Comentarios críticos a Historia Mínima de Colombia (HMC) de Jorge Orlando Melo
Por Jorge Senior
A manera de reseña informal
HMC es un ensayo divulgativo sobre la historia humana en el territorio de lo que hoy es Colombia. Dado ese carácter divulgativo se entiende que no tenga la formalidad de un trabajo historiográfico académico, pero por ser la elaboración de un historiador se exige un alto grado de rigor científico. Y aunque no se espera que sea exhaustivo, sino una panorámica, el nivel del autor prometería una síntesis lúcida con mucho criterio.
Pero el resultado es agridulce.
Por un lado, el texto es oportuno, llena un vacío en publicaciones de ese alcance en los tiempos recientes. Es muy positivo que se haya convertido en “superventas” (en términos relativos al mercado colombiano), pues en Colombia hay un gran desconocimiento de la historia. En especial, las nuevas generaciones se educaron sin asignaturas específicas en la escuela que remarquen lo que antes graciosamente se llamaba la “historia patria”. Es, además, un texto entretenido, de fácil lectura, cumpliendo con una exigencia propia de la divulgación masiva. Pero sería peligroso que el lector tragara entero sin más, en vez de hacer una lectura crítica.
Un mérito de la obra es que el primer capítulo aborda la historia precolombina, algo poco usual en la historiografía colombiana. Ahora bien, si ese capítulo refleja el estado del arte entonces tendríamos que decir que es muy poco lo que sabemos de las sociedades precolombinas que se desplegaron en este territorio. El panorama que se ofrece es muy fragmentario e incompleto. Esto implica una deuda de la investigación nacional que tiene allí una asignatura pendiente. Pero si miramos la pobre bibliografía (3 textos en pp325-326) que el autor referencia en este tema, podríamos pensar que la falla es del autor y que el texto no está a la altura del estado del arte. O quizás haga falta, no tanto investigación, sino meta-análisis. En general, en el texto la presencia indígena ocupa un lugar destacado. En comparación, la población afrodescendiente es poco protagónica, marginal. Hay cierto desbalance étnico ahí.
Un buen aporte es señalar (sin datos) que la agricultura indígena precolombina era más productiva y variada que la agricultura española y mestiza de la época colonial e incluso del siglo XIX. Otro aporte fue resaltar la decisión durante el gobierno Barco de ampliar resguardos y proteger reservas forestales en el 20% del territorio nacional (p265). Y aunque la demografía no es una fortaleza del texto, al menos expone unos estimativos muy dicientes (pp16-17): en 1500 había unos 5 millones de habitantes, 1.200.000 en 1560 y apenas 600.000 en 1630, punto más bajo, desde donde comienza a recuperarse hasta alcanzar la población de 1500 al comenzar el siglo XX. Un bache demográfico de 4 siglos. En el siglo XX la población se duplica 3 veces y hoy somos 48 millones. Esto muestra las dimensiones del genocidio directo e indirecto provocado por la invasión española.
De las 330 páginas en 15 capítulos, un tercio está dedicado a la época indígena, la conquista, la colonia y la guerra de independencia. El segundo tercio es la historia de la república hasta la dictadura de Rojas Pinilla. Y el último tercio corresponde al período que el autor y quien esto escribe hemos vivido, es decir, desde el Frente Nacional hasta el presente. Nota: no queda claro por qué en la periodización, la frontera al último período de nuestra historia la ubica en 1986 y no en 1990-1991 cuando hay un proceso de paz relativamente exitoso y se origina la nueva constitución.
Otra manera de ver la estructura del libro es: miles de años se agotan en 15 páginas, 320 años en 60 páginas y los últimos 200 años o poco más, en 225 páginas. El último capítulo, que es el más extenso del libro (junto al de la colonia), es un balance del siglo XX (pp 283-320). En este último capítulo y el epílogo, predomina lo evaluativo y lo explicativo, con cierto sesgo, mientras que en el resto del libro el autor intenta mantener el enfoque descriptivo, jugando al observador neutral, que no es lo mismo que ser objetivo. En otras palabras, el autor no arriesga, no se compromete, deja abiertos asuntos claves, posando de ecuánime, pero a la postre no resuelve ni aclara la verdad histórica. Por eso en su epílogo (pp 321-324) es claramente sesgado y hasta parece contradictorio con el resto del libro. El epílogo es un gol de otro partido.
Por ejemplo, el inicio de la violencia entre liberales y conservadores después de un período de relativa paz tras la guerra de los mil días se presenta en los años 1930-31, pero todo queda salomónicamente descrito mediante el expediente de exponer una “verdad liberal” y una “verdad conservadora” en vez de ir a los hechos (p199). No hay un veredicto sobre quién inició los ciclos de violencia que llegan hasta hoy. Otro caso es el del fraude del 19 de abril de 1970. ¿Hubo o no hubo fraude? La respuesta de Melo es una especie de “no, pero sí” (p243). Surge entonces la inquietud de si estas ambigüedades son muestras de pusilanimidad del autor o se trata de una situación historiográfica llena de huecos o temas abiertos. Y en este último caso ¿a qué se debería? ¿Se trata de un problema de fuentes en un país donde no se acostumbra a que viejos archivos clasificados se desclasifiquen porque a veces ni siquiera existen los archivos? ¿O cuál es el problema? Que no se diga que esa es la naturaleza de la historia como ciencia, pues en otros países vemos como los casos que involucran a los gobiernos generalmente se dilucidan gracias a leyes que obligan a hacer accesibles todos los registros después de cierto tiempo.
Este defecto parece estar relacionado con otra falla del libro: la escasez de cifras. La investigación cuantitativa es mínima. ¿Será por eso que tal palabra aparece en el título? La historiografía científica moderna se fundamenta en datos y en análisis cuantitativos precisos. Una vez más surge la duda de si el problema es del autor, es de la historiografía nacional o, más grave aún, es de la desaparición de la información (lo que nos pondría en peligro de ser un país sin “memoria”).
Y si seguimos adentrándonos en el enfoque propuesto por el autor nos encontramos que el peso fundamental del libro está en la historia política, al estilo tradicional, algo que ya deberíamos haber superado en la historiografía colombiana. Peor aún, en la historia republicana el autor va siguiendo el hilo de los sucesivos presidentes, sus períodos, sus políticas. Parece más una historia de los políticos y sus “muñequeos”, las peleas entre élites. Y paradójicamente al final concluye que eso no ha sido lo determinante de la historia colombiana. “El Estado no tuvo mucho peso hasta 1920 y desde entonces su aporte principal ha sido ofrecer un ambiente estable para la inversión y la producción: una política económica tranquila y sin sueños grandiosos ni esfuerzos populistas” (p.321). Y en p320 reconoce que “la apropiación del avance científico es tal vez la explicación principal para que el crecimiento económico entre 1810 y 2010 haya sido un poco más rápido que el de los países avanzados”. Un logro de innovadores de la sociedad civil.
En un nivel secundario, pero importante, se encuentra la historia económica. No podía ser menos, dado que sobre ese tema hay abundantes trabajos en nuestro país. La mayor parte de las escasas cifras que aparecen en el libro son de estos aportes (también hay aportes cuantitativos de los estudios sobre la violencia). ¿Será que nuestros historiadores económicos y los “violentólogos” son los únicos acostumbrados a la investigación cuantitativa? La historia tributaria aparece a menudo, tanto en la colonia como en la república, pero la historia monetaria casi no es tenida en cuenta. El Banco de la República, su creación, su cambio en 1991, no se registran. Como tampoco se mencionan la misión Kemmerer (Princeton, Cornell), la influencia de Lauchlin Currie (Harvard, London School of Economics), el Plan Vallejo. El modelo de sustitución de importaciones iniciado en 1947 apenas se menciona en p272 cuando se habla del cambio al modelo neoliberal en los años 90 y en esa misma página narra de manera muy breve que Colombia se convirtió en importador de alimentos, tema que debió quedar mejor explicado.
En tercer lugar, pero ya a un nivel casi marginal aparece la historia cultural, con datos anecdóticos y fragmentarios sobre la música y la gastronomía, entre otros. Aspectos fundamentales en la investigación del pasado como son la historia tecnológica y la historia ambiental, que en otros países ocupa lugar central, en este libro son apenas tocados tangencialmente (¡pero al menos aparecen!). Y sin embargo, se reconoce al final texto (p320), que el factor determinante de que la Colombia de hoy haya superado las precarias y muy limitadas condiciones de vida de hace 200 años es el progreso traído por las ideas y tecnologías importadas. El único caso significativo de innovación endógena mencionado se da en la agroindustria cafetera. En pp291-292 el autor concluye que “la ausencia de un sistema de investigación fuerte, en ciencias básicas y aplicadas, ha reforzado una educación enciclopédica pero poco experimental, que se refleja en la debilidad de la mentalidad científica, en la fuerza de formas de pensamiento mágico y en el predominio de estilos de argumentación dogmáticos y personalistas en la cultura pública”. En otras palabras, es la imposibilidad de la democracia epistémica y la condena a la democracia dóxica (en el mejor de los casos), un asunto tan medular que merecería un mayor sustento y análisis.
Entonces no se entiende que el libro se concentre en avatares políticos no trascendentes y no en los cambios fundamentales de la matriz energética, las comunicaciones (un punto que el libro sí identifica como problema grave de un país de orografía complicada), las migraciones, la gestión ambiental del territorio, las tecnologías sociales, temas todos ellos que apenas aparecen mencionados tangencialmente, a pesar de ser allí donde podemos encontrar la causas últimas que explican el devenir de la historia colombiana.
Otro tema que casi no se menciona, excepto por el caso ineludible de Panamá y la desmembración de (la Gran) Colombia, es el de la pérdida de territorios. La soberanía no es un eje que parezca preocuparle al autor, aunque está implícita en la tesis de que Colombia es una ficción que se ha materializado (y encogido) lentamente a lo largo de dos siglos.
Los énfasis en el acontecer de la vida política y el enfoque descriptivo hacen que el libro pierda profundidad analítica. Es como si el autor creyera que al no utilizar categorías analíticas logra ser más objetivo. Por ejemplo no aparece el concepto de “élites” sino que introduce expresiones como “grupos dirigentes”, “clases altas” y el término “oligarquías” trata de hacerlo pasar como propio del uso de los personajes históricos y no del historiador, aunque a veces se lo apropia. La viejas categorías de la dialéctica marxista, burguesía / proletariado, que tanto influyeron en la “nueva historia” de los setenta, brillan por su ausencia. Y los conceptos de poder que tanto fascinan a los autores franceses, como dominación, hegemonía, opresión, explotación, o la palabra de moda, “subalternos”, tampoco son utilizados. La excepción es la p192, donde aparece de manera más explícita la lucha de clases bajo el término “tensiones sociales” que involucra a sectores en ascenso, pobres, obreros, indios, negros, campesinos, pueblo en suma, en contraposición a oligarquías y a veces a artesanos y clases medias; en ese mismo párrafo también habla del enfrentamiento de pobres y ricos y de campesinos contra terratenientes, y del endurecimiento de relaciones entre “grupos dominantes” y “nuevos sectores”. Sólo en otra ocasión usa la expresión “grupos subordinados” (p164). Eso no quiere decir que la asimetría de poder no sea evidente en la narración, sino que es descrita “asépticamente” casi siempre. Intereses y valores sí son herramientas que el autor esgrime. En síntesis los principales conflictos de la etapa republicana han sido: centralismo vs federalismo, catolicismo vs liberalismo, pueblo vs oligarquías.
Esa objetividad sería más alcanzable si estuviera describiendo hechos solamente, pero la necesidad de síntesis le obliga a resumir analíticamente (seleccionando), así que su equilibrio es aparente. Hasta un ejercicio literario como La Franja Amarilla de William Ospina (o Pa´que se acabe la vaina del mismo autor) logra mayor profundidad gracias a que es más arriesgado con hipótesis explicativas. Por ello el autor no logra encontrar una identidad nacional, salvo en la violencia endémica. La impotencia explicativa la expresa el mismo autor al notar como la religión, que tiene un gran peso en la narración pues efectivamente Colombia ha estado signada por ese tipo de creencias antiguas (especialmente en la contradicción entre liberales y conservadores), de manera “inadvertida” (p317) se transforma en un estado laico. Logro discutible, además, dado que en 2016 pudimos ver que no es así, con la masiva marcha, religiosamente motivada, del 10 de agosto y el impacto que eso tuvo el 2 de octubre en el plebiscito por la paz, que no tenía nada que ver con el otro asunto, pero fueron hábilmente mezclados en la propaganda con el fin de confundir.
El libro tiene otro par de limitaciones: la visión interiorana ensimismada y la falta de análisis comparativo con otros países de la región y del mundo, algo que sí hacen, por ejemplo, Acemoglu y Robinson en Why nations fail, con algunas menciones a Colombia.
A pesar de que el libro reconoce que Colombia es un país de regiones, buena parte del texto de la etapa republicana se centra en Bogotá y Medellín, como los dos polos decisivos. Barranquilla casi ni se menciona, excepto en el capítulo final. El 10 de octubre de 1821, fecha en la cual fue expulsada la última tropa española en el territorio, por el puerto de Cartagena, pasa desapercibida. Tampoco se menciona que la élite que fue más afectada durante la guerra de la independencia fue la de Cartagena, lo cual tendrá importantes efectos. La llegada al país de la navegación a vapor, la aviación, el correo aéreo, la radiodifusión, la urbanización moderna, la filosofía moderna, el fútbol, las corrientes musicales y de pensamiento, entre otros factores de modernización, por Barranquilla, es desconocida en el texto. Colombia entró en diálogo con el mundo desde 1960 dice el autor (p. 319), pero Barranquilla lo hizo desde el siglo XIX, lo que explica su auge desde finales de ese siglo y comienzos del siguiente. Barranquilla no sólo es invisible en la lucha por la independencia, sino que luego en la república no juega ningún papel como pionera de la modernización, ni en el 9 de abril (aunque sí se menciona el triunfo electoral de Gaitán en esta ciudad, y de hecho Jorge Eliécer tenía más claro que Jorge Orlando que Barranquilla fue “cuna de todo lo nuevo”). Hace 100 años Barranquilla se convirtió en la segunda ciudad del país en población. Eso pasa desapercibido en el libro. Entonces cuando Barranquilla aparece en el último capítulo es como si surgiera mágicamente, como conejo del cubilete, sin explicación alguna (algo similar podría decirse de Bucaramanga). El libro utiliza categorías cachacas como “tierra caliente” y “tierra fría”, una división laxa de pisos térmicos que no es adecuada para el análisis regional del territorio.
Y al no hacer análisis comparativo con otros países y eludir casi totalmente el contexto internacional, simplemente la historia nacional se vuelve incomprensible. Dado el marco temporal milenario era pertinente responder la consabida pregunta de ¿por qué Norteamérica se convirtió en potencia líder y Suramérica y Centroamérica siguen en el subdesarrollo? Al analizar el modelo colonial español hizo falta el análisis comparativo con el modelo inglés u otros de referencia. El capítulo II, “La España del descubrimiento” hubiera permitido ese ejercicio. Otro aspecto clave fue la acumulación originaria del capital sobre el cual se mencionan diversos hechos, como la exportación de oro, la piratería y el subdesarrollo de la industria española, pero no se dimensiona el impacto mundial de ese fenómeno.
Por otra parte, si miramos la etapa republicana, encontramos que hemos progresado mucho si nos comparamos con la Colombia de ayer, pero si uno hace el ejercicio comparativo con países del este de Asia, por ejemplo, concluye que no hay tal progreso sino rezago en términos relativos. El propio autor reconoce que el progreso que Colombia puede exhibir en su etapa republicana es exógeno, producto fundamentalmente de factores internacionales (proteccionismo de facto por guerras mundiales, ciencia, tecnología, ideas liberales, socialistas, políticas públicas imitativas, nuevas mentalidades, artes). Y no todo lo retardatario o negativo es endógeno. De afuera llegaron también ideas fascistas o tecnologías de la muerte (tráfico de armas). Por ejemplo, el tema del narcotráfico no se entiende sin el contexto internacional. Escasamente se menciona que la bonanza marimbera surgió cuando se generó una creciente demanda de la juventud norteamericana. Y aunque se menciona el respice polum de Suárez (p177), la segunda guerra mundial y la membresía en el movimiento de países no alineados, el juego de Colombia en el tablero geopolítico mundial no es eje de análisis coherente. Es casi como si el historiador adoptara las limitaciones de Miguel Antonio Caro, el presidente que no conoció el mar. Este enfoque presupone que el contexto internacional tiene que aportarlo el lector. Mínimo ha debido escribir una aclaración al respecto en la introducción de HMC.
En materia de instituciones, la justicia y el estado de derecho merecerían mayor énfasis que el otorgado por el autor. En la descripción de Melo el poder ejecutivo central se roba el show, el legislativo permanece tras bambalinas y la rama judicial es casi invisible, así como el análisis de la separación de poderes o la historia de las fuerzas militares. Sin embargo, hay un aporte muy interesante que proviene de la herencia española: la dicotomía armas-leyes es en realidad una tricotomía: armas - leyes negociadas – leyes. “Se obedece pero no se cumple” (la Universidad de Salamanca tuvo que ver con esta curiosa doctrina). Esta idea es clave para entender no sólo guerras y amnistías o la coexistencia de violencia y democracia formal, sino también la corrupción y el tráfico de influencias (“capital relacional” que llaman). La universalidad de la ley no es un concepto triunfante en Colombia, no ha sido interiorizado en su cultura nacional, lo cual es tanto causa como efecto del relativamente bajo grado de legitimidad del estado.
El libro menciona acertadamente el cambio en la situación de la mujer y lo explica, a mi modo de ver correctamente, por los desarrollos del capitalismo que transformaron la estructura del empleo y junto a otros factores (nacionales e internacionales) disolvieron la familia patriarcal. Pero hace una concesión referente a supuestos “grupos de militantes” sin precisión alguna y en contradicción con el resto del contenido. En esta parte se hace notorio que no menciona el otro cambio concomitante: el de la juventud y las relaciones intergeneracionales (el “generation gap”). La juventud sólo aparece como movimiento estudiantil. Otra ausencia notoria es el movimiento cívico, que fue el movimiento social más dinámico en los años 70 y 80 del siglo pasado, concomitante con la urbanización y el desarrollo de la infraestructura urbana y sin el cual no explicaría el fenómeno del M19.
Sobre la influencia de filósofos europeos son mencionados sólo dos: Jeremy Bentham por vía de Santander y los liberales, y luego Herbert Spencer por vía de Rafael Nuñez (p148) y que, según Melo, incidió en el cambio de posición del cartagenero ilustre. Sorprendentemente Eliseo Reclus es mencionado en dos ocasiones. Otras influencias como la escolástica, la ilustración, el marxismo, el falangismo, son mencionadas como corrientes de pensamiento sin individualizar autores.
Para finalizar, algunos errores o puntos dudosos son los siguientes:
-En p35 dice que no se sabía calcular la latitud; en realidad el problema era la longitud.
-En p62 habla de frutos exóticos en el siglo XVIII y, entre ellos, hace referencia al mango; recuerdo la polémica que se generó con El general en su laberinto de Gabo que puso a Bolívar a comer mango. Por lo que recuerdo el asunto no quedó del todo dilucidado. Tengo la duda de cuándo fue traído el mango que viene del trópico pero del otro lado del mundo.
-Inquietud: en p142 menciona “los movimientos religiosos populares de la costa” en la época de la revolución del medio siglo, pero no explicita de qué se trataba. Sería interesante conocer más sobre esto.
-En p240 menciona a Colciencias como Departamento Administrativo de CTI cuando fue creada en el gobierno de Lleras Restrepo, lo cual es inexacto. Colciencias nació como un Fondo, luego fue Instituto y apenas en 2009, con la Ley 1286 fue convertido en Departamento Administrativo.
-En p254 menciona el manifiesto por un candidato único de izquierda en 1979 que luego daría origen a Firmes; según mi memoria ese manifiesto fue en 1978, antes de elecciones.
-La descripción de Melo sobre las acciones y políticas del M19 en el período de Betancur son inexactas, por decir lo menos, en varios aspectos y tiene omisiones claves que desfiguran el análisis (por ejemplo, no se mencionan ni la batalla de Yarumales en plena tregua ni el atentado a Navarro, hechos sin los cuales no puede entenderse la ruptura de la tregua pactada p257). En p258 el autor da algo de crédito a la versión del sicario y mitómano Popeye sobre el palacio de justicia, una tesis que carece de credibilidad.
-En la descripción de cómo se llegó a la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente en 1990 el autor no conecta episodios interrelacionados, por ejemplo, olvida el “camarazo” (p268).
-En p269 menciona la votación de AD-M19 a la ANC como 25%, pero en realidad fue de 27% y la lista más votada.
-En p273 se dice que a partir de 1993 las FARC pasaron a la guerra de posiciones, lo cual es un error, las FARC pasaron a guerra de movimientos.
-En p275 habla de la ruptura de negociaciones en el Caguán y la compara con lo sucedido 20 años antes, sin precisar, pero creo que se trata de un error y que la comparación que cabe es con la ruptura de la negociación de Tlaxcala en 1992 (10 años antes y no 20) por el secuestro de Angelino Durán Quintero.
-En p281 usa la expresión “enemigos de la guerra”, pero probablemente se refería a “amigos de la guerra”, pues habla del apoyo a grupos armados ilegales.
-En p.307 Melo desconoce que el fútbol en Barranquilla y Santa Marta data de comienzos del siglo XX.
-En p316 habla de la “Constitución de 1936” para referirse a la reforma constitucional.
-En p. 323 se refiere al cambio en la sustentación del movimiento guerrillero con base en el narcotráfico al disminuir el apoyo de masas, pero la manera como está narrado pareciera ubicar esa transformación en los años 80 y no, como realmente sucedió, en los años 90.
-En p.324, al generalizar el balance histórico, habla de las guerrillas como si todas hubieran sido comunistas, una equivocación que va en contravía de lo que el propio autor ha narrado en páginas anteriores.
-Errores ínfimos de transcripción: en p128 menciona a Domingo Caicedo, pero en la siguiente página el apellido cambia a Caycedo; en p141 repite al departamento de Santander en un listado.
ANEXO
¿Cómo sería una historia de Colombia alternativa a la de Melo?
Para ensayos divulgativos y reflexivos no muy extensos sobre la historia colombiana serían más interesantes textos que se arriesguen con una (o varias) hipótesis explicativas que sirvan de hilo conductor de una visión de conjunto.
Si eso es mucho pedir o demasiado arriesgado, entonces propongamos reemplazar la simple secuencia cronológica de hechos por una historia analítica en dos marcos temporales y organizada por ejes de la siguiente manera:
-Historia Milenaria: desde la ocupación del territorio hasta el presente
-Historia de la naturaleza y de la relación humano – ambiente en el territorio (usamos como referencia las fronteras actuales pero a sabiendas de que no son límites naturales).
-Historia de la matriz energética: esto incluye alimentación, domesticación de animales, fuego, agua, vapor, electricidad, combustibles fósiles, energías renovables, distribución
-Historia epidemiológica: enfermedades, farmacopea, creencias, salud, ingeniería sanitaria, higiene, medicina, genética de poblaciones, demografía (aunque podría haber un eje específico para historia demográfica y geografía humana)
-Historia de la integración y las comunicaciones: lenguas, transporte premoderno (caminos y medios), escritura y alfabetismo, telecomunicaciones, transporte moderno y sus dilemas
-Historia de las organizaciones de las sociedades: escala, complejidad, jerarquías, diferenciaciones, estructuras y funciones, articulaciones y mecanismos, conflictos
-Historia de las cosmovisiones
-Historia del conocimiento: técnicas y cultura material, ciencia y tecnología, innovaciones, productividad, diseminaciones, transmisión
-Historia Republicana
-Historia del ordenamiento territorial, regiones y fronteras
-Historia del estado de derecho y las instituciones
-Historia de los conflictos horizontales y verticales
-Historia de las innovaciones y el progreso
-Historia de las ideas en 4 dimensiones: política, academia, religión y tradición; historia de las ideas políticas (esclavismo, centralismo, federalismo, cristianismo, autoritarismo, democracia, liberalismo, socialismo, fascismo); historia de los prejuicios (sectarismo religioso, sectarismo partidista, racismo, sexismo, determinismo geográfico ingenuo, sexualidad, librepensamiento); historia de la educación (escuelas pedagógicas, gramática vs ideal de lo práctico, matemáticas puras vs aplicadas, benthamismo vs religión, liberal vs confesional, filosofía escolástica vs filosofía moderna, evolución vs religión, naturalismo, materialismo y racioempirismo vs religión, ciencia inventarial vs teorías, profesiones vs oficios, pública vs privada, políticas económicas)
-Historia de la política exterior en el contexto geopolítico.
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