Estimado lector: ¿cuando lees o escuchas hablar de "los cuadernos de Praga" qué se te viene a la cabeza?
Lo que sigue a continuación es un relato que publiqué el 9 de octubre de 2022 en El Unicornio. Es ficción, pero conectada a cierta realidad.
Los cuadernos de Praga
Por Jorge Senior
El hombre atravesó con lentitud el puente sobre el río Moldava. Miró distraídamente las aguas mansas y luego siguió por la avenida Narodni, apretando su gabán en medio de la neblina vespertina. Ya era primavera, pero aquel año el frío invernal parecía no querer irse. Ese 19 de abril tenía una cita con un argentino en el Café Louvre, a las 6, para jugar una partida de ajedrez. Llegó puntual, se quitó el sombrero, puso el gabán en el perchero y encendió su pipa. Buenas tardes, Herr Albert, lo saludó el mesero. El joven de poco más de 30 años y estatura mediana tomó asiento al lado de la ventana, pidió un café cargado y miró a la clientela de la cafetería que departía animadamente, rostros vagamente familiares, pues solía visitar ese lugar en las tardes de invierno, desde que se mudó a Praga en noviembre del año anterior. Sin embargo, desde que vino a Bohemia había dejado su vida bohemia, pues ahora era un servidor público que ejercía como profesor en una universidad estatal. Y lo más importante: ahora su mente bullía con una idea revolucionaria que no lo abandonaba un segundo. Jugar ajedrez era la única licencia que se permitía. Esa tarde esperaba echarse una partida con ese extraño argentino con cara de espía que no encajaba en esta ciudad kafkiana. “Sospecho que Ernesto se va a demorar un buen tiempo a pesar del buen tiempo” pensó con acento alemán (suponiendo que los pensamientos tengan acento). Así que se levantó, fue hasta donde estaba colgado su gabán y del bolsillo extrajo un cuaderno de color café. Volvió a su asiento y empezó a garrapatear sus ideas revolucionarias en el viejo cuaderno arrugado por el uso.
Ernesto llegó al fin, a las 6, pero con 55 años de retraso. Hacía ya 11 años que Albert se había ido de este mundo. El joven de poco más de 30 años y mediana estatura tomó asiento al lado de la ventana, encendió un habano y pidió un café cargado. El lugar era una especie de club de ajedrez y la clientela parecía concentrada en la guerra de las piezas sobre los escaques. Ernesto aparentaba más edad de la que tenía, debido a la calvicie, y vestía como un burgués comerciante que no pensaba en argentino sino en uruguayo. Su piel tostada por el sol revelaba, sin embargo, que venía del trópico. En efecto, un año antes, también 19 de abril pero sin calvicie, había llegado a Dar Es Salaam con un grupo de caribeños en una misión secreta que lo llevaría hasta el Congo, la tierra de Patrice Lumumba. Ahora, en este nuevo abril, estaba clandestino en Praga y evitaba llamar la atención. La única licencia que se permitía era jugar ajedrez, por lo que al pasar por la avenida Narodni se vió atraído por este discreto club de ajedrecistas aficionados. Sin embargo, Ernesto optó por no jugar, sacó de su chaqueta un cuaderno color café que tenía junto al pasaporte (documento a nombre de un tal Ramón, no de Ernesto). Y a continuación se puso a garabatear sus ideas revolucionarias en el viejo cuaderno arrugado por el uso.
Estimado lector: si vas al Museo
de Franz Kafka, en Praga, después del 3 de junio del año 2024, encontrarás una
sala con una urna de cristal en la mitad. Dentro de la urna podrás ver dos
cuadernos color café, viejos y arrugados por el uso, cuidadosamente colocados
en los dos lados de un tablero de ajedrez.
Dice la ficha que fueron encontrados detrás de un muro en una de las
casas donde vivió el escritor. Nadie
sabe como llegaron ahí, ni cuando. Su contenido es un misterio.
De los cuadernos nos hablan
cuatro leyendas.
Según la primera los cuadernos
están llenos de ideas revolucionarias.
De acuerdo con la segunda se
trata de un entrelazamiento ajedrecístico: cada cuaderno es de un jugador, cada
hoja tiene una jugada. En superposición
escenifican una partida de ajedrez entre dos jugadores muy diferentes: uno
dotado de gran imaginación y el otro ofreciendo un gran despliegue de audacia. Los cuadernos terminan sin que la partida
haya llegado a su final. Tal vez pactaron tablas, nadie lo sabe.
Conforme a la tercera el tiempo
lo borró todo. Dos vacíos llenan los
cuadernos.
La cuarta es indescifrable.
La pipa y el habano, eran reales aficiones de cada uno, pero el ajedrez, que yo sepa, sólo del Ché. El café cargado no parece ser característico de ninguno de los dos, pero sí de quien esto escribe.
Praga es, ante todo, la ciudad de Franz Kafka: su hijo más famoso, que vivió en múltiples casas de la vieja urbe. Praga está muy presente en la obra de Kafka. En la primera de las dos escenas del relato se menciona la "ciudad kafkiana". "Kafkiano" se ha convertido en un adjetivo uso profuso, confuso y difuso, cuando no de abuso. Igual que sucede con "macondiano". Gajes de la fama literaria.
El relato de los cuadernos de Praga en dos viñetas tiene una especie de epílogo con un claro homenaje a Kafka, jugando con el cuento sobre Prometeo y las cuatro leyendas. Lo del hallazgo tras el muro suena más a Poe, pero el asunto era proponer un epílogo absurdo de literatura fantástica. La segunda leyenda contiene un par de referencias a la física cuántica, específicamente en dos aspectos que para Einstein eran absurdos. Pocos días antes de publicar el relato se había otorgado el premio Nobel de física 2022 (ver la entrada anterior en este blog), precisamente sobre los desarrollos experimentales relacionados con la paradoja EPR, la desigualdad de Bell y el entrelazamiento cuántico. La superposición es también un concepto de física cuántica.
Hacía rato yo venían rondando la idea de conectar a Einstein y Guevara por medio de los cuadernos de Praga. Las columnas de Freddy Sánchez Caballero y Olga Gayón el 8 de octubre en El Unicornio, me motivaron a escribir el relato ese mismo día, conmemorativo de la muerte del Ché. Mi escrito toma algo de la atmósfera de esas dos excelentes. columnas.
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