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lunes, agosto 19, 2019

Metarrelato 1 (junio 2015)

EL FUTURO DE LAS CIENCIAS SOCIALES Y EL RETORNO DE LOS METARRELATOS

Junio 23 de 2015

Por Jorge Senior

En esta nota suelto dos tesis. Una es en torno a la pertinencia de reorganizar la estructura disciplinar de las ciencias sociales. La segunda es sobre el inminente regreso de los metarrelatos de la mano de la biologización de las ciencias sociales.

CRISIS DE ORFANDAD Y MICROMANÍA

“Metarrelato” es un término peyorativo robado al análisis literario por los posmodernistas para deslegitimar ciertos discursos representativos de la modernidad. Por cierto, “posmoderno” también es un término robado, en este caso a la arquitectura. Esta robadora corriente de pensamiento antimoderno, de carácter neoconservador en su trasfondo político, tuvo amplia difusión y cierto éxito relativo en los entornos académicos durante una o dos décadas, constituyéndose en un ‘episodio-epidémico-epidérmico’ en el seno de la bohemia intelectual y las ciencias blandas, una especie de prurito, contagiando incluso a sectores de izquierda de débil formación y faltos de rigor. 

En la tecnociencia y en las ciencias naturales no tuvo mayores efectos, pues éstas siguieron inmunes su arrollador avance y a finales del pasado siglo, el affaire Sokal y el proyecto Genoma Humano, significaron un par de estocadas letales al profuso, confuso y difuso metarrelato posmodernista. 

Sin embargo, su éxito relativo en contaminar las humanidades y las ciencias sociales y humanas se explica por la crisis y decadencia en los años setenta de los paradigmas que dominaban estos terrenos, especialmente en Francia: el marxismo, el psicoanálisis y el estructuralismo. Ese contexto anémico, que dejó a muchos intelectuales en orfandad y crisis existencial, fue tierra abonada para la peste barbárica del oscurantismo posmodernista.

En América Latina, como en otros paisajes del globo, algunos científicos sociales, huérfanos de paradigma, lograron resistir ese galimatías con pretensión de discurso lúcido, refugiándose en lo micro, lo local, o en la inercia de rutinas superficiales, pero al menos sin hacer concesiones a los bobales de la parroquia que hacían eco de la nueva moda parisina (el predominio actual de la investigación descriptiva sobre la explicativa es reflejo de tal situación). Pero aunque el posmodernismo es basura, algo se puede reciclar de ahí. Su pomposa declaración de muerte de los “metarrelatos”, aunque venenosa y contradictoria, expresaba un hecho real: la antedicha crisis de paradigma en las ciencias sociales.

En realidad, las ciencias sociales son preparadigmáticas. En los últimos 150 años han permanecido en una etapa exploratoria, incipiente, lo que no es sorprendente si consideramos la complejidad de su objeto de estudio. Estrictamente lo que han existido son escuelas, no paradigmas, ninguna de la cuales ha logrado consenso general, llevando a estas disciplinas a un estado de permanente conflicto interno y competencia de corrientes diversas, con mayor o menor acogida, en un decurso vacilante. El esquema kuhniano de paradigma hegemónico -valga el pleonasmo- pero con fisuras, y que sólo cae cuando surge una alternativa mejor que se convierte en el nuevo paradigma, no es precisamente una buena descripción de lo que sucede en las ciencias sociales. Si tomásemos las escuelas o corrientes de las ciencias sociales como paradigmas, lo que observaríamos en los años setenta y ochenta sería el derrumbe de paradigmas sin reemplazo, generándose un vacío que el posmodernismo intentó llenar desde fuera de la ciencia y con un discurso anticiencia, con graves consecuencias para la salud de la investigación social.

LA OBSOLETA ESTRUCTURA DISCIPLINAR DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Uno de los problemas de las ciencias sociales es que su reproducción en las instituciones universitarias está organizada en disciplinas obsoletas. Esta estructuración obedece a sus orígenes diversos y no al orden epistemológico que correspondería hoy al conocimiento de la especie humana y su plural y dinámica organización social. En el siglo XIX y comienzos del siglo XX, mientras se consolidaban las universidades, museos y otras instituciones relacionadas con el creciente conocimiento acumulado (las discontinuidades, rupturas y conflictos en el progreso del conocimiento científico no significan que no sea acumulativo), se van cimentando con trabajos pioneros, disciplinas como: arqueología, historia, sociología, antropología, psicología, lingüística. Desde luego que estas disciplinas, unas más que otras, tuvieron importantes antecedentes en siglos anteriores. Pero esta génesis decimonónica, con su matriz de problemas y sus incipientes técnicas y métodos, configuró una estructura disciplinar que se implantó en las universidades de la época.

Desde entonces ha corrido mucha agua bajo los puentes, han surgido nuevas técnicas y métodos, principalmente por los desarrollos de las matemáticas, las ciencias naturales y la tecnología. La propia sociedad moderna, por su notorio dinamismo, ha cambiado a todo nivel y, con ella, los objetos de investigación, en gran parte condicionados por el contexto sociopolítico y cultural. Algunas disciplinas, como la antropología, se fragmentaron en varios pedazos en direcciones divergentes convirtiéndose en colcha de retazos. Al mismo tiempo, las fronteras entre disciplinas se difuminaron, hubo solapamiento e intercambiabilidad, como se evidencia en las ocupaciones profesionales actuales. Todo el mapa se desdibujó.

Las instituciones de educación superior, gracias a la flexibilidad que permite la existencia de varios niveles, han empezado a adaptarse. Hoy por hoy es común que un profesional de alguna de las ciencias sociales o de humanidades, curse su maestría o doctorado en otra disciplina. Estos sospechosos movimientos en el desarrollo profesional de los individuos, así como la intercambiabilidad ocupacional de facto, muestran que las antiguas fronteras disciplinares han perdido vigencia. Esta evolución reclama una reorganización de la estructura disciplinar, por lo menos en las ciencias sociales, pero este imperativo se estrella contra la lógica del mercado que se resiste al cambio. En vez de tener una fundamentación común en una ciencia de la sociedad humana que luego se diversifique en posgrados especializados según líneas de investigación, tenemos lo contrario: pregrados diversificados y doctorados genéricos. El mercado, no la epistemología, determina la estructura disciplinar. En el plano personal, se presenta la otra cara de la misma moneda: se estudia el pregrado para conseguir un empleo, no para fundamentar un conocimiento, y el posgrado para subir de status académico y salario, no para especializarse y convertirse en vanguardia de la investigación. La Universidad pública, menos dependiente del mercado, podría marcar la pauta y reorganizar la estructura disciplinar, empezando con un pregrado en ciencias sociales integrales, con un ciclo de fundamentación de por lo menos tres años y un ciclo profesional de dos, con diversos énfasis.

NUEVOS METARRELATOS SE COCINAN EN EL CALDERO TRANSDISCIPLINAR

Con el cambio de siglo y de milenio un nuevo fenómeno se viene desplegando en las ciencias sociales, aunque en buena parte es de carácter exógeno. Se trata de la biologización de las ciencias sociales debido al avance en el conocimiento de la naturaleza humana y de la historia evolutiva de la especie con trascendentes implicaciones para la teorización de la sociedad. Desde luego, actualmente es inadmisible un concepto esencialista de la naturaleza humana. Esta debe entenderse como una norma conductual estadística, genéticamente influida y cambiante en el tiempo (no tan rápido como la cultura pero tampoco tan lento como algunos creen, pues bastan pocas generaciones para producir cambios genéticos notables si la presión selectiva es muy fuerte, sin incluir ingeniería genética ni una eugenesia consciente). El texto titulado El Futuro de la Naturaleza Humana de Habermas, nace precisamente de la preocupación por ese carácter cambiante.

No sería correcto decir que lo biológico soporta lo universal y que la cultura reina en lo local. La diversidad racial, étnica, cladística, de biotipos y ecotipos, ha crecido a lo largo de milenios, aunque ahora el proceso se reversa y fundimos en el crisol de los tiempos modernos la raza cósmica que visionara Vasconcelos. De manera paralela o correlativa la diversidad cultural se multiplicó a través de los siglos, pero desde hace 500 años la humanidad ha iniciado su puesta en común en asamblea plenaria. Estamos en la era planetaria, como diría Edgar Morin con elemental sentido común.

Una cosa es que las ciencias naturales, formales o la tecnociencia, hayan provisto en el pasado a las ciencias sociales de nuevas técnicas y herramientas, como la datación, la estadística, la informática, y otra muy distinta que la biología se vaya convirtiendo en el fundamento de la ciencia de la sociedad y del conocimiento del ser humano, así como antes la química se tornó base de la biología y la física de la química. En el fondo Augusto Comte tuvo razón (al igual que Quine y otros) y el edificio del conocimiento de la naturaleza -la cual incluye obviamente a la especie humana- sigue integrándose cada vez más en una red única. De hecho, me parece curioso que algunos esperasen otra cosa, aunque dado nuestro trasfondo platónico-cristiano no debería extrañarme.

La famosa frase de Dobzhansky, “nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución”, debe ahora extenderse a las ciencias sociales: NADA EN CIENCIAS SOCIALES TIENE SENTIDO EXCEPTO A LA LUZ DE LA EVOLUCIÓN. Para evitar malinterpretaciones simplistas, digamos de una vez que no existe el menor peligro de caer en un determinismo biológico. Creo que no existe nadie que defienda tal idea. No hay tal debate Nature vs Nurture. La discusión es Nature/Nurture vs Only-Nurture. A la hora de investigar los comportamientos o pensamientos humanos, no se presenta una discusión entre quienes apuestan por la biología y quienes apuestan por la cultura (léase instituciones, economía o cultura material). Si acaso hay unilateralidad o reduccionismo sería del lado de la cultura por parte de lo que se ha denominado Modelo Estándar de las Ciencias Sociales (MECS) cuando cae en el viejo mito de la Tabula Rasa, pues del lado de la biología está siempre contemplada la interacción con el medio ambiente, sea social o natural, muchas veces con predominio de este último.

En efecto, en la búsqueda de comprender la dinámica de la sociedad humana, es ineludible articular, dentro del gran marco teórico de la evolución,tres grandes subdeterminaciones o tipos de causas últimas (en contraste con las causas próximas moduladoras): la genética, el medio ambiente biogeográfico y los sistemas sociales. Los avances parciales y fragmentarios de las ciencias sociales durante siglo y medio, empiezan a ser integrados por el hilo de la genómica, paleogenómica, la epigenética/biología del desarrollo y las neurociencias, entre otras novedosas disciplinas, y empieza a aparecer una visión de conjunto, un paisaje integral (prefiero no usar la palabra “holístico”) sobre el individuo y la especie humana.En el plano heurístico las estrategias de investigación tienen que ser plurales, trabajando paralelamente en los diferentes niveles, con diversas técnicas, en dirección abajo-arriba, pero también arriba-abajo. Mas a la postre, aunque existan propiedades emergentes, el entendimiento del mesomundo humano, tanto individual como social, se reconstruye teóricamente desde el micromundo biomolecular, pasando por los niveles intermedios celular, tisular, subsistémico y organísmico.

Aunque pueda parecer prematuro ya empiezan a aparecer publicaciones que bosquejan el paisaje que se va tejiendo de la historia humana en los últimos 50 mil años leyendo el pasado en nuestros genes, rebasando y complementando lo logrado con los métodos de la paleontología y la arqueología. La lingüística ha hecho inmensos aportes también, entre los que resalto dos: en primer lugar Chomsky fue pionero, con su gramática generativa, de un camino que hoy lleva a las neurociencias a comprender la mente humana desde su fundamento biológico. En segundo lugar, con métodos de ciencia dura, ha logrado reconstruir con bastante exactitud el árbol histórico de las lenguas humanas, lo cual permite confrontar dos mapas construidos de manera independiente, examinando su congruencia e incongruencia: el mapa genético y el lingüístico, calibrándose mutuamente.

No se trata entonces de una conquista o invasión a las ciencias sociales por parte de la biología sino de una convergencia entre los nuevos desarrollos de la biología y los esfuerzos más lúcidos y visionarios dentro de las ciencias sociales. No obstante, muchos cientistas sociales se empecinan en una actitud chovinista atrincherados en las viejas disciplinas, incapaces de dar el salto al espacio transdisciplinar o, como mínimo, al trabajo interdisciplinar.

Tampoco se trata, como aclaré antes, de apostarle todo a una determinación unilateral de tipo biológico, ya sea genética o más amplia, ni de resucitar demonios superados como el darwinismo social, la eugenesia totalitaria o las teorías racistas. Mucho menos de apostarle exclusivamente al determinismo geográfico, tesis que surge a partir de generalizaciones, a veces ingenuas a veces prejuiciosas, en tiempos de la colonización, pero que luego adquiere mayor rigor conceptual no exento de exageraciones(un ejemplo de elaboración intelectual seria, en esta dirección, fue el trabajo del barranquillero Luis Eduardo Nieto Arteta a mediados del siglo XX). Y menos aún se trata de seguir en la inercia del culturalismo cerrado, en sus variantes institucionalistas, pseudomaterialistas, subjetivistas, etc, que han caracterizado a las ciencias sociales durante siglo y medio. Esto no implica que se deseche lo producido por estas escuelas. Lo que sí implica es que las elaboraciones teóricas y resultados de estas visiones parciales se sometan a la prueba ácida de los nuevos datos sobre la especie humana, su historia y naturaleza, surgidos de las nuevas técnicas biológicas. 

Las tres famosas preguntas fundamentales -tan populares que se tornan casi un cliché -se han respondido ya en gran parte, o al menos las dos primeras: ¿de dónde venimos?, ¿qué o quiénes somos?. La respuesta a la tercera, ¿adónde vamos?, depende de nuestra capacidad de responder a las dos primeras, razonar los fines desde esa nueva perspectiva y gestionar los riesgos que crecen exponencialmente, tras más de 2 millones de años de jugar con fuego. En el caldero transdisciplinar de las ciencias de la naturaleza humana se cocina un nuevo metarrelato. Todavía el cuadro no se ha completado y hasta ahora nadie se le ha medido a la integración compleja de una teoría de la sociedad humana. Pero ya pasó ese vacío que los posmodernistas intentaron copar y nuevos abordajes a escala macro se proponen como grandes hipótesis explicativas de la aventura humana. 

BOOM DE METANARRATIVAS PARCIALES

En lo que va del siglo han proliferado las publicaciones de vanguardia que narran el devenir humano a gran escala. Ejemplos destacados de metanarrativas en esa dirección son:

En la subdeterminación sociocultural, la Economía regresa a los estudios de alcance global, por ejemplo con el libro de Acemoglu y Robinson, ¿Por qué fracasan las naciones?; o el de Piketty: El capital en el siglo XXI. También encontramos originales ataques desde la matemática a la economía matematizada en los libros de Taleb sobre los eventos de cola y la interpretación estadística de la no linealidad. En éste mismo ámbito sociocultural, la teoría darwiniana parió un hijo por analogía: la memética. Un ejemplo de ejercicio memético es: Romper el hechizo, texto de Daniel Dennet (el autor de La conciencia explicada) sobre el tema religioso.

En la subdeterminación biogeográfica o medioambiental los voluminosos textos de Jared Diamond, Colapso y Armas, gérmenes y acero, son ya clásicos y bestsellers. 

En la subdeterminación biológica (neurociencias o paleogenómica): La Tabula Rasa de Steven Pinker, quien estuvo en el Hay Festival de Cartagena este año, pone las cartas sobre la mesa y sintetiza el debate. Hay también textos audaces y provocadores, como el de Nicholas Wade, Una herencia incómoda: genes, raza e historia, un verdadero revulsivo capaz de matarle los parásitos a más de uno. Más prudente es David Stamos en su libro Evolución: los grandes temas, aunque toca varios puntos sensibles, como sexo, raza, feminismo, religión, ética, conocimiento, conciencia, todo bajo la luz evolutiva. Entra también el pionero de la sociobiología, Edward Wilson, por ejemplo con su texto La conquista social de la tierra, o Antonio Damasio, quien desde su éxito de hace 20 años, El error de Descartes, ha publicado otros tres libros interesantes, entre ellos El cerebro creó al hombre. Olvidaba un clásico de 1999, coincidente casi con la finalización del proyecto Genoma Humano: Genoma, de Matt Ridley.

Hay muchos más ejemplos, tanto de estos mismos autores como de otros. Pero a pesar del esfuerzo de síntesis, estas elaboraciones intelectuales ni siquiera intentan integrar las tres grandes subdeterminaciones en un metarrelato rico, complejo y convergente. Parafraseando a Marx, un relato que sea “Síntesis de múltiples determinaciones”.

Alguien podría preguntar por qué concedo a los posmodernistas el término “relato” que es ficción por antonomasia y no ciencia. Lo hago porque nuestra especie es narrativa y nuestra poderosa capacidad de abstracción es lujo de unos cuantos que con talento y cultivo la hicieron florecer, como la maestría musical o la pintura futbolística. La abstracción es hueso sin carne. Se necesita la voluptuosidad de la carne para conmover el cerebro más allá de la corteza hasta las honduras del sistema límbico. Por eso el paper académico es apenas el primer escalón. El artículo de revisión se eleva un poco más y otea el horizonte pero en un campo restringido. La buena divulgación científica, reflexiva y profunda, con fundamentación filosófica y no mera erudición técnica, es el ámbito fecundo para construir los brochazos de una nueva cosmovisión que le llegue al ciudadano común que habita las urbes y los rastrojos, y que navega en estas redes sociales. La gran pintura ya está cerca. La Atapuerca del Siglo XXI.

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