juego de lenguaje” en el sentido del filósofo e ingeniero austríaco
Ludwig Wittgenstein y un exquisito género literario que los ministerios y
burócratas de la cultura desconocen por completo.
No puedo despedir esta columna
sin agradecer a mi amigo Hugo González que un día, antes de abandonar para
siempre al espacio-tiempo, la materia y la energía, compró el libro de Lawrence
Krauss en una librería de Barranquilla sin imaginar que yo habría de heredarlo
para viajar al espacio en una cuarentena e hilvanar una columna en el año de la
peste.
Publicado el 5 de mayo de 2020 en elunicornio.co
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