En la anterior columna
sostuve que la presente coyuntura 2020 es de aprendizaje forzoso, para que a la
especie humana no le pase en los próximos 20 años como a la rana hervida en la
olla del calentamiento global. La
pregunta entonces es: ¿qué podemos aprender los Homo Sapiens de esta emergencia?
No se trata de hacer un ejercicio descriptivo de adivinación futurista,
sino un raciocinio prescriptivo sobre el qué
hacer frente a los desafíos del siglo XXI.
Procedo entonces a extraer
lecciones que, sin embargo, no surgen del momento, sino del análisis de las
cuatro décadas pasadas y que la actual emergencia permite liberar de la torre
de marfil intelectual para ser arrojadas a la cara de todo individuo que se
tome al menos unos momentos para reflexionar sobre lo que está pasando. Este análisis parte de dos contradicciones,
que casualmente tienen en 1980 el punto de inflexión. En efecto, el año de 1980 y sus alrededores
es el parte-aguas que divide en dos el devenir del capitalismo en la posguerra.
Las dos contradicciones son: (1) neoliberalismo
vs estado de bienestar y (2) oscurantismos vs ciencia.
El neoliberalismo, con el
fundamentalismo de mercado cómo médula, surge en los años 30 en tanto idea,
pero adquiere relevancia con la escuela de Chicago en los 70 y empieza a
predominar con el advenimiento de Reagan y Thatcher al poder ejecutivo a ambos
lados del charco. Por su parte, el
estado de bienestar es un producto europeo de la guerra fría con base
keynesiana, socialdemócrata, que intenta conjugar los valores ilustrados de igualdad
y libertad, motorizado por el miedo al modelo soviético de socialismo. Miedo
que desaparece al derrumbarse el Pacto de Varsovia y permite al neoliberalismo
imponer el consenso de Washington, expandirse como ideología de la
globalización, volverse sentido común más allá de la esfera económica y ser
asimilado como modo de vida. Entretanto
la socialdemocracia se diluye a medida que el estado de bienestar va siendo
desmontado a pedazos. El neoliberalismo
alcanza tal hegemonía cultural que ni siquiera la crisis de 2008 le hizo mella,
dado que no había alternativa, salvo el extraño modelo asiático de capitalismo
emergente tardío que, por cierto, sirvió para jalonar la economía mundial y
ocultar las fallas del modelo neoliberal.
En Colombia, la Constitución de
1991 refleja en su carácter bicéfalo esta contradicción que analizamos, al
imbricar en precario equilibrio la tendencia privatizadora y mercantil con el
garantista estado social de derecho. En
30 años hemos visto cómo el componente neoliberal ha socavado el estado social
de derecho dejándolo en los huesos.
Ahora la emergencia sanitaria de
la pandemia pone en evidencia la ineptitud del mercado para gestionar la crisis
y velar por el Bien común, incapaz de interpretar los intereses de la humanidad
como conjunto. Como en la caricatura, el náufrago en el agua no encuentra la
mano invisible de Adam Smith que lo salve de ahogarse. Se plantea entonces el retorno del Estado en
todo el mundo. El imperativo de la salud
como derecho deja de ser letra muerta y resucita en medio de la angustia, el
miedo y la vulnerabilidad biológica: ¡¿cómo pudimos desmantelar el sistema
público de salud?! La renta básica
universal deja de ser utópica y en cuestión de días se hacen ensayos pilotos en
su dirección (aunque en Colombia bajo la forma perversa del know how asistencialista de la clase
politiquera: repartiendo mercaditos con sobrecostos). La investigación científica, en muchos países
marginada, de repente es urgida como salvadora y guía.
Es el momento de la defensa de lo
público en los sectores estratégicos de la sociedad. Corrupción y privatización son dos caras de
la misma moneda. La corrupción del sector público no sólo produce ganancias
inmediatas ilegales sino que fomenta luego la privatización y sus ganancias
legales concomitantes. La combinación
perfecta…. ¡para ellos! Y ya no es
cierto que no haya alternativa al “sentido común” neoliberal. El estado de bienestar ha sido el mejor
modelo de sociedad moderna que ha existido y puede ser actualizado, por
ejemplo, siguiendo la línea de investigación que Thomas Piketty y su equipo han
liderado en la última década. Y que
quede claro que no proponemos un modelo estatista sino una economía mixta
racionalmente regulada. Pero lo más
importante es que este modelo nos permitiría enfrentar en mejores condiciones
el mayor desafío de todos: el cambio climático.
La otra contradicción viene desde
el siglo de las luces cuando el enciclopedismo visumbró al ciudadano ilustrado
como el pilar de la democracia. Pero el
sistema educativo no cumplió con esta promesa de la modernidad al dedicarse a
embutir en los jóvenes información fragmentada inconexa y perder de vista el
objetivo de formar en pensamiento crítico racional y cosmovisión científica. Olvidamos que la ciencia, como decía Carl
Sagan, no es una montonera de conocimientos sino una forma de ver y entender el
mundo. Esta falla grave en el marco del
progreso moderno es confrontada por Steven Pinker en su recomendado libro En defensa de la Ilustración (2018).
La consecuencia es que no habrá ciudadanías libres si no hay masa
crítica de ciudadanos ilustrados. Para
la democracia esto ha sido extremadamente perjudicial, pues ha prohijado el
auge de los populismos y clientelismos.
En términos filosóficos se dice que la democracia epistémica fue opacada
por la democracia doxástica.
La forma tradicional de
oscurantismo anti-ciencia ha sido el pensamiento mágico religioso. Lejos de desaparecer, ha pervivido en los
sectores conservadores de la sociedad.
En EEUU la base social republicana de protestantes fundamentalistas
tiene tal peso político que pone presidentes. Y en tiempos de pandemia podemos
ver lo que eso implica: la ineptitud total del gobierno federal y las
escandalosas cifras ascendentes de la Covid en ese país. En América Latina ni siquiera se limita a los
sectores conservadores, como el caso patético de Bolsonaro, sino que ha
permeado hasta los sectores de izquierda, supuestamente progresistas.
Pero el fenómeno que más ha
impactado a las izquierdas con epicentro en Europa fue el movimiento
intelectual posmodernista que surgió a finales de los 70 para llenar el vacío
dejado por el marxismo, y desde entonces ha hecho estragos en las ciencias
sociales y en el pensamiento “progre”. En
verdad, el “posmodernismo” debería denominarse “antimodernismo”. También el pensamiento liberal se vió influido
por esa moda lo que derivó en la ideología de la “corrección política” basada
en el construccionismo social y cultural que desconoce la base biológica del
animal humano, que hoy nos abofetea con la pandemia. Afectó sobre todo a
feminismos y movimientos étnicos. En
América Latina hay otra corriente oscurantista, poco conocida, pero con alguna
influencia en países de fuerte presencia indígena. Me refiero al llamado “pensamiento
decolonial” que practicamente declara una guerra cultural contra
Occidente. Hay un tufo “decolonial” en
el gobierno de AMLO, cuya ministra de ciencia ha sido fuertemente cuestionada
por la comunidad científica (igual ha pasado en Colombia en un gobierno de
derecha como mostré en mis columnas de enero).
La gestión de López Obrador frente a la epidemia ocasionada por el virus
SARS-CoV-2 pondrá a prueba su actitud y aptitud ante la ciencia.
A todo lo anterior hay que sumar
las pseudociencias y las pseudoteorías conspiranoicas que, a diferencia de los
anteriores cuatro oscurantismos, no se han acallado en la coyuntura de la pandemia, generando confusión y
desinformación en las redes sociales gracias al analfabetismo científico de las
multitudes, lo cual se traduce en muerte y sufrimiento cuando no se siguen las
medidas de contención y mitigación necesarias para enfrentar la epidemia en
cada nación. Mi punto es que la
emergencia del 2020 de origen biológico, pero expandida por la autopista
expedita del transporte áereo de pasajeros que la globalización exacerbó en las
últimas décadas, ha recuperado para la ciencia el lugar que le corresponde como
faro iluminante de la sociedad. Hoy
dependemos angustiosamente de la investigación en virología, fisiopatología y
epidemiología de este novel coronavirus que ya se diversifica en variantes más
o menos patógenas. Y esperamos que
vacuna y tratamientos eficaces logren que la cifra de fallecidos no llegue ni
al 1% de la influenza de hace un siglo.
Si la debilidad en
infraestructura y talento humano en
ciencias de la salud sumadas al
analfabetismo científico de las mayorías ponen en aprietos a las sociedades del
siglo XXI frente a un simple virus, imagínense esta incapacidad enfrentada a un
reto inmensamente más grande y menos visible, como es el caso del cambio
climático antropogénico.
En resumen, estado de bienestar + ciencia no es una fórmula simplona ni la
panacea, pero sí constituye el punto de partida, la base firme desde la cual la
humanidad pueda salir adelante frente al peligro que representa ella misma
cuando está sometida a las fuerzas ciegas del mercado alimentadas por la
codicia y al oscurantismo masificado por la alienación, el miedo y la
ignorancia.
Publicado originalmente en El Unicornio el 12 de abril de 2020 (elunicornio.co)
Próxima columna: Piketty vs
Pinker
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