martes, octubre 08, 2019

Apuntes para una crítica al decolonialismo


Subtítulo: En defensa de la ilustración, la modernidad, la razón, la ciencia, la objetividad, el cosmopolitismo y el progreso; dicho de manera simplificada: En defensa de la cosmovisión científica o si se prefiere En defensa de la ilustración antropocénica

*Nótese que no incluí la tecnología, el capitalismo, la democracia, el liberalismo, el socialismo, el cristianismo, etc, ni la propia “cultura occidental” que incluye todo lo anterior y más, pues la cultura occidental es la cultura más plural y heterogénea que ha existido en toda la historia de la humanidad; si jugamos a la fabricación de términos, como les gusta a posmodernos y decoloniales, tendríamos que llamarla la “pluricultura occidental” (también bajo ataque)

Antecedentes

A finales de los años 70 el marxismo, que había sido casi hegemónico en la intelectualidad progresista del siglo XX, entra en decadencia y se inicia el auge de lo que se denominaría el posmodernismo.  El posmodernismo es una vertiente de la filosofía continental que podemos inscribir en la tradición del idealismo, el irracionalismo, el relativismo y el subjetivismo (en menor grado el romanticismo). 

El posmodernismo bebe de la fuente del filósofo nazi Heidegger, de Max Weber (tengo en mente el concepto de “desencantamiento del mundo”), la escuela de Frankfurt (por ej, la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer), el giro lingüístico de Wittgenstein y otros, el giro historicista relativista de la filosofía de la ciencia de Thomas Kuhn y Paul Feyerabend, la mal-interpretación de algunos descubrimientos científicos (cuántica y termodinámica) y los debates interminables sobre los escritos de Marx y Freud.  Esta corriente filosófica se pone de moda en los años 80 y 90, atacando a la modernidad (de ahí el nombre), la ilustración, la razón, la objetividad, la ciencia y el progreso. 
Las ciencias naturales casi no se dan por enteradas y durante ese período avanzan aceleradamente desmintiendo de facto los tañidos luctuosos de los posmodernistas que anunciaban la muerte de los “metarrelatos”.  Pero las ciencias sociales sí se ven notoriamente afectadas.  Del marxismo sobreviven en los años 80 algunas tesis de Antonio Gramsci, dándole relevancia a conceptos como “cultura” y “hegemonía”, pero ese referente no logra evitar el notorio vacío que deja el marxismo en las ciencias sociales (la disciplina en la cual el marxismo logró perdurar un poco más fue la Historia). 

Esta orfandad teórica es aprovechada por diversas corrientes de pensamiento, como el liberalismo, el institucionalismo, el posmodernismo, por supuesto, y una nueva tendencia que podríamos denominar “construccionismo social”, una forma de reduccionismo culturalista que se va a imponer, sobre todo, en antropología, una disciplina bastante fragmentada, y en buena parte de los feminismos cuya teorización crece como la espuma en estos años.  Esta tendencia se expresa institucionalmente en una serie de programas académicos denominados “estudios sociales” o “estudios culturales” de tales o cuales aspectos de la sociedad. Una característica del construccionismo social es la negación de la naturaleza humana, es decir, se resucita el viejo mito de la tabula rasa.  Es por tanto una forma de idealismo y subjetivismo y no es ajena al irracionalismo y relativismo, pero tiene menos interés que el posmodernismo en atacar a la modernidad y al progreso, quizás por la influencia liberal y marxista que ahí pervive.

Deconstrucción del decolonialismo

En este contexto intelectual, a la vuelta del milenio, surge el pensamiento decolonial.  Como diría un posmoderno, ahora vamos a hacer la deconstrucción.  A la trilogía compuesta por el posmodernismo, el construccionismo social y el pensamiento decolonial, los denomino oscurantismos de izquierda, pues son críticos del statu quo, pero enemigos de la razón y la ilustración.  En este sentido son ideas neoconservadoras sin un claro proyecto de futuro.  Allí no hay eutopía que ilumine el horizonte.

El pensamiento decolonial carece, en general, de originalidad.  Como veremos, es un reciclaje o refrito de ideas anteriores, vestidas con nuevos ropajes (léase nueva terminología para viejos conceptos).  Sus ideas se inscriben en una tradición filosófica occidental conocida como filosofía continental y, dentro de ella, en las cuatro categorías metafilosóficas ya mencionadas: idealismo, subjetivismo, irracionalismo y relativismo.  No basta proclamarse antioccidental para escapar a la pluricultura occidental.  En este caso el énfasis está en el relativismo como concepción epistemológica, una idea de larga tradición desde los griegos.  Pero hay una excepción a su falta de originalidad, su auténtico aporte novedoso.  Como suelen hacer los ingenieros innovadores, los decoloniales unen dos artefactos viejos y crean su gran novedad.  Ellos compran la crítica epistemológica de los posmodernos y la unen a la centenaria tradición de la crítica al eurocentrismo.  Al igual que los posmodernos y con similar estilo filosófico, ellos atacan la modernidad, la ilustración, la razón, la objetividad, la ciencia y el progreso, pero también atacan a “Occidente”, supuestamente desde afuera, y le dicen a los posmodernos: “ustedes también son eurocéntricos” y voilá, ha nacido una nueva corriente de pensamiento.  Al igual que otros sectores de izquierda radical son críticos del capitalismo, pero con un énfasis muy diferente al marxismo o socialismo, pues ahora la contradicción principal no es capital / trabajo, que pasa a un segundo plano, sino Norte / Sur, una metáfora geográfica surgida en la posguerra mundial (movimientos de liberación nacional, estudios postcoloniales) pero a la cual le dan un giro étnico, para expresar una contradicción básicamente cultural entre la “cultura occidental” y las culturas no occidentales.  Adicionalmente, adoptan ideas del feminismo, que es una corriente variopinta de la cultura occidental, pero le espetan la misma crítica que al posmodernismo: “el feminismo blanco debe ser descolonizado”.  No hace falta ser un genio para comprender que la problemática de una mujer estadounidense o sueca no es la misma que la de una mujer nigeriana o embera katío. De hecho, es mucho peor en los “pueblos del sur”.

La propuesta decolonial es una revolución política, social, epistémica, cognitiva (y étnica).  La palabra “revolución” no la utilizan, pero sí hablan de un “cambio de paradigma”, una expresión kuhniana que significa “revolución” con todo su sentido radical.   Exigen “justicia epistémica o cognitiva”, la cual consiste en aplicar el principio jurídico de igualdad a los “saberes”, concretamente proponen que los “saberes del Sur”, cualquier cosa que sea eso, estén en pie de igualdad con el conocimiento científico, que ellos llaman “hegemónico”, en un espacio común denominado “ecología de saberes”.  Nótese que esto es diferente a “diálogo de saberes” o “diálogo intercultural”, los cuales son interacciones necesarias que nadie cuestiona.  Esa justicia cognitiva o epistémica aparece mezclada o revuelta con algo completamente diferente: la justicia social, de tal manera que la aceptación reivindicativa de ésta conlleve la aceptación de la otra.  Un buen truco.  La expresión más utilizada para esa idea central es “epistemologías del Sur”, un concepto confuso pues aparece como sinónimos de culturas, saberes ancestrales, cosmogonías, cosmologías, saber-hacer (técnica).

Defensa

Prometí defender la ilustración, la modernidad, la razón, la ciencia, la objetividad, el cosmopolitismo y el progreso.  No se puede hacer uno por uno porque todos están imbricados en una sola cosmovisión ilustrada o moderna que se caracteriza por el secularismo y el naturalismo basados en la ciencia, o como decía Weber, en el desencantamiento del mundo y que no depende de la forma particular como se organice la sociedad o, en particular, la economía.  “Modernidad” es una categoría cultural y no se debe confundir con modernización económica o con economía capitalista. 

Dado que la ciencia ha progresado y lo sigue haciendo aceleradamente desde el siglo de las luces hasta hoy, se infiere que la cosmovisión ilustrada o moderna ha evolucionado en la misma medida y que, como decía, Habermas, constituye un proyecto inacabado.  La ciencia del siglo XVIII era materialista, naturalista, mecanicista y determinista y de un nivel muy inferior a la ciencia actual, tanto en conocimientos como en rigor y método.  La ciencia del siglo XXI sigue siendo naturalista y materialista, aunque el concepto de materia es otro, y ha rebasado el mecanicismo y el determinismo para asumir el azar y una concepción más compleja de la causalidad.  Por ejemplo, en Historia hoy prima una concepción abierta, más compleja y menos determinista que la del siglo XVIII, donde lo contingente y lo necesario se imbrican.  Por tanto la idea ingenua de progreso entendida en forma determinista, finalista o teleológica está hoy completamente superada.  Tanto en biología como en ciencias sociales el concepto de progreso está plenamente vigente, pero en un sentido muy diferente al siglo XVIII.

El racionalismo y el empirismo puros fracasaron y hoy prima una concepción racioempirista.  La razón trascendental y apriorista de Kant, filósofo anterior a Darwin, es ya obsoleta, pues hoy tenemos una concepción naturalista de la razón, entendida como una capacidad cognitiva del primate Homo Sapiens centrada en la corteza prefrontal del cerebro e inseparable del cuerpo y, por ende, de otras capacidades del animal humano.  Así que las verdades absolutas y apodícticas no existen, pero sí existen las verdades objetivas, alcanzables por medio del método científico (también el conocimiento empírico puede producir verdades objetivas eventualmente).  Estas pueden ser universales en términos prácticos, no porque se deduzcan de principios indubitables sino porque empíricamente se han escalado hasta abarcar todo el planeta Tierra, toda la especie humana y en algunos campos, como la física y la química, todo el universo.  Es una universalidad con límites, pero esos límites rebasan por completo los horizontes de los siglos XVIII o XIX y son dibujados por la propia ciencia.

He mencionado el método científico.  Este es una abstracción y una generalización a partir de los métodos específicos de las distintas disciplinas, los cuales se han venido perfeccionando durante los últimos 400 años.  Negar el progreso del conocimiento y el progreso del método es negar la capacidad de aprendizaje de la humanidad.  El método progresa clarificando sus propios límites y expandiéndolos, identificando las fallas, los errores lógicos, los errores experimentales o matemáticos, los sesgos psicológicos y sociales, minimizando los aspectos subjetivos, mejorando los controles frente a las interferencias espurias, aprovechando los progresos de las ciencias formales como la lógica y la matemática y produciendo más y mejor tecnología, la cual permite más y mejores evidencias y mayor procesamiento de información.  Se refinan así los protocolos, las técnicas de investigación, los métodos específicos y, si miramos con visión de conjunto, el método científico en general.  Este se sustenta en dos tipos de rigor, el rigor lógico y el rigor experimental u observacional, de los cuales se desprenden los dos conceptos de verdad que utiliza primariamente la ciencia: la verdad como coherencia y la verdad como correspondencia (en filosofía puede haber conceptos más sofisticados de verdad, pero con estos dos básicos es suficiente por ahora). 

Esta maravilla llamada “ciencia” es, junto a la tecnología que se deriva de ella, el máximo logro de la especie humana, aunque algunos quieran tapar el sol con un dedo a punta de malabares retóricos.  En el libro, En defensa de la ilustración de 2018, Steven Pinker sustenta de manera contundente a lo largo de más de 700 páginas y con más de 70 tablas de datos, lo que estoy sosteniendo aquí de manera muy resumida (aunque disiento del capítulo 2).

Como se puede ver la ciencia es una actividad muy humana, su falibilidad alimenta sus potentes mecanismos autocríticos y autocorrectivos y así se produce progreso.  Este progreso es acumulativo a pesar de que se produzcan rupturas relativas, reformulaciones y reconceptualizaciones, pues nunca hay borrón y cuenta nueva, jamás se regresa al principio (efecto trinquete), sino que se construye sobre lo construido, los científicos se paran en hombros de los gigantes de las generaciones anteriores, como dijera Newton.  Kuhn y Feyerabend se equivocaron con su concepto de “inconmensurabilidad”, hoy obsoleto en filosofía de la ciencia.  Ese concepto dio pie a la euforia relativista de los posmodernistas de otrora y debido a ese mal entendimiento de lo que es la ciencia y cómo funciona, inflaron una deficiente epistemología hoy insostenible.  En el año de 1996 y 1997Alan Sokal y Jean Bricmont, en el libro Imposturas Intelectuales, los pusieron en evidencia.

Ese carácter humano de la ciencia no la rebaja sino que la engrandece.  Es producto del esfuerzo y el mérito colectivo de millones de seres humanos y una prueba del potencial de nuestra especie para hacer lo que ninguna otra ha hecho en 4 mil millones de años de historia de la vida.  La ciencia es la forma superior de conocimiento pero no la única, ella es apenas la cereza en el pudín.  Hace dos millones y medio de años unos homininos empezaron a utilizar sistemáticamente herramientas, adaptando el entorno a sus necesidades.  Con ellos, con el Homo Habilis, con el Homo Erectus, surgió la técnica, una forma de conocimiento empírico africana, un saber hacer que dejó atrás los logros cognitivos de otras especies, incluyendo los chimpancés, nuestros parientes más próximos.  Se inició así una coevolución biológica cultural que dio lugar a nuevas especies, aunque sólo una de ellas sobrevivió hasta hoy, el Homo Sapiens, que también es africano.  No fue el Homo Sapiens el que creó la técnica, fue la técnica la creó al Homo Sapiens. 

Ese poderoso conocimiento empírico que nos puso en la cúspide de la cadena alimenticia mejoró con el tiempo y permitió descubrir la agricultura en múltiples ocasiones, en todos los continentes menos Europa, valga la ironía. Con el conocimiento empírico se construyó así la civilización, el segundo entorno, un entorno artificial que no por ello deja de ser ontológicamente natural, aunque cree la ilusión de una separación del mundo natural que en realidad no existe.  Hoy sabemos que somos parte del sistema Tierra y en el antropoceno, después de tres revoluciones industriales, nos hemos convertido en fuerza geológica, capaz de transformar al planeta, para bien o para mal. 

Pues bien, fue con el conocimiento empírico, más que con el científico, que se hizo la primera revolución industrial y se creó la matriz energética y productiva inicial de la sociedad moderna.  Pero no sólo le debemos nuestra existencia a ese tipo de conocimiento técnico, sino que, además, la ciencia misma no es más que una forma refinada del conocimiento empírico, una forma superior de conocimiento producida con esfuerzo a través de la sistematización de la investigación y la acumulación del aprendizaje de la humanidad en un cuerpo de conocimientos convergente y emergente. Desde el punto de vista metodológico y epistemológico las dos formas de conocimiento son ensayo y eliminación de error, sólo que en el caso de la ciencia este proceso se ha sistematizado, compactado y perfeccionado, haciéndose mucho más eficiente y riguroso.  Dada esta genealogía del conocimiento científico, la superioridad establecida de éste es consistente con la valoración histórica y actual del conocimiento empírico, el know how, el saber hacer, presente aún hoy en muchos campos de la actividad humana (ver por ejemplo El Cisne Negro y otros libros de Nicholas Nassim Taleb donde cuestiona el saber de ciertos economistas, incluidos algunos premios Nobel).

Y aquí vienen tres lecciones importantes:

(1) Un conocimiento es superior, no porque sea ciencia (lo cual sería una errónea visión esencialista y además falacia genética) sino que es ciencia porque es superior.  La superioridad no reside en el status científico, sino que éste obedece a una superioridad probada en la capacidad explicativa y predictiva con exactitud y precisión, la superación de pruebas experimentales y observacionales, la coherencia lógica interna y con el resto del conocimiento ya probado, y a la producción de tecnología eficiente. Todo ello expuesto de manera clara, transparente y bien argumentada. En otras palabras el status científico se gana desde abajo, desde el rigor del método, no se decreta  desde arriba.

(2) El conocimiento es poder, como decía Bacon, porque es verdadero, no al revés.  Constituye un craso error epistemológico creer que el carácter “verdadero” del conocimiento es sólo una etiqueta impuesta por el poder como pensaba Bruno Latour.  Ese puede ser el caso de la ideología, la cual no es capaz de superar las pruebas de rigor lógico y experimental.

(3) La hegemonía de la verdad no es mala, todo lo contrario, es deseable; lo que sí es grave y nefasto es la hegemonía de la falsedad, la mentira o, como diríamos ahora, la post-verdad.  La fantasía es muy buena cuando se presenta como tal, como en el arte, pero no cuando se disfraza de “conocimiento” sin ser capaz de probarse como verdadera.  En consecuencia es pertinente diferenciar entre ciencia e ideología, entre conocimiento y superstición o entre pensamiento científico y pensamiento mágico religioso.

Continuará……

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