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miércoles, agosto 14, 2019

La naturaleza humana no tiene misterio

La naturaleza humana no tiene misterio, pero sí mucho por investigar


Junio de 2017

En divulgación científica nos gusta usar la palabra “misterio” para referirnos a preguntas intrigantes de las cuales aún se busca respuesta por medio de la investigación científica. En ese sentido, la naturaleza está llena de misterios, muchísimos de ellos resueltos en los últimos 400 años, y sobre todo en los últimos 150 años, pero desde luego, quedan no pocos por resolver, e incluso aparecen nuevos, precisamente a raíz de los nuevos conocimientos. Pero en otros contextos se le da a la palabra “misterio” una connotación trascendental, radical, que roza lo sobrenatural o marca diferencias cualitativas profundas, incluso de carácter ontológico. Es en este sentido que afirmamos que la naturaleza humana no tiene misterio alguno.

Desde 1859 o, si se quiere desde 1871, hace aproximadamente siglo y medio, el ser humano pudo entenderse a sí mismo como un ser natural común y corriente, un animal como tantos otros, que comparte el mismo origen y el mismo código genético que todos los seres vivos que habitan el tercer planeta del sistema solar, carente por completo de condición ontológica especial. Nada trascendente, sobrenatural o misterioso hay en esta especie de primate del género Homo que se ha autodenominado Sapiens. Tampoco hay nada especial en el planeta o en la estrella de la cual depende.

Que en este planeta mediocre se haya desarrollado lo que hasta ahora es un hecho único, la vida, se explica de modo naturalista por una conjunción de las leyes naturales con circunstancias fortuitas favorables, improbables, pero no tanto si consideramos los trillones de planetas que puede haber en el universo observable. En todo caso cualquier cálculo de probabilidades es espurio si no conocemos el número de combinaciones. Ninguna señal nos indica algo especial que viole el principio cosmológico o copernicano (que dice que no ocupamos un lugar especial). Lo mismo aplica para esta especie singular, el Sapiens, cuyos logros de eusocialidad, lenguaje complejo y técnicas de intervención en el mundo, que confluyen en esto que llamamos la civilización humana, son también únicos. Ninguna señal de algo especial en esta especie, sólo diferencias de grado con otras especies animales. No hay rastro de ánima, alma, espíritu o soplo divino alguno. Sólo un primate con pulgar oponible y cerebro grande. En la naturaleza hay otras especies con cerebros aún más grandes, con extremidades más finas en la manipulación, con aparatos fonadores más versátiles, con mayor sociabilidad. Lo que hace especial a esta especie es que en ella confluyen todas esas características. 

METARRELATO

Hace menos de cien mil años existían cinco especies (algunos dirían subespecies) en la cuales también confluían estas cuatro características: Sapiens, Denisovianos, Neanderthales, Erectus, Floresiensis (en ese orden si los rankeamos por expansión geográfica y éxito demográfico), pero todas pertenecientes al mismo género, Homo, originado hace dos millones de años (probablemente en África, pero no se puede descartar Eurasia), descendientes de un mismo linaje ramificado y reticulado, los homininos, que se separaron hace unos 6 millones de años de la línea evolutiva de chimpancés/bonobos, que son los homínidos actuales más cercanos a nosotros. Todas dominaban el fuego y en el caso de Sapiens, Denisovianos y Neanderthales, el desarrollo técnico era similar. Cuatro se extinguieron y sólo el Sapiens sobrevivió aunque estuvo al borde la extinción también en los tiempos de la explosión del volcán Toba. Sin embargo, Neanderthales y Denisovianos se hibridaron con Sapiens en algunos lugares y algunos de sus alelos aún están presentes en la actual humanidad (actualmente conocemos la secuencia del genoma Sapiens, Neanderthal y Denisoviano y podemos compararlos). 

Pero la evolución no se detiene. Una pequeña población de Sapiens de hace unos 60 mil años dio un salto evolutivo extraordinario en tecnología y expansión geográfica y demográfica (a este subgrupo lo podríamos denominar Sapiens Sapiens). Se sospecha de un cambio genético como el detonante, pero eso está aún por determinar. El hecho es que la humanidad actual desciende de estos Sapiens Sapiens africanos recientes, con algunas mezclas regionales diferenciadas. A partir de aquí la oleada expansiva llegó hasta Australia (45.000 años), América (16.000 años) y finalmente las islas del Pacífico Sur hace 3 mil años. Esa expansión está correlacionada con la extinción masiva de megafauna y la extinción de las otras especies humanas, así que se sospecha del Sapiens Sapiens como perpetrador o factor causal, pero no hay certeza (como sabemos que hubo hibridación hay también modelos que hablan de asimilación de la poblaciones nativas en Asia y Europa). La diversidad humana actual, genotípica y fenotípica, las razas o linajes de grupos poblacionales, son entonces de origen relativamente reciente. Todo este metarrelato se basa en la nueva disciplina de la genografía, sustentada en datos o evidencias provenientes del uso de nuevas técnicas genómicas y bioinformáticas (estudios de ADNmt y de cromosoma Y), la paleogenómica, la genómica comparada, y desde luego el registro fósil y arqueológico acumulado en más de un siglo.

Nótese que en este contexto lo “universal” no es equivalente a lo lógicamente necesario, en el sentido racionalista. Lo universal viene dado por el origen común y la estructura biológica común de la especie y tiene algo de contingente. Mientras que la diversidad viene dada por diferencias biológicas, ambientales y culturales (nótese que lo biológico sustenta tanto igualdad como diversidad). Las diferencias biológicas a nivel genotípico entre grupos poblacionales son las frecuencias alélicas (pues los genes son universales) y eventualmente aspectos epigenéticos (esto apenas empieza a estudiarse) con sus expresiones fenotípicas. La diversidad medioambiental determina diversidad de potencialidades y restricciones, presiones selectivas y retos, problemas diferentes con diferentes soluciones. Sobre lo anterior se despliega la diversidad cultural, donde el equivalente a las mutaciones son las innovaciones, que pueden ser respuestas adaptativas, deriva o efectos fundacionales que se prolongan a veces como accidentes congelados, inercias (resistencia al cambio) y quizás planificaciones conscientes (¿?) 

Edward Wilson plantea la coevolución biológico-cultural como característica del período de hace 60 k.a. a hace 10 k.a. y, ¿por qué no?, hasta el presente.

Desde la revolución neolítica (domesticación de plantas y animales) hasta la era de los metales (rueda, escritura, riego) se establecen las primeras civilizaciones supratribales en los valles fértiles y empiezan la historia escrita y los imperios. La gran historia milenaria de la civilización humana es objeto de la macrohistoria, una disciplina en auge que se centra en las causas últimas o distales, y no en las causas proximales o inmediatas de los fenómenos sociales a gran escala. Desde este plano señalamos tres tipos de subdeterminaciones interrelacionadas del proceso histórico:

  • Subdeterminaciones biológicas (epidemiológicas, demográficas, energéticas, dietéticas, comunicacionales, ¿cognitivas?)
  • Subdeterminaciones geográficas y medio ambientales (materiales, epidemiología, demografía, energía, dieta, comunicaciones)
  • Subdeterminaciones sociales (Entramado: organización social, creencias, costumbres, instituciones, saberes)

NATURALEZA HUMANA

El concepto de naturaleza humana no tiene por supuesto nada de esencialista. En el marco teórico de la biología evolutiva el concepto de especie no puede ser esencialista pues la evolución de la vida es un torrente de información circulando y cambiando a través de las generaciones. Esencialistas son las concepciones dualistas de naturaleza humana que fantasean con una supuesta alma o espíritu o cualquier idea de naturaleza humana no evolutiva. Irónicamente, los que critican el concepto de naturaleza humana, caen implícitamente en esencialismo, al sumergirse en las particularidades culturales y olvidar o minimizar la biología, pues de esta manera están abrazando el idealismo (ya sea de manera adrede o sin conciencia). Es el caso de ciertas concepciones del ser humano como el “construccionismo social” (y otros enfoques similares relacionados con la filosofía continental y con la moda posmodernista).

Para acotar el concepto de “naturaleza humana” se necesita, pues, la paleoantropología y la biología evolutiva, puesto que de lo que se trata es de caracterizar a la especie humana actual y para ello es necesario develar sus orígenes y su ubicación en el contexto natural. Se trata de determinar lo que tenemos en común todos los humanos y lo que nos diferencia de otras especies. La primatología es clave en ese aspecto. 

A partir de ese marco general filogenético hay que pasar al nivel ontogenético, describiendo la estructura y funcionamiento multinivel del organismo humano. La neotenia y las particularidades de nuestro biodesarrollo individual implican lazos sociales imprescindibles. En el nivel anatómico la estructura bípeda y de locomoción, el dimorfismo, la aparente piel lampiña del mono desnudo, la genitalia y la copulación frontal, la mano prensil ultrafina, la dentadura y el aparato fonador merecen atención especial, pero la estrella es el supercerebro, asociado a todo el sistema nervioso central, sus exigencias metabólicas, sistema digestivo y dieta energética, y a ciertas constricciones en las condiciones de parto.

Gran parte de la respuesta a la pregunta sobre la naturaleza humana se concentra en responder lo siguiente: ¿qué tiene de especial el cerebro humano? Sabemos que el volumen tiene algo que ver pero es insuficiente. El índice cerebro/cuerpo en volumen o en peso, afina un poco el asunto pero tampoco es suficiente. Los tres complejos: cerebro/mano; cerebro/aparato-fonador/lenguaje; cerebro/eusocialidad nos dan una buena triple-pista. Esto significa que en nuestra estructura cerebral (o del SNC) debemos identificar las subestructuras y sus mecanismos que actúan en esos tres complejos. Pero además, la mente, el sí-mismo y la conciencia nos plantean tres desafíos adicionales. Al parecer (según Damasio) la mente es un concepto aplicable al cerebro de muchas especies superiores, el sí-mismo parece más restringido a unas pocas especies de cerebros relativamente grandes y la conciencia es un atributo aparentemente exclusivo del Sapiens (y tal vez de las especies hermanas extintas). 

En términos evolutivos los cerebros más simples manejan mecanismos disposicionales de respuesta a estímulos externos o internos (yo diría que a través de procesos probabilísticos y umbrales que involucran a cierto número de neuronas) (El C.Elegans actual nos ofrece un modelo). Más adelante, siguiendo a Damasio, vendría el manejo de mapas. Pero en el desarrollo evolutivo del cerebro a través de cientos de millones de años, mente, sí-mismo y conciencia aparecerían en momentos diferentes en ese orden, pues si bien la evolución no tiene dirección, la complejidad sí es función del tiempo en el sentido de que el tiempo es necesario pero no suficiente para el desarrollo de niveles de complejidad en pequeñas porciones de la biomasa.

El cerebro es, pues, una frontera actual en el acotamiento del concepto naturaleza humana. Su estructura y funcionamiento en los niveles molecular, celular y las sutiles configuraciones de capas, módulos y áreas en el órgano, la “circuitería” variable, su plasticidad funcional, su enigmática articulación de análisis y síntesis (sectores especializados y asociaciones entre sectores) no se resuelven en la mera comparación anatómica entre encéfalos de simios, delfines, ballenas, elefantes y humanos. 

En un giro sorprendente, en los últimos años hemos aprendido que, como organismos, somos simbiontes. Tenemos más bacterias que células en nuestro ser. Y tenemos parásitos, los cuales no siempre son enemigos y pueden ser poderosos manipuladores (entre otras cosas a ellos les debemos que exista el sexo). Pero tener microbioma incorporado y altamente funcional no es característica exclusiva del Homo Sapiens. Hasta donde sabemos no tenemos una dependencia tan alta del microbioma como tienen las termitas, pero cada día se descubren nuevas funciones o efectos causales del microbioma sobre el cuerpo humano, su funcionamiento y su comportamiento. Incluir el microbioma en la caracterización de la naturaleza humana, más allá de mencionar que somos simbiontes, se justificaría plenamente si se trata de un microbioma específico y si dependemos de ese microbioma para la supervivencia.

Pero aquí no acaban los retos investigativos en la mira de caracterizar la naturaleza humana. La eusocialidad representa una característica que, aparte de humanos, sólo se da en insectos, lo cual trata de aprovechar Wilson para forzar inferencias. Harari y otros proponen la construcción de ficciones como el aglutinante de grandes estructuras sociales. Lo que empezó como narraciones al calor del hogar, derivó en el vertebrador de megagrupos sociales, capaces de colaboración entre extraños. Pero la base neuronal de esto debe aclararse (por ejemplo, neuronas espejo, neuronas Von Economo)

Preocupa que las ciencias sociales se encuentren mayormente ajenas a trabajar el tema de la naturaleza humana. Para ello es necesario tender puentes entre biología y ciencias sociales. La psicología evolutiva y la sociobiología son intentos en esa dirección, pero son ciencias incipientes y aún débiles. La genética del comportamiento en llave dialéctica con la epigenética también estudian al alimón las bases biológicas de la conducta humana en relación de retroalimentación con su entorno. La epidemiología y la demografía son también disciplinas biosociales, pero lamentablemente subutilizadas por la mayoría de cientistas sociales. Buena parte de las ciencias sociales se dedica a microciencia (microhistoria, microsociología, etc), debido probablemente a la orfandad de teoría generada por la decadencia del marxismo y que llevó a cierto personaje nefasto a proclamar la muerte de los metarrelatos. En la economía sí hay corrientes que trabajan neuroeconomía, pero sobre todo para manipular el consumo cimentando la mercadotecnia. Sin embargo, esperamos que nuevas corrientes de la ciencia económica se desarrollen sobre la comprensión de los agentes reales de la economía. 

Las particularidades sociales de los pueblos, las diversidades culturales, expresan diferentes formas de manifestación de lo biológico, modulan la naturaleza humana, fuerzan sus límites, experimentan sus posibilidades. Sabemos que el peso causal de lo genético respecto al peso del entorno social, varían para los distintos aspectos del comportamiento individual en un gradiente que puede ir, quizás, de extremo a extremo. En lo social también, en sentido estadístico, pues las frecuencias alélicas varían entre grupos poblacionales (linajes o razas) y eso se expresa en los fenotipos, incluida la conducta. Pero también se debe estudiar la dirección causal contraria, cómo lo social afecta lo biológico. La epigenética es clave para cerrar el bucle y poder completar un enfoque sistémico.

EPÍLOGO

Finalmente, hay que decir que el punto de la historia al cual hemos llegado en la modernidad, desde la revolución industrial y los alcances de la tecnociencia para intervenir la naturaleza, incluyendo la naturaleza humana, nos ubica ya en una encrucijada cósmica, al menos a escala del planeta Tierra y, quizás del sistema solar. La especie humana se constituye en un bucle evolutivo, un hecho definitivo a la hora de caracterizarla. E incluso para caracterizar el período actual de la historia planetaria: el antropoceno. Dios deja de ser imaginario y se materializa en Homo Deus. Esperemos que este diosecillo real no resulte ser tan de pacotilla como tantos otros de ficción.

El Búho

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