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lunes, julio 20, 2020

De la década de los 60 a 1989: reseña de dos libros de historia de Colombia



El primer libro se titula Los años sesenta y tiene por subtítulo Una revolución en la cultura (Edición Debate 2014 de Penguin Random House, lleva dos reimpresiones).  Su autor es el historiador Álvaro Tirado Mejía, nacido en Medellín en 1940.

El segundo texto es 1989 de la periodista María Elvira Samper.  Publicado por Editorial Planeta en 2019 y lleva dos ediciones del mismo año.

El contraste vale la pena pues ambos volúmenes realizan un recuento de la historia reciente de Colombia y utilizan un segmento de tiempo convencional como delimitación del objeto de estudio: una década en el primer caso y un año en el segundo.  Ambos períodos sumamente intensos y de algún modo merecedores de esa atención especial.  Este par de libros constituyen una buena lectura para las nuevas generaciones como una aproximación a la atmósfera que se vivía en esos períodos que precedieron su existencia y que significaron cambios a futuro.  Para los que vivimos esos años es un ejercicio de confrontación con nuestra memoria vivencial.  Sin embargo, no creo que los dos textos resulten interesantes para lectores extranjeros o para historiadores.

El primer libro gira en torno a la apertura cultural del país y la rebelión juvenil, mientras el segundo lo hace alrededor del tema del narcotráfico que precisamente se inició en los años sesenta y que Tirado no acierta a mencionar como fenómeno de producción y oferta que empezó en la Sierra Nevada de Santa Marta.  De hecho tampoco analiza la cultura popular de los años sesenta de donde saldrían esos emprendedores del narcotráfico o fenómenos como la Anapo.  Por ejemplo, Tirado muestra la influencia europea y norteamericana, así como la de la revolución cubana y la Cepal, pero no la de México que era predominante en los sectores populares a través del cine, la música, las revistas, los “paquitos” (comics) y espectáculos como los circos y la lucha libre.  Pues bien, resulta que el protagonista principal de 1989 es Gonzalo Rodríguez Gacha, el narcotraficante que apodaban el Mexicano, no por casualidad, pues reflejaba esa impregnación de la cultura mexicana farandulera en el imaginario popular de la Colombia rural y urbana.  Así que el libro de Samper nos sirve para detectar esos vacíos en el libro de Tirado.

El historiador Tirado nos muestra cómo se transformó la historiografía en los años 60, pero lo irónico es que en su libro no parece asimilar del todo esos avances, pues su enfoque se centra en las élites, más cerca de la vieja historia que de la nueva historia que el propio Tirado lideró en otras épocas.  El subtítulo del volumen no es exacto, pues acorde al contenido debió denominarse Una revolución en la cultura intelectual.  En efecto, en sus 16 capítulos Tirado toca temas como el contexto internacional, las artes (plásticas, literatura, teatro), las ciencias sociales (sociología, marxismo, historia y economía), la religión institucional organizada, la moral (sexualidad y costumbres), la educación (pero sólo la universitaria en el aspecto político organizacional), algunas políticas (exterior, derechos humanos, control de natalidad).  Un problema de la organización del libro es que no sigue el orden cronológico por lo que se vuelve notoriamente repetitivo, casi senil, al aparecer el mismo punto en varios capítulos.

En este sentido el libro es superficial, una obra light que no profundiza en las estructuras (por ejemplo el giro de 90 grados del conflicto social que da inicio a la lucha vertical de clases), ni en la cultura política (por ejemplo, el gran fenómeno político de los sesenta fue la Anapo, que permanece inexplicado), ni en la tecnología (telecomunicaciones, transporte, producción), ni en lo demográfico (urbanización forzosa), ni en la economía, ni en la reorganización del estado, ni en el medio ambiente, ni en los movimientos sociales (obreros, sindicalismo, campesinos, étnias, mujeres, la excepción es el movimiento estudiantil que el autor vivió).  El libro es pobre en cifras, pocos datos cuantitativos, deficiencia eterna de la historiografía colombiana.   

Tirado no escribió un libro autobiográfico, pero a ratos parece que lo fuera.  Además del centralismo típico de los relatos históricos colombianos, aquí hay un centralismo antioqueño.  Fenómenos culturales como el vallenato y la música tropical y caribeña que irrumpen en el interior del país en los años sesenta (precisamente en sellos disqueros ubicados en Medellín) y termina desplazando a la musica tradicional andina de pasillos y bambucos, no aparece en el texto.  Y no sólo está ausente semejante cambio musical, tampoco aparece la literatura de las regiones, por ejemplo el Grupo de Barranquilla, que en los años sesenta fue un hecho cultural de tal importancia que llegó a producir un premio Nobel (Gabo aparece desde luego pero como rueda suelta, un rayo en cielo despejado).  Es un libro sin Caribe. En contraste, el nadaísmo tiene un protagonismo exagerado.

Hay aportes interesantes en torno a la cultura del hispanismo, asociada al conservatismo, y el énfasis en el control de natalidad trae nuevamente a la luz un tema casi olvidado que revela un curioso alineamiento entre la izquierda y la extrema derecha, ambos rechazando dicha política. También constituyen aportes el foco en los orígenes del sistema interamericano de derechos humanos, así como rememorar la influencia cepalina y sus conexiones con al alianza para el progreso.

Pero buena parte del libro está vertebrada alrededor de la rebelión juvenil en dos dimensiones principales: la contracultura y la revolución.  Al parecer la conclusión de Tirado es que la primera triunfó y la segunda fracasó, en el sentido de que si bien ambas tuvieron un gran impacto en las décadas subsiguientes, la contracultura produjo efectos permanentes en las mentalidades y costumbres, mientras que la revolución se diluyó o se descarriló.  Si esta interpretación de la valoración que el autor hace es correcta, entonces al punto se vuelve discutible, por sobresimplificación.

La idea central del libro de Álvaro Tirado es que Colombia vivió un período conflictivo entre una mentalidad modernizante y progresista frente a otra tradicionalista y conservadora de resistencia e identidad, para llevar finalmente a una apertur cultural.  Lo que el autor no analiza es que en aspectos fundamentales la visión conservadora se impuso.  La reforma agraria fracasó.  El pensamiento premoderno sigue enraizado en alto grado, por ejemplo en la cultura política y en la cosmovisión.  De la influencia norteamericana de hippies y Alianza para el Progreso se pasó a la invasión evangélica. Se puede decir que el país se urbanizó, pero también que las ciudades se ruralizaron.  Por otro lado Colombia no es más igualitaria ahora que antes y buena parte de la movilidad social se ha dado por fuera de la legalidad, por la vía de la corrupción, el narcotráfico, el clientelismo, el paramilitarismo. No ha habido el desarrollo de un capitalismo productivo e innovador, como si lo hubo en países del Este Asiático en el mismo período.  Entre el sector primario y terciario la industria languidece.

Queda tela por cortar pero es menester pasar ya al segundo libro para no extender en demasía esta reseña.  El libro de Samper inicia con un buen prólogo analítico del académico Francisco Gutiérrez, investigador del IEPRI de la Universidad Nacional, y luego se estructura en tres capítulos y un anexo.  El primer capítulo es un breve panorama de la situación de los años 80, de la herencia que recibe el gobierno de Barco y la complejización de la violencia con diferentes actores armados: varias guerrillas, grupos paramilitares, carteles de la droga, militares, policías, DAS y Dirección de Instrucción Criminal, además de las tres ramas del poder.  El segundo capítulo es el corazón del libro, donde se narra en 125 páginas “un maldito hecho detrás de otro” (frase atribuída a Arnold Toynbee), la secuencia de acontecimientos de 1989, el año más violento de la historia de Colombia (hasta ese entonces).  El tercer capítulo es de entrevistas a varios protagonistas: César Gaviria, Rafael Pardo Rueda, Alfonso Gómez Méndez, Aída Avella, Oscar Naranjo, Francisco Leal. Y termina con un anexo de 34 páginas que contiene una cronología minuciosa, día por día, de más de 365 acciones guerrilleras en ese año, la mayoría del ELN.

He aquí una lista de los principales acontecimientos narrados en el libro:

Enero 18: masacre de La Rochela (víctimas y victimarios son agentes del estado)

Febrero 27: son asesinados en hechos independientes, Teófilo Forero, secretario del partido comunista, y Gilberto Molina, el zar de las esmeraldas.

Marzo 3: asesinado José Antequera en el aeropuerto y en el mismo hecho es herido Ernesto Samper.

Marzo 29: asesinado Héctor Giraldo, gerente de El Espectador (tres años antes había sido asesinado Guillermo Cano)

Mayo 30: atentado con carro-bomba contra el General Maza, director del DAS, quien sale ileso.

Junio 7: se revela el entrenamiento de paramilitares por parte de mercenarios israelíes e ingleses, encabezados por Yair Klein.

Julio 4: asesinado por error el Gobernador de Antioquia, Antonio Roldán. La víctima iba a ser el insobornable Coronel Valdemar Franklin Quintero.

Agosto 4: frustran atentado contra Galán en Medellín.

Agosto 18: en la mañana es asesinado en Medellín el Coronel Valdemar Frnklin Quintero y en la noche Luis Carlos Galán en Soacha.

Septiembre 2: destruída la sede de El Espectador por carro bomba.

Octubre 20: carro bomba en el Hotel Royal en Barranquilla.

Noviembre 15: es asesinado el árbitro Álvaro Ortega (Chucho Díaz estaba a su lado). El campeonato de fútbol es cancelado cuando el Unión Magdalena iba de líder.

Noviembre 23: Escobar escapa de un cerco en Cocorná.

Noviembre 27: es volado un avión de Avianca tras decolar de Bogotá rumbo a Cali. La peor masacre de civiles en la historia de Colombia.

Noviembre 30: el camarazo. Se cae la reforma política en el Congreso.

Diciembre 6: atentado al DAS, el carro bomba más potente de la historia.

Diciembre 15: es dado de baja Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano.

Diciembre 20: es secuestrado el hijo de Germán Montoya, secretario de presidencia y mano derecha de Barco.

Además de los anteriores, se reseñan múltiples homicidios y atentados contra periodistas, jueces, parientes de jueces, sacerdotes, militantes de la UP.  Una vorágine de violencia.

Es un libro abundante en datos, no en cifras sino en acontecimientos.  El eje es el narcotráfico, en especial el cartel de Medellín, aunque Rodríguez Gacha es más protagónico que Escobar.  Los esmeralderos y las guerrillas hacen parte del entorno, pero no ocupan el centro de la narración.  La extradición es el principal punto de conflicto entre los narcos y el estado, en el contexto de la subordinación total de Colombia a la política estadounidense antidrogas centrada en la oferta y que llevó a la militarización de la estrategia del gobierno, a pesar de unos leves y tardíos pataleos del presidente Barco ante los EEUU y la comunidad internacional. Esa figura jurídica le costó un gigantesco baño de sangre al país.  ¿Valió la pena? El libro deja entrever que no, pues 3 décadas después el narcotráfico sigue tal cual.

El año de 1989 marca un punto culminante en la guerra de un sector de los narcos contra el estado colombiano, intentando doblegar la institucionalidad.  La autora va siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos de ese año, al mismo tiempo que aprovecha los eventos para mostrar los antecedentes a lo largo de la década en temas como el conflicto armado, la cooptación del estado por los narcos en ascenso, el surgimiento de algunos personajes, la extradición, el paramilitarismo, la guerra sucia. Y también muestra la evolución posterior hasta el presente de ciertos casos judiciales, como por ejemplo el asesinato de Galán.  No queda claro, sin embargo, por qué si Maza estaba ligado al cartel de Cali, se encuentra involucrado con el Mexicano en el magnicidio de Galán. 

A diferencia del libro de Tirado que no es muy informativo ni muy analítico, éste sí es sustancioso en lo informativo y aunque no sea muy analítico el sólo hecho de evidenciar el entramado de militares, narcos, paramilitares y políticos arroja luz sobre la naturaleza del poder en Colombia.  Sin embargo, queda debiendo el rol de los sectores económicos legales en esa trama (excepto el fútbol), tal vez porque el involucramiento de estos sectores se fue incrementando en los años subsiguientes o porque el libro no se enfoca en el cartel de Cali o en redes mafiosas de la Costa Caribe.  El papel de los terratenientes no se aclara lo suficiente, ni siquiera en el Magdalena Medio donde se narra lo de Acdegam y Morena, pero desde una mirada muy bogotana. Sí se muestra algo de la conexión y conflicto entre el sector de esmeralderos y el narcotráfico de cocaína.

A pesar del huracán de sucesos de violencia que arrasó al país entre 1986 y 1990, el libro valora positivamente la gestión de Virgilio Barco.  La autora aprecia el esfuerzo del presidente en combatir el fenómeno del narcotráfico y su creciente violencia, así como su afán de reforma política y superación del Frente Nacional o sus simbólicos e inanes gestos de independencia respecto a EEUU.  Para disculparlo dibuja una tesis de soledad del poder, un presidente maniatado sin las herramientas jurídicas, legales y militares.  Al final la paz con el M19 salva al gobierno de un balance desastroso y le brinda el impulso para sentar las bases de lo que será la Asamblea Nacional Constituyente.  Pero la autora deja pasar sin profundizar un hecho trascendente, uno de los principales sucesos políticos del año: el “camarazo”. El tema es tocado pero no evaluado en toda su significación ni detallado en su filigrana. El camarazo fue el hundimiento del plebiscito y la reforma política cuando los narcos, a través de los representantes a la cámara, lograron colar la no extradición, mientras el presidente viajaba.  Debido a ese hecho surge el movimiento estudiantil de la séptima papeleta y el golpe de opinión que permitió la convocatoria de la Constituyente.  Todo ello en confluencia con el proceso de paz con el M19.

Finalmente, las entrevistas del tercer capítulo son un complemento pertinente a la narración y representan al gobierno, la policía, la procuraduría, la UP y la academia. Quizás la más interesante es la del entonces procurador, Alfonso Gómez Méndez.  Esperaba más de Aida Avella y del profesor Francisco Leal.

Reitero mi invitación a las nuevas generaciones para leer críticamente este par de obras sobre dos momentos históricos impactantes.




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