Entre la independencia y la pandemia de Hernando Gómez Buendía: reseña
SUBTÍTULO: Colombia, 1810 a 2020
EPÍGRAFE: La guerra más larga del mundo y la historia no
contada de un país en construcción.
NOTA. En esta reseña se combina
lo informativo y descriptivo con lo valorativo y crítico. Espero que la redacción permita al lector
diferenciarlas.
ASPECTOS EDITORIALES. Este volumen de 781 páginas fue publicado en
marzo de 2021 por la editorial de la Fundación Razón Pública, inaugurando con
esta obra su colección Argumentos, dedicada a “publicaciones escogidas para llegar
al fondo de los grandes problemas nacionales”.
El autor preside dicha fundación, así que no faltará quien diga que se
trata de una autopublicación, pero eso es poco relevante. No es un típico producto académico que pasa
por revisión de pares, pero supera de lejos la calidad de mucho texto académico
que sí pasa formalmente por esa revisión en medio de la graforrea universitaria
escaladora. Considero que este trabajo
contribuye a consolidar a Razón Pública como uno de los tanques de pensamiento
más importantes de Colombia.
El libro fue escrito antes de la
pandemia y estaba listo para ser publicado en marzo de 2020 cuando se presentó
la emergencia global y su salida a la luz fue aplazada. Esta circunstancia garantiza, como dice el
propio autor, que el texto histórico no caiga en el sesgo del
“presentismo”. Para ese momento el libro
tenía unas 700 páginas. La decisión
editorial fue publicarlo un año después, agregándole un post-scriptum de casi
100 páginas sobre la pandemia. Tal
extensión para un tema de coyuntura me parece excesiva, pues fue escrita en
septiembre de 2020 cuando apenas había transcurrido un semestre de pandemia y
sólo se había superado el primer pico.
Ni siquiera se vislumbraba la vacunación. Hubiese bastado un breve epílogo que
justificara poner la palabra “pandemia” en el título del libro, sin alargar
demasiado el ya excesivo tamaño de la obra.
Por extenso y profundo que sea el análisis de la pandemia, no hay duda que
esa sección del texto va a perder vigencia rápidamente.
Una falla editorial de la
publicación es que carece de índice analítico.
Han debido aprovechar el aplazamiento para elaborarlo. Sobra decir que esa carencia dificulta
reseñar el voluminoso escrito. También
hay pequeños errores tipográficos, pero ninguno que afecte la comunicación
efectiva.
ESTRUCTURA. El libro consta
de ocho partes.
Parte I. La paradoja: 210 años de
balas y votos. Tiene tres capítulos, los dos primeros dan una visión panorámica
del libro y el tercero es sobre las FARC y el Acuerdo de La Habana.
Parte II. El personaje y el
escenario. El personaje es el Estado
débil y el escenario es una sociedad fragmentada. Tiene tres capítulos, dos de ellos con
adenda. Esta segunda parte también
ofrece una visión de conjunto.
Parte III. El período de las guerras en el centro. Tiene seis capítulos referentes al siglo XIX
hasta el final de la guerra de los mil días en 1902. Con unas cien páginas, esta tercera parte es
similar en extensión a las Partes I y II sumadas.
Parte IV. Hacia el orden
conservador. En unas 130 páginas con 5
capítulos aborda el período 1902 a 1964.
Parte V. Las guerras en la
periferia. Trata del conflicto interno
desde 1964 al presente, a lo largo de 4 capítulos y dos adendas en unas 150
páginas. Incluye los procesos de
paz. Sin embargo, no hay una visión
integral sino concentrada en las FARC.
El último capítulo vuelve y repite el tema del Acuerdo de La Habana.
Aquí termina la primera historia que está centrada en la violencia política.
Parte VI. Construyendo país. Esta parte es la segunda historia, es decir,
el autor nuevamente reconstruye la historia republicana y bicentenaria de
Colombia en unas 190 páginas, pero ya no centrada en la violencia política,
sino en la construcción de la nación colombiana. Por ello, está dividida en 4 capítulos que
corresponden a los aspectos económico, social, político y cultural,
respectivamente.
Parte VII. Epílogo: lo que sigue. Esta parte es en realidad un pequeño capítulo
de futurología (unas 15 páginas).
Parte VIII. Post-Scriptum: en
tiempos de pandemia. Las 7 partes
anteriores fueron escritas antes de la pandemia, mientras que esta larga
post-data de unas 75 páginas fue escrita en septiembre de 2020. Es un análisis de la coyuntura de emergencia
sanitaria en Colombia.
EL AUTOR. Hernando Gómez
Buendía (en adelante HGB) es ampliamente conocido como columnista y
analista. Este trabajo mantiene el tono,
entre periodístico y académico, propio del analista y columnista de opinión que
escribe para un público amplio y heterogéneo.
De ahí que el escrito es serio, en general, pero a veces adopta un tono
desenfadado y el autor se permite una que otra licencia para el humor. Asimismo, a veces entra en tecnicismos, pero
con la debida indulgencia con el lector profano. HGB es fiel a sí mismo y retoma algunas tesis
de columnas o de obras anteriores como el “almendrón”, la conclusión de 37 modos de hacer ciencia, etc.
HGB se reconoce como liberal. Es un ilustrado, moderno, racioempirista,
defensor de la ciencia y el progreso. Presumiblemente es un agnóstico. Utiliza un bagaje de la economía, la
sociología, la politología, el derecho, la historia y la filosofía, lo cual
corresponde a la formación que le adjudica la solapa del libro: sociólogo,
economista, filósofo y abogado con M.A., M.Sc. y PhD.
La autobiografía tiene una pequeña
presencia en varios lugares del texto. En especial, en la p. 361 incluye un
largo párrafo de escenas puntuales de su vida, como flashbacks sin narración, sólo recuerdos sin orden, cada uno
expresado en una frase descriptiva. Ese
párrafo fuera de serie es como esas escenas de película donde el protagonista
agoniza y los recuerdos de su vida desfilan en su mente y ante los ojos de los
espectadores. Lo interesante es que hay
algunas “chivas” (periodísticas) insinuadas.
ENFOQUE. No es exactamente un
libro narrativo de recuento histórico, aunque aparenta serlo. Ante todo es un texto analítico, donde el
autor arriesga hipótesis explicativas, interpretaciones, caracterizaciones
estructurales, conceptualizaciones, periodizaciones, clasificaciones,
jerarquizaciones y, eventualmente, opiniones y valoraciones. Su marco teórico es ecléctico. Ténganse en cuenta las múltiples disciplinas
involucradas y dentro de cada una la caja plural de herramientas que provee. Incluso utiliza recursos extraídos de teorías
de las cuales disiente. No me atrevo a
clasificarlo en una corriente determinada, salvo en el liberalismo como visión
general de la vida y la sociedad.
En comparación con Las guerrillas en Colombia de Darío
Villamizar, que es básicamente cronología, o con Historia mínima de Colombia de Jorge Orlando Melo, que resulta
superficial de tanto pretender neutralidad descriptiva, el libro que nos ocupa
se nos revela como mucho más incisivo y crítico, tomando posición y arriesgando
interpretaciones. Puede que uno no esté
de acuerdo con algunos de los análisis críticos o interpretativos de Gómez
Buendía, pero se le agradece el esfuerzo argumentativo basado en datos y capaz
de ir más allá del mero relato. Este
esfuerzo es absolutamente necesario si lo que se quiere es profundizar en la
historia en busca de explicaciones causales y no sólo encadenar “un maldito
hecho detrás de otro”. Pero el resultado
es, por supuesto, mucho más polémico.
El concepto de explicación de HGB
acude al convencionalismo con valores epistémicos como coherencia, economía de
pensamiento, simpleza, elegancia. Y frente a los hechos invoca un falsacionismo
(tomado de Hempel): “las explicaciones nunca se comprueban, sino que pueden
falsearse si no dan cuenta de nuevos hechos relevantes” (p.30). Todo ello basado en el método comparativo,
multidisciplinar y con una mirada de largo plazo (no tanto como para hablar de
macrohistoria o longue durée).
Por último, es preciso señalar
que el libro también es importante por la cantidad de datos que brinda.
CONTRADICCIÓN. El libro se
contradice a sí mismo. Digamos que el
volumen de 800 páginas se divide en 500 sobre violencia política, 200 sobre
construcción de país y las 100 de pandemia ya mencionadas. Pues bien, el autor concluye que el tema de
las 500 es secundario y que el verdadero tema principal es el de las 200. Dice que la historia centrada en la violencia
política ha sido sobrevalorada y la denomina “historia aparente”. En particular, dice que el tema de las FARC
ha sido sobrevalorado. Sin embargo, el
libro tiene como eje principal todo eso que considera sobrevalorado, ocupando
de la Parte I a la V. Sólo en la Parte
VI, titulada “Construyendo país”, el autor aborda lo que considera más esencial
en la historia de Colombia que corresponde a la construcción del Estado, el lento
crecimiento de la economía, el relativo progreso social, la modernización sin
modernidad, la cultura y la tecnología.
El autor aclara que cuando
califica a la historia de la violencia política como “aparente”, no quiere
decir que no fuese real, sino que centró demasiado la atención, tanto de la
deliberación pública en cada momento histórico como de los historiadores en su
labor ex post facto. La oposición entonces sería: historia aparente
vs historia de construcción de país.
Interpretando al autor yo las bautizaría: historia ruidosa e historia
silenciosa. E invocando a Gaitán uno
podría aludir, forzando un poco, a la historia del país político y la historia
del país nacional. Retomando el epígrafe, “la guerra más larga
del mundo” corresponde a la historia ruidosa del país político y “la historia
no contada de un país en construcción” encajaría con la historia silenciosa del
país nacional.
En el caso particular de las
guerrillas, HGB sobrevalora a las FARC, se obsesiona con este grupo y subvalora
a las demás organizaciones insurgentes.
Lo paradójico es que el libro concluye que… ¡las FARC fueron
sobrevaloradas! En contraste, el autor reconoce
que “el M19 fue la guerrilla que más cerca (o menos lejos) estuvo de derrotar
al Estado por la vía política”, mientras que las FARC lo estuvieron “por la vía
militar”, pero el libro apenas aborda tangencialmente el fenómeno político del
M19. Es decir, el propio análisis de HGB
le indica que debía ser más equilibrado e integral, pero no lo asume.
FASES Y PERÍODOS. La
periodización de la historia republicana de Colombia que propone HGB en el eje
de la violencia política utiliza la discutible pareja conceptual centro /
periferia para segmentar el proceso histórico en dos fases o ciclos: la de
guerras en el centro (desde la independencia hasta 1902) y la de guerras en la
periferia (desde 1964 al presente), separadas por la paz de medio siglo
(1902-1948 que corresponde a la consolidación del orden conservador) y un
período violento de transición (de 1948 a 1964) (p. 83). Esos serían entonces 4 períodos, sin embargo,
en la p. 20 había integrado el lapso de 1902 a 1964 como un solo período: el de
la construcción del orden conservador.
En el primer ciclo se enfrentan
las élites y en el segundo se enfrentan élites y antiélites (vanguardias
insurgentes de izquierda). Concepto de
élite: “conjunto de grupos reducidos, sobrepuestos e intrincados que adoptan
las decisiones con consecuencias de escala nacional” (p. 83). Concuerdo en que hubo dos tipos de guerra en
dos épocas, pero no concuerdo con la denominación “centro” y “periferia”. Prefiero hablar de conflicto horizontal
(entre los dos partidos policlasistas con porciones de poder) y conflicto
vertical (entre el poder y la insurgencia inspirada en la lucha de clases o en la
contradicción pueblo-oligarquía). Hablar
de “periferia” parece más bien el producto de la obsesión de Gómez Buendía con
las FARC y constituye un error, pues subvalora el escenario urbano del
conflicto y desconoce el gran ciclo de los movimientos cívicos de las décadas
1970-1990. Asimismo HGB desconecta el
cambio constitucional de 1991 con los procesos de paz. El resultado de las elecciones a la Asamblea
Nacional Constituyente (ANC) no es consistente con esa calificación de “guerra
en la periferia”.
Es pertinente señalar que el
ciclo reciente también incluye a los paramilitares y al narcotráfico. Por eso HGB dice que el Estado ganó seis
guerras: M19, EPL, ELN, FARC, paramilitares y narcotráfico. Sin embargo, el autor maneja la diferencia
entre distintos tipos de violencia: política, rentística, social y ordinaria,
sólo que es la realidad misma la que las entremezcla.
El otro lado de la moneda de la
periodización centrada en el eje de la violencia política es la periodización correspondiente
al eje de la democracia: excluyente (1810-1910), transición (1910-1957) y
conservadora desde 1958, modernizándose lentamente. Nótese que para Gómez Buendía la nueva
Constitución no determina un cambio de período, algo discutible.
OTRAS PAREJAS CONCEPTUALES.
Ya hemos mencionado las parejas historia aparente / construcción de país
y centro / periferia. Otras parejas
conceptuales interesantes son: individualismo / comunitarismo; federalismo / centralismo; apertura o librecambismo / proteccionismo; ciencia
/ ideología; capitalismo / rentismo;
voluntarismo / determinismo; y el
trío premoderno, moderno, posmoderno. Miremos brevemente las cuatro últimas en
sendos párrafos.
- Sin duda es clave diferenciar
ciencia e ideología y manifiesto que estoy en sintonía con el espíritu
científico que proclama el autor. Pero
HGB olvida la asimetría entre pasado y futuro en historia. Una cosa es la física newtoniana donde
explicar y predecir son simétricos, y otra el estudio de la sociedad humana. El futuro humano es opaco tanto para la
ideología como para la ciencia, así que la incapacidad de ver el futuro no
podemos atribuírsela a ceguera ideológica de manera tan simplona como hace
Gómez con la insurgencia. Ni siquiera los historiadores son capaces de adivinar
el futuro. Por otra parte, HGB tiene un
concepto totalmente negativo de las ideologías, no parece concebir que
eventualmente puedan jugar un papel positivo y que la oposición ciencia –
ideología no es absoluta.
- HGB afirma que en Colombia no hay capitalismo, sino rentismo. El asunto es que Gómez define de una manera
muy restringida el capitalismo, teniendo como modelo el capitalismo industrial
clásico. En esto resulta más papista que
el papa (en este caso el papa es Marx a quien cita varias veces). Podría decir que la discrepancia es meramente
semántica, pero es posible que sea más profunda. Sin embargo, coincido en que Colombia está
bien lejos de un capitalismo productivo e innovador y que el rentismo se
manifiesta de múltiples maneras, desde el proteccionismo de la sustición de
importaciones, la política tributaria (por ejemplo, las exenciones), ciertas
formas de corporativismo y de legislación con nombre propio, valorizaciones, el
tráfico de influencias, la información privilegiada, la corrupción, el
asistencialismo, la violencia rentística.
Gómez propone una práctica del rentismo en tres niveles: clientelismo en
las capas populares, corporativismo en las medias y el rentismo propiamente
dicho en las altas. Profundizar en el
fenómeno del rentismo es un aporte del texto. En otro más de sus vaivenes, en
p. 644, HGB matiza y acepta que el rentismo es compatible con el capitalismo (y
cita a Rowley y Tollison, 1988).
- Voluntarismo y determinismo no
aparecen como una pareja conceptual explícita en el texto. Como científico social en busca de
explicaciones, HGB recurre a la explicación causal y, por ende, al determinismo
(probabilístico). Pero nuestro
historiador tiene una espinita moralista e insiste varias veces en el libre
albedrío de algunos protagonistas, básicamente los líderes de la
insurgencia. Parece que al autor le
preocupa que su esfuerzo explicativo sea interpretado como justificatorio. Gómez rechaza la idea de condiciones o causas
objetivas y subjetivas de la insurgencia (que Belisario Betancur aceptó) y cae
en el juicio moral, impropio de un trabajo científico. Él mismo anota que existieron cerca de 40
grupos subversivos en Colombia, por tanto, al hacer historia sobre los grupos
que adquirieron mayor importancia, extensión y permanencia debería buscar la
explicación de ese hecho sin acudir al voluntarismo. Y si se trata de hacer juicios anacrónicos
entonces hágalo a todos los actores. En
fin, creo que HGB se equivoca y es inconsistente al introducir esta disonancia en
su trabajo científico. Al final volvemos sobre esto.
- Gómez Buendía se alínea con la
modernidad. Lo cual está muy bien. Pero es acrítico con el posmodernismo, le
coquetea con ligereza (no obstante, en otro más de sus vaivenes, en p. 636 dice
que “la posmodernidad y sus muchas verdades o relatos no es posmoderna sino
rabiosamente premoderna”. También es
acrítico con el psicoanálisis o con conceptos políticos como “cuarta revolución
industrial” metidos de contrabando en la historia. Llega a decir que Colombia pasó de la
premodernidad a la “posmodernidad” sin haber cursado la modernidad. Algo así
como el cuento de la mula al avión. Eso
implica aceptar que la posmodernidad es realmente una etapa histórica y,
además, un progreso respecto a la modernidad.
Doble error. A su favor digamos
que este error doble no pesa mucho en su argumentación. Vale aclarar que en la solapa dice que el
autor es filósofo y, en efecto, el libro aborda en varias ocasiones temas
epistemológicos, cognitivos y culturales, aunque de manera un tanto
superficial, con muchos lugares comunes.
La filosofía no es su fuerte.
ANÁLISIS COMPARATIVO. Una
virtud del libro es que acude al análisis comparativo con otros países
latinoamericanos y del mundo, un recurso metodológico imprescindible para
controlar variables en sistemas complejos como una nación. Ahora bien, este método es necesario pero no
suficiente para dar cuenta de la evolución de una sociedad.
EN EL ORDEN INTERNACIONAL.
Después de la independencia del Imperio Español, el conservatismo
mantuvo a España como Madre Patria mientras el liberalismo buscaba otros
referentes: Inglaterra (con quienes Colombia se endeudó apenas se independizó
de España), Francia (con quienes se intentó la construcción del canal
interoceánico) y en alguna medida Estados Unidos. Pero al voltear el siglo, con la pérdida de
Panamá y el Respice Polum de Marco
Fidel Suárez, Colombia entra de lleno en la órbita de EEUU y ahí permanece
hasta el presente. El autor recrea en detalle este proceso de inserción
geopolítica de las primeras décadas del siglo XX. En el orden económico, Colombia, como toda
América Latina, quedó ubicada en la división del mercado mundial como proveedor
de materias primas hasta el sol de hoy, con muy poco valor agregado a nuestras
exportaciones.
Como otros autores Gómez Buendía
reconoce que los cambios y el progreso de Colombia durante la era republicana son
básicamente originados en el exterior, como un eco del progreso y los cambios de
la humanidad. Las tecnologías, las
ciencias, las ideologías políticas y religiosas, las políticas macroeconómicas,
la lenta liberalización de las costumbres y tantos otros aspectos de la
modernización, la bipolaridad de la guerra fría, la demanda de psicotrópicos, son
exógenos. La inyección de capital
también (indemnización de Panamá, créditos, multinacionales). De desarrollo endógeno hay muy poco. Aunque esta asimilación se hace desde
nuestras particularidades nacionales. Y
esto sigue siendo así.
BALAS y VOTOS. La gran
paradoja de Colombia es su principal rasgo distintivo en comparación con otras
naciones del continente y del mundo. Y
no es otra que la estabilidad de su régimen de democracia electoral
concomitante con una violencia política intensa y extensa en el tiempo y el
territorio. En ambos campos Colombia
bate récords. HGB defiende la democracia con el argumento de siempre, la frase
de Churchill: “es el peor de los sistemas políticos con excepción de todos los
demás”. Con este giro conformista se
vuelven aceptables todos los defectos de la democracia real e inaceptable el
uso de la violencia rebelde, y esto marca un desafortunado tono moral en el
análisis. Gómez aborda la paradoja con estos tres conceptos claves: consenso republicano (desde la posindependencia),
las falsas polarizaciones (en
múltiples coyunturas de los dos siglos) y el orden conservador (siglo XX).
Después de la independencia se
van configurando los dos partidos que constituirán los pilares del
Estado-nación en ciernes. Gómez no cae
en la trampa del maniqueísmo respecto a Santander y Bolívar, no glorifica ni
sataniza a ninguno. Digamos que es un
tratamiento ecuánime. La visión
bolivariana expresada en la Constitución de Bolivia, de tipo monarquista, no
tiene mayor acogida. Muerto el
Libertador, el consenso republicano es suficientemente sólido para perdurar en
medio de las vicisitudes, aunque a la postre adquirirá la forma de un
presidencialismo fuerte. A los partidos
hay que sumarles la iglesia católica como tercera columna del proceso de
construcción de país, con una ligazón fuerte con los conservadores y una
relación ambigua con los liberales. La falsa polarización del siglo XIX se
refiere a que, siendo el catolicismo un factor común de las élites y población
en general, se convirtió en una fractura de las élites en torno a la dicotomía
Estado confesional vs Estado laico, según el autor por la confusión entre
catolicismo y clericalismo (otra falsa polarización fue federalismo vs
centralismo).
Una característica del
bipartidismo es que hay facciones dentro de cada partido, así que se va
configurando un espectro político que en los extremos tiene las alas radicales
de ambos partidos y en el centro se tocan o solapan un poco las facciones
moderadas, lo cual ayuda a explicar la paradoja, pues los radicalismos atizan
la violencia y las falsas polarizaciones, mientras los moderados generan
puentes y entendimientos, en particular el consenso republicano que impidió las
dictaduras netas (Melo y Rojas son las excepciones) (a otro nivel Nieto,
Mosquera, Acosta y Marroquín). De 117
jefes de Estado sólo ocho accedieron al poder por medio de la fuerza (los ya
mencionados más Sámano y Bolívar). Finalmente
se impone el orden conservador con la centralista y presidencialista Constitución
de 1886, la construcción del ejército nacional y sucesivas victorias militares
hasta la definitiva en la guerra de los mil días. El ejército será entonces una cuarta columna
para vertebrar la nación.
En el siglo XIX los partidos son todo y el Estado es nada, podríamos decir
exagerando la nota, y ahora en el siglo XXI, es lo contrario, el Estado es todo
y los partidos nada. En el trayecto se
fue produciendo esa inversión a medida que crecía el Estado (un crecimiento
permanente que sin embargo iba retrasado respecto a la mayoría de países
vecinos y sin alcanzarlos nunca). La
construcción del Estado central debe incluir dos condiciones económicas: moneda
nacional (con el poder de emisión) y
tributación nacional; ambas alimentarán la burocracia central y el ejército
nacional. Todo esto se va dando a finales del siglo XIX y comienzos del XX bajo
la égida del orden conservador naciente.
El librecambismo, apoyado por una facción liberal, no tenía chance pues
de las aduanas vivió la burocracia central en el siglo XIX. El orden conservador es entonces el gran
constructor del Estado nacional centralista.
El orden conservador tiene al catolicismo como columna vertebral, a
España como referente exterior, al clero como coprotagonista junto al partido y
en coherencia con todo ello, la ausencia de racionalidad científica. Centralismo, presidencialismo y comunitarismo
son su sello, en oposición a federalismo, parlamentarismo e
individualismo. Ese presidencialismo es
fuerte porque la iniciativa legislativa se va a concentrar en el ejecutivo y el
Congreso se convertirá en un peaje politiquero (cabildeo, auxilios
parlamentarios o cupos indicativos, puestos, etc; en otros países también
presidencialistas el ejecutivo no tiene la iniciativa parlamentaria). El café y la antioqueñización de Colombia en
ese período de finales de un siglo e inicio del otro fue el motor del orden
conservador. Y ya mencionamos al ejército nacional que en realidad va a ser un
ejército conservador, así como se implementa una policía cada vez más nacional,
pero igualmente conservadora (aunque en el siglo XX durante la república
liberal la hegemonía conservadora en la policía será resquebrajada un tanto).
Nótese que cuando se mencionó la
periodización, el lapso de república liberal (1930-1946) quedó incluído en el
período de construcción del orden conservador, al igual que La Violencia y el
inicio del Frente Nacional. Esto
significa que la república liberal fracasó en imponer un orden liberal. Sobre la Revolución en Marcha, HGB dice que
pudo ser el inicio del capitalismo en Colombia, pero no se logró porque no
había “sujeto histórico”, esto es, empresarios.
Señala el autor que lo que había era negociantes, no empresarios, que yo
traduzco como capitalistas productivos, innovadores y arriesgados. Por tanto, se mantuvo el rentismo, esa y las
demás reformas agrarias posteriores fueron derrotadas, y con la sustitución de
importaciones el rentismo se impuso hasta en la industria que por protegida no
logró ser competitiva.
Es necesario aclarar que al
caracterizar el período 1902-1964 como el de la construcción del orden
conservador, el autor no está diciendo que 1964 marcó el fin de dicho orden,
sino que éste, ya consolidado con el Frente Nacional, ha sabido mantenerse
hasta el presente, incluso a pesar del cambio de Constitución en 1991. Profundizar en este concepto del “orden
conservador” es otro aporte del libro. Pero
el tratamiento que Gómez Buendía le da a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC)
y el cambio de Constitución es –me parece- un tanto displicente. Se nota un interés en restarle importancia,
quizás porque HGB aspiró a entrar a la ANC y no lo logró. El autor minimiza la importancia del
movimiento estudiantil de la “séptima papeleta” y no es capaz de encontrar la
conexión entre el proceso de paz con el M19 y el “estado de opinión” que impuso
la razón de Estado para disolver el Congreso y convocar la ANC. Ni siquiera menciona el episodio del
“camarazo” en diciembre de 1989. Tampoco
enfrenta de lleno la gran paradoja de apertura política y aumento de la guerra
en los años 90. En el relato de HGB, ese
momento histórico clave de 1989 a la agudización de la guerra en los años 90,
es inexplicable.
LAS EXPORTACIONES. Una idea
interesante que argumenta HGB es que a lo largo de la historia económica del
país, el sector exportador ha sido pequeño, pero ha jugado un papel líder
dinamizador. Esto ayuda a explicar otra
característica de Colombia que lo diferencia de otros países latinoamericanos:
un crecimiento lento pero constante, sin grandes crisis ni milagros económicos.
Tabaco, añil, quina, café, banano, petróleo se turnaron el rol de liderazgo,
siendo el café el producto de mayor permanencia e importancia. Hay que sumarle la mariguana y la cocaína
desde las últimas décadas del siglo XIX.
Y en el siglo XXI la locomotora minera.
Sin embargo, Colombia nunca ha sido monoexportador, pues aunque hubiese
renglones con liderazgos en sucesivos períodos, siempre hubo una relativa
diversificación, lo cual tiene relación con la geografía.
LA GEOGRAFÍA. Gómez Buendía
no utiliza las categorías de “causas últimas” y “causas próximas” que son
necesarias en macrohistoria. El devenir
de las sociedades humanas está subdeterminado por factores biológicos,
geoambientales y, obviamente, por los propios factores socioculturales. Los dos primeros se suelen utilizar como causas
últimas en las explicaciones macrohistóricas.
HGB no toca los factores biológicos, como sí lo hace Mauricio García
Villegas en El país de las emociones
tristes (hay una ínfima excepción en la p. 112 donde la conexión entre
biología y violencia le parece “muy inquietante”, pero al parecer no tanto como
para trabajar el asunto; también hay algo de neurociencia y memética cuando
habla de ideología: “el cerebro humano es ideológico” p. 142). En contraste, sí le da gran importancia como
trasfondo a la geografía fragmentada del territorio con regiones claramente
diferenciadas y diversos pisos térmicos.
Por ejemplo, en algún momento correlaciona el conservatismo con zonas frías
y el liberalismo con zonas calientes, una correlación más bien débil. La fragmentación del país y la consecuente
competencia interregional es clave para explicar que ningún grupo tenga el
monopolio del poder central, pero sí se generen guerras (interregionales e
intrarregionales en el siglo XIX), que no seamos un país monoexportador, que la
constitución de un mercado interno haya sido tardía y el desarrollo de la
infraestructura vial muy lento, que a pesar de eso el peso del sector externo
en la economía haya sido menor, que la economía no tuviese bruscas
fluctuaciones, que la construcción del Estado nacional haya sido un poco más
lenta que otros países del continente. La
geografía también explica la facilidad y la perdurabilidad de la guerra de
guerrillas (hasta que la tecnología logró vulnerar las defensas geoambientales,
agrego yo).
La fragmentación geográfica juega
en contra de la construcción de esa comunidad imaginada que es la nación. Creo que a diferencia de otros historiadores
paisas como Jorge Orlando Melo, Álvaro Tirado Mejía y Mauricio García Villegas,
HGB peca menos de regionalismo o centralismo.
El autor analiza de modo ecuánime el tema de la descentralización y las
disparidades entre regiones. Sin
embargo, en el período de construcción del orden conservador (1902-1964) la
región Caribe desaparece del relato. Y
aunque Fals Borda sí es referenciado, al analizar la violencia política el
autor nunca hace el contraste entre la región andina (o llanera) y el Caribe,
no aborda el ethos costeño relativamente pacifista, un asunto que debería estar
presente en todo tratado acerca de la violencia en Colombia.
El libro no aborda la historia de
las inmensas pérdidas territoriales de Colombia con sus vecinos, que suman un
área equivalente a la isla de Gran Bretaña.
La excepción es el caso de Panamá, que tuvo implicaciones económicas y
geopolíticas. El autor analiza esas implicaciones, pero no profundiza en el
hecho de la secesión y la óptica de los panameños no es tenida en cuenta. Ahora bien, el descuido de las fronteras es
un aspecto de una tesis más general que el libro sí trabaja, pero enfocado
hacia la explicación de la violencia política: la debilidad del Estado central,
la no presencia del Estado en amplios territorios del país. El texto también
deja bien claro el carácter del ejército nacional, volcado hacia enemigos
internos y no a la defensa de la soberanía nacional.
ANÁLISIS MILITAR. Este es un
libro centrado en la historia de la violencia política que, sorprendentemente,
no aborda la historia militar. El
análisis militar queda reducido a la economía, pues según el autor las guerras
las ganan los que tengan más recursos.
El desarrollo institucional de las fuerzas militares del Estado es
abordado como parte de la construcción del Estado y con un enfoque
economicista, condimentado con algunas alusiones ideológicas. Así, por ejemplo, el Frente Nacional logra un
nivel de profesionalización de las fuerzas militares y una orientación alineada
en la geopolítica de la guerra fría. El
Plan Colombia es valorado como decisivo para inclinar la balanza en el
conflicto interno, pero el énfasis también es economicista. En todo caso, no hay análisis propiamente
militar, no se evalúan las estrategias.
DOS PROBLEMAS DE FONDO.
Explicar la violencia política y el progreso social son dos objetivos
historiográficos de gran calado. El
primero de ellos es el tema central del libro, el segundo no tanto, pero
también es abordado. Creo que el autor
aporta en ambas direcciones, pero no logra cumplir ninguno de los dos
objetivos. Considero que ello se debe a
que el autor no es coherente con una concepción probabilística de la
explicación histórica y a que su ponderación de los factores influyentes es
subjetiva. Para HGB la violencia
política ha sido estéril y motivada más por factores subjetivos (ideología) que
generada por factores objetivos. Y el progreso social ha sido jalonado por el
contexto internacional y modulado (conservadoramente) por las élites a través
de concesiones y no ha sido producto de la lucha social o la presión popular. Veamos cada uno.
EXPLICAR LA VIOLENCIA POLÍTICA. En el objetivo de explicar la
violencia política ya mencionamos que HGB niega la tesis de las condiciones o
causas objetivas y subjetivas (p. 109), y se inclina por un voluntarismo
inexplicado, lo que casi equivale a renunciar al pensamiento científico y caer
en el pensamiento mágico. El autor sabe
que no puede hacer ciencia social apelando al voluntarismo, pero es incapaz de
renunciar a él, por ello se mete en un enredo de 4 páginas dedicadas al “libre
albedrío”, problema que considera insoluble para las ciencias sociales. Si Gómez Buendía fuese consecuente con su
tesis voluntarista, su investigación ha debido profundizar en la psicología,
pero no hay tal. El autor trabaja con
las ciencias sociales y prefiere caer en la contradicción de negar de boca para
afuera las condiciones objetivas de la violencia, al tiempo que a lo largo del
libro lo que está haciendo es exponer esas condiciones objetivas y las subjetivas. En p. 33 dice: “el punto de partida de este
libro resulta ser su problema más difícil: la violencia es una acción
voluntaria de quienes la practican, pero existen factores sociales que hacen
más o menos probable la irrupción, extensión y eficacia de esa violencia”. Así que el autor es conciente del carácter
probabilístico de la causalidad histórica.
Así se refleja también en la p.
30 cuando reconoce que “las sociedades difieren, tanto en la probabilidad de
que se presenten esos intentos (de ejercer la violencia política) como en la
eficacia de la violencia o magnitud de sus impactos sobre la vida pública”; y
agrega que “la frecuencia y el protagonismo de la violencia política obedece
entonces a razones sociales y por eso en nuestro caso hay que buscar sus raíces
en el modo peculiar de haberse organizado la sociedad colombiana”.
A la pregunta (p. 26) “¿por qué ha
sido tan frecuente e importante la violencia política en la historia de
Colombia?”, el autor responde (p. 28): “la persistencia e importancia de la
violencia política en Colombia se deben a que por razones geográficas e
históricas adoptamos un modo de organización social que induce a los sectores
dirigentes o aspirantes a dirigir el país a acudir a las armas para zanjar sus
diferencias”.
Son muchas las “las razones
geográficas e históricas” que aparecen en el libro. Condiciones objetivas como la diversidad y
fragmentación geográfica con multiplicidad de élites regionales con fuerzas
similares, ausencia de mercado interno nacional, Estado central débil,
bipartidismo ideológico con iglesia inclinada a un bando, sistema electoral
defectuoso, sociedad jerarquizada y excluyente, lo que el autor llama “falsas
polarizaciones”, sector exportador pequeño, ubicación marginal en la división
internacional del trabajo como proveedor de materias primas (nota: las
ideologías y las polarizaciones serían condiciones subjetivas).
En la p. 32 el autor ofrece su
“teoría general del conflicto” sintetizada en seis puntos: (1) Protagonismo de
élites y antiélites; (2) las ideologías de esas élites; (3) fuerza militar y
apoyo ciudadano de esos protagonistas;
(4) desigualdades y exclusiones que refuerzan ideologías; (5)
interacción entre violencia política y violencia rentística y social; (6)
probabilidad y eficacia de violencia política son inversamente proporcionales a
la capacidad disuasiva del Estado y la legitimidad del sistema político.
Me parece un tanto extraña esa
“teoría general del conflicto” cuando el propio autor, en su períodización,
habla de dos tipos de guerra, en el centro y en la periferia, en épocas
diferentes. Tal diferenciación supondría
una naturaleza diferente al reciente conflicto armado de izquierda insurgente
con respecto al viejo conflicto de liberal y conservadores. Sin embargo, los seis puntos mencionados
abarcarían ambos tipos de conflicto, lo cual, de por sí, no configura teoría
alguna. Más allá el autor se ve
precisado a anotar unas diferencias y unas constantes entre los dos grandes
períodos de violencia política.
Pero antes de indicar esas
diferencias y constantes, es menester resaltar que el punto 6 lleva a la otra
historia, la historia silenciosa de la construcción de Estado que gira en torno
a cinco rasgos claves: “sociedad fragmentada; Estado débil que se va
fortaleciendo; partidos políticos fuertes
(hasta finales del siglo XX); muchas elecciones y mucha violencia (votos
y balas); descase entre la agenda pública y los problemas centrales del país”
(p. 33).
Ahora sí miremos las diferencias
y constantes entre los dos ciclos, uno correspondiente al siglo XIX y el otro
al siglo XX.
Diferencias:
·
Los puntos en conflicto: religión, modelo de
Estado en cuanto a ordenamiento territorial, libertades básicas en el siglo
XIX; propiedad y usos de la tierra, narcotráfico en el siglo XX (increíblemente HGB aquí desconoce la restricción
de la participación democrática y la lucha de clases como puntos de conflicto
en el siglo XX)
·
Se pasó de un país rural a un país
crecientemente urbano
·
De enfrentamiento entre cuasiejércitos similares
a enfrentamiento de guerrilla con ejército cada vez más profesional
·
Apoyo popular a los dos bandos, liberal y
conservador, en contraste con poco apoyo popular a la insurgencia (en otra
parte del libro el autor dice algo diferente, al hacer la salvedad en torno al
M19, cuyo apoyo popular se reflejó en la lista más votada a la Asamblea
Constituyente)
·
Del enfrentamiento de élites se pasó al
enfrentamiento de élites vs antiélites (el autor no ve en ello un indicador de
lucha de clases)
Constantes:
- La geografía: un país fragmentado
- La herencia colonial o herencia cultural
española: un país conservador
- El problema de dos siglos: la ocupación de la
tierra y la incapacidad del Estado de regularla
- El modelo económico: el capitalismo que no fue y
el rentismo que sí fue; el lugar de Colombia en la división internacional del
trabajo
- La estructura social: un país excluyente,
elevada desigualdad social
Ese último tema, la desigualdad,
lleva al autor a escribir una adenda de 4 páginas sobre las causas de la
violencia (p. 109-112). HGB descarta
conceptos como el de “violencia estructural”, rechaza tesis como “mientras haya
injusticia habrá violencia en Colombia” o “la paz no es sólo el silencio de los
fusiles”, pero su argumento es una falacia espantapájaro (strawman) pues sale con la siguiente frase: “la paz sería entonces
la del paraíso terrenal”. Gómez defiende
la tesis de que las inequidades o la desigualdad “no son la causa de esta
violencia política”. Aquí también comete
una falacia espantapájaro cuando le atribuye a su contraparte en este debate la
tesis la desigualdad como causa pero con un sentido de inevitabilidad, causa
eficiente, relación causa – efecto, cuando es claro que el argumento que
conecta la desigualdad social con la violencia política no se basa en un tipo de
causalidad propio de la física, sino en la causalidad probabilística de la
historia. Gómez Buendía manipula el concepto de “causa”, como hizo con el de
“capitalismo”, dándole una definición restringida, de modo tal que no aplique
para el caso en cuestión. Pero
finalmente le toca aceptar que “la inequidad puede ser condición
necesaria”.
Supongo que HGB no maneja el
concepto de “factor de riesgo” que se utiliza en epidemiología y medicina
clínica. Ni siquiera es imprescindible
que un factor sea condición necesaria para un fenomeno, para que se le considere
factor de riesgo. Basta con que aumente
la probabilidad del fenómeno. Está muy
bien que se use el método comparativo entre países. Pero así haya países con desigualdad y sin
violencia o países con violencia y sin gran desigualdad, ello no descarta que
la desigualdad sea un factor de riesgo, un factor influyente. Eso en el terreno explicativo. El discurso justificatorio es otro asunto y
pertenece al ámbito ético – político.
Al comienzo de la reseña
mencionamos que el autor no maneja categorías causales como “causas últimas o
distales” y “causas inmediatas o proximales”.
Si lo hiciera podría organizar mejor sus disecciones analíticas, sin
revolver diversos niveles de causalidad.
Explicar exige más que enumerar factores influyentes, también hay que
ponderarlos y examinar sus articulaciones.
EXPLICAR EL PROGRESO SOCIAL.
La mejoría en las condiciones sociales de la población de un país actual
pueden atribuirse, según mi concepto a seis factores: (a) la dinámica económica
del capitalismo, (b) como concesión por parte de las élites gobernantes, (c) por
imitación de otros países o tendencias internacionales, (d) por conquista de
las luchas populares, (e) por trabajo comunitario y, (f) desde el punto de
vista individual, por arribismo (empuje individual, digamos, pero
generalizado). Gómez Buendía no
contempla todo este espectro de posibilidades, pero llama la atención que
subvalora -casi que desprecia- la importancia de las luchas populares, mientras
que sobrevalora la concesión por parte de la clase dirigente. En otras palabras, el cambio social en
Colombia, que ha sido gradual, lento, pero en progreso, nace desde arriba y no
desde abajo. Citemos.
El acápite de las luchas sociales
comienza diciendo que “los movimientos sociales han sido excepcionalmente
débiles y fragmentados” (p. 549) comparados con otros países del
continente. Más adelante asegura que “la
mayoría de las conquistas sociales se deben a la democracia o se han logrado
por la vía electoral, vale decir, eligiendo funcionarios que se encargan de
hacerlas realidad” (p. 550), adoptadas como leyes o medidas gubernamentales
“sin que el pueblo tenga que salir a las calles” (p. 550). También indica que “los viejos movimientos
sociales fueron o han sido difíciles y escasos, pero a partir de finales del
siglo XX los nuevos movimientos han sido menos difíciles y relativamente más
frecuentes” (p. 552). E inmediatamente
agrega que tanto los viejos como los nuevos movimientos han estado fragmentados
y por eso han carecido de contundencia política” (p. 552) y pasa a examinar
cada uno. Sin embargo, el siguiente
acápite, sobre las políticas sociales, comienza de una manera ambigua: “Bien
fuera por conducto de los gobernantes que eligieron, o por las vías de las
movilizaciones populares, más y más colombianos fueron ganando acceso a la educación,
la salud, la seguridad social y los programas asistenciales que financia el
Estado” (p. 557). Pero una página
después concluye el apartado de un modo nada ambiguo: “las políticas sociales
en Colombia han sido concesiones gradualistas de las élites y por lo mismo
parte medular del proceso de modernización dentro del orden conservador” (p.
558).
Un ejemplo desarrollado por Gómez
son los cambios en la situación de la mujer, que en forma poco original
denomina “revolución silenciosa”, y a los cuales considera “el mayor cambio
social que ha tenido Colombia en su historia” (p. 573). Esta transformación social se la atribuye a
la globalización, específicamente al “proceso de tecno-fisio-evolución”
(aumento de esperanza de vida, menor mortalidad infantil, “tener hijos dejó de
ser rentable”, disminución consecuente de natalidad) (p. 573-4). Y tuvo radicales efectos en la vida sexual,
privada, familiar y social. Factores
tecnológicos y económicos llevaron al aumento de la tasa de participación
femenina en el mercado laboral y la feminización del sistema escolar y
universitario.
Comento: ponderar o asignar pesos
a los posibles factores influyentes en el cambio social es un reto vulnerable a
la subjetividad del investigador – escritor.
Por ejemplo, el reciente descenso de la jornada laboral semanal de 48 a
42 horas es progreso social con autoría de un gobierno y un Congreso de
derecha. Pero, ¿se trató de una graciosa
concesión o de una táctica calculada frente a la movilización social del Paro
Nacional y el liderato de un precandidato de izquierda en las encuestas? ¿Cómo
ponderamos cada factor influyente? Y no
olvidemos que en otros países ya la jornada laboral semanal va por debajo de
las 40 horas e incluso de 35 horas, por lo que también hay influencia por
imitación o tendencia internacional, presiones en la OIT o la OCDE, etc.
En Colombia hay muy poca
investigación sobre luchas sociales del siglo XX y las que hay, tienen dificultades
para conseguir información. Gómez
Buendía se basa en los trabajos de Mauricio Archila, pero creo que el trabajo
de éste último tiene problemas: la circulación de información hace medio siglo
era mucho menor que ahora, por tanto la mayor cantidad de información sobre
protestas en tiempos recientes no necesariamente corresponde a un aumento de
lucha popular, sino auizás a un subregistro de las luchas anteriores. Otro problema es que el análisis cuantitativo
equipara protestas de diferentes dimensiones, sesgando todo el análisis.
En resumen, a Gómez Buendía le va
mejor cuando aborda la historia macroeconómica, pero no en los temas que
involucran las vías de hecho, el uso de la violencia, frente a lo cual tiene
prevenciones que terminan por sesgar su análisis y valoraciones.
SÍNTESIS INTERPRETATIVA A MODO DE CONCLUSIÓN.
En la visión de Hernando Gómez
Buendía:
- La principal fuerza progresista en Colombia (en
lo político, económico, tecnológico, institucional y cultural) ha sido el
contexto internacional en cuyos márgenes nos encontramos. Por tanto nuestro desarrollo es exógeno, no
el producto de fuerzas internas como un capitalismo endógeno, fuerzas políticas
progresistas o movimientos sociales populares (todos estos han sido estériles).
- Ese progreso exógeno ha sido modulado y
ralentizado por unas élites conservadoras y rentistas que actúan como un freno
por medio de un orden conservador cuasi-hegemónico con una cultura católica
premoderna que tiene su raíz en la herencia española colonial.
- Este orden conservador, cuyo hito inicial es la
Constitución de 1886, ha logrado una lenta pero sostenida modernización y
construcción de Estado, manteniendo las formas democráticas de un consenso
republicano, sin grandes fluctuaciones económicas o políticas.
- La violencia política ha sido más el producto de
factores subjetivos que objetivos. Entre
los factores subjetivos se destacan: la voluntad de los violentos, las falsas
polarizaciones en el siglo XIX y las ideologías en el siglo XX. Entre los factores objetivos se destacan: la
geografía fragmentada y el Estado débil, no tanto la desigualdad y la exclusión.
- La violencia política ha sido estéril, excepto
para el orden conservador.
En mi concepto:
- La principal fuerza progresista en Colombia (en
lo político, económico, tecnológico, institucional y cultural) ha sido el
contexto internacional en cuyos márgenes nos encontramos. Por tanto nuestro desarrollo es básicamente
exógeno, y en menor medida el producto
de fuerzas internas como un capitalismo endógeno, fuerzas políticas
progresistas o movimientos sociales populares.
- Ese progreso exógeno ha sido modulado y
ralentizado por unas élites conservadoras y rentistas que actúan como un freno
por medio de un orden conservador, dominante pero siempre cuestionado por
sectores de la sociedad, con una cultura
católica premoderna que tiene su raíz en la herencia española colonial; no
obstante ese progreso exógeno también es asimilado, promovido e impulsado por
luchas populares, movimientos sociales, fuerzas políticas progresistas y
sectores empresariales.
- Este orden conservador, cuyo hito inicial es la Regeneración
y la Constitución de 1886, ha logrado mantenerse por las fuerza de las armas y
la ideología, en el contexto de una lenta pero sostenida modernización y
construcción de Estado, más o menos guardando las apariencias de las formas
democráticas de un consenso republicano, sin grandes fluctuaciones económicas o
políticas. Este orden conservador se
extrema en ocasiones con expresiones autoritarias que hemos llamado el fascismo
azul (como el falangismo de Laureano Gómez o el uribismo actual).
- La violencia política ha sido el producto de
factores objetivos y subjetivos. Entre
los factores objetivos se destacan: la geografía fragmentada, la ausencia del
Estado, la desigualdad y la exclusión. Entre
los factores subjetivos se destacan: en el siglo XIX las falsas polarizaciones o
fracturas de las élites regionales; y en el siglo XX el militarismo autoritario
y represivo, así como la legítima defensa y la ideología de sectores
intelectuales.
- La violencia política ha sido un recurso
sistemático útil para el orden conservador y un recurso de autodefensa
sectorial que la retroalimenta a lo largo del tiempo. Pero también ha sido un factor de cambio, así
sea a través de un proceso de paz, que coadyuvó a producir una nueva
constitución que contempla un estado social de derecho, aunque no logró
derribar por sí misma el orden conservador.
El Búho
Agosto de 2021