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sábado, octubre 29, 2022

Por qué no soy agnóstico


El debate entre ateísmo y agnosticismo parece ser más interesante que la discusión entre ateísmo y creencia en la existencia de un dios.  Por eso abordo el tema en esta columna publicada el 29 de 0ctubre de 2022 en el portal El Unicornio, un día antes de la segunda vuelta en la elección presidencial en Brasil.

Por qué no soy agnóstico

La revista científica más importante del mundo, Nature, dice en su más reciente editorial que en la segunda vuelta electoral en Brasil sólo hay una opción consistente con la ciencia: votar por Lula para que pierda Bolsonaro, a quien la revista considera, con pleno fundamento, “una amenaza para la ciencia, la democracia y el medio ambiente”.

De manera análoga digo que frente al tema de la existencia de un dios (o varios dioses) sólo hay una opción consistente con la cosmovisión científica del siglo XXI: el ateísmo. Y en este caso la opción que estoy descartando no es la creencia en un dios, que en el mundo actual obviamente es un asunto de mera fe, sino el agnosticismo, posición que sí pretende ser racional.

Difiero de muchos ateos a quienes les encanta debatir y criticar a los creyentes.  Eso es tiempo perdido porque tal creencia no se basa en la razón sino en el argumento de autoridad impuesto en la crianza a temprana edad siguiendo la tradición y/o en necesidades psicológicas de algunos individuos que encuentran en tal creencia una prótesis mental que les sirve de apoyo.  La creencia en un dios pertenece a la zona mitológica en la cual el individuo puede especular sin mayor riesgo para la vida práctica, tal y como expusimos en una columna donde reseñamos el libro La racionalidad de Steven Pinker. Más o menos lo mismo pienso de quienes se dedican a refutar tonterías como el terraplanismo que carecen de importancia.

Se me dirá que la religión sí tiene importancia por sus repercusiones negativas en la vida social, como evidencia la historia: dogmatismo, guerras, vasallaje, manipulación, explotación, restricciones a la libertad, alienación, fanatismo y muchas más.  El adoctrinamiento religioso a los niños perjudica o distorsiona la formación moral, axiológica, actitudinal y cognitiva, aunque desde luego su ausencia no es garantía de una formación apropiada.

El punto es que la clave en la formación del joven no reside en los temas metafísicos sino en el desarrollo del pensamiento crítico – racional y la asimilación activa de la cosmovisión científica construida con rigor lógico y experimental en los últimos dos o tres siglos y que constituye el más grandioso logro de la humanidad.  El ateísmo termina siendo simplemente un corolario de lo anterior, no el asunto principal.  Por tanto, no se trata de hacer proselitismo ateo, como si fuese una creencia más, sino de fortalecer el pensamiento crítico en los espacios educativos y de comunicación masiva, lo cual se contrapone al facilista pensamiento mágico y a los impulsos fanáticos.  Todo ello a sabiendas de que la naturaleza humana, como la entendemos hoy, no es la de un ser precisamente racional, por lo que la tarea no es nada fácil.

Dicho esto, volvemos entonces al descarte del agnosticismo como opción racional.  Éste es un debate mucho más interesante, pues el agnóstico no puede refugiarse en la fe.  De hecho, algunos agnósticos acusan al ateo de caer en un acto de fe por su afirmación contundente sobre la no existencia de dioses, mientras el agnóstico deja margen a la duda, lo cual parece una actitud más racional.

Es un error lógico.  La no existencia de un X (sea X un dios o cualquier entidad propuesta por una o muchas personas) nunca puede demostrarse o probarse.  La carga de la prueba recae siempre en quien postula la existencia de X.  Los seres humanos hemos inventado todo tipo de seres o entidades fantasiosas o míticas: dragones, duendes, hadas, espíritus de la selva, fantasmas, almas, dioses, ángeles, demonios, elefantes rosados, unicornios azules, flogisto, éter, calórico, élan vital. Una cuasi-infinita inflación ontológica.

Si el agnóstico es consecuentemente racional tendría que extender su agnosticismo, es decir, su manto de duda, sobre toda la parafernalia mitológica inventada por todas las culturas del planeta.  O probar que determinado ser mítico, por ejemplo el dios cristiano, es un caso especial que merece un tratamiento preferencial, como decir: “soy agnóstico sobre el dios cristiano, pero no sobre Zeus u Odín”.  ¿Y qué tiene de especial la mitología cristiana respecto a las demás mitologías? Todos los dioses inventados por los humanos son idiosincrásicos, provienen de una tradición, como las costumbres y los acentos.  El cristianismo no es la excepción, sólo que es uno de los componentes de la cultura occidental que logró conquistar el mundo, un hecho meramente circunstancial, no atribuible a su más común mitología tradicional.

Otro argumento del agnóstico es atribuirle a la idea de dios (¿y por qué no de dioses en plural?) el carácter de hipótesis, lo cual parece acorde con la ciencia.  Algunas de las entidades arriba mencionadas, como el flogisto, el calórico, el élan vital o el éter fueron hipótesis científicas hace más de un siglo, que luego resultaron ser refutadas.  ¿No podría ser un dios una hipótesis para explicar algo?  La respuesta simple es “no”. Recuerden que estamos en el siglo XXI.  Los dioses pudieron ser una explicación racional de la lluvia, el rayo, la fertilidad de la tierra o cualquier otro fenómeno natural en las épocas precientíficas desde la edad de piedra hasta la sociedad medieval europea e incluso hasta la época de Newton.  Podríamos decir que el pensamiento mágico religioso y la proyección antropomórfica eran una necesidad, o por lo menos la alternativa más plausible, y por eso usamos el concepto de “religión natural”. 

En la era moderna, cuando tenemos a nuestra disposición una cosmovisión científica bien fundamentada en evidencias, aunque no lo explique todo, esa “hipótesis” de dios -como le dijera Laplace a Napoleón- resulta innecesaria.  Ni sirve como hipótesis pues carece de valor heurístico, es decir, no es fecunda para la investigación.  Es lo que se suele llamar “el dios de los huecos”: lo que la ciencia no podía explicar, se le atribuía a un dios, pero luego el avance del conocimiento científico rellenaba ese hueco y entonces la “hipótesis explicativa” por medio de la voluntad antropomórfica de un dios se echaba a la basura.  Y así sucesivamente, un dios en permanente retroceso.

Puede haber más razones, el tema es amplio y fascinante, mas el espacio de esta columna ha llegado a su fin.    



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