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lunes, julio 27, 2020

La nueva fractura del pensamiento liberal


El pasado 7 de julio apareció una trascendental declaración en el magazín Harper de los Estados Unidos con el título A Letter on Justice and Open Debate, firmada por 150 intelectuales de reconocida trayectoria.  Entre estos escritores, periodistas, historiadores y profesores están Noam Chomsky, Steven Pinker, Francis Fukuyama, Garry Kasparov, J.K. Rowling, Salman Rushdie, Jenifer Senior y muchos otros de diversas nacionalidades y profesiones.  Esta carta pública la puede usted leer en su original en inglés y en su versión en español.

La médula del pronunciamiento es el rechazo a “la disyuntiva falaz entre justicia y libertad, que no pueden existir la una sin la otra”.  Esta tesis en defensa de la libertad de expresión y pensamiento responde a una situación en la cual, según los firmantes, “resulta demasiado común escuchar los llamamientos a los castigos rápidos y severos en respuesta a lo que se percibe como transgresiones del habla y el pensamiento”. Y agregan: “Más preocupante aún, los responsables de instituciones, en una actitud de pánico y control de riesgos, están aplicando castigos raudos y desproporcionados en lugar de reformas pensadas. Hay editores despedidos por publicar piezas controvertidas; libros retirados por supuesta poca autenticidad; periodistas vetados para escribir sobre ciertos asuntos; profesores investigados por citar determinados trabajos de literatura; investigadores despedidos por difundir un estudio académico revisado por otros profesionales; jefes de organizaciones expulsados por lo que a veces son simples torpezas. Cualesquiera que sean los argumentos que rodean a cada incidente en particular, el resultado ha consistido en estrechar constantemente los límites de lo que se puede decir sin amenaza de represalias”.

El 19 de julio fue publicada La Carta Española de apoyo al Manifiesto Harper’s, firmada por más de cien intelectuales, explícitamente enfocada contra la cultura de la cancelación, como resalta su subtítulo (ver aquí).  Entre los firmantes se encuentran los filósofos Adela Cortina, Anna Estany, Antonio Diéguez, Fernando Savater y Félix Ovejero, el psiquiatra Pablo Malo, el historiador argentino Ariel Petrucelli, el escritor peruano Mario Vargas Llosa y una pléyade de académicos, médicos, periodistas y artistas.

Los hispanoparlantes dejan en claro “que nos sumamos a los movimientos que luchan no solo en Estados Unidos sino globalmente contra lacras de la sociedad como son el sexismo, el racismo o el menosprecio al inmigrante, pero manifestamos asimismo nuestra preocupación por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente”. Y agregan: “Desafortunadamente, en la última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas, supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que apela a tales causas para justificar actitudes y comportamientos que consideramos inaceptables”.

Estas expresiones no son anecdóticas.  Lo que ambas publicaciones reflejan es un fenómeno cultural profundo que está desarrollándose en las democracias occidentales: el despliegue de una ideología de la “corrección política” que ha desatado un nuevo macartismo que, a diferencia del original, se ubica en la izquierda del espectro político, en el liberalismo radical identitario imbuido de supremacía moral y victimismo. Se trata de linchamientos virtuales, persecusiones y censuras moralistas que atentan contra la libertad de expresión, pues no responden a acciones, hechos o delitos sino a opiniones, escritos, trinos o intervenciones orales, ya sea en foros públicos, lugares de trabajo o en simples conversaciones.  Los casos que más han trascendido y han alborotado los medios se refieren a personajes famosos, pero igual viene sucediendo con cualquier profesor, columnista o ciudadano común que opina.  La libertad de cátedra, la libertad de prensa, el uso público de la razón, son boicoteados por grupos de presión que dicen luchar contra la opresión y defender causas de justicia. He ahí la novedad.

Hemos estado acostumbrados a las persecusiones y los intentos de censura por parte de la extrema derecha conservadora.  Eso nada tiene de extraño.  Pero este nuevo fenómeno desatado en el siglo XXI se origina en activismos de izquierda y va dirigido contra figuras progresistas en una especie de espectáculo caníbal que la derecha observa con una sonrisa de placer.  ¡Bien que amerita un análisis! 

Desde su surgimiento, el pensamiento liberal ha tenido múltiples derivaciones y tensiones internas.  La principal escisión, que ha perdurado durante dos siglos, ha sido entre un liberalismo político progresista que aboga por la ampliación de derechos sociales y libertades públicas, y un liberalismo económico que se centra en la libertad de mercado y minimización de la regulación estatal.  A esta última rama se le llamó liberalismo manchesteriano, en la versión clásica del siglo XIX, pero con el desarrollo de la teoría económica neoclásica, en el siglo XX dio origen al neoliberalismo a partir de la Mont Pélerin Society y las ideas de Friedrich Hayek y Ludwig von Mises.  Esta línea neoliberal fue absorbida por la derecha conservadora y en su forma más radical, por los Libertarian, seguidores de las incoherentes ideas de Ayn Rand. Desde 1980 el neoliberalismo se ha vuelto casi hegemónico, agudizando la desigualdad, desmantelando el estado de bienestar y convirtiéndose en sentido común.

Al mismo tiempo la izquierda en confusión sufría la orfandad de teoría derivada de la decadencia del marxismo, agudizada por el oscurantismo posmodernista.  La clase obrera, mitificada en la visión decimonónica de Carlos Marx como el sujeto social y político en cuyos hombros se levantaba el futuro, fue languideciendo como resultado del desarrollo de las fuerzas productivas, debido al avance de la ciencia y la tecnología.  Y a pesar del aumento de la desigualdad y la concentración de riqueza e ingreso, las reivindicaciones socioeconómicas pasaron a segundo plano, desplazadas por reivindicaciones identitarias relativas a la discriminación racial, el machismo, la diversidad en materia de sexualidad, entre otros. Temas liberales como el aborto, la eutanasia, el matrimonio gay, la dosis personal acapararon la atención. La contradicción capital / trabajo perdió el lugar central.  La izquierda derivó entonces del marxismo al liberalismo radical identitario, de los movimientos obreros y campesinos a los movimientos sociales de minorías étnicas (inmigrantes en el caso de Europa), LGTBI, grupos feministas, de la lucha social y económica a la lucha identitaria por el reconocimiento.  Los partidos de izquierda pasaron de la pretensión de ser los intérpretes de las mayorías trabajadoras a convertirse en los voceros de una amalgama de minorías, un archipiélago variopinto de grupos de presión.  El enemigo a derrotar ya no era la clase burguesa o la oligarquía, sino el varón blanco heterosexual, encarnación del opresor por antonomasia, aunque no tenga un peso en el bolsillo.  Las masas trabajadoras, en algunos países, fueron cooptadas por la derecha con discursos populistas.  Y al revés de lo que planteó Marx, la mentalidad progresista se asentó en estratos sociales relativamente altos y con mejor nivel educativo, mientras la mentalidad conservadora se arraigó en sectores populares. De la lucha de clases se pasó a las denominadas “guerras culturales”.

La vieja fractura entre liberalismo político y liberalismo económico había sido, en la segunda mitad del siglo XX, la partición ideológica de las sociedades desarrolladas occidentales. A la izquierda el estado social y a la derecha el neoliberalismo, que en realidad es un neoconservatismo, como el de Tatcher y Reagan.  El espectro de los partidos políticos así lo reflejaba.  Desde la posguerra hasta los años 80 el marxismo disputó al liberalismo social progresista (keynesianismo, socialdemocracia en algunos países) el espacio político de izquierda.  Tras la caída del muro Fukuyama proclamó la definitiva victoria de la democracia liberal.  Pero en ese nuevo orden internacional lo que se impuso fue el “consenso de Washington”.  En ese contexto y dentro del espacio de la “resistencia” se produce la nueva fractura del pensamiento liberal progresista, como producto de radicalizaciones de sectores de los movimientos sociales identitarios, con una nueva concepción de justicia social, moralista y emocional.  Se trata de un fenómeno político, cultural, moral y filosófico, cuya complejidad apenas empezamos a desbrozar. 

Nota: en esta columna he intentado una rápida aproximación histórica en el aspecto político.  Si le interesa el aspecto filosófico puede leer en el blog.  Y un abordaje muy interesante del fenómeno como cultura moral es el de Bradley Campbell esta semana en Quillette. Campbell es coautor del libro The rise of Victimhood Culture.   


lunes, julio 20, 2020

De la década de los 60 a 1989: reseña de dos libros de historia de Colombia



El primer libro se titula Los años sesenta y tiene por subtítulo Una revolución en la cultura (Edición Debate 2014 de Penguin Random House, lleva dos reimpresiones).  Su autor es el historiador Álvaro Tirado Mejía, nacido en Medellín en 1940.

El segundo texto es 1989 de la periodista María Elvira Samper.  Publicado por Editorial Planeta en 2019 y lleva dos ediciones del mismo año.

El contraste vale la pena pues ambos volúmenes realizan un recuento de la historia reciente de Colombia y utilizan un segmento de tiempo convencional como delimitación del objeto de estudio: una década en el primer caso y un año en el segundo.  Ambos períodos sumamente intensos y de algún modo merecedores de esa atención especial.  Este par de libros constituyen una buena lectura para las nuevas generaciones como una aproximación a la atmósfera que se vivía en esos períodos que precedieron su existencia y que significaron cambios a futuro.  Para los que vivimos esos años es un ejercicio de confrontación con nuestra memoria vivencial.  Sin embargo, no creo que los dos textos resulten interesantes para lectores extranjeros o para historiadores.

El primer libro gira en torno a la apertura cultural del país y la rebelión juvenil, mientras el segundo lo hace alrededor del tema del narcotráfico que precisamente se inició en los años sesenta y que Tirado no acierta a mencionar como fenómeno de producción y oferta que empezó en la Sierra Nevada de Santa Marta.  De hecho tampoco analiza la cultura popular de los años sesenta de donde saldrían esos emprendedores del narcotráfico o fenómenos como la Anapo.  Por ejemplo, Tirado muestra la influencia europea y norteamericana, así como la de la revolución cubana y la Cepal, pero no la de México que era predominante en los sectores populares a través del cine, la música, las revistas, los “paquitos” (comics) y espectáculos como los circos y la lucha libre.  Pues bien, resulta que el protagonista principal de 1989 es Gonzalo Rodríguez Gacha, el narcotraficante que apodaban el Mexicano, no por casualidad, pues reflejaba esa impregnación de la cultura mexicana farandulera en el imaginario popular de la Colombia rural y urbana.  Así que el libro de Samper nos sirve para detectar esos vacíos en el libro de Tirado.

El historiador Tirado nos muestra cómo se transformó la historiografía en los años 60, pero lo irónico es que en su libro no parece asimilar del todo esos avances, pues su enfoque se centra en las élites, más cerca de la vieja historia que de la nueva historia que el propio Tirado lideró en otras épocas.  El subtítulo del volumen no es exacto, pues acorde al contenido debió denominarse Una revolución en la cultura intelectual.  En efecto, en sus 16 capítulos Tirado toca temas como el contexto internacional, las artes (plásticas, literatura, teatro), las ciencias sociales (sociología, marxismo, historia y economía), la religión institucional organizada, la moral (sexualidad y costumbres), la educación (pero sólo la universitaria en el aspecto político organizacional), algunas políticas (exterior, derechos humanos, control de natalidad).  Un problema de la organización del libro es que no sigue el orden cronológico por lo que se vuelve notoriamente repetitivo, casi senil, al aparecer el mismo punto en varios capítulos.

En este sentido el libro es superficial, una obra light que no profundiza en las estructuras (por ejemplo el giro de 90 grados del conflicto social que da inicio a la lucha vertical de clases), ni en la cultura política (por ejemplo, el gran fenómeno político de los sesenta fue la Anapo, que permanece inexplicado), ni en la tecnología (telecomunicaciones, transporte, producción), ni en lo demográfico (urbanización forzosa), ni en la economía, ni en la reorganización del estado, ni en el medio ambiente, ni en los movimientos sociales (obreros, sindicalismo, campesinos, étnias, mujeres, la excepción es el movimiento estudiantil que el autor vivió).  El libro es pobre en cifras, pocos datos cuantitativos, deficiencia eterna de la historiografía colombiana.   

Tirado no escribió un libro autobiográfico, pero a ratos parece que lo fuera.  Además del centralismo típico de los relatos históricos colombianos, aquí hay un centralismo antioqueño.  Fenómenos culturales como el vallenato y la música tropical y caribeña que irrumpen en el interior del país en los años sesenta (precisamente en sellos disqueros ubicados en Medellín) y termina desplazando a la musica tradicional andina de pasillos y bambucos, no aparece en el texto.  Y no sólo está ausente semejante cambio musical, tampoco aparece la literatura de las regiones, por ejemplo el Grupo de Barranquilla, que en los años sesenta fue un hecho cultural de tal importancia que llegó a producir un premio Nobel (Gabo aparece desde luego pero como rueda suelta, un rayo en cielo despejado).  Es un libro sin Caribe. En contraste, el nadaísmo tiene un protagonismo exagerado.

Hay aportes interesantes en torno a la cultura del hispanismo, asociada al conservatismo, y el énfasis en el control de natalidad trae nuevamente a la luz un tema casi olvidado que revela un curioso alineamiento entre la izquierda y la extrema derecha, ambos rechazando dicha política. También constituyen aportes el foco en los orígenes del sistema interamericano de derechos humanos, así como rememorar la influencia cepalina y sus conexiones con al alianza para el progreso.

Pero buena parte del libro está vertebrada alrededor de la rebelión juvenil en dos dimensiones principales: la contracultura y la revolución.  Al parecer la conclusión de Tirado es que la primera triunfó y la segunda fracasó, en el sentido de que si bien ambas tuvieron un gran impacto en las décadas subsiguientes, la contracultura produjo efectos permanentes en las mentalidades y costumbres, mientras que la revolución se diluyó o se descarriló.  Si esta interpretación de la valoración que el autor hace es correcta, entonces al punto se vuelve discutible, por sobresimplificación.

La idea central del libro de Álvaro Tirado es que Colombia vivió un período conflictivo entre una mentalidad modernizante y progresista frente a otra tradicionalista y conservadora de resistencia e identidad, para llevar finalmente a una apertur cultural.  Lo que el autor no analiza es que en aspectos fundamentales la visión conservadora se impuso.  La reforma agraria fracasó.  El pensamiento premoderno sigue enraizado en alto grado, por ejemplo en la cultura política y en la cosmovisión.  De la influencia norteamericana de hippies y Alianza para el Progreso se pasó a la invasión evangélica. Se puede decir que el país se urbanizó, pero también que las ciudades se ruralizaron.  Por otro lado Colombia no es más igualitaria ahora que antes y buena parte de la movilidad social se ha dado por fuera de la legalidad, por la vía de la corrupción, el narcotráfico, el clientelismo, el paramilitarismo. No ha habido el desarrollo de un capitalismo productivo e innovador, como si lo hubo en países del Este Asiático en el mismo período.  Entre el sector primario y terciario la industria languidece.

Queda tela por cortar pero es menester pasar ya al segundo libro para no extender en demasía esta reseña.  El libro de Samper inicia con un buen prólogo analítico del académico Francisco Gutiérrez, investigador del IEPRI de la Universidad Nacional, y luego se estructura en tres capítulos y un anexo.  El primer capítulo es un breve panorama de la situación de los años 80, de la herencia que recibe el gobierno de Barco y la complejización de la violencia con diferentes actores armados: varias guerrillas, grupos paramilitares, carteles de la droga, militares, policías, DAS y Dirección de Instrucción Criminal, además de las tres ramas del poder.  El segundo capítulo es el corazón del libro, donde se narra en 125 páginas “un maldito hecho detrás de otro” (frase atribuída a Arnold Toynbee), la secuencia de acontecimientos de 1989, el año más violento de la historia de Colombia (hasta ese entonces).  El tercer capítulo es de entrevistas a varios protagonistas: César Gaviria, Rafael Pardo Rueda, Alfonso Gómez Méndez, Aída Avella, Oscar Naranjo, Francisco Leal. Y termina con un anexo de 34 páginas que contiene una cronología minuciosa, día por día, de más de 365 acciones guerrilleras en ese año, la mayoría del ELN.

He aquí una lista de los principales acontecimientos narrados en el libro:

Enero 18: masacre de La Rochela (víctimas y victimarios son agentes del estado)

Febrero 27: son asesinados en hechos independientes, Teófilo Forero, secretario del partido comunista, y Gilberto Molina, el zar de las esmeraldas.

Marzo 3: asesinado José Antequera en el aeropuerto y en el mismo hecho es herido Ernesto Samper.

Marzo 29: asesinado Héctor Giraldo, gerente de El Espectador (tres años antes había sido asesinado Guillermo Cano)

Mayo 30: atentado con carro-bomba contra el General Maza, director del DAS, quien sale ileso.

Junio 7: se revela el entrenamiento de paramilitares por parte de mercenarios israelíes e ingleses, encabezados por Yair Klein.

Julio 4: asesinado por error el Gobernador de Antioquia, Antonio Roldán. La víctima iba a ser el insobornable Coronel Valdemar Franklin Quintero.

Agosto 4: frustran atentado contra Galán en Medellín.

Agosto 18: en la mañana es asesinado en Medellín el Coronel Valdemar Frnklin Quintero y en la noche Luis Carlos Galán en Soacha.

Septiembre 2: destruída la sede de El Espectador por carro bomba.

Octubre 20: carro bomba en el Hotel Royal en Barranquilla.

Noviembre 15: es asesinado el árbitro Álvaro Ortega (Chucho Díaz estaba a su lado). El campeonato de fútbol es cancelado cuando el Unión Magdalena iba de líder.

Noviembre 23: Escobar escapa de un cerco en Cocorná.

Noviembre 27: es volado un avión de Avianca tras decolar de Bogotá rumbo a Cali. La peor masacre de civiles en la historia de Colombia.

Noviembre 30: el camarazo. Se cae la reforma política en el Congreso.

Diciembre 6: atentado al DAS, el carro bomba más potente de la historia.

Diciembre 15: es dado de baja Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano.

Diciembre 20: es secuestrado el hijo de Germán Montoya, secretario de presidencia y mano derecha de Barco.

Además de los anteriores, se reseñan múltiples homicidios y atentados contra periodistas, jueces, parientes de jueces, sacerdotes, militantes de la UP.  Una vorágine de violencia.

Es un libro abundante en datos, no en cifras sino en acontecimientos.  El eje es el narcotráfico, en especial el cartel de Medellín, aunque Rodríguez Gacha es más protagónico que Escobar.  Los esmeralderos y las guerrillas hacen parte del entorno, pero no ocupan el centro de la narración.  La extradición es el principal punto de conflicto entre los narcos y el estado, en el contexto de la subordinación total de Colombia a la política estadounidense antidrogas centrada en la oferta y que llevó a la militarización de la estrategia del gobierno, a pesar de unos leves y tardíos pataleos del presidente Barco ante los EEUU y la comunidad internacional. Esa figura jurídica le costó un gigantesco baño de sangre al país.  ¿Valió la pena? El libro deja entrever que no, pues 3 décadas después el narcotráfico sigue tal cual.

El año de 1989 marca un punto culminante en la guerra de un sector de los narcos contra el estado colombiano, intentando doblegar la institucionalidad.  La autora va siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos de ese año, al mismo tiempo que aprovecha los eventos para mostrar los antecedentes a lo largo de la década en temas como el conflicto armado, la cooptación del estado por los narcos en ascenso, el surgimiento de algunos personajes, la extradición, el paramilitarismo, la guerra sucia. Y también muestra la evolución posterior hasta el presente de ciertos casos judiciales, como por ejemplo el asesinato de Galán.  No queda claro, sin embargo, por qué si Maza estaba ligado al cartel de Cali, se encuentra involucrado con el Mexicano en el magnicidio de Galán. 

A diferencia del libro de Tirado que no es muy informativo ni muy analítico, éste sí es sustancioso en lo informativo y aunque no sea muy analítico el sólo hecho de evidenciar el entramado de militares, narcos, paramilitares y políticos arroja luz sobre la naturaleza del poder en Colombia.  Sin embargo, queda debiendo el rol de los sectores económicos legales en esa trama (excepto el fútbol), tal vez porque el involucramiento de estos sectores se fue incrementando en los años subsiguientes o porque el libro no se enfoca en el cartel de Cali o en redes mafiosas de la Costa Caribe.  El papel de los terratenientes no se aclara lo suficiente, ni siquiera en el Magdalena Medio donde se narra lo de Acdegam y Morena, pero desde una mirada muy bogotana. Sí se muestra algo de la conexión y conflicto entre el sector de esmeralderos y el narcotráfico de cocaína.

A pesar del huracán de sucesos de violencia que arrasó al país entre 1986 y 1990, el libro valora positivamente la gestión de Virgilio Barco.  La autora aprecia el esfuerzo del presidente en combatir el fenómeno del narcotráfico y su creciente violencia, así como su afán de reforma política y superación del Frente Nacional o sus simbólicos e inanes gestos de independencia respecto a EEUU.  Para disculparlo dibuja una tesis de soledad del poder, un presidente maniatado sin las herramientas jurídicas, legales y militares.  Al final la paz con el M19 salva al gobierno de un balance desastroso y le brinda el impulso para sentar las bases de lo que será la Asamblea Nacional Constituyente.  Pero la autora deja pasar sin profundizar un hecho trascendente, uno de los principales sucesos políticos del año: el “camarazo”. El tema es tocado pero no evaluado en toda su significación ni detallado en su filigrana. El camarazo fue el hundimiento del plebiscito y la reforma política cuando los narcos, a través de los representantes a la cámara, lograron colar la no extradición, mientras el presidente viajaba.  Debido a ese hecho surge el movimiento estudiantil de la séptima papeleta y el golpe de opinión que permitió la convocatoria de la Constituyente.  Todo ello en confluencia con el proceso de paz con el M19.

Finalmente, las entrevistas del tercer capítulo son un complemento pertinente a la narración y representan al gobierno, la policía, la procuraduría, la UP y la academia. Quizás la más interesante es la del entonces procurador, Alfonso Gómez Méndez.  Esperaba más de Aida Avella y del profesor Francisco Leal.

Reitero mi invitación a las nuevas generaciones para leer críticamente este par de obras sobre dos momentos históricos impactantes.




domingo, julio 19, 2020

Ontología: Naturaleza de los objetos conceptuales


Ontología bungiana

Materialismo conceptualista y ficcionista

Hay dos tipos de objetos: materiales o concretos (cosas) y conceptuales o constructos.

Los objetos materiales son referentes de las ciencias fácticas. Estos objetos están en un lugar, tienen energía y son capaces de cambiar. Toda ley de cambio es una condición o restricción sobre las variables de estado que representan las propiedades de la cosa en cuestión.

Los objetos conceptuales son referentes de las ciencias formales. No están en un lugar, no tienen energía, no cambian. Las leyes satisfechas por los objetos conceptuales no involucran variables de estado ni representan nada en la realidad, sólo son relaciones conceptuales entre objetos conceptuales.

Los objetos conceptuales no son físicos ni mentales.  Son ficciones, pertenecen a contextos ficticios (como la matemática o la literatura). Su modo de existencia es convencional o fingida (no tienen existencia autónoma).

Hay cuatro clases de objetos conceptuales o constructos: conceptos, proposiciones, contextos abiertos y contextos cerrados (teorías).

Los conceptos son los “átomos” conceptuales, las unidades mínimas básicas y con ellos se construyen las proposiciones.

Las proposiciones son constructos que satisfacen un cálculo proposicional y que pueden ser evaluados en su grado de verdad.

Un contexto es un conjunto de proposiciones formadas por conceptos con referentes comunes.

Una teoría es un concepto cerrado a las operaciones lógicas.  Una teoría es un conjunto de proposiciones articuladas lógicamente entre sí y que poseen referentes en común.

Desde el punto de vista matemático (teoría de conjuntos) un concepto es un individuo o elemento, o un conjunto, o una relación.

Hay relaciones funcionales o no funcionales.

Las relaciones más interesantes son las funcionales o sea las funciones.  Una función es una relación entre dos conjuntos de modo tal que a cada miembro del primero le corresponde uno del segundo.

Hay dos clases de funciones: proposicionales y no proposicionales.

En una función proposicional los valores (miembros del segundo conjunto) son proposiciones.  También se la llama predicado o atributo.

En una función no proposicional los valores (miembros del segundo conjunto) no son proposiciones (pueden ser, por ejemplo, números).

Síntesis por Jorge Senior
Libro: Epistemología
Autor: Mario Bunge
Fecha: original de 1980, revisado y editado en 1997

La OMS: ¿bien o mal?


La Organización Mundial de la Salud se encuentra desde febrero en el ojo del huracán.  Es el referente fundamental de salud pública en el planeta, pero está recibiendo críticas desde todos los flancos.  Algunas de estas críticas están fundamentadas, otras no.  Aunque es temprano para un balance definitivo de la gestión de esta pandemia, es pertinente hacer un análisis de estas críticas.
El asunto, además, puede adquirir importancia política en la coyuntura del debate electoral de EEUU, pues el presidente y candidato republicano Donald Trump ha tomado la determinación de sacar a ese país de la OMS, pero el candidato demócrata, Joe Biden, ya anunció que echará reversa a esa decisión.  Como el proceso de salida demora un año, la elección presidencial de noviembre definirá en últimas si Estados Unidos se queda o se va.  Y esa nación es, de lejos, el principal sostén económico de la Organización.

Cada vez que sale una noticia sobre la OMS en los medios online, estudio minuciosamente los comentarios de los lectores en la propia página.  De este ejercicio me queda claro que la OMS está perdiendo la batalla mediática, pero también observo que hay un gran desconocimiento de lo que esa institución mundial es y representa, cómo funciona y, asimismo, sobre la naturaleza de su campo de acción: la ciencia médica y epidemiológica.

La OMS es una agencia especializada dentro del sistema de las Naciones Unidas, como la Unesco, OIT, FAO o la OMPI.  Fue creada el 7 de abril de 1948 y actualmente cuenta con 194 estados miembros.  Su máxima instancia de decisión es la Asamblea General constituída precisamente por los estados que la integran, que se reúne una vez al año.  Luego está el comité ejecutivo de 34 personas con formación de alto nivel nombrado por la Asamblea y que se reúne al menos dos veces en el año.  Y en el liderazgo del día a día se encuentra al frente el Director General, cargo que actualmente ejerce el biólogo e inmunólogo etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien ha sido criticado por no ser médico, sin embargo no se puede negar que tiene una formación apropiada.  Una de las acusaciones contra la OMS es su burocratización, pero esta organización mundial cuenta con siete mil empleados, apenas la sexta parte de los que tiene la ONU.  No es una cifra exagerada para la responsabilidad que tiene.

Al estar compuesta por estados podemos decir que es una institución pública internacional, en principio sostenida por nuestros impuestos, a través de los gobiernos que representan al respectivo estado nacional. Colombia aporta el 0,32% del presupuesto básico que es la sumatoria de las contribuciones obligatorias de los países, menos que Venezuela que pone 0,57%, mientras Estados Unidos aporta el 22%, China el 7,9% y Rusia el 3%.  Si la financiación reflejara la influencia tendríamos que decir que la OMS obedece principalmente a EEUU, pero eso no es así y es una de las razones del malestar de Trump.  La realidad es que ningún estado, partido, fuerza o poder tiene la hegemonía de la Organización.  Es una entidad multilateral en un tinglado de fuerzas cuya gobernanza depende de un equilibrio geopolítico.  La mayor parte de la financiación pública proviene de Europa Occidental, Norteamérica y países del este asiático como China, Japón y Corea del Sur, pero sus principales esfuerzos se dirigen hacia África y, en general, a los países con menor desarrollo.  

La OMS como entidad multilateral coopera con los estados miembros, ofreciendo apoyo, recomendaciones, coordinación de campañas, sistema de información, pero no tiene competencia sobre la política de salud interna de cada país. Su orientación no es obligatoria y cada nación es autónoma y soberana para manejar su propia política de salud.  En consecuencia debe quedar bien claro que ningún gobierno puede excusarse de su responsabilidad sobre lo que suceda en su territorio durante una pandemia como la actual echándole la culpa a la OMS.

Precisado lo anterior, de todos modos hay que reconocer que en el siglo XXI los fenómenos de salud pública, como nos lo enseña la misma pandemia, son de carácter global, así que no cabe duda que es mejor tener una organización planetaria que esté pendiente y dedicada a la problemática de la salud que no tenerla en absoluto.  Esto no significa que no se puedan criticar sus defectos, sino que tal crítica, por lo demás necesaria, debe ser constructiva y dirigirse a proponer las reformas que mejoren su funcionamiento.  La idea tiene que ser mejorar la OMS, nunca eliminarla.

A la OMS se le hacen dos críticas principales, una de fondo y otra coyuntural. La primera ataca la supuesta influencia de la industria farmacéutica y en general el sector privado de la salud, en la orientación de la entidad. La segunda se refiere a su actuación en la actual crisis mundial originada por la partícula viral SARS-CoV-2.

Veamos la primera.  Arriba mencionamos las contribuciones obligatorias de los países que sostienen el presupuesto básico de la OMS, pero a ellas hay que sumarles las contribuciones voluntarias que hacen las fundaciones, ONGs, la ONU, empresas y los propios países, casi siempre con destinación específica a determinados programas.  Este esquema mixto se ha venido desequilibrándo a favor de la financiación privada voluntaria tal cual puede observarse aquí.  Pero no olvidemos que el poder de decisión es de los estados a través de la Asamblea General. 

Como vimos en una columna anterior, el neoliberalismo se ha venido imponiendo desde 1980 y en el campo de la salud esto se refleja en la lucha entre dos concepciones: la salud como derecho o como negocio.  El asunto no es tan sencillo de dirimir porque el derecho a la salud se quedaría en letra muerta si no hay inversión en investigación, desarrollo e innovación y en toda la logística de un sistema funcional de salud, de la misma manera que poco sirve que haya remedios genéricos si estos no tienen la misma calidad que los de marca.  Los ciudadanos debemos entender que la forma de favorecer el derecho a la salud en cada país y en la instancia de la OMS es votando por opciones alternativas al neoliberalismo.  Sólo con gobiernos proclives al estado social de derecho podemos revertir la tendencia a la financiación privada de la OMS y de los sistemas nacionales de salud.

En la coyuntura de 2020 la OMS ha recibido críticas por sus vaivenes en la orientación de protocolos epidemiológicos y clínicos en la pandemia (ver cronología).  Hoy por hoy la OMS ha perdido sintonía popular y se ha ganado la animadversión de muchos, en parte por el nefasto ruido conspiranoico que zumba en las redes, pero también por errores en la manera de comunicar.  Al parecer los responsables de su estrategia comunicativa desconocen el imaginario de su audiencia internacional y los problemas de percepción e imagen que ha acumulado en los últimos años.  Y los medios de comunicación tampoco ayudan, quizás porque atraviesan una situación crítica de decadencia ante el auge de las redes sociales y son esclavos del rating.

Los zigzags que ha dado la OMS en realidad son normales dentro de un campo como la epidemiología que se mueve en condiciones de incertidumbre.  En su desespero la gente quiere fórmulas mágicas que solucionen el problema de una vez por todas, pero la ciencia no funciona con magia. De hecho se viene trabajando con una intensidad increíble, acelerando los procesos investigativos y realizando centenares de proyectos simultaneamente en decenas de países.  Es lógico que haya debate entre visiones encontradas en la vanguardia de la investigación científica. Es lo normal, la diferencia es que ahora es visible (la ciencia desnuda) y antes el público sólo veía el resultado final decantado tras años de tropiezos (la ciencia vestida de gala).  La OMS no hace investigaciones, aunque puede patrocinar o coordinar una que otra, por lo tanto debe basarse en la pluralidad de investigaciones que ejecutan centenares de laboratorios, universidades e institutos a lo largo y ancho del globo y, mediante metanálisis, tratar de extraer una síntesis provisional a cada momento para fundamentar sus orientaciones.

Para entender la naturaleza de la epidemiología podemos compararla con la meteorología. En ambos casos se utilizan modelos matemáticos computacionales para hacer predicciones, pero los fenómenos que constituyen sus objetos de estudio son sistemas complejos con miles de variables.  Durante años las predicciones del tiempo atmosférico eran el hazmerreir del público, pero fueron mejorando con los años, no sólo por una mejor comprensión de los fenómenos, sino sobre todo por el desarrollo de una gigantesca red de estaciones meteorológicas y satélites que permitió potenciar la cantidad y calidad de los datos que alimentan los modelos.  En epidemiología no ha sucedido lo mismo.  El neoliberalismo, la corrupción y la ineptitud de los políticos han desbaratado los sistemas públicos de salud y no hay sistemas de información eficientes.  Por eso, en países como Colombia donde hubo tiempo suficiente para reaccionar, de todos modos la gestión gubernamental de la epidemia se ha hecho dando palos de ciego.  

Publicado originalmente en El Unicornio el 12 de julio de 2020

Tres casos de conspifarsa desenmascarados


La conspiranoia es una industria que produce ganancias multimillonarias y desde el punto de vista ideológico es funcional a la extrema derecha a pesar de su superficial apariencia antigubernamental que engaña a mucho votante de izquierda confundido.  En las dos anteriores columnas abordamos el discurso paranoide del “Nuevo Orden Mundial” y algunos aspectos psicosociales del creciente y peligroso fenómeno conspiranoico.  Ahora, tal y como lo prometimos, analizaremos casos concretos para desenmascarar lo qué hay detrás.

Caso Mikovits.  

El 14 de abril, en pleno ascenso de la epidemia en EEUU, es lanzado en Amazon un libro con el atractivo título de “Plaga de corrupción”.  Sus autores son dos controvertidos personajes: la excientífica Judy Mikovits y el escribidor de libros rápidos y venta fugaz, Kent Heckenlively.  El prólogo lo escribió Robert F. Kennedy Jr.  Unas tres semanas después, el 4 de mayo, es lanzado el video, que es un anticipo de un futuro documental también de nombre sugestivo, Plandemic.  En el video de 26 minutos el cineasta Mikki Willys entrevista a Mikovits y pronto se vuelve viral, millones lo comparten por las redes y así catapulta las ventas del libro.  Una operación redonda.  Pero, ¿quiénes son estos personajes y cuál es el problema con estas publicaciones?  

Robert Kennedy es el hijo del asesinado Bob Kennedy y sobrino de JFK, quien se ha vuelto activista líder del movimiento antivacunas, aprovechando la fama de su familia, y es crédulo en la tesis pseudocientífica y meramente especulativa de la vinculación entre vacunas y autismo.  Esto llevó a varios miembros de la familia Kennedy a descalificarlo públicamente, en mayo de 2019, como un peligroso desinformador. Ver aquí.

Kent Heckenlively es empleado del senador republicano de Kentucky, Rand Paul, un libertarian, de extrema derecha conservadora, hijo de otro antiguo senador. En 2016 Paul pretendió lanzarse a la presidencia, por lo cual Heckenlively publicó el libro propagandístico Rand Paul for President, 16 reasons. 

Mikki Willys es un multimillonario productor de cine, dueño de Elevate Films, que ha hecho videos sobre temas esotéricos espiritualistas y de pseudoteorías conspirativas.  Está vinculado a la secta religiosa Falun Gong y al grupo editorial The Epoch Times, que financia a Trump y a otros políticos de derecha en EEUU y Europa, así como grupos clandestinos aparentemente religiosos en China.  No es extraño entonces que este negocio editorial apoye también el movimiento antivacunas.

Judy Mikovits es una científica del montón, con apenas 40 publicaciones a pesar de su edad madura, y que de repente, en 2006, se convierte en la directora de un nuevo instituto de investigación muy bien financiado y enfocado en una rara enfermedad llamada “síndrome de fatiga crónica” (CFS por su sigla en inglés).  El Whittemore Peterson Institute fue creado en 2005 en Nevada por el médico Daniel Peterson, pionero en investigar CFS y cuya vida profesional gira alrededor de ese síndrome, y el abogado, negociante y cabildero de las industrias del juego, el alcohol y el tabaco Harvey Whittemore, quien tiene una hija con CFS.  Peterson se retiró del Instituto en 2010 y Whittemore terminó preso en 2013 por algunos negocios, pero los hechos claves relacionados con Mikovits sucedieron entre 2009 y 2011. Todos ellos creían en la CFS y en la hipótesis de que un virus era el causante de esa condición de salud, específicamente el virus del ratón llamado XMRV.  La investigación dirigida por Mikovits pareció lograr un gran éxito cuando la revista Science, la mejor de EEUU y la segunda mejor del mundo, aceptó publicar un artículo en 2009 con los resultados. Pero la victoria duró poco.  Una característica de la ciencia es que los experimentos deben ser replicables.  Nuevas investigaciones probaron que el XMRV nada tenía que ver con CFS y que tal virus había sido creado por recombinación en un laboratorio en 1993 y luego había contaminado las pruebas en la investigación de Mikovits.  Se le exigió hacer retractación del artículo como es habitual, pero ella tercamente se negó. De todos modos el artículo de la investigación defectuosa fue retirado. La revista Science elaboró un completo reporte del caso titulado Falso Positivo, que ganó un premio de la Sociedad Estadounidense de Microbiología.  En resumen, la investigación de Mikovits fue un ejemplo de mala ciencia, un trabajo deficiente.

Pero la película no terminó allí.  El fiasco generó graves conflictos en el Instituto.  Petersen se retiró en 2010.  Mikovits fue despedida y posteriormente fue acusada y enjuiciada por robar información y materiales cuando se fue del instituto en 2011.  Por estas acusaciones de “ladrona” interpuestas por sus antiguos empleadores terminó en la cárcel, no por el artículo o por su negativa a retractarlo, como bien señala Science. Con su carrera profesional destruída y aún con su situación jurídica irresuelta, Judy Mikovits supo “reinventarse” de manera muy lucrativa como “víctima perseguida por la Big Pharma” y “campeona anticorrupción”, idolatrada por grupos conspiranoicos y del movimiento antivaxxers (antivacunas), y autora inescrupulosa de libros inundados de falsedades.

Así como sus libros, el video está lleno de falsedades, empezando por estupideces flagrantes como afirmar que “el uso de masacarilla activa el virus” o aducir que el novel coronavirus debe ser artificial porque su producción por evolución natural tendría que durar mínimo 800 años, algo que haría carcajear a un virólogo. Sobre el origen del nuevo coronavirus ver aquí. Dice además no ser antivacunas a la vez que despotrica contra ellas.  Si usted, amable lector, quiere ampliar sobre los errores y mentiras del video puede leerlo en El Tiempo y en esta excelente página especializada en cazar bulos y magufos.

En el curso de la presente pandemia he investigado otros casos como el de Mikovits, pero no hay espacio en una columna para detallarlos. Muchos con origen en EEUU, pero también en España y Latinoamérica. Por ejemplo, uno que engrupió a más de un izquierdista colombiano fue el artículo de Antonio Martínez Belchi titulado El Covid y el problema de la verdad publicado en El Manifiesto y que parece inpirado en el Código Da Vinci.  El escrito trae una parafernalia de especulaciones, utilizando simples coincidencias, para nada improbables, o símbolos con la supuesta función de claves secretas, como si fuesen evidencias de misteriosas conspiraciones. Al investigar al autor se encuentra que tiene vínculos con el ascendente partido de la derecha española Vox y con grupos religiosos conservadores y franquistas como la Hermandad del Valle de los Caídos y Hermandad de la Santa Cruz (anti-Bergoglio). Martínez publica en medios del ultraderechista Julio Ariza (ante PP y ahora de Vox) y en la revista Altar Mayor. Por su parte El Manifiesto pertenece a Javier Ruiz Portella, un escribidor condenado por haber plagiado a Francisco Rico como informa El País. En resumen, toda esta industria editorial de desinformación tiene una línea política e ideológica ligada al PP, Vox, franquismo, catolicismo ultraconservador, revisionismo histórico español, exiliados cubanos anticastristas (como Zoe Valdés).  Ruiz Portella también tuvo conexión en alguna época con el colombiano Álvaro Mutis. 

En esta proliferación de nuevos medios de comunicación online hay uno colombiano llamado Informativo G24, que se presenta como un canal de “análisis geopolítico”, pero cuando uno ve sus programas se da cuenta de inmediato y sin mayor esfuerzo que está plenamente dedicado a la difusión de todo un estrafalario sancocho conspiranoico: 5G, vacunas, chips espías, Bill Gates, George Soros, OMS, Big Pharma y la pandemia como un plan diabólico para destruir la economía e impedir la reelección de Trump.  Este canal sale por youtube, pero también se transmite por Colmundo Radio en Colombia.  Está dirigido por la colombiana Sandra Valencia, quien ha sido periodista de Teleantioquia y al parecer tiene base en Miami.  La línea política es claramente de derecha, pro reelección de Trump, anticastrista y al igual que el uribismo sataniza a la izquierda a través de etiquetas como Foro de Sao Paulo o Grupo de Puebla.  Asimismo atacan a Podemos y al gobierno de Venezuela.  Por ejemplo, en uno de los programas invita al chileno Arturo Grandón del Security College de Washington (conectado con sectores militares y policiales de América Latina), quienes dicen ser expertos en geopolítica e impulsan una comunidad de “analíticos” que aterrorizan con el cuento del “nuevo orden mundial” y hacen populismo anticuarentena de manera irresponsable. 
El punto central de todo este recorrido es el siguiente: ¿cómo es posible que personas adultas, votantes alternativos o de izquierda, antiuribistas, petristas, críticos del sistema, no sólo se traguen sin masticar el discurso conspiranoico originado en la derecha sino que además se conviertan en idiotas útiles difundiéndolo y hasta defendiéndolo? 

Una posible hipótesis, entre otras, es que buena parte de la base social electoral de las propuestas alternativas, que en 2018 sumó 8 millones de votantes, es no militante, individuos sueltos que no hacen parte de una organización política.  Estas “ciudadanías libres” no hacen parte de una célula partidista donde se discuta la realidad social, carecen de una prensa partidista de referencia, nunca han estado en cursos de formación política y tampoco tienen (porque no la hay actualmente) una teoría científica sobre la sociedad. Por tanto son revolcados por el huracán de desinformación que circula por las redes sociales con palabrería aparentemente contestataria y antisistémica. 

La paradoja de la izquierda colombiana es que, mientras en los años setenta tenía mucha cohesión ideológica, fuerte organización y pocos votos, ahora, en la era de las redes sociales, tiene un número apreciablemente mayor de votos pero al costo de una ínfima cohesión ideológica y muy débil organización.

Publicado originalmente en El Unicornio en junio de 2020