Dice la fábula que si echas una
rana en agua muy caliente inmediatamente saltará fuera del agua, pero si la
introduces en agua al clima y comienzas a calentarla lentamente la rana no
notará el cambio y se cocinará viva.
Agradezco al lector acucioso que no haga el experimento a ver si es
verdad. La moraleja es obvia: hay peligros que pasan por debajo de nuestro
umbral de percepción y cuando nos damos cuenta ya es demasiado tarde.
Es lo que pasó con la pandemia en
curso en varios países y viene sucediendo con el calentamiento global.
El novel coronavirus SARS-CoV-2,
agente patógeno causante de la enfermedad Covid-19, ha generado una emergencia
mundial al convertirse en pandemia, aunque no necesariamente se ha convertido
en epidemia en todos los países. Para la
ciencia, la OMS o los que trabajan en epidemiología, no es una sorpresa tal
tipo de situación para la cual existen protocolos preestablecidos que, sin
embargo, siempre enfrentan resistencia por su impacto económico. Un artículo de 2005 (Wendong Li et al), por
ejemplo, trata de los murciélagos como reservorios naturales de coronavirus del
tipo productor de SARS (Síndrome Respiratorio Agudo) y alertaba sobre su
peligrosidad. Otro artículo de 2007 (Vincent C. et al) enfatiza el carácter
emergente y reemergente de las infecciones por coronavirus. Y como esos hay otros resultados publicados
de investigaciones sobre zoonosis, enfermedades infecciosas y emergentes
provenientes de animales no humanos y que pasan de una especie a otra, como es
natural en la biosfera desde antes de la explosión cámbrica. Seguramente la mayoría de los lectores de
esta columna han visto la charla TED de 2015 ofrecida por Bill Gates, a quien
pintan como un genio, cuando en realidad al vaticinar un peligro como el que
ahora vivimos decía algo de sentido común, sabido por la ciencia, pero
despreciado por sectores políticos que subvaloran el conocimiento científico.
No pertenezco al clan de autores,
columnistas, periodistas, académicos, analistas y opinadores que ven “crisis”
en todo lado y en todo momento. Creo que
la palabra “crisis” hay que reservarla para verdaderas situaciones críticas que
se dan cuando un sistema ya no puede seguir funcionando normalmente o como en
el caso técnico de las crisis económicas cuando se puede medir en indicadores
la magnitud de un retroceso. Con una
sonrisa sarcástica hago eco al trino de Andrés Mejía: “esta debe ser como la
decimonovena crisis definitiva del capitalismo desde 1850”. Por otra parte, tampoco
sigo la senda de los optimistas inveterados como Steven Pinker, Hans Rosling o
los transhumanistas, quienes parecen abanderar la consigna, atribuída a Carlos
Marx, según la cual “la humanidad sólo se plantea los problemas que puede
resolver”.
Ahora estamos ante una crisis de
salud y economía que es mucho menor a varias sufridas en la primera mitad del
siglo XX en el breve lapso de 30 años: 1914-1918 guerra mundial imperialista;
pandemia de influenza en 1918-1919; crisis económica de 1929-1933; segunda
guerra mundial 1939-1945. En contraste,
la segunda mitad del siglo no tuvo verdaderas crisis globales, hubo crecimiento
económico bastante generalizado y los focos de conflicto de mayor intensidad no
alcanzaron las dimensiones de las guerras mundiales y fueron confinados en la
periferia de los centros de poder de las grandes potencias.
En el siglo XXI, a pesar del 9-11 y la nueva geopolítica, el
conflicto bélico no ha alcanzado nunca las cifras del siglo anterior. Y aunque el peligro de guerra nuclear sigue
pendiendo sobre nuestras cabezas, lo cierto es que se encuentra latente en un
plano secundario, casi afuera de la agenda pública. Brotes epidémicos como el SARS, MERS, Ébola,
Zika, Chikungunya y otros, algunos con mayor tasa de letalidad que el actual
coronavirus, no produjeron un impacto comparable a la actual peste al tener una
tasa de contagio mucho menor y ser más fácil su contención.
Así que, vista en perspectiva
histórica, la inminente crisis producida por la emergencia de la Covid no
tendrá las dimensiones de aquellas que vivieron nuestros abuelos y que nuestra
generación nunca había experimentado en carne propia. Pero será lo suficientemente estremecedora
para arrojarnos a la cara una lección contundente que debemos asimilar con
inteligencia superior a la rana de la fábula, pues la verdadera encrucijada para
la humanidad en el siglo XXI es el cambio climático que nos está cocinando
lentamente y que asumimos con procrastinación estructural.
Imagino con optimismo que la
relativamente pequeña o mediana crisis de 2020 será recordada como el simulacro
que preparó a la especie humana para enfrentar el mayor desafío de su breve
historia sobre la faz de la Tierra. Digo
“simulacro” como metáfora, no para repetir el error de la alcaldesa de Bogotá
de etiquetear de esa forma una medida real sobre una amenaza real. Un símil
boxístico podría ser llamar a esta crisis el “sparring” de la humanidad que
ayuda a prepararse para la verdadera pelea por el campeonato mundial. Es el pellizco que nos debe despertar de
nuestro sopor y sacarnos de una vez por todas de la zona de confort. No minimizo la gravedad de la emergencia
actual ni desvalorizo las decenas de miles de personas cuyas vidas han entrado
en las estadísticas de letalidad, cada una de las cuales es una tragedia
familiar (no olvidar que el frenazo temporal de la maquinaria capitalista salva
muchas vidas y renueva la naturaleza por la menor contaminación y el menor
número de muertes en accidentes y otras causas). Lo que quiero es enfatizar el carácter de
advertencia, alerta, lección, aprendizaje, llamado de atención, que tiene la
presente coyuntura. La letra con sangre
entra, decía una vigorosa pedagogía antigua.
¿Y cuáles son las lecciones que
debemos captar en toda su altura y profundidad de esta experiencia vital a
escala planetaria?
En pretendida respuesta, ya la industria
de los gurúes, que sufre de incontinencia verbal, ha ofrecido generosamente su
deposición de graforrea en grandes volúmenes de elucubraciones a una tasa superior
al contagio del CoV2. Prefiero pasar por
encima sin untarme. Keep calm and sapere aude, diría un Kant memético de nueva
generación. Tengamos pues, como nos
enseñó Estanislao Zuleta, el valor de hacer uso público de nuestra propia razón. Pero me temo, estimado lector que has llegado
hasta aquí, que esa propuesta con las dos tesis de abril será en la próxima
columna, en esta misma semana santa.
Quedamos QAP.
Publicado el 6 de abril de 2020 en El Unicornio (elunicornio.co)
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