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miércoles, agosto 14, 2019

Leonardo da Vinci: 500 años

Una aproximación a Leonardo da Vinci como científico

Por Jorge Senior

En 2019 conmemoramos el medio milenio de la muerte de Leonardo el florentino, producto casual del amorío juvenil de Piero y Caterina. Nació en Vinci, una aldea vecina de Florencia, en la misma Toscana donde siglos después pasearía el adolescente Albert Einstein con su mente encaramada en un rayo de luz. Todos reconocemos a Leonardo di ser Piero da Vinci como uno de los grandes artistas del Renacimiento (al lado de las demás “tortugas ninjas”: Donatello, Rafael y Michelangelo, entre otros) y quizás también como un inventor fantasioso y visionario con pocos resultados funcionales. Pero, ¿qué valor tuvo Leonardo como filósofo natural, esto es, cómo científico? He aquí la cuestión que abordo en esta nota feisbukeana basado en algunas lecturas recientes en fuentes secundarias. 

La historia de la ciencia le reconoce muy poco a Leonardo, generalmente no lo menciona o, cuando lo hace, es marginal. Esto es así porque se suele tomar como inicio de la ciencia moderna el año de 1543, cuando se publicaron los libros de Copérnico y Vessalio, sobre astronomía y anatomía, respectivamente. Si acaso se mencionan autores medievales, son catalogados como precedentes o antecedentes. Y en efecto, hubo tantos “precedentes” que una minoría de autores, como Pierre Duhem, consideran que no hubo una ruptura o discontinuidad entre el conocimiento medieval y el moderno, es decir, que no hubo revolución científica, sino continuidad. Aunque no comparto esa visión continuista (al igual que la mayoría de los historiadores de la ciencia) hay que admitir que cuando se examinan en detalle los avances teóricos y prácticos de la primera mitad del milenio por árabes y europeos, se matiza en cierta medida la disrupción fundacional que en anatomía, astronomía, física y matemática, principalmente, se desplegó durante el período que va del mencionado año de 1543 a 1687, año de la publicación de los Principia de Newton (sólo por señalar unos hitos de referencia).

Leonardo fue parido en 1452 por una campesina quinceañera casi en sincronía con un acontecimiento trascendental a miles de kilómetros al norte: la invención de la imprenta por Gutenberg (los chinos imprimían en papel desde varios siglos antes, pero sin la sofisticación mecánica del artilugio de Gutenberg y con una desventaja cultural gigantesca: carecían de alfabeto). Tal coincidencia sería determinante en su desarrollo intelectual posterior. En el campo vivió sus primeros años, en contacto directo con la naturaleza, sin constreñimiento escolar alguno. Esa impronta rural no lo abandonaría nunca en lo que se refiere a su relación con la naturaleza. Luego pasó a vivir con sus abuelos paternos y su tío Francesco en Vinci, donde aprendió a leer, escribir y, lo más importante, a dibujar. Como primogénito de ser Piero hubiera estado “condenado” a ser notario notorio, como su padre, abuelo y bisabuelo, pero al ser un bastardo, un hijo ilegítimo (aunque sí reconocido), se salvó de ese destino. Tanto Caterina como Piero tuvieron múltiples hijos posteriores en sus respectivos matrimonios, así que Leonardo tuvo muchos medios hermanos menores, con los cuales no desarrolló una relación muy cercana. Nunca se casó ni tuvo hijos, pero sí varios amantes masculinos mucho más jóvenes, al estilo de los antiguos griegos. En la adolescencia ingresaría al taller de Andrea Verrocchio, discípulo de Donatello. Aquí su talento juvenil y silvestre sería encauzado y potenciado en las artes de la pintura y la escultura, y en artesanías afines como la fundición, fabricación de tintes, etc. De ese mismo taller saldrían otros artistas famosos como Botticelli y Perugino.

En 1482 marcha a Milán, ciudad que marcaría una larga y productiva etapa hasta fines del siglo, con el mecenazgo de Ludovico Sforza, cercano a los Médicis. De esta fase es la Última Cena. La derrota militar de Sforza en manos de los franceses en 1499 desestabiliza a Leonardo, que tendrá entonces estancias más breves en varias ciudades como Mantua, Venecia, retorna a Florencia y a los 50 años se convierte en arquitecto e ingeniero militar del joven guerrero César Borgia. Sólo a esta edad tendrá Leonardo una experiencia cercana a una campaña militar. En esta época hace llave con Maquiavelo para ciertos planes ingenieriles. En 1503 empieza a pintar la Mona Lisa, que seguirá perfeccionando hasta el final de su vida. Desde 1507 trabaja como pintor e ingeniero del rey francés Luis XII, pero en Milán y a veces en Florencia. Entre 1513 y 1515 está en Roma con el papa León XIII, que ni siquiera había sido sacerdote, y con la protección de uno de los Médicis. Finalmente, a los 65 años de edad sale por primera vez de Italia, para concluir su vida en el castillo de Cloux, Francia, bajo el amparo del rey Luis XII. Allí fallece a los 67, varios meses después de haber sufrido una semiparálisis. 

A Leonardo se le presenta generalmente como un exponente emblemático del Renacimiento. Pero tal caracterización podría conducir a error. Leonardo no sabía latín. Intentó aprenderlo por su cuenta sin mucho éxito. Su formación matemática era límitada. Conocía la aritmética, manejaba el cálculo con ábaco, pero de algebra no tenía mayores nociones. En lo que sí sobresalía, cómo no, era la geometría, la parte de la matemática más ligada al dibujo y a lo visual. Él se veía a sí mismo como un iletrado, autodidacta, ajeno a la cultura libresca, neoplatónica o escolástica de las élites intelectuales de la época. Sin embargo, tras la invención de la imprenta en Alemania, Italia se convertiría en el epicentro editorial de Europa, en especial, Venecia. Empezaron a imprimirse textos clásicos y nuevos en idioma vulgar, el italiano hablado. En esta época de mayorías analfabetas, las ciudades del norte de Italia fueron la vanguardia en alfabetización. Esto puso al alcance de cada vez más lectores las grandes obras de la cultura griega, latina y árabe. Leonardo empezó a dotar su biblioteca personal de textos y al final de su vida tendría más de 150 libros en su poder. Leonardo también aprendía de sus muchos amigos. Por ejemplo, de seguro aprendió del arquitecto Francesco di Giorgio, el matemático Luca Paccioli o el anatomista Marcantonio della Torre (con este último tuvo el que fue, quizás, su único contacto con el mundo universitario, la Universidad de Pavía). Pero ante todo, Leonardo fue un pensador original, con una combinación única de cerebro, ojos y manos.

Tras medio siglo de producción artística, Leonardo dejó menos de una veintena de obras pictóricas, varias de ellas inacabadas, algunas se han perdido y otras fueron hechas en equipo, primero con su maestro Verrocchio y luego con sus alumnos, cuando ya tuvo su taller en Milán. Cuantitativamente es una producción ínfima. Compárese con Vincent van Gogh que en sólo 10 años (1881-1890) produjo más de 900 obras (Una productividad de 90/año en el holandés contra 0,4 del italiano). Esto se explica no sólo por los distanciados estilos de pintura, sino por dos concepciones de vida completamente diferentes. Vincent empezó a pintar a los 27 y pintó “como loco” durante una década, frenéticamente, como si su salud mental y su vida misma dependiera de ello. Leonardo tenía múltiples intereses diferentes a la pintura, los cuales casi siempre priorizaba. Era un perfeccionista que nunca se daba por satisfecho (lo perfecto es enemigo de lo bueno). Podía durar años e incluso décadas perfeccionando una obra. Es famosa su carta ofreciendo sus servicios a Ludovico Sforza, en la cual menciona sus competencias como ingeniero militar y luego, tras una larga enumeración de sus conocimientos, capacidades y habilidades técnicas, agrega al desaire, “y también sé pintar”. En escultura todo fue efímero. Su obra más importante fue el descomunal caballo para una estatua ecuestre del padre de Ludovico, que no pasó de la etapa de modelo de arcilla, destruido por las tropas francesas. ¿Era Leonardo un improductivo? Todo lo contrario. Solía decir, “los hombres de genio están haciendo lo más importante cuando menos trabajan” y podía pasarse una hora sin moverse contemplando su obra para luego dar una pincelada y marcharse. Pero su gigantesca productividad se refleja en decenas de miles de folios con dibujos y anotaciones que, aún hoy, son objeto de investigaciones. Andaba para arriba y para abajo con una especie de cuaderno de notas atado al cinto, registrando al detalle las cosas más increíbles o aparentemente insignificantes, desde miniaturas de la naturaleza hasta gestos humanos que expresaban emociones.

Leonardo tenía varios defectos. Era disperso, inconsistente y la posteridad le importaba un bledo. Su costumbre de no terminar lo que empezaba, incluso cuando había de por medio encargos contractuales, era fama en la Italia de finales del Quattrocento. Esto pudo incidir en que no le hicieran encargos importantes, como la capilla sixtina, que con su talento hubieran dejado un legado de otras maravillas artísticas. Pero, cuando hay genialidad, los defectos pueden mirarse como cualidades. La dispersión multifacética de Leonardo es la base de su fama como genio universal y su coherencia se sustenta en la curiosidad insaciable que hacía de su vida una exploración infatigable. En términos actuales yo lo diría así: su proyecto de vida era una macroinvestigación cosmográfica. 

En toda semblanza de Leonardo aparece siempre el listado de 10, 15 o 20 campos del arte, la ciencia y la ingeniería en los cuales incursionó con mayor o menor éxito (Wikipedia menciona 15 por ejemplo). Intentemos una lista: pintura, dibujo, escultura, música, teatro, escenografía teatral, poesía, escritura, arquitectura, ingeniería militar, ingeniería civil, urbanismo, geometría, cartografía, geología, óptica, hidrodinámica, aerodinámica, mecánica (estática, dinámica), neumática, química empírica, fabricación de artefactos mecánicos e instrumentos musicales, zoología, paleontología, botánica, anatomía, fisiología, filosofía natural, metodología y, además, el vago título de inventor. De hecho, muchos de esos campos surgieron posteriormente, de tal manera que en su época no existían como disciplinas especializadas, sus fronteras se erigieron después, así que no es extraño que el Renacimiento produjera muchos polímatas. Fue la pintura, relegada a segundo plano por él, la que lo inmortalizó, y en su obra pictórica se refleja su saber geológico, óptico, geométrico, botánico, zoológico y anatómico. También, desafortunadamente, sus experimentos químicos en materia de tintes y colores, a veces con resultados desastrosos, como en la Última Cena que pintó en un muro, pero no como un fresco, por lo cual empezó a deteriorarse rápidamente. 

Era un autodidacta, pero no un genio solitario como Ramanuján. Extrovertido y amiguero, absorbía conocimiento preguntando a sus paisanos, inmerso en su entorno epocal. O preguntando a la naturaleza. Su poder de observación era increíble. Leonardo era capaz de detectar cómo se mueven en direcciones contrarias los dos pares de alas de una libélula o de inventariar 730 formas de correr el agua y listar 67 palabras para describirlas. Hizo 169 intentos de resolver la cuadratura del círculo y comparó las extensiones y proporciones de centenares de segmentos del cuerpo humano. Con esa curiosidad de niño elaborada en cientos de preguntas de investigación y con su fina capacidad de observación pudo encontrar algo extraordinario en la lengua del pájaro carpintero. No daba nada por sentado como el adulto moderno y por eso podía preguntarse, ¿por qué el cielo es azul?, ¿por qué sopla el viento? y una infinidad de interrogantes que revelan el asombro ante lo aparentemente más anodino y cotidiano.

Leonardo pensaba dibujando con su prodigiosa zurda. Dibujar era una forma de experimentar, como hoy la simulación por computador, pero también hizo verdaderos experimentos. No diferenciaba conceptualmente entre experiencia y experimento, pero usaba ambas formas de contrastación empírica y las defendía en sus escritos bajo un solo término: ‘sperienza’. Su método era empirista inductivo, en contravía del escolasticismo. O también podría decirse que era hipotético-deductivo en cada escalón de una escalera que ascendía de lo observable hacia las generalizaciones y abstracciones. Sus conjeturas se basaban en la asociación o analogía y creo que se movía en dos extremos: (1) asociaciones inmediatas de bajo nivel de generalidad que le permitían descubrir patrones concretos específicos o (2) asociaciones de vasto alcance sobre las formas matemáticas que presenta la naturaleza en vegetales, animales, ríos y orografía, inspiradas en cierta visión analógica del mundo menor (que hoy llamaríamos más bien mesomundo, la escala humana) y el mundo mayor o cosmos. No era ajeno a principios generales de la tradición o de los autores griegos y latinos que fue conociendo a medida que leía los textos clásicos que se reprodujeron con el boom de la imprenta. Pero no tragaba entero. Los ponía a prueba y corregía. Así criticó a Galeno a partir de su vasta experiencia en disecciones, varias décadas antes de Vessalio. Y su famoso “hombre de Vitrubio” se diferenció en múltiples aspectos del original, basado en sus mediciones del cuerpo humano.

Leonardo entendió que la Luna no brillaba con luz propia sino que reflejaba la luz solar e imaginó que un hombre parado en un lugar oscuro de la Luna (noche lunar) vería la Tierra brillar en la oscuridad de manera similar a como vemos acá la Luna, reflejando la luz del Sol. Esto lo infirió a partir de observar que partes oscuras de la Luna son iluminadas tenuemente por la Tierra. Así que concebía a la Tierra como un planeta. El vuelo de las aves siempre lo cautivó, observó cuidadosamente los diferentes movimientos de las alas de pájaros grandes y pequeños en el despegue, el aterrizaje, el vuelo, etc, y encontró patrones. También notó que la forma de las alas creaba un efecto de levante por mayor densidad del aire abajo que arriba. Uno de sus diseños tipo ala delta, puede efectivamente planear con un pequeño ajuste. Reconozcamos que hasta hoy nadie ha inventado una efectiva máquina voladora impulsada por fuerza humana. Leonardo estudió la turbulencia del aire y el agua y sus descubrimientos en mecánica de fluidos se anticiparon siglos a sus desarrollos definitivos. Estudió el movimiento, el “impulso” (momentum en la concepción medieval) y la fricción y se acercó notablemente al Principio de Inercia de Galileo o primera ley de Newton. Entendió que la máquina de movimiento perpetuo era imposible y se aproximó así a la primera ley de la termodinámica. Sus logros en anatomía y fisiología fueron increíbles, entendió aspectos claves del corazón y la circulación de la sangre, pero no cómo se cierra el circuito a nivel capilar, lo que lograría Harvey casi un siglo después. Su conocimiento del corazón y sus válvulas fue tal que uno de sus descubrimientos apenas vino a comprobarse en el período 1991-2014 con las nuevas tecnologías. Leonardo comprendió que la orografía era dinámica, que las rocas y estratos tenían edades diversas y que los fósiles correspondían a animales extintos de épocas pasadas. En ingeniería militar hizo aportes específicos en el diseño de defensas o fortalezas (la estructura curva es más resistente que la plana a los cañonazos) y mejoró en alto grado la cartografía militar con el dron de la imaginación. 

Pero casi todos estos logros asombrosos se quedaron engavetados porque nunca publicó y, por ello, no tuvieron mayor impacto en la historia de la ciencia. No le interesaba la posteridad y en esa época aún no se concebía la ciencia como empresa colectiva acumulativa. Así como se pasó años arrastrando la Mona Lisa de un lado a otro, perfeccionándola, asimismo planeó la realización de varios Tratados que se quedaron como borradores eternos. Su obra escrita (con dibujos y texto) puede superar los 50.000 folios, pero muchos se perdieron (algunos que estuvieron perdidos han sido hallados). Otros han pasado por muchas manos durante estos 500 años. Por ejemplo, en 1994 Bill Gates compró el códice Leicester, donde Leonardo analiza la Luna iluminada por el brillo reflejado de la Tierra, por casi 31 millones de dólares. Otros están en museos. El estudio de estos textos, dibujos y diseños aún no termina. Algunas máquinas inventadas en el papel han sido construidas en tiempos actuales sin mayores éxitos en cuanto a su funcionalidad, pero hay que entender que él dibujaba ideas, pensaba dibujando, sus diseños eran hipótesis en búsqueda de algún día poder ponerlas a prueba. Y no hay que olvidar que una buena parte de su creatividad se dedicó al montaje de espectáculos, diseñando todo tipo de escenografías, vestimentas y lo que hoy llamaríamos efectos especiales. Esos espectáculos eran como una mezcla de teatro clásico y circo, generalmente con contenidos de la tradición, fuese religiosa o no. Así que algunos artefactos no estaban diseñados para hacer sino para aparentar. Por ejemplo, las alas de un ángel, interpretado por un actor, no estaban hechas para volar, pues éste volaba enganchado por una polea e hilos casi invisibles al estilo del Cirque du Soleil, pero aun así Leonardo las diseñaba con su hiperrealismo característico siguiendo sus conocimientos sobre las alas de las aves. El límite entre realidad y fantasía era borroso. ¿Era así en su mente o simplemente aprovechaba la jugosa financiación de los espectáculos para avanzar en sus diseños en perspectiva de lograr algo funcional algún día? 

Mi conclusión es que a medida que se conoce más y mejor sobre la obra escrita y dibujada de Leonardo, adquiere mayor relevancia su condición de científico experimental pionero con cierta base matemática. Y así como es una figura descollante en el panteón de los pintores, Leonardo podría ganarse un puesto al lado de Copérnico, Vessalio, Tartaglia, Cardano, Kepler, Galileo y Harvey, como pionero y expresión de un movimiento intelectual empirista que desembocaría en la revolución científica. Más allá de los descubrimientos concretos y su efecto acumulativo, la revolución científica es un cambio de pensamiento en torno al método de investigación. Existe la idea de que Descartes es “el padre de la modernidad” y que la revolución científica fue platónica y antiaristotélica. Lo cierto es que fue lucreciana y baconiana. Aunque la matematización del mundo es parte medular, el punto clave del viraje histórico está en el método experimental, que encarna la visión materialista del mundo y que podría ser el mayor descubrimiento de la historia de la humanidad, o al menos está a la altura del manejo del fuego y del descubrimiento del microcosmos y el macrocosmos como hitos fundamentales de la historia humana. Y Leonardo impactó en esa dirección aunque no fuese a través de publicaciones.

Conmemorar los 500 años de la muerte del genio florentino es una buena oportunidad para investigar, reflexionar y deliberar sobre la época decisiva en que el mundo cambió para siempre. 

Nota: para la primera semana de mayo tendremos una amena charla en el planetario de Combarranquilla sobre Leonardo, el dibujante florentino y filósofo experimental.

El Búho

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