El primer libro se titula Los
años sesenta y tiene por subtítulo Una revolución en la cultura
(Edición Debate 2014 de Penguin Random House, lleva dos reimpresiones). Su autor es el historiador Álvaro Tirado
Mejía, nacido en Medellín en 1940.
El segundo texto es 1989
de la periodista María Elvira Samper.
Publicado por Editorial Planeta en 2019 y lleva dos ediciones del mismo
año.
El contraste vale la pena pues
ambos volúmenes realizan un recuento de la historia reciente de Colombia y
utilizan un segmento de tiempo convencional como delimitación del objeto de
estudio: una década en el primer caso y un año en el segundo. Ambos períodos sumamente intensos y de algún
modo merecedores de esa atención especial.
Este par de libros constituyen una buena lectura para las nuevas
generaciones como una aproximación a la atmósfera que se vivía en esos períodos
que precedieron su existencia y que significaron cambios a futuro. Para los que vivimos esos años es un
ejercicio de confrontación con nuestra memoria vivencial. Sin embargo, no creo que los dos textos
resulten interesantes para lectores extranjeros o para historiadores.
El primer libro gira en torno a
la apertura cultural del país y la rebelión juvenil, mientras el segundo lo
hace alrededor del tema del narcotráfico que precisamente se inició en los años
sesenta y que Tirado no acierta a mencionar como fenómeno de producción y
oferta que empezó en la Sierra Nevada de Santa Marta. De hecho tampoco analiza la cultura popular
de los años sesenta de donde saldrían esos emprendedores del narcotráfico o
fenómenos como la Anapo. Por ejemplo,
Tirado muestra la influencia europea y norteamericana, así como la de la
revolución cubana y la Cepal, pero no la de México que era predominante en los
sectores populares a través del cine, la música, las revistas, los “paquitos”
(comics) y espectáculos como los circos y la lucha libre. Pues bien, resulta que el protagonista principal
de 1989 es Gonzalo Rodríguez Gacha, el narcotraficante que apodaban el
Mexicano, no por casualidad, pues reflejaba esa impregnación de la cultura
mexicana farandulera en el imaginario popular de la Colombia rural y
urbana. Así que el libro de Samper nos
sirve para detectar esos vacíos en el libro de Tirado.
El historiador Tirado nos muestra
cómo se transformó la historiografía en los años 60, pero lo irónico es que en
su libro no parece asimilar del todo esos avances, pues su enfoque se centra en
las élites, más cerca de la vieja historia que de la nueva historia que el
propio Tirado lideró en otras épocas. El
subtítulo del volumen no es exacto, pues acorde al contenido debió denominarse Una revolución en la cultura intelectual. En efecto, en sus 16 capítulos Tirado toca
temas como el contexto internacional, las artes (plásticas, literatura,
teatro), las ciencias sociales (sociología, marxismo, historia y economía), la
religión institucional organizada, la moral (sexualidad y costumbres), la
educación (pero sólo la universitaria en el aspecto político organizacional), algunas
políticas (exterior, derechos humanos, control de natalidad). Un problema de la organización del libro es
que no sigue el orden cronológico por lo que se vuelve notoriamente repetitivo,
casi senil, al aparecer el mismo punto en varios capítulos.
En este sentido el libro es
superficial, una obra light que no profundiza en las estructuras (por ejemplo
el giro de 90 grados del conflicto social que da inicio a la lucha vertical de
clases), ni en la cultura política (por ejemplo, el gran fenómeno político de
los sesenta fue la Anapo, que permanece inexplicado), ni en la tecnología
(telecomunicaciones, transporte, producción), ni en lo demográfico
(urbanización forzosa), ni en la economía, ni en la reorganización del estado, ni
en el medio ambiente, ni en los movimientos sociales (obreros, sindicalismo,
campesinos, étnias, mujeres, la excepción es el movimiento estudiantil que el
autor vivió). El libro es pobre en
cifras, pocos datos cuantitativos, deficiencia eterna de la historiografía colombiana.
Tirado no escribió un libro
autobiográfico, pero a ratos parece que lo fuera. Además del centralismo típico de los relatos
históricos colombianos, aquí hay un centralismo antioqueño. Fenómenos culturales como el vallenato y la
música tropical y caribeña que irrumpen en el interior del país en los años
sesenta (precisamente en sellos disqueros ubicados en Medellín) y termina
desplazando a la musica tradicional andina de pasillos y bambucos, no aparece
en el texto. Y no sólo está ausente
semejante cambio musical, tampoco aparece la literatura de las regiones, por
ejemplo el Grupo de Barranquilla, que en los años sesenta fue un hecho cultural
de tal importancia que llegó a producir un premio Nobel (Gabo aparece desde
luego pero como rueda suelta, un rayo en cielo despejado). Es un libro sin Caribe. En contraste, el
nadaísmo tiene un protagonismo exagerado.
Hay aportes interesantes en torno
a la cultura del hispanismo, asociada al conservatismo, y el énfasis en el
control de natalidad trae nuevamente a la luz un tema casi olvidado que revela
un curioso alineamiento entre la izquierda y la extrema derecha, ambos
rechazando dicha política. También constituyen aportes el foco en los orígenes
del sistema interamericano de derechos humanos, así como rememorar la
influencia cepalina y sus conexiones con al alianza para el progreso.
Pero buena parte del libro está
vertebrada alrededor de la rebelión juvenil en dos dimensiones principales: la
contracultura y la revolución. Al
parecer la conclusión de Tirado es que la primera triunfó y la segunda fracasó,
en el sentido de que si bien ambas tuvieron un gran impacto en las décadas
subsiguientes, la contracultura produjo efectos permanentes en las mentalidades
y costumbres, mientras que la revolución se diluyó o se descarriló. Si esta interpretación de la valoración que
el autor hace es correcta, entonces al punto se vuelve discutible, por
sobresimplificación.
La idea central del libro de
Álvaro Tirado es que Colombia vivió un período conflictivo entre una mentalidad
modernizante y progresista frente a otra tradicionalista y conservadora de
resistencia e identidad, para llevar finalmente a una apertur cultural. Lo que el autor no analiza es que en aspectos
fundamentales la visión conservadora se impuso.
La reforma agraria fracasó. El
pensamiento premoderno sigue enraizado en alto grado, por ejemplo en la cultura
política y en la cosmovisión. De la
influencia norteamericana de hippies y Alianza para el Progreso se pasó a la
invasión evangélica. Se puede decir que el país se urbanizó, pero también que
las ciudades se ruralizaron. Por otro
lado Colombia no es más igualitaria ahora que antes y buena parte de la
movilidad social se ha dado por fuera de la legalidad, por la vía de la
corrupción, el narcotráfico, el clientelismo, el paramilitarismo. No ha habido
el desarrollo de un capitalismo productivo e innovador, como si lo hubo en
países del Este Asiático en el mismo período.
Entre el sector primario y terciario la industria languidece.
Queda tela por cortar pero es
menester pasar ya al segundo libro para no extender en demasía esta
reseña. El libro de Samper inicia con un
buen prólogo analítico del académico Francisco Gutiérrez, investigador del
IEPRI de la Universidad Nacional, y luego se estructura en tres capítulos y un
anexo. El primer capítulo es un breve
panorama de la situación de los años 80, de la herencia que recibe el gobierno
de Barco y la complejización de la violencia con diferentes actores armados:
varias guerrillas, grupos paramilitares, carteles de la droga, militares,
policías, DAS y Dirección de Instrucción Criminal, además de las tres ramas del
poder. El segundo capítulo es el corazón
del libro, donde se narra en 125 páginas “un maldito hecho detrás de otro”
(frase atribuída a Arnold Toynbee), la secuencia de acontecimientos de 1989, el
año más violento de la historia de Colombia (hasta ese entonces). El tercer capítulo es de entrevistas a varios
protagonistas: César Gaviria, Rafael Pardo Rueda, Alfonso Gómez Méndez, Aída
Avella, Oscar Naranjo, Francisco Leal. Y termina con un anexo de 34 páginas que
contiene una cronología minuciosa, día por día, de más de 365 acciones
guerrilleras en ese año, la mayoría del ELN.
He aquí una lista de los
principales acontecimientos narrados en el libro:
Enero 18: masacre de La Rochela
(víctimas y victimarios son agentes del estado)
Febrero 27: son asesinados en
hechos independientes, Teófilo Forero, secretario del partido comunista, y
Gilberto Molina, el zar de las esmeraldas.
Marzo 3: asesinado José Antequera
en el aeropuerto y en el mismo hecho es herido Ernesto Samper.
Marzo 29: asesinado Héctor
Giraldo, gerente de El Espectador (tres años antes había sido asesinado
Guillermo Cano)
Mayo 30: atentado con carro-bomba
contra el General Maza, director del DAS, quien sale ileso.
Junio 7: se revela el
entrenamiento de paramilitares por parte de mercenarios israelíes e ingleses,
encabezados por Yair Klein.
Julio 4: asesinado por error el
Gobernador de Antioquia, Antonio Roldán. La víctima iba a ser el insobornable Coronel
Valdemar Franklin Quintero.
Agosto 4: frustran atentado
contra Galán en Medellín.
Agosto 18: en la mañana es
asesinado en Medellín el Coronel Valdemar Frnklin Quintero y en la noche Luis
Carlos Galán en Soacha.
Septiembre 2: destruída la sede
de El Espectador por carro bomba.
Octubre 20: carro bomba en el
Hotel Royal en Barranquilla.
Noviembre 15: es asesinado el
árbitro Álvaro Ortega (Chucho Díaz estaba a su lado). El campeonato de fútbol
es cancelado cuando el Unión Magdalena iba de líder.
Noviembre 23: Escobar escapa de
un cerco en Cocorná.
Noviembre 27: es volado un avión
de Avianca tras decolar de Bogotá rumbo a Cali. La peor masacre de civiles en
la historia de Colombia.
Noviembre 30: el camarazo. Se cae la reforma política en el Congreso.
Diciembre 6: atentado al DAS, el
carro bomba más potente de la historia.
Diciembre 15: es dado de baja
Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano.
Diciembre 20: es secuestrado el
hijo de Germán Montoya, secretario de presidencia y mano derecha de Barco.
Además de los anteriores, se
reseñan múltiples homicidios y atentados contra periodistas, jueces, parientes
de jueces, sacerdotes, militantes de la UP.
Una vorágine de violencia.
Es un libro abundante en datos,
no en cifras sino en acontecimientos. El
eje es el narcotráfico, en especial el cartel de Medellín, aunque Rodríguez
Gacha es más protagónico que Escobar. Los
esmeralderos y las guerrillas hacen parte del entorno, pero no ocupan el centro
de la narración. La extradición es el
principal punto de conflicto entre los narcos y el estado, en el contexto de la
subordinación total de Colombia a la política estadounidense antidrogas
centrada en la oferta y que llevó a la militarización de la estrategia del
gobierno, a pesar de unos leves y tardíos pataleos del presidente Barco ante
los EEUU y la comunidad internacional. Esa figura jurídica le costó un
gigantesco baño de sangre al país.
¿Valió la pena? El libro deja entrever que no, pues 3 décadas después el
narcotráfico sigue tal cual.
El año de 1989 marca un punto
culminante en la guerra de un sector de los narcos contra el estado colombiano,
intentando doblegar la institucionalidad.
La autora va siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos de
ese año, al mismo tiempo que aprovecha los eventos para mostrar los
antecedentes a lo largo de la década en temas como el conflicto armado, la
cooptación del estado por los narcos en ascenso, el surgimiento de algunos
personajes, la extradición, el paramilitarismo, la guerra sucia. Y también
muestra la evolución posterior hasta el presente de ciertos casos judiciales,
como por ejemplo el asesinato de Galán.
No queda claro, sin embargo, por qué si Maza estaba ligado al cartel de
Cali, se encuentra involucrado con el Mexicano en el magnicidio de Galán.
A diferencia del libro de Tirado
que no es muy informativo ni muy analítico, éste sí es sustancioso en lo
informativo y aunque no sea muy analítico el sólo hecho de evidenciar el
entramado de militares, narcos, paramilitares y políticos arroja luz sobre la
naturaleza del poder en Colombia. Sin
embargo, queda debiendo el rol de los sectores económicos legales en esa trama
(excepto el fútbol), tal vez porque el involucramiento de estos sectores se fue
incrementando en los años subsiguientes o porque el libro no se enfoca en el
cartel de Cali o en redes mafiosas de la Costa Caribe. El papel de los terratenientes no se aclara
lo suficiente, ni siquiera en el Magdalena Medio donde se narra lo de Acdegam y
Morena, pero desde una mirada muy bogotana. Sí se muestra algo de la conexión y
conflicto entre el sector de esmeralderos y el narcotráfico de cocaína.
A pesar del huracán de sucesos de
violencia que arrasó al país entre 1986 y 1990, el libro valora positivamente
la gestión de Virgilio Barco. La autora
aprecia el esfuerzo del presidente en combatir el fenómeno del narcotráfico y
su creciente violencia, así como su afán de reforma política y superación del
Frente Nacional o sus simbólicos e inanes gestos de independencia respecto a
EEUU. Para disculparlo dibuja una tesis
de soledad del poder, un presidente maniatado sin las herramientas jurídicas,
legales y militares. Al final la paz con
el M19 salva al gobierno de un balance desastroso y le brinda el impulso para
sentar las bases de lo que será la Asamblea Nacional Constituyente. Pero la autora deja pasar sin profundizar un
hecho trascendente, uno de los principales sucesos políticos del año: el “camarazo”.
El tema es tocado pero no evaluado en toda su significación ni detallado en su
filigrana. El camarazo fue el hundimiento del plebiscito y la reforma política
cuando los narcos, a través de los representantes a la cámara, lograron colar
la no extradición, mientras el presidente viajaba. Debido a ese hecho surge el movimiento
estudiantil de la séptima papeleta y el golpe de opinión que permitió la
convocatoria de la Constituyente. Todo
ello en confluencia con el proceso de paz con el M19.
Finalmente, las entrevistas del tercer capítulo son un complemento pertinente a la narración y representan al gobierno, la policía, la procuraduría, la UP y la academia. Quizás la más interesante es la del entonces procurador, Alfonso Gómez Méndez. Esperaba más de Aida Avella y del profesor Francisco Leal.
Reitero mi invitación a las nuevas generaciones para leer críticamente este par de obras sobre dos momentos históricos impactantes.
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