Por Jorge Senior, El Búho
Los colombianos son un dechado de virtudes ciudadanas que se manifiestan especialmente en las elecciones. Un colombiano cumple con la palabra empeñada, así por ejemplo, si vende el voto, en la intimidad del cubículo este ciudadano ejemplar votará efectivamente por el político que le compró el voto, a lo bien. Eso es honestidad, pues bien se sabe que podría hacerle trampa al político, pero no es capaz de semejante deslealtad.
Hace apenas unas cuantas décadas los colombianos se mataban entre sí, liberales y conservadores eran dominados por bajas pasiones banderizas, heredadas e irracionales. Creativos como suelen ser, los paisanos hasta inventaron un diseño denominado el “corte de franela”. En algunos pueblos, especialmente azules, el asesinato era cultivado como una de las Bellas Artes, aunque a la postre terminaría volviéndose rutinario. Allí el corte mencionado no era suficientemente estético ni elegante si no se adornaba con una “corbata” hecha con la lengua de la infortunada víctima.
Pues bien, esa época de barbarie fue superada y hoy en día los colombianos son sumamente civilizados. Ya no hay esas bajas pasiones partidizas ni dogmatismos ideológicos. Hoy prima un sereno y racional pragmatismo. Es así como un ciudadano tranquilamente vota por candidatos de cualquier partido y en jornadas electorales de varios tarjetones, son muchos los que en cada tarjetón marcaron un partido distinto. Si vendieron el voto a un candidato uribista a la alcaldía, un liberal a la gobernación, un conservador en concejo, a uno del partido de la U en asamblea y a un “cambio radical” para la JAL, pues no hay problema, el votante colombiano es leal con todos y practica eso que se llama “voto cruzado”, una demostración de fluidez, flexibilidad inteligente, tolerancia y amplitud política. Esto hace la política muy dinámica.
El colombiano del siglo XXI, en la era de las listas de voto preferente y cifra repartidora, no se fija en partidos sino en personas. A veces puede ser por aspectos carismáticos, por apariencias o impresiones.(más que todo en cargos uninominales). Se valora mucho el estilo, el don de gentes, la popularidad. Tiene que haber “química”. Pero la mayoría de las veces hay una liga personal. Las relaciones humanas son altamente valoradas hasta tornarse determinantes. Si no tiene un interés directo en juego ni necesidades acuciosas, el ciudadano puede ser generosamente solidario con amigos y parientes, por ejemplo votando por X para ayudar a un primo a quien un político le ofreció un contratico o un puestico a cambio de 20 votos (o para mantenerlo ahí, si ya tiene el puesto, para que se gane la vida honradamente). Más aún, hasta le ayuda a conseguir más votos. De esta manera se fortalecen los lazos familiares y de amistad, valores humanos de importancia vital. Vecindarios y familias se revitalizan así en esta dinámica de intercambio fraternal de favores. El colombiano es muy agradecido y no es extraño que alguien vote por un político porque años atrás ayudó a un pariente.
El colombiano es tan inteligente que ha aprendido a no creer en abstracciones. Si en una campaña le ofreces un papel o documento programático, tranquila y sabiamente te va a decir que “eso no se come”. Lo más programático podría ser quizás la promesa de pavimentar una calle, poner un transformador, arreglar una escuelita o puesto de salud. Pero es preferible si llevas algo inmediatamente tangible, como tejas, abanicos, cemento, en fin, cosas útiles, tu sabes. El procedimiento se ha perfeccionado, pues no deja de ser costoso para el pobre político, así que los gobiernos han ideado una serie de programas asistencialistas que fortalecen estos lazos, que algunos llaman clientelares, en el buen sentido, claro. De esta manera el sacrificado político se ahorra un gasto y este esfuerzo más bien se reparte entre quienes pagamos impuestos. Parece ser que esa juiciosa política de integración e inclusión es la base de lo que ahora en ciertas corrientes de ciencias sociales denominan “cohesión social”, una poderosa fuerza funcional para la sociedad.
Hemos hablado de lealtad, honestidad, generosidad, solidaridad, fraternidad, amistad, agradecimiento, inteligencia, amplitud, flexibilidad, tolerancia, fluidez, en fin, todo un arsenal de valores y virtudes que son esenciales para ejercer las competencias ciudadanas que tan bien se enseñan en los colegios.
Como si fuese poca toda esta constelación de cualidades, el colombiano, además, es inocente. Por ejemplo, él cree que todo lo que he mencionado aquí, en este breve escrito, es moralmente correcto y no hay quien pueda convencerlo de lo contrario. Ni siquiera El Búho.
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